Foto: Archivo Particular/Reproducción Guillermo Legaria
6 de Febrero de 2015
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Un diplomático, Rosemberg Pabón y un periodista recuerdan cómo fue el inicio la toma de la Embajada de República Dominicana por parte del M-19.
Por Ana Catalina Baldrich

La toma de la Embajada 35 años después

El 25 de febrero de 1980 Rosemberg Pabón le dijo a dos de sus compañeros que debían despedirse. “Le dije al ‘Negro’ y a ‘La Chiqui’ vamos a pegarnos una rasca ni la hp porque no sabemos qué va a pasar. Despidamos el año y despidámonos, porque lo más seguro es que nos vamos a morir”, recuerda Pabón sobre las horas previas a emprender la operación “Democracia y Libertad”, la cual lideraba bajo el seudónimo de Comandante Uno y con la que el M-19 se tomó la Embajada de República Dominicana.

“Pedimos toda la música vieja, habida y por haber: Daniel Santos, La despedida; Renunciación, de Javier Solís… al otro día ya nos concentraron en una casa”. Una casa en donde esperaba el resto del grupo, en total eran 16 los guerrilleros que, algunos vestidos como invitados y otros de sudadera deportiva, ejecutarían el plan, no sin antes contar con un momento para arrepentirse. “Luis Otero, que era el que estaba dirigiendo todo el operativo logístico, nos dijo: ‘El que se quiera ir que diga y no pasa nada’ ”. Pero nadie se arrepintió, pese a que cada uno, según recuerda Pabón, estaba convencido de que los demás estaban lo suficientemente preparados y entrenados. “Yo pensaba que los otros 15 eran expertos, lo mismo estaban pensando los otros 15”. Así las cosas, la suerte estaba echada.
El 27 de febrero uno de los diplomáticos, que pidió no revelar su identidad, llegó acompañado de su esposa a la cita. El país caribeño celebraba su independencia, por lo que organizó una recepción a la que estaban invitados embajadores, entre ellos los de Brasil, Costa Rica, Egipto, Guatemala, Haití, Israel, México, Estados Unidos, Uruguay, Venezuela y el nuncio apostólico del Papa, cónsules y otras personalidades. 
“Yo estaba en una salita diagonal a la puerta, no en la principal. Miré el reloj y pensé que ya tenía que irme. Volteé a mirar a mi señora, quien estaba hablando con otro grupo de personas, y le hice señas”, recuerda quien en ese momento no podía saber que en breve se iniciaría un gran cruce de disparos y mucha confusión.
Entre tanto, y tras un desayuno ligero –como dictan las normas antes del combate–, los guerrilleros se preparaban para la incursión a la casa, ubicada en la carrera 30 con calle 47, que cumplía con todas las condiciones técnicas y militares: aislada, con una forma de herradura interna y que había pertenecido al general Gustavo Rojas Pinilla.
“Yo tenía la invitación, que era una 9 milímetros. Entonces frente a eso cómo va a decir el guardia que no siga”, reconoce Pabón, quien ingresó, junto a una compañera y otra pareja, mientras que los otros doce, enfundados en sudaderas, esperaban la señal en tres grupos de cuatro personas. 
“No se podía dudar, cuando estemos subiendo las gradas uno grita arriba y era entrar”.
Alrededor de los 12:10 del mediodía, en el interior de la Embajada, la esposa del diplomático se acercó para despedirse de los demás invitados. “Empezamos a sentir unos disparos, o no disparos, en ese momento yo pensé que el Embajador estaba izando la bandera y estaban lanzando voladores”, asegura el diplomático, quien solo cuando empezó a ver el movimiento de personas consiguió entender que la recepción había terminado.
“Volteé a mirar hacia la puerta y veo a un poco de tipos entrando y disparando, entonces agarré a mi mujer, la tiré al piso, la cubrí y le dije ‘hasta aquí llegamos’, porque pensé que ellos entraban, mataban a los que estaban adentro y se volaban”, cuenta el diplomático con la mirada perdida como buscando entre su mente los recuerdos.
Y es que el tiempo que ha pasado y el prisma con el que se ve la realidad hacen que en este punto los recuerdos sean dispares. Pese a haber vivido el mismo momento, cada uno de los testigos tiene su propia versión de lo que se desató.
El “Comandante Uno”, quien adoptó su seudónimo emulando una operación realizada por la guerrilla nicaragüense tiempo atrás, afirma que al ingresar en medio de la confusión disparó a un hombre que estaba armado. “Yo estoy entrando y veo a un man armado, entonces la primera reacción fue tirarme al suelo, y veo que el tipo se tiró al suelo también, me asomo y él se asoma, disparo y él dispara. Me doy cuenta de que es un espejo… creo que esos fueron todos los disparos que di en toda la Embajada”.
Por el contrario, la memoria del diplomático guarda un recuerdo diferente, “no es cierto. Él siempre ha repetido esa historia y yo de ese espejo nunca me acuerdo. Resulta que el cónsul de Paraguay estaba en esa salita donde al final había un sofá de dos puestos y una vidriera que daba contra el edificio vecino. Sonaron unos disparos y el de Paraguay dice: ‘me hirieron’. Entonces, para mí, Rosemberg Pabón le disparó al cónsul”.
En lo que sí coinciden los dos es en los difíciles momentos que se vivieron durante la incursión por cuenta del enfrentamiento que se desató entre, primero guardaespaldas, luego Ejército y Policía, y los guerrilleros.
“Se escuchó un totazo. A uno de los guerrilleros le pegan un tiro en la nuca, y el tipo cae ahí enfrente de la puerta, yo alcancé a ver cuando él cayó. Él venía con una tula que hacía que la gente que venía entrando trastabillara y cayera”, habla el diplomático sobre el único muerto de la toma, Carlos Arturo Sandoval, según contó María Eugenia Vásquez, en su momento “Emilia”, en el diario El Tiempo, un guerrillero muy joven y cuya muerte le significó a Pabón el momento más triste de esos 61 días.

