22 de Marzo de 2019
Por:
Liliana Escobar

Este el mensaje con el que Cristina Gallego, Daniela Abad y Laura Mora quieren revolucionar la industria cinematográfica colombiana y demostrar que, en lugar de competir por un lugar en medio de los hombres, trabajar juntas es la mejor manera de potenciar su negocio.

“Que nos conozcan por buenas, no por ser mujeres”

La más reciente edición del Festival de Cannes fue particularmente comentada –y lo seguirá siendo– tras el acto simbólico y político que protagonizó un grupo de 82 mujeres entre actrices, productoras, guionistas y técnicas. Lideradas por la actriz ganadora del Oscar, Cate Blanchett, y la legendaria cineasta Ágnes Varda, se tomaron la alfombra roja para exigir igualdad, diversidad y mejores oportunidades salariares.

La voz y libertad femenina, que ha llegado tarde a tantos acontecimientos históricos, ha sido también, un personaje tímido en la industria cinematográfica. En Colombia la realidad no es diferente. Sin embargo, el terreno luchado y ganado por tantas ha dado frutos en las últimas generaciones, en las que no solo vemos más mujeres, sino, también, más cine colombiano. Según el Fondo Mixto de Promoción Cinematográfica, durante 2018 se estrenaron 360 películas en salas de cine, de las cuales 39 fueron colombianas (11%). Estas recibieron 3,4% de la participación de espectadores totales.

 

Hablamos con Cristina Gallego, Daniela Abad y Laura Mora, destacadas por su trabajo honesto y sus obras poderosas. Pero, también, por buscar que la igualdad de condiciones sea dada por defecto, en vez de ser una prioridad en la conversación.

Cristina Gallego

El abrazo de la serpiente (nominada a mejor película extranjera en los premios Oscar del 2016) y Pájaros de verano son, para muchos, las mejores películas de cine colombiano en la última década. Cristina, junto a Ciro Guerra, ha estado detrás de estas historias poderosas.

Cristina se graduó en el 2003 como realizadora de la Universidad Nacional y, desde entonces, empezó a trabajar en Ciudad Lunar, la productora que creó con Guerra y de la que han salido piezas como La sombra del caminante y Los viajes del viento. Ella se define como cineasta con todo lo que eso implica, más allá de la dirección, pasando por la fotografía, la dirección de sonido y la producción. Su debut como directora fue el año pasado con Pájaros de verano, un relato que, en principio, se concibió como la historia de la bonanza marimbera. Pese a que esta última era muy masculina, la investigación luego exploró los bordes de lo femenino. “Sentía que ya conocía las historias contadas por los hombres. Con Ciro queríamos hacer un relato de familia que permitiera la identificación y la empatía, así que la idea de la mujer guardiana, vigía, oráculo en medio de un destino trágico, fue cogiendo fuerza”, sostiene. Con esta nueva dirección, Cristina iniciaba la búsqueda de las mujeres que no hablan y, a la vez, la de su propia voz.

 

De la reciente conversación sobre los derechos de la mujer en el cine está muy enterada. Ella misma hizo parte del grupo que alzó su voz en Cannes y ha hablado del tema en todas sus entrevistas en las que también reafirma su opinión sobre cómo el cine se ha convertido en 'punta de lanza' por la igualdad de derechos. “Muchas cosas están cambiando, pero tenemos que aprovechar el momento y ponernos a la altura de las circunstancias. No creo en las cuotas o en la discriminación positiva si nosotras no hacemos películas exigentes”, afirma. De todas las formas para contar, Cristina eligió el cine porque cree en su poder, en la ausencia de intermediarios, en la capacidad de fotografiar el alma y porque, sencillamente, es el lenguaje que disfruta viendo y haciendo.

Daniela Abad

La familia Abad siempre ha sabido contar historias. Daniela, a diferencia de su padre –Héctor Abad Faciolince, quien se dedicó exclusivamente a las letras–, escogió esta profesión como una fórmula perfecta para no sacrificar ninguna de sus pasiones. Recuerda las largas jornadas de cine con su mamá, una cinéfila seguidora de los clásicos y de los musicales, del cine negro y el western. Sin embargo, su primera apuesta fue la Medicina, y estuvo allí durante dos años hasta que una crisis de vida la hizo volver a la idea inicial: el cine.

