Fotografía | Viviana Reinoso
28 de Diciembre de 2018
Por:
Fernando Gómez Garzón

El caricaturista pereirano nos recibió en su casa de Dosquebradas para hablar de su oficio y de sus personajes. Dice que ninguno de los candidatos tiene humor y que el humor que miente no da risa.

La hora de Matador

Ni siquiera en el trance de que el Estado le autorizara por fin una eutanasia, por por cuenta de un cáncer de boca irremediable que era una tortura constante, Ovidio González, padre de Matador, dejó que se le escapara el humor. A un amigo que le pidió que le regalara un disco, le firmó una dedicatoria: “Con todo el cariño, a Gustavo Colorado, motivo viaje…”. Cuando los medios lo entrevistaron sobre la muerte asistida, aseguró: “Cuando me muera me voy a llevar este zapato, porque la muerte entristece y el zapato con suela”. Era zapatero.

 

En este ambiente de chistes corrosivos se crió Julio César González, mejor conocido como Matador, el mayor de cuatro hermanos en una familia que vivía de ‘mamar gallo’. “En mi casa con mis hermanos nos hacemos bromas pesadísimas. Y eso aliviana mucho la carga, porque crecimos bajo el yugo del judeocristianismo, con eso de que todo lo que daba placer era malo. El escape era el humor”.

 

Su padre, sin embargo, era un ateo que nunca terminó la primaria. “Pero leía mucho. Con decirle que leyó un libro de Stephen Hawking, sin entender mucho me imagino. Tuvo un amigo comunista zapatero. Me acuerdo que el primer libro que le vi a mi papá en la casa era Mi lucha, de Hitler. Entonces, aunque ni mi mamá ni mi papá hubieran estudiado, en mi casa siempre hubo una pequeña biblioteca. Con razón asumió la eutanasia, porque si no hubiera sido ateo, habría sido lo que dios quiera. Fue muy duro pero muy bonito. Cuando usted tiene un dolor que sabe que no le va a pasar, se despacha. Y es hasta bacano. Muere como estrella de rock: drogado”.

 

Julio César se puso Matador por la canción de Los Fabulosos Cadillacs. Esta es parte de la letra: “Me dicen el matador, nací en barracas/si hablamos de matar mis palabras matan/no hace mucho tiempo que cayó el León Santillan/y ahora sé que en cualquier momento me las van a dar. Me dicen el matador me están buscando/en una fría pensión los estoy esperando/agazapado en lo más oscuro de mi habitación/fusil en mano, espero mi final. Me dicen el matador de los 100 barrios porteños/no tengo por qué tener miedo, mis palabras son balas/balas de paz, balas de justicia/soy la voz de los que hicieron callar sin razón/por el solo hecho de pensar distinto, ay Dios/Santa María de los Buenos Aires/si todo estuviera mejor”.

 

 A Matador le gustó, sobre todo, la mención al cantante chileno Víctor Jara: “Que suenan, son balas, me alcanzan, me atrapan, resiste, Víctor Jara no calla”. “Cuando derrocan a Allende, en 1973, llevan a todos los comunistas al estadio de fútbol y los empiezan a torturar –cuenta Matador–. El mito es que Víctor Jara entró con la guitarra y le mocharon un brazo y, sin embargo, siguió tocando. Es el mito. En realidad, le dieron 40 tiros de metralleta. Me gustó la historia. Por eso me puse Matador. Y en un país tan violento, usted puede matar de risa también”.

 

El arma de Matador es del plumón con el que elabora diariamente sus caricaturas, que ya son como una marca registrada en El Tiempo. En período electoral, sin embargo, sus punzantes dibujos han despertado especialmente la sensibilidad de ciertos lectores que, escudados en el apasionamiento y la defensa de su candidato preferido, reaccionan con delirio en las redes sociales. Esa sensibilidad se expresó primero inocentemente en la figura de una acción de tutela, interpuesta por un ciudadano que se quejaba ante la Corte Constitucional porque consideraba que pintar a Iván Duque como un cerdito vulneraba su derecho a la imagen y al buen nombre. Pero después la susceptibilidad se tornó violenta, cuando un seguidor del Centro Democrático prácticamente lo amenazó de muerte en Twitter.

 

¿Cómo se enteró de que había una tutela en su contra?

