Fotografía | Gustavo Martínez
1 de Agosto de 2017
Por:
Redacción Credencial

El exgerente del Banco de la República, que dejó el cargo el pasado 3 de enero tras 12 años al frente del Emisor, es ahora el nuevo presidente del Fondo Latinoamericano de Reservas (FLAR). Esta fue la entrevista que le hicimos justo antes de que dejara el banco central.

“La reforma tributaria era fundamental”: José Darío Uribe

La gerencia del Banco de la República, que hasta el 3 de enero pasado fue la oficina de José Darío Uribe durante los últimos 12 años, está presidida por un óleo de Alejandro Obregón de 1967 y por una antigua edición en italiano, forrada en cuero repujado con broches metálicos, de La divina comedia, de Dante Alighieri. Los recibidores y la sala donde se reúne la Junta Directiva están adornados con obras que pertenecen a la colección del Banco, entre las que sobresalen las piezas de la Bogotá aún campesina de Juan Cárdenas, las naturalezas muertas del hermano de este, Santiago, y los paisajes de Gonzalo Ariza, que contrastan con los acabados de madera de las imponentes dependencias.

 

Uribe, un hombre reservado a quien este rasgo de su carácter puede ser la mayor virtud para quien presida la política monetaria de un país, los va mostrando con creciente entusiasmo, en especial uno de pequeño formato de Juan Cárdenas que recrea el lugar exacto de la Bogotá rural donde muchos años más tarde se levantaría la que hoy es la sede del Banco de la República. Se nota que disfruta la labor de improvisado guía artístico. Pero su tema, más allá de su gusto por la literatura y la pintura, es la economía.

 

Quedó deslumbrado con la materia cuando ni siquiera la estudiaba, durante el primer semestre de Administración de Empresas, que cursaba en la EAFIT, en Medellín, en 1976. “Veíamos Economía I: historia del pensamiento económico. Era básicamente la forma como se introducía la economía en esa época. Me encantó. Tanto que inmediatamente quedé de monitor de la cátedra”.

 

El que le acolitó el brinco hacia la economía fue Juan Luis Londoño. Se volvieron amigos desde que se vieron por primera vez en la entrevista de admisión de la EAFIT. Ambos quedaron absortos con Adam Smith. Ambos decidieron alternar el estudio de la Administración con el de la Economía en la Universidad de Antioquia. Y ambos se aventuraron juntos en Bogotá para graduarse de economistas en la Universidad de los Andes. “Siempre me extrañó que nunca le hubieran ofrecido un puesto en el Banco de la República porque era el mejor de nuestra generación”, dice Uribe. Londoño, que inició su carrera como investigador de Fedesarrollo, fue uno de los artífices del actual régimen de seguridad social en 1993 y luego se convertiría en el primer ministro de Protección Social de Álvaro Uribe, en 2002. En ejercicio de sus funciones, murió en un accidente de avión en febrero de 2003.

 

En cambio Jota, como apodan a José Darío Uribe sus cercanos, construiría una carrera de 23 años en el Emisor, luego de un año de ‘mochilero’ en Europa y un corto pero fructífero paso por el Departamento Nacional de Planeación, donde descrestó a sus superiores con un juicioso análisis sobre la inflación que, si se quiere, ya vaticinaba su destino en la entidad que, precisamente, está hecha para controlarla.

 

¿Cuál era su plan cuando, casi recién graduado, ingresó a Planeación?

Era iniciar una carrera de economista. Yo no pensaba en nada distinto de hacer uso de la economía sin ningún tipo de ambición distinta de trabajar.

 

Asumo que empezó a darse cuenta de lo que era trabajar en una entidad pública. ¿Cómo fue ese contraste entre lo que imaginaba hacer y lo que de verdad podía desarrollar?

Lo que pasa es que Planeación, dentro del Estado, es una entidad particular. Era como estar en un centro de investigación. No había lo que uno eventualmente podría ver como el ambiente de un ministerio. Éramos un grupo de gente relativamente joven haciendo investigación.

 

¿Qué tipo de investigaciones?

Eso se llamaba Unidad de Programación Global. Ahora se llama Unidad Macroeconómica. Hacíamos trabajos que tenían que ver con el seguimiento a la economía y con el programa macroeconómico del año siguiente. Uno de mis primeros trabajos fue detectar por qué de un momento a otro se había subido muchísimo la inflación sin aparente causa y presenté un informe que en su momento tuvo mucho impacto. Estaba relativamente recién entrado. Probablemente eso influyó en que muy rápidamente pasé a ser jefe de división y luego jefe de unidad de programación global.

