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6 de Septiembre de 2017
Por:
Javier Darío Restrepo*

El sumo pontífice, quien aspira devolverle a la Iglesia católica la humildad de sus primeros años con drásticas reformas que ya andan en camino, visitará Colombia en un momento crucial para el país. ¿Cómo es este jesuita que se nutre de Francisco de Asís, desdeña el poder y desafía los protocolos?

Francisco, el papa que llegó del fin del mundo

Hacíamos la presentación pública de la revista Vida Nueva en su versión Cono Sur, en un viejo y hermoso convento de Buenos Aires, en noviembre de 2012, y el orador principal acababa de iniciar su intervención.

Fue directamente al tema sin las consabidas formalidades, y ya en los primeros minutos le oí utilizar la palabra “ternura”. Tuve que preguntarme quién era este orador que me cautivaba por su expresión clara, directa e interpeladora. Recostado cerca de uno de los parlantes, para no perder ni una sola de sus palabras, llegué hasta el final de su discurso y pregunté a alguien que pasaba: ¿quién es este padre? Estaba todo de negro hasta los pies vestido, sin ningún colorido distintivo. Por eso me sorprendió la respuesta: es el cardenal arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio.

Fue el primer contacto. El segundo ocurrió en un estudio de televisión desde donde participaba en la narración y comentarios sobre la elección del sucesor del papa Benedicto XVI, el 13 de marzo de 2013.

 

Comienzan las sorpresas

Había anotado en mi libreta los nombres de los cardenales más opcionados entre los miembros del cónclave; pero cuando se proclamó el del elegido, su nombre no figuraba en mi lista. Es un argentino, insistía sorprendido el locutor de Radio Vaticana quien, después de unos segundos de incertidumbre, encontró por fin el dato: Bergoglio no era ningún desconocido; había sido el segundo candidato más votado en el cónclave anterior y había cedido sus votos para que Ratzinger (el futuro Benedicto XVI) obtuviera la mayoría.

Pero esta información, sorprendente y reveladora, no dijo tanto como la siguiente: se llamaría Francisco.

No pensé en aquel momento en otro Francisco que el de Asís, reformador de la Iglesia a la que recordó, con sus frailes descalzos, su vocación original a la pobreza.

Mi primera imagen se complementa con Francisco, al que había visto vestido de negro, ahora cubierto con una túnica blanca. Ese día comenzaron las sorpresas para el mundo con el nuevo pontífice que, como él mismo lo dijo, venía del fin del mundo. No utilizó ropas ceremoniales en aquella primera presentación desde el balcón; lo miraban, en directo, los miles de peregrinos que colmaban la Plaza de San Pedro; era aún más numerosa la muchedumbre que seguía el acontecimiento por la televisión. Contra la costumbre, el nuevo Papa aparecía sencillamente vestido de blanco y se dirigía al mundo, no para bendecirlo, como era costumbre, sino para pedir que rezaran por él, algo que nunca había sucedido. Esa es la imagen que quedó y que aún conservo en mi retina. Al día siguiente volvió la imagen del hombre de blanco. Pero esta vez iba a pagar la cuenta de sus días de hotel en la Casa Santa Marta, como un huésped cualquiera.

Para entonces la prensa había investigado: en Buenos Aires lo recuerdan porque solían verlo, como otro pasajero en los buses, en el metro y en las casas de la gente común. Otros creyeron ver en él a un conocido peronista, por su relación con los sectores más pobres, y tejieron toda una vistosa teoría; a mi escritorio llegaron los datos que confirmé leyendo los libros de Horacio Verbitsky, el periodista investigador que escandalizó con la historia de Bergoglio como responsable de la prisión de dos sacerdotes acusados de complicidad con la subversión izquierdista.

 

La fuerza de los hechos

Esa vez reuní datos suficientes paras descubrir otra dimensión de su figura: para arrojar luz sobre las denuncias públicas que se le hacían, no utilizó palabras; se valió de los hechos. Acusado de ser cómplice de las autoridades que habían encarcelado a los dos sacerdotes, abogó por liberarlos y promovió acogerlos cuando estaban rodeados de sospechas.