Me había tomado unos tragos con mi hermano. Al otro día, todo ‘enguayabado’, recibí un correo de El Tiempo en el que una señorita del Departamento Jurídico me explicaba que habían interpuesto una tutela contra el periódico y contra mí. Era un tipo de apellido Reyes Villamizar, que tiene un pool de abogados y se había sentido indignado con una caricatura de Iván Duque, que lo que hacía era que hablaba bien de Duque. Era un marranito que se decía a sí mismo que él era el único que no era cochino entre el uribismo. Y si usted lo va a ver, es verdad.

 

¿Y qué hizo al respecto?

Lo primero fue llamar a Daniel Samper Pizano, que ha sido como mi maestro. Le pregunté qué hacer. El año pasado me hice amigo de César Rodríguez Garavito (jurista, especialista en derechos humanos) y también lo llamé. Por el tema de la eutanasia de mi padre, me hice amigo de un exmagistrado, y este me presentó a una expresidenta de la Corte. Ella me ayudó con el tema de la tutela. Había gente que me llamaba y se me ponía a la orden para representarme. Me tocó desechar gente. En ese momento no le puse mucha atención al asunto, pero luego supe que la cosa era de más calado. Si la tutela salía en contra, sentaba un precedente y cualquier periodista que dijera algo mínimamente ofensivo, siendo su opinión, podría ser entutelado. Era una mordaza. La tutela salió a favor. Menos mal.

 

A propósito de la caricatura de Duque, alguien le mandó un trino diciendo que le daba pesar que en Colombia no hubiera radicales como en Francia para que actuaran contra usted como los que atentaron contra Charlie Ebdó. Y luego sucedió una amenaza directa, el trino de un seguidor del Centro Democrático que decía que lástima que no existiera Castaño para que lo mandara a callar, trino por el cual usted decidió suspender las publicaciones en Twitter. ¿Por qué las suspendió?

Esas reacciones lo van cargando a uno de cosas. Como se han incrementado las amenazas y el tono, mi hermano me dijo: “Bájele. ¿O usted quiere ser el otro Jaime Garzón?”. También hay gente que me escribía: “Hermano, cuídese”. Y en la polarización que está el país, llega cualquiera y, por quedar bien con el patrón, chao. Pues uno lo piensa. Yo pensaba: ‘bueno, soy caricaturista, qué hijueputas, hagámosle. ¿O qué hago, pues?’. Pero las amenazas por Twitter se intensificaron y decidí suspender las publicaciones por mis hijos.

 

¿Qué opinión tiene usted de esas reacciones?

Creo que el tema se ha vuelto más recurrente y más ofensivo porque las caricaturas mías han sido más contundentes. Ellos me insultan y yo les respondo con una caricatura, no más ofensiva pero sí más dura. Y todo el malestar radica en la figura del cerdo. ¡Y la figura del cerdo no me la inventé yo!

 

Y entonces, ¿quién la inventó?

Alguna vez vi un ‘meme’ de Iván Duque y Porky. Y en el ‘meme’, a Porky le habían puesto –con un programa de edición– los ricitos de Duque. Y haga de cuenta, hermano. Yo dije: este es. Y hay otra cosa. A Uribe siempre le ha gustado ser titiritero, aparte de ser camandulero. Le gusta manejar títeres. Cuando él intentó montar a Uribito (Andrés Felipe Arias), Uribito era un títere. Era la copia de Uribe. Zuluaga era títere también. Santos (Juan Manuel), más inteligente, fungió cierto tiempo de títere porque sabía que sin Uribe no llegaba a la Presidencia. Fue más sagaz políticamente. Eso es lo que a Álvaro Uribe no lo ha dejado dormir en ocho años. Pero Duque es más que un títere. Duque es un tipo estudiado, formado intelectualmente, un tipo sosegado. Ese tipo de imagen era la que necesitaban para lavar toda la cochinada del uribismo.

 

De Duque, siguiendo su caricatura, han escrito en broma que es el único limpio porque no ha ocupado ningún cargo público.

Exacto. ¿Quién conoce a Duque? Es más: mucha gente me dice que cuando ven a Duque, no ven a Duque sino que ven al cerdito. Y entonces los uribistas están muy ofendidos, y los del Centro Democrático, que porque eso es una falta de seriedad. ¡Imagínese pedirle seriedad a un caricaturista!