 

O sea que ya se interesaba en la inflación. ¡Perfecto para el Banco de la República! ¿Era la gerencia del Banco lo que soñaba con llegar a ser?

Como economista y macroeconomista, ser gerente del Banco de la República es un logro enorme. Pero en esa época jamás pensaba en trabajar allí.

 

¿Y después de 12 años de gerente, se fue con ganas de irse o de quedarse?

Me voy con nostalgia por la gente. Fueron 23 años en distintas posiciones. Me da nostalgia la gente y la institución. Pero al mismo tiempo lo tenía muy procesado, porque desde el momento en que fui elegido, sabía que era por cuatro años y no más; y que, como máximo, iban a ser doce años. Cuando fui nombrado en la segunda reelección, yo ya sabía que el 3 de enero de 2017, si no me había muerto, yo saldría de acá. También me voy con nostalgia de colegas de otras partes del mundo que han sido muy especiales conmigo.

 

Dijo usted en la prensa que su satisfacción fue consolidar el esquema de inflación objetivo con flexibilidad cambiaria. ¿Eso qué significa?

El esquema de inflación objetivo es aquel mediante el cual usted establece una meta cuantitativa de inflación y utiliza unos instrumentos para llegar a esa meta. La meta de inflación, y lo que se considera como estabilidad de precios, es del 3 por ciento. El instrumento principal para lograr esa meta son las decisiones que toma la Junta sobre tasas de interés. Todo el truco consiste en mover esa tasa de interés de forma tal que vaya generando unos cambios en la economía hasta que la inflación llegue al 3 por ciento. Eso se logró en el año 2009. De hecho, entre el 2009 y el 2014 tuvimos una inflación un poco por debajo de 3 por ciento. Ese es el logro más grande de la política macroeconómica en muchas décadas.

 

¿Y qué tiene que ver la flexibilidad cambiaria?

Tiene que ver mucho, aunque técnicamente es más difícil de entender. Cuando teníamos una banda cambiaria, el Banco se comprometía, si la tasa de cambio llegaba a un límite por arriba, a vender y a vender reservas para que no se subiera ese límite. Si la tasa llegaba a un límite por abajo, se comprometía a comprar y a comprar reservas para no bajar ese límite. Eso le quitaba margen de maniobra al manejo de la tasa de interés. Cuando en septiembre 25 de 1999 se dejó libre la tasa de cambio, el Banco también se liberó de su compromiso de defender esos niveles de tasa de cambio. En adelante, eso lo determinaría el mercado. Así, el Banco se pudo concentrar de mejor manera en el objetivo de llevar la inflación al 3 por ciento. Al mismo tiempo, la medida permitió que en algunos casos el Banco, si veía que la gente estaba gastando mucho y se estaba endeudando mucho, pudiera, sin ninguna limitación, subir la tasa de interés para moderar eso; y que si, por el contrario, en algún momento había una debilidad en el gasto, y la inflación lo permitía, pudiera bajar las tasas de interés e impulsar la economía. Eso es lo que los economistas llamaron la capacidad de tener una política monetaria contracíclica: en el momento de auge, enfriar; en el momento de caída, impulsar.

 

¿Y eso es lo que ha facilitado la solidez de la política macroeconómica colombiana?

La política monetaria es una parte de la política macroeconómica. Es un pilar. Los otros dos son la política fiscal y la supervisión y regulación financiera. La fiscal está en cabeza del gobierno, en particular del Ministerio de Hacienda, y la supervisión y regulación la comparten el Ministerio de Hacienda y la Superintendencia Financiera. Pero el Banco de la República, con este tipo de medidas, le da solidez y estabilidad al sistema para que pueda reaccionar frente a las eventualidades. Y eso, cuando teníamos el esquema de minidevaluaciones, o el esquema de banda cambiaria, era difícil de lograr.

 

¿Cómo ha afectado a esta política el hecho de que hayan bajado los precios del petróleo y se haya disparado el dólar?

Ese es un tema más completo. La caída del precio del petróleo significa una caída del ingreso del país. Y muy particularmente de los ingresos del Gobierno, que era el gran receptor de los ingresos petroleros, tanto a través de impuestos como de los dividendos de Ecopetrol. Entonces, esa caída de los precios del petróleo genera una caída en el ingreso, en un momento en el cual ya Colombia gastaba más que su ingreso. Piénselo como una familia, una familia que gasta más de lo que ingresa –y, por tanto, se va endeudando– y a la que de pronto le bajan los ingresos. Si esa bajada de los ingresos es temporal, pues no hay mayor problema. Si va a durar dos o tres meses, usted puede de alguna manera financiarse y posteriormente recuperarse. Pero el diagnóstico nuestro, y resultó correcto de inmediato, era que esa caída no iba a ser temporal sino duradera. Una familia que está gastando más de lo que le ingresa y ve caer el ingreso de manera duradera, ¿qué debe hacer? Primero, recortar el gasto. Y eso lo requería la economía. Disminuir el crecimiento de gastos significa un menor crecimiento económico por un periodo de ajuste. Y eso es lo que hemos visto durante estos dos años y medio.