Lo que puso en práctica como superior de los jesuitas, lo recordaron quienes siguieron el episodio del obispo de Limburgo, Franz Peter Tebartz van Elst, al que la prensa llamó “el obispo presumido”. Tebartz había gastado 30 millones de euros en la ampliación de su residencia episcopal, y los periodistas habían destacado el extravagante gesto de una bañera de nuevo rico. El asunto llegó a Roma, y el obispo, enseguida, pretendió dar personalmente su versión al Papa antes de que lo hiciera el presidente de la Conferencia Episcopal alemana.

Francisco lo hizo esperar 10 días, durante los cuales se entrevistó con el presidente de la Conferencia, recibió el informe de la Congregación para los Obispos y atendió a quienes habían calificado el caso como “persecución personal” y difamación.

Cuando tuvo esa información, Francisco recibió al obispo acusado y lo escuchó. Después tomó la decisión: el obispo debería permanecer fuera de su diócesis. El Papa aceptó su renuncia, lo envió de retiro al monasterio bávaro de Matteu y, finalmente, lo nombró secretario del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. Tradicionalmente, casos como este eran resueltos o con blandura cómplice o con medidas radicales y se imponía la autoridad, no el diálogo en que se escuchaba al acusado.

“Puedo afirmar que superó, gracias a una táctica inteligente, esa primera prueba de fuego de su pontificado”, escribió el teólogo Hans Küng.

 

La pobreza según Francisco

Para Francisco, la práctica de una vida pobre es una precondición indispensable para el anuncio del Reino de Dios. Lo sigo en sus discursos y actuaciones y encuentro que la relación con los pobres y la pobreza es una constante. Renunció a sus habitaciones en el Vaticano y se hospedó, definitivamente, en la Casa de Santa Marta, lejos del lujo principesco de las habitaciones tradicionales de los papas. Desaparecieron de la flota pontificia los autos de alta gama, como había desaparecido en los tiempos de Pablo VI la práctica de llevar en hombros al papa sentado en un trono ubicado sobre una plataforma, que cargaban miembros de la nobleza romana, y que lo hacían ver como una versión de la reina de Saba. Los zapateros de Roma se resienten porque prefiere las recias botas hechas en Buenos Aires por zapateros que conocen las medidas de una deformidad en su pie, que lo hace cojear levemente.

Pero más que un estilo de vida sobrio, pone un sello inconfundible en su ejercicio pastoral y en su discurso: la opción preferencial por los pobres. Es la idea original y vigorosa de la Laudato Si, su encíclica sobre el medio ambiente. La reconciliación de la humanidad con la naturaleza, según su visión, tiene una poderosa motivación: todos los abusos contra la naturaleza afectan y dañan a los pobres. Habló en Ecuador con líderes sociales y les recordó que las revoluciones pierden su sentido si no tienen al frente, como motivo, la liberación de los pobres. Nadie como él tan solidario con los migrantes, esos nuevos pobres; nadie que lea la historia en clave de pobreza como él. Al recibir en solemne ceremonia el premio Carlo Magno, ante una audiencia de jefes de Estado y de cancilleres, enjuició la cultura avejentada de Europa que ha resuelto darles la espalda a los migrantes. 

 

Entre lobos

Pero el objetivo más difícil, el mismo que por arduo motivó la renuncia del papa Ratzinger, es la reforma de la Curia romana que inspiró un dramático titular de prensa: “El Papa entre lobos”. Durante generaciones se ha fortalecido en la Curia la avidez de poder, que ha deformado las instituciones eclesiásticas y su ejercicio pastoral. Fue el reto inicial para Francisco, junto con el de darle al dinero el papel de instrumento de la caridad.