 

¿Es la primera vez que utiliza animales para caricaturizar personas?

No. Eso se usa mucho en caricatura. Vea a Pastrana. Desde que hizo las paces con Uribe se convirtió en el perrito faldero. Por eso le digo que Duque es la mascota. No es el títere sino la mascotica que él está entrenando para que haga los trucos. El marrano es un animal muy inteligente. En Rebelión en la granja, de George Orwell, el cerdo era el líder y los cerdos son los que se toman el poder. Y hay que ver cómo eran.

 

¿Cuál debe ser la ética de un caricaturista?

Hay una regla muy sencilla: el caricaturista político caricaturiza el poder: al alcalde, al presidente, a los magistrados, al gobernador, a toda persona pública. La línea que yo no cruzo es la de la vida privada de la gente. Ningún caricaturista puede cruzar esa línea. Y se puede hacer caricatura de cualquier tema, por horrible que sea. Yo he caricaturizado masacres, pero con respeto a las víctimas. Todo depende del tono.
 

¿Cómo diseña sus personajes?

Hay algo muy cierto que dice el maestro Osuna, el mejor caricaturista vivo del país. Es tirado un poco a la derecha pero es un tipazo. Osuna dice que la caricatura no la hace el caricaturista sino que la caricatura la hace la víctima. ¿De dónde salen los crocs de Uribe? Un día lo vi en El Espectador vestido de cachaco y con crocs. ¿De dónde salió el casco de Santos? Una vez se fue al Chocó para tomarse la foto en una ofensiva contra la minería ilegal. Entró a zona roja, le pusieron un casco y un chaleco antibalas, y el casco le quedaba grande, le bajaba hasta la nariz. Esos son los ‘papayazos’ que uno tiene que aprovechar. En una sociedad tan veloz de información, una sola cosita ya determina el personaje.

 

¿La virtud del caricaturista es estar atento a los ‘papayazos’?

Sí, el caricaturista debe ser muy observador. Es la base del periodismo y de la investigación.

 

Lo que más sorprende de usted es su capacidad de reacción. ¿Cuántas caricaturas presenta en El Tiempo al día?

Este es un ejercicio mental mío. Conmigo hay más caricaturistas en El Tiempo. Y hay un espacio limitado. Son tres caricaturas diarias. Yo decidí, en la medida de lo posible, presentar siempre tres caricaturas diarias, se publique una, dos o tres. Eso da alrededor de mil caricaturas al año. No digo que buenas, la mayoría serán malas, pero considero que entre la caricatura uno y la caricatura veinte mil, ya ha mejorado uno un trisito. Y a mí me encanta. Yo no considero esto un trabajo. Es como un juego, me divierto mucho. Yo miro una persona fea en el ascensor y ya me lo imagino en caricatura. Es una deformación profesional.

 

¿Cómo hace para tener el marcador calibrado y el texto en la mente para reaccionar apenas suceden las noticias?

Es trabajo, hermano. Hay un documental que se llama Abstract. Y en el primer capítulo muestran la vida creativa de un ilustrador muy bueno, Christoph Niemann, un alemán. Él decía que la inspiración es para los principiantes, que el verdadero profesional solamente va a trabajar. Agregaba que los artistas tienen la concepción de que la creatividad consiste en fumarse un ‘bareto’ y esperar que llegue la inspiración. Es mentira. No funciona así. Funciona trabajando. Es sentarse e imaginarse estar aquí, en Dosquebradas, callado, concentrado, hasta que salga la noticia. Hay que leer mucho también. Yo leo por la mañana una hora, dos horas, periódicos y blogs, y voy anotando en una libreta: cerdito, semana santa… y tengo veinte o treinta temas, y esos temas los puedo unir. Uno se va volviendo el ojo más finito. 

 

¿Dónde aprendió a dibujar?

Hermano, yo no... Le voy a contar una historia: mi carrera es la publicidad. A mí me echaron de la universidad, me vine para Pereira, pedí trabajo en una agencia de publicidad y mi primer trabajo era hacer un dibujo de un equipo de fútbol, pero de manera realista, no en caricatura. No fui capaz y a los dos días me echaron. Entonces yo no sé pintar al óleo, no tengo esa formación artística. Lo mío son los mamarrachos.

 

Perdóneme que insista: en el momento en que decidió hacer caricatura, ¿no se le ocurrió tomar un curso de dibujo?

