Foto Archivo Credencial
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13 de Mayo de 2016
Por:
León Valencia

Tras el anuncio desde de La Habana sobre un consenso para blindar jurídicamente los acuerdos entre el Gobierno y las Farc, las opiniones a favor y en contra encendieron nuevamente el debate en torno al proceso de paz. Hace 14 años León Valencia habló con la exmilitante del M19 Vera Grave sobre las diferencias entre el acuerdo con ese grupo y las negociaciones frustradas en ese entonces con las Farc. ¿Qué tanto han cambiado las cosas?

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“Nuestra mayor victoria es haber vencido el miedo a dejar las armas para asumir los riesgos de la paz”

La pregunta ha estado todos estos días en el aire: ¿por qué fue posible un acuerdo de paz con el M-19, hace diez años, y no se pudo con las Farc ahora?

A la Revista Credencial se le ocurrió que, alrededor de esta pregunta, podríamos conversar –y obtener buenos frutos de la conversación– dos personas que estuvimos metidos de lleno en la insurgencia de los años 80. La Revista, con muy buen tino, había elegido a Vera Grabe como la persona que podía hacer una comparación más juiciosa de estas dos negociaciones de paz y yo acepté entusiasmado para hacer de reportero.

Vera fue una protagonista de primera línea de las negociaciones de paz de los años noventa y es también una de las pocas personas que se ha esforzado por entender el significado de aquellos momentos. El año pasado lanzó al mercado su libro Razones de vida, en el que hace un relato apasionante de su paso por la guerrilla y de los avatares en la lucha por la paz. Pero, sobre todo, nos habla de amor, del amor a su hija, que es el hilo conductor del libro, y del amor de sus hombres en medio de la guerra.

A Vera la conoció el país hace ya mucho rato, cuando los cuerpos de seguridad del Estado, en la pesquisa intensa que hacían para descubrir a los autores del robo de las armas del cantón en el año 79, se toparon con una rubia hermosa, de ojos azules, con un porte y unos apellidos de extranjera, sólo matizados por un cabello minuciosamente ensortijado del que Jaime Bateman decía que debía ser la herencia del algún amorío con africanos.

 Miedo a dejar las armas

Le digo a Vera Grabe que alguna gente cree que el M-19 estaba derrotado militarmente y por eso firmó la paz. Le digo que alguna vez le oí decir esto al propio ex ministro Rafael Pardo Rueda, que llevó la voz del Gobierno en esa negociación.

Y a Vera le molesta esta afirmación y sus ojos se encienden y responde con vehemencia: “¡No es cierto! Nosotros, los del M-19, tomamos esta decisión libremente”. Y me cita de memoria un fragmento de la resolución que aprobaron todos los combatientes, en votación secreta, en el campamento de Santo Domingo:

‘Hemos decidido desarmar nuestras estructuras militares para dotarnos de más eficacia política. No entregaremos una sola arma al Gobierno. Nuestras armas representan una historia de lucha, de compromisos, de sacrificios: patrimonio del M-19 y de todos los combatientes. Nuestra mayor victoria no es la negociación con el Gobierno. Nuestra mayor victoria es haber vencido el miedo a dejar las armas para asumir los riesgos de la paz’.

Vera Grabe se posesiona entonces del tema y afirma: “Las Farc no han podido vencer ese miedo. Tienen aún vivo el recuerdo del genocidio de la UP y creen que sólo las armas los pueden proteger. Las Farc no han percibido el cansancio que hay ahora con la guerra. Nosotros lo percibimos hace diez años y era mucho menor que ahora. A Santo Domingo, en el Cauca, donde hicimos las negociaciones de paz, iba la gente a decirnos que había llegado la hora de firmar la paz: era un plebiscito diario y nosotros sentimos el pulso del país. La gente nos ayudó a superar los temores a la vida civil”.

Señala, eso sí, algunas diferencias. “Claro, nuestra relación con la gente era distinta: era un encuentro abierto. A todas las personas que nos visitaban, les dábamos confianza para que dijeran con sinceridad lo que pensaban y les abríamos el corazón. Nuestro proceso de paz tenía un final cerrado: habíamos decidido dejar las armas y conquistar un espacio político. Pero la marcha hacia allá era totalmente abierta. Las decisiones las íbamos descubriendo al ritmo de la coyuntura, en conversaciones con los líderes del país. Nosotros teníamos la iniciativa para romper cada obstáculo que se presentaba. Teníamos plena conciencia de que nos correspondía movernos con agilidad y con imaginación, para no dejar empantanar el proceso. Nuestro esfuerzo no era acumular reclamos al Gobierno, sino buscar salidas a cada impasse”.