El Papa acudió a instituciones internacionales, contactó expertos, creó comisiones, especialmente a los que discrepaban de él; habló para todos. Observa el teólogo Hans Küng: “Habla no como papa sino tan desenfadadamente como un párroco de Buenos Aires”. Y agrega: “Ha abordado también con gran valentía otra de las principales causas de la pobreza: la criminalidad organizada”. “Aquellos que siguen esta senda del mal, como son los mafiosos, no están en comunión con Dios”. Se preguntó el historiador británico, John Dickie, “hasta qué punto utilizan los mafiosos a la fe católica para reforzar sus estructuras de poder y qué consecuencias tiene una excomunión en los bastiones de la mafia”.

Francisco pasará a la historia, como el de Asís, como el gran reformador de la Iglesia. Desde su llegada al supremo pontificado se supo que a partir de entonces la Iglesia comenzaría a ser otra y que haría esos cambios no con grandes y espectaculares reformas sino con el sosiego con que la naturaleza se renueva todos los días.

Los pequeños gestos: el Papa rompe con las normas de seguridad y se detiene para alentar a un viejo, acariciar un niño, acercarse a un enfermo. Un niño le echa los brazos al cuello, como lo haría con su abuelo, para tomarse una selfie con el Papa; el estirado y rígido guardia suizo que está en su puerta se sorprende cuando el Papa se detiene para hablarle e invitarlo a un café. Son gestos pequeños que hacen manifiesto el espíritu nuevo que ha impuesto este papa.

 

El samaritano

Sus acciones son coherentes con su discurso, y cuando habla de una Iglesia samaritana es porque él mismo es samaritano. Los que en la isla de Lesbos vieron a 12 familias de migrantes, invitadas por él para viajar a Roma, sintieron la fuerza de sus palabras convertidas en acción. Cuando esas familias llegaron a Roma, ya todo estaba dispuesto para recibirlos, incluidas posibilidades de trabajo y de estudio. Y al periodista que durante aquel viaje de regreso le observó que doce familias eran algo insignificante frente al inmenso número de migrantes, le recordó una expresión de la madre Teresa: si yo altero una gota del mar, estoy cambiando el mar. No se trata de hacer cambios espectaculares, de esos en que se manifiestan el poder y los poderosos, sino de introducir en el movimiento del mundo la dinámica de las pequeñas acciones. No se trata de derribar puertas, sino de entreabrirlas.

Por ejemplo, la adopción de los viri probati, esos laicos fieles a su fe que, como diáconos permanentes o como auxiliares parroquiales asumen tareas pastorales, se ve como un paso previo, o una puerta entreabierta por donde entrará el doble clero: el de los sacerdotes célibes, no por mandato canónico sino por su libre opción, y los sacerdotes casados, con su carisma propio.

Otro ejemplo es el de las diaconisas, puerta entreabierta por donde algún día entrarán las mujeres sacerdotes.

 

Cambios sin espectáculo

Converso con el embajador colombiano ante la Santa Sede, Guillermo León Escobar, y con cierta timidez le pregunto por otros cambios. Me sorprende la naturalidad y franqueza con que comparte lo que se habla en los pasillos del Vaticano. Por ejemplo, las reformas del cónclave, o mecanismo para la elección de los papas en el que no solo intervendrían los cardenales, también los obispos y los laicos: “Esta es la gran reforma que se va a publicar a final de año”. Todavía con el deslumbramiento de esta reforma, que contradice una práctica secular, le oigo decir a Escobar sobre las canonizaciones, hasta ahora un tortuoso proceso en el que se mueven muchas influencias y dinero, y en el que los médicos que certifican curaciones inexplicables asumen el papel de auxiliares del Espíritu Santo: “Van apareciendo alternativas a los altos costos económicos, y se está pensando que hay otra serie de milagros que no son solamente de sanación física”. En otras palabras, hasta ahora se ha puesto demasiado énfasis en el milagro físico: curaciones que tienen que ser certificadas por médicos, y se ha dejado de lado el milagro moral de las vidas íntegras hasta grados heroicos. Francisco opta por estas pruebas de santidad y es previsible que, en ese sentido, modifique los procesos de canonización.