“Nunca me imaginé que él fuera a morir, yo pensé que ‘La Chiqui’ moría, ella era la más lenta según los reportes… por eso le pusimos un chaleco. A ella le pegó un tiro en todo el centro de la espalda, le dio en el chaleco y la empujó para adentro”, dice Pabón, quien asegura que la presencia de los invitados fue fundamental para que el fuego cesara.
“Las dos primeras horas fueron durísimas, pero nos favoreció que había mucha gente. Había 57 personas que se podían parar por todos lados y eso aminoraba, porque no podían disparar a la loca… la gente se escondía y se paraba, la gente cumplió esa orientación muy bien y eso nos salvó”, afirma Pabón.
Aunque, del otro lado, para los rehenes, al parecer no había otra opción. “Nos dicen que nos paremos en frente de las ventanas. Entonces con groserías, a someterlo a uno, con las pistolas. ¡Claro que nos amenazaron!”, cuenta el diplomático.
Mientras que al interior de la embajada se libraba una batalla, Guillermo Franco Fonseca, un periodista de la revista Vea, especializado en el área judicial, salía con el reportero gráfico Guillermo Tapias rumbo al barrio Siete de Agosto a almorzar.
“Cuando llegamos por la 30 y vimos el bullicio y la gritería pensamos que era otra pedrea en la Universidad Nacional. Pero vi tropa que no se concentraba hacia la universidad sino hacia el otro lado, entonces me entró una sospecha”, recuerda el periodista a quien el olfato por la noticia lo obligó a bajarse del carro para averiguar que en la zona quedaba la Embajada, adonde había entrado gente disparando.
Con el paso de los acontecimientos supo, al igual que sus colegas, lo que estaba pasando y no se movió de la zona, a la que bautizaron Villa Chiva y donde se aglutinaron decenas de periodistas y fotógrafos, hasta 61 días después.

“Somos del M-19”

