Fotos: Archivo personal
5 de Junio de 2013
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“Soy dueño de mi destino desde los once años”, dice el gran fotógrafo colombiano. Vive en Nueva York y, a punto de cumplir 93 años, está más activo que nunca.

Por Margarita Vidal

La magia de Nereo

Las muertes prematuras de su padre, cuando tenía cinco años, y de su madre, a los once, lo marcaron para siempre. Pero no le arrebataron el placer por la vida ni la curiosidad por el mundo. Desde muy joven incursionó en los ritos amatorios, pero no resistió el tedio de tres matrimonios fallidos, que contrarrestó con otros amores y nuevas conquistas frustradas. Cayó en las tentaciones de la concupiscencia y la rumba, luchó por sobrevivir y miró con desdén la marrullería de los políticos. Hasta que lo invadió la pasión por la fotografía y se convirtió en un maestro. Luchando contra el ir y venir de una tía a otra, volándose del seminario y trasegando la ciudad a bordo de un bus que le servía de vivienda, Nereo venció su complejo de orfandad, le ganó la apuesta a la vida y entró en la leyenda. Desde entonces se la ha pasado tomándole el pulso a Colombia.

Este costeño de ojos azules recorrió el mundo plasmándolo en placas inolvidables, haciendo exposiciones, admirando mujeres, publicando libros, ganando premios y realizando reportajes gráficos que publicaba en diarios como El Tiempo y El Espectador y en revistas como Cromos, Paris Match, Life y O Cruzeiro.

Pero cuando la vida es larga, la suerte se torna caprichosa y, en ocasiones, cruel. Cuando cumplió 84 se le puso el Cristo de espaldas. Tuvo problemas financieros, y, según dijo en una entrevista: “Me descubrí convertido en una reliquia, un viejo prodigio abandonado. Era como si todo hubiera concluido y no quedara por vivir ningún momento adorable, sólo el vacío, y una creciente amargura. Yo era víctima de mi propia leyenda”. Entonces se despertaron sus duendes y su corazón latió otra vez con un brío rebelde. Resolvió irse para Nueva York. Allí vive hoy, honrado con una visa de artista y un soleado apartamento, donde trabaja hasta la medianoche en un sofisticado computador que maneja con la habilidad de un hacker. Todos los días recorre la ciudad y la registra con su cámara.

¿Cómo empezó todo?

-Después de trabajar en Barranquilla fui nombrado administrador general de Cine Colombia en Barrancabermeja. Un pariente de la que era mi mujer en ese momento, me había enseñado fotografía. Llegué a reunir catorce cámaras.

¿Con qué plata?

-Todo el mundo empezó a llevarme rollos para revelar. Alquilé un local al lado del teatro, donde vendía rollos y hacía revelado. Esa plata me sobraba, y como soy aficionadísimo al béisbol, se la metía al equipo que había en el pueblo. Eran muchachos sin cinco, pero el equipo empezó a ganar, con el nombre de: Nereo Estudios Fotográficos (Risa).

¿Cómo se inició en el periodismo gráfico?

-Estaba haciendo fotos de los braceros del puerto, cuando llegó Manuel Zapata Olivella. Como no tenía plata, lo invité a vivir en uno de los camerinos del teatro. Le encantaron mis fotos de los braceros y decidió hacer un reportaje sobre el río Magdalena, que publicaron en Cromos. Poco después conocí al Mono Salgar, que me nombró corresponsal gráfico de El Espectador.

¿Qué reportaje recuerda especialmente?

-Uno para Cromos. Fue sobre la invasión a una finca gigantesca donde tenían tres caballos. Los campesinos le propusieron al dueño que la dividiera: la mitad para sus tres caballos y la otra mitad en arriendo para toda la gente que quería trabajar. Le ofrecieron la mitad de lo que produjeran y la otra mitad la repartirían entre todos. Les respondió: “Yo no necesito limosna de hambrientos”. Por eso lo invadieron.

Bueno, ha sucedido muchas veces.

-Colombia es un país muy inequitativo, gobernado desde Bogotá, donde se olvidan de las regiones. Una vez fui a San Agustín con una novia venezolana y la señora que nos vendió algo para tomar nos contó que tenía tres hijos: uno en la guerrilla, el segundo en el Ejército y el tercero en la escuela, a donde se gastaba dos horas para llegar, y cuando regresaba, después de caminar otras dos horas, sólo había una taza de aguapanela como cena. Ese también se hizo guerrillero.