Abandonó esa carrera y se fue a Barcelona para estudiar en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña (Escac) donde, cinco años más tarde, se graduó como directora. El nombre de Daniela Abad empezó a escucharse más fuerte en el 2015, cuando estrenó en el Festival Internacional de Cine de Cartagena su primer largometraje documental, Carta a una sombra, basado en el libro que su padre escribió sobre el médico salubrista Héctor Abad Gómez, su abuelo asesinado en 1987.

Daniela estudió cine de ficción y, aunque suene irónico, afirma no saber mucho de cine documental. Pese a ello, en el 2018 estrenó con éxito su segundo largometraje, una pieza documental que cuenta la historia de su abuelo materno, Tito Lombana, un secreto y tabú familiar con el que creció. Al ir descubriendo detalles sobre el personaje, se convenció de la necesidad de contar su historia. “No hay documental sin algo de ficción, y no hay ficción sin algo de documental”, sostiene. Por estos días, su cabeza está en la ficción, sobre todo desde que, junto a la también directora Laura Mora, abrió la productora La Selva Cine.

 

Daniela confía en su visión de feminismo, esa que está en no pensarse como una minoría y en que su trabajo se conozca no por ser mujer, sino por ser bueno. Que sean historias que cuenten las dimensiones humanas, de hombres o de mujeres, cautivantes y emocionantes. “Creo en la sensibilidad femenina y masculina –dice –. Pero también es verdad que tener más mujeres en la industria amplía el horizonte de miradas, y eso es solo un reflejo de una sociedad que está cambiando”.

Laura Mora

Escogió el cine porque nunca le gustó nada fácil y porque este reúne todo lo que le gustaba y la intrigaba. Eran los noventa, cuando salió del colegio con la idea de estudiar en la Universidad Nacional, pero luego de dos intentos no logró pasar. Por eso, decidió irse a probar suerte en Barcelona (España), de donde volvió un año después, desilusionada por no encontrar lo que estaba buscando.

Era el inicio de un nuevo milenio cuando Laura volvió a su natal Medellín, un comienzo que también significó un fin. Ese año mataron a su papá. Algo se había roto. La rabia, la desilusión y el desamor que le hacía sentir el país la hizo salir otra vez, esta vez lo más lejos posible. Fue así como a los 22 años llegó a Australia. “Creo que nunca hubiese elegido Australia como un destino para estudiar o vivir, mi llegada allí fue accidental”, asegura. Estudió, se especializó y dirigió algunos cortometrajes, pero luego de cinco años volvió a Colombia como un acto de reconciliación. Fue en esta época que conoció y se hizo amiga de Carlos Moreno. “A él le gustó mi trabajo, así que me llamó para que le ayudara a dirigir la serie de Escobar, el patrón del mal –dice–. Era ignorante en la dirección de televisión, además una pésima televidente”.

En el 2013, fue ganadora del premio de Desarrollo de Guion del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC) con su largometraje Matar a Jesús, una historia que nació de un sueño que tuvo mientras vivía en Australia y en el que un joven le decía: “Yo me llamo Jesús, y maté a su papá”.

“En Matar a Jesús, la víctima conoce al victimario, y aunque la película está inspirada en mi historia y el asesinato de mi padre, no conocí al sicario que lo mató –dice –. Esta película es una mirada imaginaria en la que me pregunto qué habría pasado si hubiera conocido al asesino”.

Junto a su amigo Alonso Torres terminó de escribir el guion, que empezó como un texto íntimo a modo de catarsis y que abandonó muchas veces. Pero Laura se empeñó en contar esta historia, para decirnos que todos somos víctimas y que estamos hermanados por la violencia en Colombia. Que todos somos luz y oscuridad. Laura nos entregó una carta de amor.

Como todas las mujeres de la industria, es consciente del movimiento que se ha gestado y de los frutos que está dando, pero a veces le preocupa que todo esto se convierta en una pelea de género o en una herramienta de marketing. “El cine siempre fue un mundo muy masculino, narrado por hombres y marcado por la fuerza de su carácter. He visto cómo eso ha cambiado, sobre todo cómo se percibía una mujer en un set. Los más jóvenes tienen una relación más horizontal con las mujeres, y ese cambio es solo el reflejo de lo que está pasando en el mundo”.

Para hablar de revolución, es clave contar que estas tres mujeres se unieron para producir y dirigir una nueva película que veremos pronto. “Se dice que las mujeres no podemos trabajar juntas, y ese es un mito que sigo desvirtuando –dice Laura–. Ahora Cristina, Daniela y yo trabajamos en un proyecto en el que demostramos las ganas de potenciarnos, así es como revolucionamos”.

 

*Publicado en la edición impresa de marzo.