Estos cambios son apenas expresiones del gran cambio que se adivina cuando Francisco habla del poder y dice, con franqueza, que ni los obispos deben creerse príncipes, ni los sacerdotes han de moverse impulsados por la voluntad de ascenso. Puso en circulación la expresión “pastores con olor de oveja” y no se opuso cuando un fotógrafo le acomodó sobre los hombros un cordero para una fotografía simbólica.

Los que al comienzo de su pontificado echaron de menos los títulos académicos del papa Ratzinger, tuvieron que acostumbrarse al lenguaje directo y claro de Francisco. Se estremecieron los diplomáticos curiales cuando, hablando en un avión a los periodistas, mencionó las parejas que se multiplican como conejos y cuando aludió a la reacción a golpes con que respondería un insulto a la madre.

Sin embargo, ningún papa, incluido Juan Pablo II, mediático y con dotes de actor, había cautivado como Francisco. Ha echado mano de la tecnología digital para compartir su pensamiento evangelizador. Usa la cuenta @Pontifex y los 140 caracteres para llegar a los 6,2 millones de seguidores que, a su vez, retuitean sus mensajes.

 

¿Le alcanzará el tiempo?

Estos son solo unos entre los desafíos que enfrenta Francisco. Por eso hay mucho de angustia en los que preguntan si le alcanzará la vida para hacer los cambios que necesita la Iglesia. Se lo pregunté a un hombre que le habla al oído, el jesuita Antonio Spadaro, quien se limitó a decir: “Eso depende de Dios”. Más concreto fue el embajador Escobar. Sin pensarlo dos veces me respondió enfático: “No he visto enfermo más sano que el papa Francisco”. Quise creer que no exageraba.

El último consistorio en el que nombró cardenales de distintas partes del mundo –ni uno solo italiano– es una noticia que me hace recordar la observación sibilina del embajador Escobar. Le había preguntado: ¿Se ve entre los cardenales uno que pueda ser el reemplazo de Francisco?

“Ya lo tiene preparado. Los nombramientos de cardenales que hace, tienen ese sentido”, me dice. Después me llega la noticia del nombramiento de un nuevo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, antiguo Santo Oficio, en el que estuvo hasta hace unas semanas el cardenal Gerhard Ludwig Müller, señalado como opositor al Papa por sus discrepancias en relación con la comunión a los divorciados vueltos a casar, y por algunos puntos de la Amoris Laetitia, el documento papal sobre el matrimonio y la familia. La salida de este cardenal, recibida por él “sin molestia pero sí con sorpresa” fue seguida por el nombramiento del jesuita Luis Francisco Ladaria, secretario general de la Congregación.

 

¿Tienen afán?

Termino de leer esa noticia, vuelvo al tema del conflicto con este y otros cardenales y encuentro de nuevo a Francisco el reformador que, con paciencia y precisión, va tejiendo su red sin prisas ni exabruptos. Es lo que acaba de suceder en una reveladora audiencia.

Fue el encuentro del Papa, en el Vaticano, con un grupo de mujeres separadas y divorciadas. ¿Habría sido imaginable una década antes? Escuchó el relato de sus experiencias durante hora y media. Cuando un ujier le hizo saber que llevaba media hora de retraso, se dirigió a ellas: “¿Tienen afán?” “¿Las va a dejar el avión?” “Yo estoy muy cómodo”. Y siguió escuchándolas. Esta y otras situaciones Francisco las ve como heridas sobre las que debe inclinarse; y cuando hay heridas, lo primero es curarlas, después vendrá lo demás.

¿Dónde está la clave de la atracción de este papa? Los que examinan el fenómeno se inclinan por esta explicación: Francisco transmite la frescura, la energía y la alegría del evangelio. No cuenta con gabinete de publicistas o de relacionistas; es su fe en la palabra de Jesús la que le da vigor a sus palabras y gestos.

Su predicación diaria en la capilla de la Casa de Santa Marta, seguida ávidamente por un puñado de privilegiados feligreses, es la de un párroco cualquiera de Buenos Aires, pero tiene el sello propio de Francisco, un hombre que, hoy, es el que más se parece a Jesucristo. υ

 

 

* Exsacerdote. Periodista experto en temas de ética y comunicación. Maestro de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar a la vida y obra. Autor de varios libros de periodismo y dos novelas.