Carlos Pizarro había llevado la guerra a su límite. “En el campo, con la construcción de unidades de ejército y el desarrollo de una confrontación directa con las Fuerzas Armadas, y en la ciudad, con acciones como el secuestro de Álvaro Gómez. Pero comprendimos que incluso un acto de guerra como el cautiverio de Gómez Hurtado se podía transformar en un camino hacia la paz”, dice Vera. Y es evidente que quiere controvertir la idea de que la diferencia entre aquellas negociaciones de paz y las de ahora radican en la vitalidad militar de las Farc.

 

Lógicas distintas

Le digo a Vera que, más en el fondo, hay diferencias muy grandes entre el origen y el proyecto político de las Farc y lo que significaba el M-19. Y ella da una explicación certera: “El M-19 había surgido como respuesta a un fraude electoral: era una reacción democrática. Nos movíamos en la pura lógica de la democracia. Nuestra reivindicación era eminentemente política. Las Farc representan un levantamiento de campesinos y sectores populares en busca de reivindicaciones sociales y políticas insertadas en una lógica marxista. Desenredar esto es más complejo”.

“¿Y el ‘eme’ no era complejo?”, le pregunto. Ella responde: “El propósito del M-19 era conquistar un espacio político para seguir en la lucha por las transformaciones de la sociedad. En el proceso de paz nos interesaban más las manifestaciones reales de apertura política de la sociedad, que las conquistas formales. Estábamos más pendientes de lo que ocurría en el país, que de la discusión de una gran agenda”.

“¿Y las Farc?”, vuelvo y pregunto, para que aclare más. “Las Farc privilegiaron la discusión larga y formal de una agenda. Piensan que lo más importante es tener un escenario, que plantearle a la dirigencia del país todos los reclamos acumulados que tienen. Piensan también que la intensificación de la guerra los favorece y por eso se sienten cómodos negociando en medio del conflicto y realizando día a día mayores manifestaciones de fuerza, cuando lo más importante es producir hechos, hacer gestos para ganar a la gente, mover alianzas, abrir espacios reales de participación”.

“Bueno –le digo–, y la responsabilidad del Establecimiento, ¿dónde la deja?”. Y ella se lanza contra la dirigencia nacional, con estas palabras: “No hay un sentido de país: el Gobierno también quiso hacer una negociación solo. Los actuales candidatos piensan más en ellos que en la suerte de Colombia. Si las Farc no tenían iniciativa para romper obstáculos y abrir caminos nuevos, el Gobierno tenía que asumir esa responsabilidad, tenía que llevar ofertas concretas de cambios, no limitarse a una discusión larga y tediosa de la agenda y a esperar que surgiera una crisis tras otra”.

 

Del sombrero blanco a la toalla

Y como al M-19 le apasionaban tanto los símbolos, me voy por ese lado. Comparemos el sombrero blanco de Pizarro y la toalla de Manuel Marulanda. A Vera le brillan esos ojos azules que se veían tan exóticos en los campos del Cauca en su época de guerrillera y uno siente que en su memoria están desfilando todas las imágenes del campamento de Santo Domingo.

“Claro: la toalla es la fatiga, el sudor de la guerra, es el apego a una prenda que presta una utilidad muy grande si se quiere seguir trasegando las montañas. El sombrero blanco era una manifestación de paisanaje. Era decir que estábamos dejando atrás la cachucha del guerrero. La idea le surgió a Pizarro en el Tolima con un regalo de una persona que quería verlo distinto”.

Sin embargo, Vera Grabe va más allá en la simbología. “Pero no sólo fue el sombrero –dice–, nosotros íbamos desarmados a la mesa de las conversaciones. Teníamos escolta para prevenir algo, pero los dirigentes queríamos mostrar confianza en el proceso. Al final fue ese acto en el cual Pizarro cubrió su pistola con la bandera nacional”.

Por su memoria desfilan entonces los recuerdos. “Y el campamento empezó con una gran carpa de circo, una carpa amarilla, y las visitas de más de 43.000 colombianos y colombianas a Santo Domingo se convirtieron en un laboratorio de integración con el país. Iban los jóvenes de la ciudad y conversaban con las guerrilleras y los guerrilleros y hablaban de política, pero también de la vida y se enamoraban, y muchos se quedaban durante largo tiempo”.

Se le nota que la nostalgia a veces la sorprende aquí en su cómodo apartamento. Pero de repente regresa a la actualidad, simplemente para rematar: “Es que la forma influye mucho. La manera como la guerrilla se encuentra con la sociedad prefigura el desenlace del proceso. Si hay un encuentro entre iguales, si los civiles pueden sentir libertad plena para hablar y proponer en un campamento de negociaciones, si la guerrilla empieza a cambiar allí mismo, es mucho más fácil firmar un acuerdo duradero de paz”.

*Publicado en la edición impresa de marzo de 2002

* León Valencia formó parte del comando central del ELN y hoy es columnista.