9 de Agosto de 2019
Por:
Ana Catalina Baldrich

Los temblores de la canciller alemana, Ángela Merkel, despertaron el debate sobre si los gobernantes deben divulgar sus reportes médicos.

La salud presidencial, ¿un asunto público o privado?

Ni las notas del Himno Nacional de Alemania ni la presencia del otrora comediante y hoy presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, consiguieron mantener la atención de quienes el pasado 18 de junio estaban en el patio de honor de la Bundeskanzleramt (Cancillería Federal), en Berlín. De un momento a otro, las miradas de los asistentes se desviaron hacia un solo objetivo: la mujer más poderosa del mundo, Ángela Merkel, que intentaba –tomándose de las manos– detener los ‘espasmos’ que hacían temblar sus piernas, brazos, torso y hasta su cabeza.

 

El episodio fue calificado como ‘un susto’ por los medios de comunicación alemanes que replicaron las explicaciones de Merkel: “Estoy bien, he bebido tres vasos de agua que –al parecer– me faltaban”. Sin embargo, la ‘deshidratación’, aparentemente, no cesó, ya que luego de ese día, incluso un mes después, se registraron otros episodios similares que fueron adjudicados a cuestiones sicológicas.

 

Aun cuando la persistencia de los ‘espasmos’ obligó a Merkel a permanecer sentada en sus apariciones públicas, sus más cercanos colaboradores le han restado importancia a lo que ocurre y han asegurado que la canciller está muy bien de salud. Declaraciones que, por lo visto –al menos para la mayoría de los alemanes–, son más que suficientes.

 

Y es ahí donde está el detalle. Tradicionalmente, Alemania ha defendido la privacidad de sus ciudadanos y en el caso de la canciller esto no tendría por qué ser diferente. Un sondeo realizado por el Instituto Civey reveló que para el 59% de los alemanes ‘los espasmos’ hacen parte la vida privada de su líder.

 

No obstante, para algunos analistas de otras latitudes este tema dista de ser un asunto menor, máxime si se tiene en cuenta que quien tiembla es la primera mujer en conseguir convertirse en Canciller Federal de Alemania, que implantó la austeridad en la Unión Europea y logró, entre otras, apagar la centrales nucleares de su país. Una opinión que parece compartir el 34% de los alemanes consultados que considera que la salud de Merkel es un asunto de interés público y que, por lo tanto, se debe emitir un reporte médico detallado.

 

  • Cuestión de aptitud

Varios expertos de diferentes disciplinas consultados por REVISTA CREDENCIAL coinciden en que lo mínimo que un pueblo merece es conocer si su mandatario es idóneo para definir el rumbo de su nación. De ahí casos como el de Estados Unidos, donde –a pesar de que no existe una ley al respecto– desde la administración de John F. Kennedy, candidatos y mandatarios se someten a un examen médico cuyo resultado es revelado.

 

“Con ese chequeo se pretende decir que no hay un problema grave en la salud del mandatario. Pero, incluso en Estados Unidos, no es necesario que sea verídico y lo más seguro es que los últimos que se han publicado, sobre el presidente Donald Trump, hayan sido –de hecho– falsos. Entonces más que una cuestión de legitimidad es una cuestión de publicidad”, dice Sebastián Bitar, profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes.

 

La opinión del politólogo colombiano no es desfasada si se tiene en cuenta que Harold Bornstein (el médico que durante la campaña dijo que si el millonario ganaba sería el presidente más sano que jamás se hubiera elegido) reconoció recientemente que esas palabras habían sido dictadas por el mismo Trump. Y que 27 expertos en salud mental publicaron el libro El peligroso caso de Donald Trump, que analiza el estado mental del mandatario, y formaron la Coalición Mundial de Salud Mental (World Mental Health Coalition).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  El libro El peligroso caso de Donald Trump, publicado por 27 expertos en salud mental, analiza el estado mental del mandatario estadounidense. 

 

  • Secreto profesional versus derecho a la información

Bandy X. Lee, psiquiatra cofundadora de este último grupo, considera que ninguna persona debería llegar al cargo más importante de un país sin pasar un examen físico y mental que demuestre su capacidad. “Las naciones merecen tener un presidente que sea mínimamente apto para servir. El proceso de destitución es muy difícil (si no imposible) para un presidente que ha mentido acerca de sus capacidades y esto se descubre solo después de la elección”, dice la psiquiatra de la Universidad de Yale.

 

El profesor Bitar reconoce que existen casos en los que la salud de un mandatario es casi un secreto de Estado: “Sobre todo en regímenes autocráticos, en donde el poder del jefe de Estado es tan grande que cualquier cosa que pase básicamente pone en riesgo la seguridad de todo el país. Ese fue el caso de Hugo Chávez, quien posiblemente murió varios días antes de que se divulgara”. Sin embargo, considera que llegar a la primera magistratura de un país no significa perder el derecho a la intimidad.