Usted se ha casado ‘ene’ mil veces.

-‘Ene’ mil no, pero sí varias. Mi primer matrimonio fue a los 18 años con una cartagenera, instigado por los lamentos de mis amigos porque estaba muy solo. Luego conquisté a una gringuita en Nueva York, deslumbrándola con los caimanes del Magdalena, las boas, las bandadas de pájaros y los amaneceres. Pero cuando íbamos para Bogotá, un periódico publicó el tema del corte de franela y no pude convencerla de ir a Colombia. Después me casé con una parienta de Manuel Zapata Olivella. Resolvimos que ella se volara de su casa para casarnos en San Antonio del Táchira.

¿Tiene hijos?

-Sí, un hombre y una mujer del primer matrimonio, y dos hijas del último, ambas médicas.

Fue corresponsal de El Espectador. ¿Por qué se pasó a El Tiempo?

-Cuando cerraron El Espectador, me llamó don Enrique Santos Castillo. Pero como expuse en la Unión Soviética, me tuvo un año sin publicar mis fotos por haber estado donde los comunistas. Es que él era muy reaccionario (Risas). Luego me contrataron como jefe de fotógrafos de Cromos.

Fue famoso su reportaje gráfico sobre la caída de Rojas Pinilla. ¿Cómo es la historia?

-En la madrugada del 10 de mayo del 57, cuando se desató el escándalo, logré tomar estupendas fotografías antes de que las autoridades controlaran la situación y de que llegaran los colegas. Le iba pasando los rollos a Sevillita, mi asistente, hasta que me dieron un culatazo, me quitaron la cámara y sacaron los rollos para velarlos. Por fortuna no revisaron a Sevillita y nos jalamos un reportaje de antología en Cromos.

¿Cuándo se internacionalizó?

-Con Camilo Monroy fundamos Noticia Gráfica, una agencia de noticias en la que él hacía los textos y yo las fotos, para revistas internacionales. Recorrí Colombia y la conocí como la palma de mi mano.

¿Cómo recuerda La Cueva, el bar a donde iban intelectuales de la época, en Barranquilla?

-Iban escritores, pescadores, rumberos. Alejando Obregón era la estrella. Los fotografié a todos y me precio de haber hecho los mejores retratos de Alejandro Obregón, que era mi amigo. Él era reacio a posar, pero yo le decía: “Deja la maricada, el fotógrafo soy yo”.

Hizo una exposición que llamó ‘Toros desde la otra barrera’. ¿Por qué detesta las corridas? 

-Montamos más de 150 fotos ridiculizando el toreo, en plena temporada. A la entrada pusieron un libro para anotar las opiniones de la gente y recuerdo una que decía: “No hay duda de que Nereo es un gran fotógrafo, pero también es un gran hijo de…”. Debió ser un banderillero. (Risa). Lo que pasa es que detesto la crueldad y no me gusta que torturen a los toros.

Cuando tenía 84 años atravesó una etapa muy crítica.

-Ese es un capítulo muy oscuro de mi vida. Había montado una escuela de fotografía que fracasó porque los alumnos, de buena fe, aclaro, me hicieron la competencia. La cosa empezó a declinar y yo a desesperarme, hasta un punto crítico, porque mi fiador era Kodak. La verdad es que me iba a suicidar porque estaba muy angustiado, deprimido y, además, soy muy orgulloso. Tuve la suerte de que una novia que había tenido vivía en Nueva York, casada con un puertorriqueño. Cuando supo de mi crisis me invitó a venir y estuve un tiempo con ellos en su apartamento. Me sacudí las malas energías y los negros pensamientos y arranqué otra vez en una ciudad tan extraordinaria ¡que tiene 140 galerías de fotografía! Me fui quedando. Una abogada me salvó la vida porque me sacó una visa de artista.

¿Eso qué significa?

-Es una visa especial para personas con talentos artísticos. Si uno puede probar su trayectoria, la tramitan y la adjudican, como me pasó a mí. Yo tengo ya casi 70 años haciendo fotografía en el mundo entero, y eso facilitó el trámite. Tengo seguridad social y hace cuatro meses la ciudad de Nueva York me adjudicó un apartamento en Manhattan y me jubiló.