 

¿Cómo ve la reforma tributaria que se acaba de aprobar?

Está relacionada con lo que le acabo de decir. Al Estado, en el 2013, le entraron más de 23 billones de pesos por ingresos asociados al petróleo. En 2016 le entraron cero. Eso es un bajonazo del ingreso. Al mismo tiempo, el país tiene necesidades de gasto. ¿Qué tiene que hacer el Gobierno? Reemplazar esa fuente de ingreso. Y eso es una parte muy importante de por qué el país necesitaba una reforma tributaria. Si el país no hace su reforma, necesitaría hacer una contracción del gasto muy fuerte o pondría en sospecha la capacidad de pago del país en los mercados internacionales. Y ahí nos meteríamos en un problema. O sea, la reforma tributaria era fundamental.

 

¿Pero no cree que el problema era a quién hemos debido pedirle la plata?

Eso fue una decisión del Congreso y del Gobierno. Sería imprudente de mi parte decir ahora si equis o ye impuestos se debían subir o se debían bajar. El hecho es que el país tenía conciencia de que se necesitaban los impuestos, pero al mismo tiempo la misma naturaleza humana lleva a que muchos digan que hay que subir los impuestos pero que se los suban a otros. Ese es un tema complicado.

 

Entonces le cambio la pregunta: ¿cómo anda Colombia en el reparto de la contribución?

Colombia tiene un margen enorme para mejorar en su estructura tributaria porque es una estructura compleja, con ineficiencias. Y yo creo que va a mejorar bastante con la reforma que ha sido aprobada.

 

¿Cómo cree que la reforma afectará a la economía?

Pues va a dar tranquilidad, porque la gente sabe que se necesitaba. Tranquilidad y mayor fortaleza a la economía. Probablemente eso va a incidir en que el valor de los dólares sea más estable que lo que sería si no hubiera sido aprobada la reforma. Ahora, hay unos impuestos que suben y tienen impacto sobre unos precios, pero esos son efectos de una sola vez y no deben generar enormes dificultades. Simplemente habrá un periodo de adaptación a ese cambio.

 

Pero eso va a generar que la gente tenga menos plata en el bolsillo.

Claro. Eso significa que hay una transferencia del sector privado al público.

 

¿Y eso justamente no frenará la economía?

No necesariamente, porque si genera credibilidad, y ese es un elemento fundamental, si genera confianza, el sector privado, así tenga que pagar más, va a estar más tranquilo consumiendo e invirtiendo más. Por tanto, puede expandir la economía.

 

En El Tiempo dice usted que es necesario reducir las restricciones al comercio internacional, pero la impresión en la calle es que nosotros, precisamente, estamos dejando todo en manos del mercado internacional.

Esa afirmación tiene que ver con que tenemos muchas restricciones al comercio internacional que encarecen fuertemente las importaciones. Y, en la medida en que encarecen las importaciones, hacen también más difícil exportar. Porque para exportar hay que importar. Esa es la parte que es difícil de entender. Si usted mira las exportaciones colombianas, ve que tienen un componente importado grande. Si ese componente importado, digamos de materias primas, de bienes intermedios, de los mismos bienes de capital, se encarecen, hacen que sea más difícil posteriormente exportar. Y aquí tenemos enormes trabas al comercio: con aranceles, con impuestos a las importaciones, y con una maraña de restricciones que no tienen que ver con los aranceles pero que dificultan la importación y la hacen costosa.

 

Hablando de comercio internacional, ¿cómo ve la llegada de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos y su propósito de cerrar su economía?

Si efectivamente la cierra va a perder el mundo entero, y muy especialmente Estados Unidos. Sería un golpe negativo.

 

¿El proteccionismo económico es algo en lo que ya no debería pensarse?

El proteccionismo económico impide el progreso de los países. Ahora, hay que tener en cuenta el contexto pero, en términos generales, el libre comercio, y eso lo sabe la economía como disciplina desde sus orígenes. El padre mismo de la economía, Adam Smith, tenía muy claro eso: la importancia del comercio para el progreso de los países. Sería muy desafortunado si Estados Unidos comienza a generar medidas anticomercio.