Una vez se calma el fuego, los guerrilleros informaron a sus rehenes quiénes eran y lo que buscaban. “Nos reúnen y Rosemberg Pabón comienza a hablar, vestido de corbata con su pistola 9 milímetros, y dice: ‘Señores, nosotros somos del M-19, entonces, por favor, tengan calma, no es nada contra ustedes, queremos hacer una serie de solicitudes al Gobierno colombiano, entonces los embajadores háganse a un lado y el resto para el otro’ ”, relata el diplomático.
“Les pedí a ellos que eligieran a cinco representantes… y a ellos les expliqué qué pensábamos y cuál era la lucha nuestra, cuáles habían sido las fallas del Estado colombiano”, recuerda Pabón.
Tras las conversaciones, comenzaron las solicitudes, entre estas una que hizo que aquel periodista de Vea captara la atención de todos su colegas. “Salieron Rosemberg  y ‘La Chiqui’ diciendo que necesitaban un walkie talkie, porque como cortaron las líneas telefónicas, necesitaban un aparato para comenzar a negociar con el Gobierno”, narra Franco, quien recuerda que los guerrilleros ya habían rechazado la ayuda de otros periodistas que habían intentado acercarse con sus cámaras.
“Exigían que uno se quitara la ropa, que el periodista que fuera a llevar el walkie talkie tenía que ir en pantaloncillos, sin medias sin zapatos, sin nada… no lo pensé dos veces, tomé la decisión y había una periodista de México que me dio un tequila”, reconoce el periodista, ya jubilado, quien además acepta que durante su estancia en Villa Chiva mucho fue el licor que compraron a vecinos que, gracias a sus salvoconductos, los proveían de whisky, ginebra y aguardiente.
“Me acerqué como a un metro de la puerta del garaje, porque por la ventana norte del primer piso se asomaron ‘La Chiqui’, Rosemberg  y el nuncio, Ángelo Acerbi,  y me dijeron: ‘Deje el walkie talkie ahí, regrese hacia la puerta principal y recoja una tula que se nos quedó’ ”.
Una tula en la que el reportero pensó habían balones y que, al levantarla, por su peso, supo que tenía armas. Así cumplió la misión que lo catapultó a la fama del momento como el periodista que logró acercarse a los secuestradores portando únicamente un pañuelo blanco, el carné de prensa y una grabadora oculta dentro de los pantaloncillos, su única prenda de vestir.

El paso de los días

Con la ayuda de la Cruz Roja, y tras la salida de los empleados, meseros y mujeres que estaban en la recepción de la Embajada comenzaron a recibir comida, ropa, libros y hasta juegos de mesa. Quedó claro que la idea inicial de la guerrilla, de que el asunto duraría tres días, iba para largo.
Así comenzaron las negociaciones a bordo de una camioneta, sin puertas traseras, que se estacionaba frente a la Embajada.
“ ‘La Chiqui’ era la quinta en la jerarquía de la toma, entonces la mandé a ella. Todas las compañeras eran de buen nivel intelectual, creo que fue una buena decisión mandarla, pero si hubiéramos mandado a otra, habría hecho la misma labor”,  cuenta Pabón.
Pese a que los encuentros se realizaban en una camioneta en la vía y a la “posición privilegiada” que tenían los periodistas acantonados en Villa Chiva, estos no conseguían mayor información. “Contábamos lo que se veía, pero no teníamos mayor acción ahí, era muy importante la llegada de los personajes, los negociadores, pero llegaban, se bajaban, no hablaban con nadie, salían del carro y se perdían”, recuerda Franco.
Entre los impedimentos que, según el reportero, les ocasionaban las autoridades para acercarse y conseguir información, y el frío o el cansancio que los ubicaba dentro de sus tiendas de campaña, este periodista no fue testigo de la salida del embajador de Uruguay, Fernando Gómez, el único que consiguió escapar ante un descuido de sus captores.
“El tipo empezó a medir la cotidianidad de una compañera en la guardia de noche. Empezó a ver que ella entraba al baño y se demoraba 5 minutos”, cuenta Pabón sobre la oportunidad que aprovechó el embajador para amarrar unas sábanas a la ventana y escapar.
Y es que el paso de los días, a pesar de que Pabón afirma que “la cotidianidad era normal. La gente podía lavar, estar tranquila, leer…”, hacia mella en los habitantes de la Embajada. Algo que se evidenció un día en el que, por cuenta de un desayuno, se desató una discusión entre los diplomáticos. “Se descubrió que mientras todos desayunaban un poco de huevos, chocolate y un casco de naranja, el embajador de México –quien acompañaba a ‘La Chiqui’ a las negociaciones– tenía un tarro de jugo de naranja, un tecito y pan a su antojo, con Cheez Whiz. Se armó el tierrero y el alegato, los guerrilleros no se metían. A raíz de eso y tras evidenciarse problemas estomacales se varió el menú”.

El final

Así, tras 24 reuniones entre la guerrilla y representantes del presidente Julio César Turbay, llegó el día número 61 y el país vio salir a los guerrilleros acompañados por los diplomáticos que continuaban en la Embajada, después de las liberaciones de pequeños grupos, rumbo a Cuba. Y fue ahí, cuando Rosemberg descendía del avión de Cubana de Aviación, que su madre, a quien le había dicho que se había ganado una beca para estudiar en Francia, supo en las que andaba su hijo y comentó cómo, sabiendo que le estaban tomando una foto para el mundo, salía “con unos zapaticos de caucho”.