Es el estilo feo. Cuando, por fin, salí del colegio, le dije a un amigo que estaba con ganas de estudiar Bellas Artes. Y él me contestó: “No, no, no, allá se le tiran el dibujo”. Nunca se me olvida eso. Como le digo, no sé pintar al óleo, yo no sé nada, solo sé pintar mamarrachos. Y me gusta una palabra que usan cuando quieren hablar despectivamente de uno: pintamonas. Esa palabra me parece bonita, porque le quita a uno el rótulo de caricaturista o de artista gráfico. Si a usted le dicen pintamonas, ya.

 

¿O sea que usted es un pintamonas?

Sí. Y es más bacano porque lo despoja a uno del ropaje serio, de ‘mamarrachólogo’. ¿Sí me entiende?

 

¿Dónde estudió Publicidad?

Estudié en Manizales dos años, hasta que me echaron porque no hacía sino beber. Uno piensa que cuando tiene un poquito de talento, eso le basta. No. Al talento hay que darle muchas horas de trabajo. Me echaron y entonces terminé en la Andina, aquí en Pereira, cuando abrieron Mercadeo y Publicidad.

 

¿Entonces ya pensaba que podía ser un buen caricaturista?

Era un hobby. Yo les ‘mamaba gallo’ a los profesores, dibujaba a mi mamá y a mi papá. Incluso dibujé a un tío que es policía, y se puso todo puto. Me llevó adonde mi papá para que me pegara. Y mi papá se toteó de la risa. Estaba el hobby y por eso escogí una carrera afín a lo creativo. Incluso tuve agencia de publicidad. Tenía mis clientes. Chévere. Y hacía caricaturas para un periódico local. Para el Diario del Otún, y después para La Tarde, que ya se acabó. Luego sí pude vivir del hobby. 

 

¿Y cómo fue eso?

Yo trabajaba en el Diario del Otún en la parte de avisos. Diseñaba avisos. Un día, Hernán Sansone, que trabajaba en arte en el periódico, entró y preguntó: ¿quién sabe dibujar? Porque el caricaturista, que era Mheo, se había ido para El País. Yo levanté la mano y empecé. Como no tenía la conciencia de lo que pasaba políticamente, lo único que dibujaba era perritos montados.

 

¿Solo perros?

Yo no sé. Publicaba eso. Perritos pegados. No sé por qué. Trabajaba como creativo y me bajaba a la rotativa donde había una mesa de dibujo, hacía los mamarrachos, los pasaba y ya. No me pagaban aparte. Después pasé a La Tarde y me pagaban muy poquito. Pero no me importaba porque lo que yo quería era tener ese espacio. 

 

¿Al principio solo dibujaba?

Sí. Eran unas caricaturas malísimas. Luego, por intermedio de mi hermano Diego, que es ambientalista y se comunicaba permanentemente con Daniel Samper Pizano por ese tema, le mandé unas caricaturas mías que había expuesto en Pereira. Eso fue por allá en 2002 o 2003. Daniel se las envió a los directores: Rafael y Enrique Santos. Rafael me llamó y me dijo que le habían gustado, que le mandara más. Yo mandé durante un mes, para que vieran alguna consistencia.

 

¿Ya eran caricaturas políticas?

Sí. Así me enganché a trabajar con ellos. Era una caricatura a la semana, o dos.

 

Pero su maestro Daniel Samper dice que fue al contrario, que usted no hacía sino mandarle caricaturas y mandarle caricaturas rogándole para que las publicara.

Eso es pura mentira. También dice que yo estaba atracando en el río Otún y que me pilló y, cual padre Javier de Nicoló, me sacó de la calle. Él es así. Yo lo quiero mucho. Además porque antes de ser caricaturista, era una de las personas que más admiraba. Crecí leyendo los libros de él. Como me gustaba el humor, mis maestros fueron Klim, Samper Pizano, Fontanarrosa. Quino también. Ese fue mi caminito.

 

¿Y hubo algún convenio con El Tiempo sobre los temas que iba a tratar o sobre el estilo que debía seguir?