 

Con motivo de la reforma tributaria han surgido debates alrededor de la desigualdad. Da la impresión de que el sistema económico moderno está hecho para disminuir pírricamente la pobreza de los pobres a fuerza de multiplicar exponencialmente la riqueza de los ricos. ¿Cómo se justifica esa desigualdad?

El tema de la desigualdad lo aborda muy bien Angus Deaton (premio Nobel en 2015) en un libro que se llama El gran escape. En el capítulo que tiene que ver con la desigualdad, muestra que hay dos tipos. Hay una desigualdad que es el resultado del progreso, y le doy un ejemplo: la China de Mao Tsetung, o la China hasta los años setenta, era una sociedad muy igualitaria, pero inmensamente pobre. Hoy la China tiene cientos de millones de menos pobres, de personas que salieron de la pobreza. Estoy hablando de cientos de millones. Y año a año saca de la pobreza a millones y millones de personas. El elemento central de eso fue abrirse al mundo y al comercio internacional. Ese progreso viene acompañado de que hay algunos que tienen muchos millones de dólares y otros que todavía no. Eso aumenta la desigualdad. Entonces, el progreso como tal aumenta la desigualdad. Pero hay otra desigualdad que no es consecuencia del progreso, que incluso es un obstáculo: la desigualdad que se genera con la corrupción. Hay unos corruptos que se enriquecen mucho y que impiden que el Estado tenga recursos para hacer programas que ayuden a salir de la pobreza. Ese es otro tipo de desigualdad que, al mismo tiempo que genera desigualdad, genera pobreza y bajo crecimiento. Son dos cosas distintas.

 

Pero la corrupción no tiene que ver con la economía sino con la honestidad.

Tiene que ver con factores de tipo económico, con factores de tipo institucional, incluyendo aspectos culturales, etcétera.

 

Entonces desde el punto de vista económico, ¿qué se debe hacer para equilibrar las desigualdades?

El Estado debe fundamentalmente, por medio del gasto público focalizado y eficiente, contribuir a que los sectores más débiles de la población salgan adelante a través de programas de educación y salud que les permitan mayor capacidad de generar ingresos. En Colombia sucede. De hecho, la pobreza ha caído y los pobres extremos han caído de manera importante. Ahí vamos. Pero todavía hay gente en pobreza extrema.

 

¿Lo que usted quiere decir es que a uno no le debería importar que la gente rica triplique sus ingresos con tal de que se elimine cada vez más la pobreza? ¿Eso es lo que debemos entender?

Si la gente se va enriqueciendo, al tiempo que genera progreso, bienvenido ese enriquecimiento. Ahora, por supuesto, para ese enriquecimiento está el sistema tributario. Se espera que esa persona que se está enriqueciendo, y que está generando grandes ingresos, cumpla con su deber de pagar los impuestos y a través de su contribución también ayude a los más pobres. En Estados Unidos la existencia de un Bill Gates o de un Steve Jobs es de enorme utilidad. Ellos se enriquecieron, pero al mismo tiempo sus empresas pagaron impuestos y generaron progreso no solo en Estados Unidos sino en el mundo entero. ¿Cómo estaría mejor el mundo: sin ricos como Bill Gates o con personas como él? Claramente es mejor que existan.

 

Escuché decir que eso era lo que buscaba el programa de Agro Ingreso Seguro, pero que fue maltentendido: subsidiar a grandes agricultores con tal de que convirtieran a los campesinos en socios de los proyectos productivos en los que participaran. ¿Tiene lógica?

No hablo de ese programa porque no conozco los detalles. Los subsidios son importantes en ocasiones, pero si el subsidio genera un desestímulo al trabajo, termina siendo negativo. O si el subsidio no está justificado en términos de justicia social, es negativo. Y en Colombia tenemos subsidios que van de manera injustificada a sectores de mayores ingresos. Un ejemplo: puede que haya fincas de recreo de personas con muchísima plata, que están pagando tarifas de energía subsidiadas. Eso es completamente injustificado.

 

¿A qué le gustaría dedicarse ahora? ¿Le gustaría optar por otro cargo público?

No puedo optar por un cargo público porque estoy impedido durante un año. Lo único que tengo claro es que tengo ganas de trabajar. Exactamente en qué, todavía no sé. Yo no quise en algún momento avanzar con el tema de mi futuro laboral sin que se hubiese elegido quién iba a ser mi sucesor. Ni avanzar mucho mientras fuera gerente del Banco. O sea que este es un tema que iré definiendo este año.

 

 

 

*Publicado en la edición impresa de enero de 2017.