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3 de Febrero de 2021
Por:
Catalina Uribe Tarazona

Una periodista de nuestra publicación relata cómo fue ser presa de lo que los norteamericanos llaman 'Doomscrolling': consumo excesivo de información negativa en internet y en redes sociales.

¿Informarse o infoxicarse?

UN DISPOSITIVO conectado a internet las 24 horas del día es una gran ventaja para la mayoría de los seres humanos contemporáneos. Según el reporte Digital in 2020, más de 4. 500 millones de personas utilizaron internet a principios del año pasado y más de 3.800 millones fueron usuarios activos de las redes sociales. Pero –como bien se sabe–, todo exceso es malo.
 
Yo no lo entendí hasta que lo experimenté. Escribo para esta revista hace algo más de dos años y mi trabajo depende, en gran medida, de las noticias que recibo a diario a través de redes sociales y medios de comunicación. Mi experiencia con la sobrecarga de información comenzó el 21 de noviembre de 2019: el primer día oficial de paro nacional. Me desperté con mucha emoción por lo que iba a suceder. Y, en efecto, el 21N se convertiría en un día histórico, no solo porque la multitudinaria manifestación social de hastío marcó un precedente en el país, sino porque ocurrieron hechos lamentables como el asesinato de Dylan Cruz, las “múltiples invasiones” a conjuntos residenciales y los toques de queda en algunas ciudades principales del país.
 
Asistí a la marcha y, aunque estuve poco tiempo, me sentí contenta, pues sentí que era mi responsabilidad apoyar las luchas convocadas. Durante todo el día estuve conectada al celular para estar al tanto de cada detalle. Por supuesto, las redes sociales cumplían bien con su tarea, y en ellas ya se leía acerca de posibles infiltrados, de sabotajes y una infinita lista de las que luego probarían ser fake news. Eso, sumado a la tensión que se vivía en las calles, hizo que mis emociones empezaran a mostrar signos de alerta.
 
 
  • TODO SE SABE, AUNQUE NO SE QUIERA
El 21N no fue un día, sino que se prolongó durante semanas. Como periodista, yo hacía parte de muchos grupos de WhatsApp en los que la información –verificada o no– volaba. Al cabo de unos días, sentí que mi celular ya no era una fuente de consulta de información, sino una verdadera amenaza para mi salud mental. El fervor de los manifestantes –enardecidos por la falta de escucha oficial– se sumó a las noticias sobre supuestos secuestros, así como a imágenes explicitas de asesinatos, videos de abusos policiales, audios de amenazas a líderes sociales y, por supuesto, titulares estrepitosos de prensa. Para colmo de males, los medios también cubrían los temblores ocurridos en el mismo mes y un rumor creciente acerca de un virus agresivo que atacaba Asia.
 
 
A la merced de la pantalla, me convertí en un manojo de nervios. La calidad de mi sueño se redujo y cada visita a los portales web o a las redes era un martirio, con lo cual mi productividad en el trabajo se vio afectada. Al respecto le pregunté a la doctora Jeimy Cruz, psicóloga clínica de Remy IPS, centro especializado en salud mental. Además de comunicarme que al fenómeno que padecí se le denomina síndrome  de fatiga por información, sostuvo que “algunos de los síntomas asociados son: insomnio, pensamientos recurrentes sobre algo que se leyó y causó malestar, inquietud, sentimiento de angustia, miedo desbordado, cambios en los estados de ánimo, cansancio, falta de apetito o apetito voraz, entre otros”. Me aclaró que no todas las personas presentan todos los síntomas o con la misma intensidad: la variabilidad depende de cada individuo y de su nivel de vulnerabilidad frente a acontecimientos desafortunados.
 
 
En mi caso, los síntomas variaban a diario. A veces nada incomodaba, pero en otras ocasiones lo más insignificante creaba una tormenta de emociones. Y, aun así, mi apego a las noticias fue constante. Al parecer, no es extraño: aunque nuestro cuerpo nos dice que ciertas palabras, imágenes e información nos alteran, informarse también puede ser una adicción. Luis M. Romero-Rodríguez y Rosalba Mancinas-Chávez, dos españoles profesionales de la comunicación y autores del texto Sobresaturación informativa –presente en el libro Comunicación institucional y cambio social–, afirman que “acostumbrarse a permanecer en un escenario de ‘infoxicación’ constante, hace que no estarlo ocasione estrés y una ‘sociodependencia’ compleja”. Esto –dicen ellos– obliga a los seres humanos a querer estar conectados en todo momento, aun cuando esto los afecte, con tal de no perderse ninguna información. En inglés existe un término muy preciso para ello: FoMo, que viene de fear of missing out: miedo a perderse algo.
 
Así me sentí yo. Pensé que por mi trabajo y por vivir en una sociedad que experimentaba problemas, debía permanecer enterada del más preciso detalle, aun cuando, en realidad, ese ejercicio no cambiaría en nada mi oportunidad de reacción –laboral o no– significativamente.
 
 
  • ¿QUÉ ES LA ‘INFOXICACIÓN’?
Como si se tratara de un rasgo evolutivo –¿o involutivo?–, los dispositivos móviles son hoy una especie de extensión de nuestros brazos y manos. Lo raro es encontrar una persona que no utilice uno para comunicarse, entretenerse, ubicarse e informarse, entre otros servicios. La infoxicación es el abuso o uso desmedido de sus servicios informativos digitales. Pero no únicamente. Según la doctora Cruz, a la hiperconectividad se suma la mala selección de contenidos para consumir. “La sobrecarga de información de manera recurrente logra tener una incidencia importante en la toma de decisiones de un ser humano, en sus capacidades mentales –como organizar, priorizar o categorizar la información– e, incluso, puede afectar las habilidades cognoscitivas del individuo”. Esto –agrega– implica que a corto y mediano plazo habrá un alto riesgo de presentar síntomas de ansiedad.
 
 
 
Y cómo no sentirme identificada. La crisis se superó y lo sé bien porque luego, entrada ya la pandemia, me he sabido mantener al margen de la información excesiva o nociva y los resultados de ese ejercicio han sido positivos. Todo gracias a una clave: saber trazar una distancia entre lo que es indispensable y lo que se puede dejar pasar. Hasta tanto no lo comprendí, no supe que saturarse de información puede ser mucho más grave de lo que parece. Y es que incluso antes de las últimas olas noticiosas, la Universidad de Manizales ya había hecho un estudio en el que se identificó un 76,4% de la población adolescente afectada por el exceso de la información. En esa muestra se reportó somnolencia, trastornos de la conducta alimentaria, depresión, estrés y disfuncionalidad familiar, entre otras reacciones al fenómeno. En población adulta se identificaron síntomas como desregulación emocional, estrés, ansiedad, depresión e, incluso, intentos de suicidio.
 
 
Concluyo con una lista de consejos, avalados por la doctora Cruz, para enfrentar la ‘Infoxicación’: enterarse de aquello que nos interese está bien, pero es clave dosificar el consumo de información y, sobre todo, elegir fuentes confiables. Asimismo, solicitar explicaciones por parte de expertos para aclarar aquello que nos confunda acerca de lo que leemos online y –fundamentalmente– no perder la pista de ese presente que vivimos en nuestra esfera personal, día a día, en donde la mayoría de las noticias no son inminentes. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
*Publicado en la edición impresa de enero de 2020.