Hermano, yo no tengo contrato con El Tiempo. Yo soy freelance. Y eso es más bacano porque uno no está amarrado. He hecho unas cosas que pienso que no van a publicar y al otro día aparecen publicadas. Eso pasa porque la sociedad ha cambiado mucho. Con todo el cúmulo de información que recibe usted por internet, ¿cómo va a censurar algo? Hace cuarenta años usted no podía dibujar nada sobre la Iglesia. Hace como 20 años hice una caricatura aquí en Pereira de un man confesándose: “Padre, acúsome que soy gay”. Y el cura respondía: “Reza dos padres nuestros y déjame tu teléfono”. Al otro día, salió el prelado de acá en la misa del domingo diciendo que yo era el demonio. 

 

Su cuenta de Twitter está encabezada por la frase de un político estadounidense, William M. Tweed: “Me importan un bledo esos artículos periodísticos: mis votantes no saben leer, pero no pueden dejar de ver esos malditos dibujos”. ¿Es así de poderosa la caricatura?

La caricatura tiene ese poder. No creo que tumbe un presidente, pero en comunicación sí. Y lo digo porque yo, muy pequeño, vi a mi papá toteado de la risa viendo dibujos de Osuna burlándose de Pastrana. Y a mí se me quedó grabada esa imagen, porque mi papá no terminó primaria, pero eso no quería decir que no fuera inquieto intelectualmente. Siendo un zapatero que no había terminado primaria, era un librepensador. Yo crecí viendo eso. Y la caricatura tiene ese poder en la brevedad. Es como un aforismo gráfico. En la brevedad es contundente. Mire el fenómeno de los ‘memes’. Es de estudiarlo. Yo copié el cerdito de un ‘meme’ y, a raíz de todo este lío de la tutela, se disparó la figura del cerdo. La gente se apropió de él y me mandan unas cosas tremendas.

 

¿Y usted cree que Duque se está convirtiendo en el paradigma?

Sí. Y he pensado en una caricatura que es Uribe convirtiéndose en cerdo, como que se clona con Duque. Y entonces ya se llama el cerdo democrático.

A fuerza de insistir, uno se lleva la imagen que el caricaturista le ofrezca. Ya uno no ve a Uribe como Uribe ni a Duque como a Duque.

 

Muy fuerte, ¿no?

Es que la imagen que pretende Uribe es edulcorada. Ese no es Uribe. Es lo que quieren vender de Uribe. Realmente la caricatura lo desnuda. Lo despoja del ropaje.

 

¿Y en eso consiste la caricatura, en despojar del ropaje?

Sí. Hay un caricaturista que dice que la risa es el disolvente del simulacro. Por eso el poderoso no tiene como contrarrestar la burla. Duque dice que él se ríe, pero no creo que sea tan bueno.

 

Usted empezó en El Tiempo en 2003. Durante todo este tiempo, teniendo en cuenta la irrupción de las redes sociales, ¿hay mayor o menor tolerancia al humor?

Menor, porque se hace más evidente. Decía Umberto Eco que antes usted sacaba una caricatura y, si la gente se quería quejar, le tocaba escribir un ‘marconi’ o una carta a la Dirección, y se demoraba la respuesta. Hoy día la queja es inmediata. Hay otra cosa muy peligrosa y es la corrección política, que ve en el humor y en la libertad de expresión un enemigo al que hay que atacar. Y el humor es uno de los últimos bastiones en esa batalla que hay que dar.

 

Deme un ejemplo.

Usted no puede hacer un chiste sobre negros. Mire lo que le pasó al ‘Sargento Micolta’, el personaje de “Sábados Felices”*. Fue una completa estupidez esa presión para que lo sacaran por hacer de negro. Al tipo le tocó blanquear al personaje y cambiar el discurso. Es una estupidez. Montecristo tenía un personaje que era un gay, Montecristina; estaba el bobo, estaba el marihuanero, estaba el borracho. Y todo el mundo se reía, porque eso quedaba en el plano de lo jocoso y de la risa. Pero hoy día usted no puede hacer chistes con animales porque ya los animalistas se enfurecen. Los veganos se enfurecen. Las ‘feminazis’ se enfurecen.

 

Precisamente con las feministas usted ha tenido lances delicados. Uno de ellos en una feria del libro, cuando en una acalorada discusión de Carolina Sanín sobre la violencia contra las mujeres, usted bromeó: “A mí una vez una modelo me quiso violar”. ¿No fue una impertinencia decir eso en este país que tiene tantos casos de mujeres violadas?