¿Dicta todavía clases de fotografía?

Sí, hago cursos de diez horas, de introducción a la fotografía, con cámara digital, un sistema al que me pasé encantado porque facilita mucho las cosas. La fotografía es un lenguaje, es narrar con imágenes lo que los cronistas escriben y tiene una norma básica: composición, luz y color. El año pasado hice un viaje con un grupo de alumnas a Europa, que me sirvió también para establecer contrastes: Colombia es tan bella y da rabia ver cómo la maltratan. ¡Por Dios! ¿Cómo abandonan un río tan espectacular como el Magdalena? ¿Cómo es que no hemos podido entendernos para lograr la paz en 60 años?

¿Cómo se siente hoy?

-Muy bien. Ahora soy un aficionado a la fotografía (Risa). Hago series. Como circulo constantemente por la ciudad y tengo muy bien entrenado el ojo, encuentro temas en cada esquina. Estoy haciendo una serie que se llama From my Knees (Desde mi rodilla), porque en el metro encuentro gente interesantísima. Con la cámara puesta sobre mi rodilla voy tomando fotos sin ver y al final del día hago una selección. Salen cosas espectaculares. Soy ‘patacaliente’ y Nueva York es una cantera inagotable.

¿Piensa en la muerte?

-Poco. Pero les he dicho a mis hijas que no quiero homenajes cuando muera. Quiero que me incineren y echen mis cenizas al agua, porque Nereo es un dios del mar, padre de las Nereidas, y porque yo nací a orillas del Caribe.

Me dicen que no las tiene todas consigo en relación con Colombia. ¿Por qué?

-El país de uno es el país de uno, pero, usted que es periodista, sabe muy bien que los artistas en Colombia carecemos de apoyo.

Pero su hoja de vida registra que en Colombia le han dado todos los honores, de la Cruz de Boyacá para abajo.

-Bueno, yo no he dicho que me haya ido mal. Oficialmente me han tratado bien, pero ¿qué hago yo con tantas medallas? Podría colgármelas, pero quedaría como el ministro de defensa de Hitler.

¿Cómo fue su viaje con Paulo VI?

-Mi intención era lograr unas fotografías indiscretas del papa. Pero, para mi sorpresa, encontré que en primer término no podía ni siquiera rozarlo y, en segundo lugar, que era un personaje con un poder tan grande, que uno no podía ni mirarlo a la cara. Era un hombre bondadoso, pero de una personalidad sumamente fuerte.

También fue escogido para acompañar a Gabo cuando le entregaron el Nobel.

-Sí, pero como el delegado que había enviado Colcultura para solicitar las credenciales olvidó la mía, me tocó meterme, bailando, con mi cámara, confundido entre los artistas, y logré hacer una crónica maravillosa. Ahora que se cumplieron 30 años de la entrega del Nobel propuse hacer un libro, pero no me pararon bolas. Pusieron en la Plazoleta del Rosario una serie de fotografías mías y ni siquiera me consultaron. Un ‘raponeo’ absoluto. En todo caso, voy a tener todo organizado por si Gabo se muere primero que yo (Risas).

¿Tiene novia?

-No, porque el problema es que las mujeres quieren convivir con uno y ya no estoy en ese plan. Algunas piensan que ya estoy muy grande para ellas y eso me ha acomplejado un poco. Por eso he decidido hacer como Jesucristo: “Dejad que las niñas lleguen a mí”, aunque no me gustan las peladas (Risas).

¿Hizo fotos de mujeres desnudas?

-Tengo 120 mujeres fotografiadas en bellos desnudos, porque con Duván Coronado montamos una agencia de modelos, donde todas aspiraban a salir en televisión o dedicarse a la pasarela. Queríamos hacer un libro, pero no se concretó. Ahora no veo oportunidad porque la moda es que las muchachas se depilen y la “estética” es muy diferente (Risas).

¿Todavía baila maravillosamente?

-Estoy inscrito en una asociación de mayores que bailan como si fueran adolescentes, y me regalaron un libro que se llama: La primavera del ocaso. Calcule usted.