 

Ante esto, el profesor Stephen J. Farnsworth, director del Centro de Liderazgo y Estudios de Medios de la Universidad de Mary Washington, asegura que para la seguridad de un país incluso es más malsano el silencio: “Los rumores son peores que los hechos, además la verdad sale a la luz relativamente rápido cuando hay problemas de salud”.

 

Es de público conocimiento que los médicos están obligados a guardar con celo el historial clínico de sus pacientes. No en vano, aunque Kennedy es recordado como un mandatario jovial y sonriente, fue solo hasta 2002 –casi 40 años después de su asesinato, cuando la familia decidió abrir las cajas con sus historiales médicos– que el mundo supo, por ejemplo, que en tiempos de la crisis de los misiles el vital presidente dependía de pastillas e inyecciones, que –según publicó el diario El País entonces– “le permitían dormir, despertarse, sujetarse en pie o estar medianamente consciente”.

 

Ante esto, médicos como Rodrigo Pardo, neurólogo y profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional, dicen que es posible conciliar el derecho a la privacidad con el derecho del electorado a conocer la salud de sus dirigentes. “El poder que resulta de ‘enamorar’ a tantas personas debería tener unos requisitos para su ejercicio. Entre ellos, estoy de acuerdo, una adecuada salud física, mental e intelectual que debería ser certificada por un cuerpo colegiado libre de sesgos y prejuicios políticos. Esto mejoraría la salud de los pueblos y daría un buen ejemplo para que los ciudadanos también hicieran un ejercicio similar”, opina.

 

Una posición con la que coincide la doctora Lee explica que –precisamente– el secreto médico-paciente es el que obliga a la creación de grupos independientes de expertos que se encarguen de: “realizar exámenes y reportar a la gente lo que es relevante para el trabajo del presidente, no para la salud personal”.

 

  • ¿Y Latinoamérica qué?

Hace unos años, varios líderes latinoamericanos (Hugo Chávez, Juan Manuel Santos, Cristina Fernández, Dilma Rousseff y Luiz Inácio Lula da Silva) sufrieron quebrantos de salud y, en menor o mayor medida, todos informaron sobre el avance de sus tratamientos. Algo que, según el politólogo de los Andes, se explica en el hecho de que actualmente hay una especie de ‘fetichismo’. “Es como si la vida privada de los personajes públicos inmediatamente se convirtiera en pública. Y, pues, eso no es así. Una persona por estar en un cargo público no pierde el respeto que debe tener su esfera privada. Lo que pasa es que, con esta ola de populismo y fetichismo sobre la vida de estos personajes, obviamente hay mucho interés y eso vende mucho, pero no es necesario revelar la vida privada de un mandatario solamente por revelarla”, dice.

 

Por el contrario, el profesor Farnsworth opina que esta tendencia obedece a que, cada vez más, los presidentes entienden que la divulgación pública de su salud viene con su trabajo. Tan es así que considera que es el mismo electorado latinoamericano el que puede hacer que sus mandatarios adopten la costumbre estadounidense: “Si los votantes de otras naciones insistieran en obtener más información, probablemente la obtendrían”.

 

 

  • El peso del tiempo

En promedio, la edad mínima que se exige en la mayoría de países para ser presidente está en los 35 años. En los últimos años, aparentemente se ha desatado una especie de inclinación a favor de la elección de mandatarios más jóvenes; es así como en Colombia, Francia y Ucrania –por ejemplo– la edad de los actuales líderes no supera los 45 años. Pero aun así, la verdad es que, revisando rápidamente los nombres de los titulares de Gobierno de América y Europa, la mayoría oscilan entre los 50 y los 70 años.

 

Y es que lejos de lo que muchos puedan pensar, Angela Merkel tan solo tiene 65 años, Chávez enfermó a los 55 y Santos a los 61. Por lo que entonces valdría la pena preguntar: ¿existe una edad perfecta para ser presidente?

 

La respuesta de los analistas consultados fue unánime: “no”. Todos consideran que, aunque existe una mayor probabilidad de inexperiencia en un candidato más joven y una mayor probabilidad de problemas médicos en un candidato de mayor edad, estas no son más que probabilidades, por lo que insisten en que, a la hora de elegir, es necesario evaluar a los candidatos a partir de las individualidades.

                

                                     
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Hugo Chávez murió de cáncer en marzo de 2012, mientras era presidente. 
 

 

 

*Publicado en la edición impresa de agosto de 2019.