Fue un chiste tonto, y me fue ‘remal’. Pero es que las feministas ven el falocentrismo en todo lado. Tanto que por el solo hecho de ser hombre, ya usted es sospechoso. Mire a lo que se ha llegado. A todos nos ha pasado, que hemos querido dar un beso y la hembra no nos ‘copia’, pero usted hace el amague. Eso ya puede ser considerado acoso, y lo montan en la palestra con que es un acosador. Y ya si usted se acuesta con una mujer, ella ya puede decir que la violó. Es una vaina terrible. Es una cacería tenaz.

 

¿Pero no es ese cambio de mentalidad el que buscan las feministas, los negros y los gays, precisamente para que ya no se hagan ese tipo de chistes?

Pero hay que hacerlos, hermano. Con tal de que el chiste diga la verdad, porque el humor con mentiras no da risa. Mire que cuando mataron a Garzón, la gente se indignó porque Garzón decía la verdad. El bufón de la corte es el que dice la verdad del imperio. Puede que a usted la caricatura no le guste, le parezca fea, que ataque a nuestro inmaculado Centro Democrático. Pero si usted me comprueba que lo que estoy diciendo es mentira, válido. Pero lo que dije de Duque en la caricatura por la que me entutelaron es cierto. 

 

En medio de toda esta exacerbación política, ¿los caricaturistas conservan la independencia?

Los que yo conozco van con el ‘tache’ levantado y son muy críticos. Y son buenos. No creo que haya caricaturistas vendidos. Como yo ataco al uribismo –no es que yo odie a Uribe, sino lo que hay detrás de Uribe–, cogieron a un muchacho que no sé quién es, que toma mis caricaturas y les modifica los textos de manera que digan lo contrario. Yo me llamo Matador, y él Retador. Es un trabajo muy arduo porque es de dedicarle tiempo. Creería yo que el Centro Democrático está en eso. Ellos tienen mucho poder de manipulación, y como no tienen humor... Tienen un caricaturista que se llama Ricky, que es de El Colombiano. Un amigo dice que en Antioquia la gente no lee El Colombiano; lo reza. Y Ricky veo que tira unas caricaturas que no son chistosas porque se caen de su peso: defender el proyecto de derecha del país.

 

¿Entonces usted cree que la derecha es contraria al humor?

Y la izquierda lo es más. Mire a Maduro, a Correa. No soportan que alguien se burle de ellos. Y la izquierda es solemne. Un eleno, que es un radical, no tiene humor. Cómo será que las Farc eran más relajadas. En el discurso que yo di cuando gané el Premio Simón Bolívar me encontré una frase de un periodista ibaguereño de hace como cien años. El man decía que el periodista debía ir a contracorriente. Si el poder va para un lado, el caricaturista para el otro.

 

¿No es irónico que cuanto más mal les va a los políticos, mejor les va a los caricaturistas?

Y más mal le va al país. Si Duque llega a la Presidencia es como si a uno le dieran lechona cuatro años. Para mí sería maravilloso, pero el desastre para el país sería total. Para las instituciones. Uribe las acomodaría para él. Sería un Maduro de derecha.

 

Y desde su punto de vista de caricaturista, ¿cómo ve usted a los candidatos?

Hermano, todos son malos. 

 

O sea, ¿todos son dibujables?

Todos son una caricatura. Y ninguno tiene humor.

 

¿Cuáles son los que disfruta dibujar?

El cerdito. A Fajardo también le he cogido el ‘tiro’. El más duro es Germán Vargas. No le he cogido el ángulo. La manito sí se la dibujo perfecta. Ahorra uno mucha tinta porque le faltan dos dedos.

 

¿Lo mejor que le podría pasar a usted cómo caricaturista en estas elecciones qué es?

Que gane Duque. Pero al país le iría terrible. No por Duque, sino por quienes están montados en el marrano. 

 

¿Se ha preguntado en qué consiste el humor?

Esta analogía la leí en un libro: el humor es como una mariposa. Usted ve la mariposa y se pregunta cómo hará para volar. Coge la mariposa y le quita las alas, las antenas y no lo ve. No hay forma de describir el humor.

 

¿Por qué el humor colombiano es tan negro?

Porque sirve de catarsis. Este es un país psicópata. Es un país de locos. Donde la gente no tenga una salida del humor, nos matamos.

 

*Publicado en la edición impresa de abril de 2018.