 

A qué viene el Papa 

Monseñor Fabio Suescún, director ejecutivo de la visita, habla sobre la agenda de Francisco en el país. 

 

El fortalecimiento de la fe

Esa es su misión como pastor de la Iglesia universal. Nosotros somos creyentes, pertenecemos a la Iglesia Católica, nuestra fe está impuesta en Cristo Jesús, y el Papa, como pastor, viene a animarnos a seguir adelante en el seguimiento de Cristo nuestro señor. 

La reunión con el presidente

Es privada, pero me imagino que hablarán de la realidad del país, de la situación en posconflicto, de la forma como se va a consolidar cada día la paz, y cómo la Iglesia puede contribuir a que todos seamos artesanos de la paz.

La responsabilidad de los pastores 

El Papa se reunirá con el comité directivo del Consejo Episcopal Latinoamericano y les hablará sobre la responsabilidad de los pastores, de cómo cada día debemos avivar más nuestra fe y de la necesidad de acercarnos a los más pobres. Además, me imagino que se tratará el tema de la estabilidad de los gobiernos en América Latina y la realidad del continente, su continente. Si alguien conoce a Latinoamérica y ha acompañado el proceso evangelizador en los últimos tiempos es el papa Francisco, de manera que hablará a los obispos latinoamericanos en el mismo lenguaje y como viejo compañero de trabajo pastoral.

El encuentro con las víctimas

Se debe esperar reconciliación. La enseñanza de Villavicencio será la reconciliación con Dios, con nosotros mismos y con la naturaleza, esa zona que es todo el Llano, la Amazonia, la Orinoquia. Si bien es cierto que el Llano ha sido un lugar de conflicto, de víctimas, de dolor, también es el espacio en el que tenemos una enorme riqueza ecológica. Además, ese día tendremos la proclamación de los nuevos beatos de la Iglesia víctimas de la violencia, para que ellos se presenten ante nosotros como garantía de una reconciliación.

La esclavitud moderna

Cartagena fue un escenario de esclavitud y ahí aparece la figura de san Pedro Claver, quien fue jesuita, como él. Por eso el Papa visitará su iglesia. Actualmente en el mundo hay otras esclavitudes, otras explotaciones. El Papa dará una señal muy importante: la bendición de las primeras piedras para dos instituciones, una para los habitantes de la calle y otra para las niñas que están en peligro de explotación sexual. Esa es una señal muy diciente, así como san Pedro Claver salió en nombre de Dios a buscar la dignidad y los derechos de las personas llegadas de África, el Papa ahora quiere dar una voz de libertad en la esclavitud de los hombres de la calle, que es consecuencia de esa humanidad que no ha tenido respeto, y de las niñas y mujeres.

El acuerdo con las Farc

Podemos esperar un mensaje de esperanza en el sentido de que esta es una página que puede darse en la Historia de Colombia, de cara a un futuro mejor, sin violencia, sin miedos, sin secuestros y eso le dará mucha paz a los colombianos.

Negociación con el Eln

Se debe tener esperanza en que el Eln escuche la voz del Papa, que invita a la reconciliación y a dejar los métodos de violencia para entrar en un orden político.

Pobreza y desigualdad 

Insistirá en la dignidad y los derechos de las personas. El Papa nos invitará a dejar de ser egoístas, para pensar en el bien del otro, en la responsabilidad que tenemos en la justicia social, en el respeto de toda persona y la responsabilidad que tenemos de construir Colombia.

La polarización

El Papa conoce la realidad de esa división. Uno de los problemas de la polarización es que nos ha hecho perder la autoestima, como si fuéramos el peor país del mundo, como si acá todo estuviera acabado. El Papa nos va a subir la autoestima, porque el Papa nos quiere. El hecho de que haya sacado tiempo, haya superado obstáculos para venir a Colombia, indica que está muy interesado en el país.