Foto: Camilo Devis
13 de Noviembre de 2013
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Es el escritor colombiano más seguido por los jóvenes del país. Tienen sus fotos en sus habitaciones, algunos gastan sus mesadas en sus libros, otros aguardan hasta casi medianoche para lograr su autógrafo y es más uno de ellos  se ha tatuado sus palabras en un brazo.

Por Ana Catalina Baldrich

“Estoy tan confundido y jodido como ellos”: Mario Mendoza

A las cuatro y media llegué al auditorio y ya estaban allí dos chicas con las cuales nos saludamos efusivamente. Después de revisar sonido y demás, a eso de las seis y veinte, salí a echar un vistazo y la fila le daba la vuelta al auditorio (…) No saben lo que uno siente al otro lado”. Con estas palabras, Frank Molina, un novel investigador privado, agradeció a quienes acudieron al auditorio del Gimnasio Moderno, en el norte de Bogotá, a la presentación de Lady masacre, la historia de la cual es protagonista y el relato más reciente escrito por Mario Mendoza, quien confiesa que aún hoy, después de tantas obras, el lanzamiento de uno de sus libros con tantos lectores lo sobrepasa.

Y es que no es para menos. Yo también fui su seguidora. Hace unos años, un profesor puso en mis manos Satanás, la novela que le dio a Mendoza el premio Biblioteca Breve de Seix Barral en 2002, y me condenó al gusto por perderme entre palabras ajenas y fantasías propias. Sin embargo, ver ese efecto condensado en un mismo lugar y en personas de entre 15 y 25 años sorprende y emociona. Tanto, que despierta el interés por buscar las razones por las que aún en tiempos de ‘sobredosis digital’, en un país que, según el Dane, tiene un promedio de lectura de 1,9 libros al año, para los muchachos, un plan de martes lluvioso en la noche sea escuchar a un escritor.

Pero, ¿qué es lo que hace que un hombre de 49 años motive que centenares de jóvenes –que abarrotaron un auditorio para casi 600 personas y que pidieron (los que no pudieron asistir) una trasmisión por internet– dediquen horas a leerlo, comentarlo, comprarlo, incluso, a costa de un almuerzo, a que tengan en sus habitaciones fotografías con él y afiches de las portadas de sus libros y creen proyectos a partir de sus palabras?

La fuerza de este fenómeno es perceptible desde que una larga fila de jóvenes, que desafían la lluvia y el frío bogotano, envueltos en chaquetas, bufandas y botas, es la que indica por dónde es la entrada a un salón en el que un grupo variopinto en el look, la procedencia y la ocupación busca un lugar privilegiado para conocer los secretos de Frank Molina. 

Lejos de lo que se puede llegar a pensar, las diferencias que saltan a la vista envuelven una condición común que abraza a estos jóvenes lectores. Según el siquiatra infantil y de adolescentes Cristian Muñoz, “generalmente hay intereses diferentes al modelo de valores y la posibilidad de encontrar modelos transgresores seduce y les da un camino para hacer su inserción a la vida adulta”.

Su público

Cuando vi los rostros de la juventud ávida de conocimiento y miradas de esperanza ocupando el auditorio, en mi mente contrastaron esos rostros con el odio, la oscuridad y los temores de los personajes del escritor: Campo Elías Delgado, el investigador privado alcohólico y bipolar, y la prostituta, y llamó mi atención que parecían estar todos juntos en el recinto para escuchar a un Mendoza que, según uno de los asistentes, “les trasmite la realidad y los transporta a hechos que están inmersos en la cotidianidad”. 

    

Para algunos padres, como el de Daniel, un jovende 15 años que dejó el colegio en décimo grado, pero que aún sueña con convertirse en antropólogo, los libros de Mendoza son oscuros. Por eso le dice que debería leer cosas diferentes. “Él (su papá) repudia el lado oscuro y no le gusta la crítica social”, dice Daniel.

Tal vez ese papá, como muchos otros, siente repelús al leer que “todo a nuestro alrededor está diseñado para embrutecernos, para mantenernos empantanados en una mediocridad afectiva, moral, política, intelectual, física”, Buda Blues (2009), una de las tantas frases de Mendoza que cuestionan a la sociedad a lo largo de sus libros. Y es que para este escritor bogotano la única salida a una crisis que se origina “en el corazón del establecimiento” es un examen de conciencia que confronte y origine hermandad, solidaridad y fraternidad. 

Al otro lado del salón, me encontré con Diana, una estudiante que, con sus lentes y sonrisa que ocupa todo su rostro, afirma que ya está vieja: “Tengo 23 años”. Ella va a las bibliotecas públicas para poder leer las obras de Mendoza. “Cuando me gradúe voy a comprar la colección”, dice, para luego confesar que esa noche, en un golpe de “locura” de seguidora, había comprado Lady Masacre, un impulso que la dejó sin dinero y con la incógnita de cómo regresar a casa.

Decir que ese relato conmueve a Mario podría pasar por un cliché de pose solidaria. Pero no. La congoja, cuando se lo cuento, es auténtica, real y por ella llegué a temer por el futuro de una entrevista. 

“A mí esas cosas me parten, me deshacen”, responde Mendoza cuando dos días después, en el silencio de su casa, le comenté esta ‘anécdota’ con el ánimo de conocer su reacción. Después de casi cuarenta minutos de escuchar sus ideas, sus impresiones y explicaciones, su mirada se nubló y su voz calló. Afortunadamente, momentos después, otro episodio de esa misma noche se le vino a la mente y su deseo por compartirlo reavivó la conversación. 

“Al final de la firma de libros –estuvo hasta las once de la noche dando autógrafos y tomándose fotos con los muchachos– llegó una joven con todos mis libros”, así comenzaba la historia de una estudiante que tuvo que dejar la universidad porque en su casa “se quedaron sin cinco”, pero que igual tenía todas sus novelas. “Eso es muy fuerte”, afirma el escritor.

Pero también se alegra cuando escucha que existen familias que –pese a las críticas paternales a las que se ha enfrentado en varios ‘juicios’ que impiden que sus libros lleguen a algunos colegios religiosos y conservadores cuando hace promoción escolar– motivan a sus hijos a una lectura crítica, responsable y analizable.

En ese auditorio, entre cuadernos, morrales, jeans y piercings resaltaban las carteras, los tacones y los sastres de algunas mamás que, mientras sus muchachos hacían fila para conseguir una foto y una firma, esperaban pacientes, protectoras. 

Ana Ruth es madre de dos seguidores de Mendoza. Una joven de 19 años y un muchacho de 23, que como hermano mayor invitó a la menor a sumergirse en Scorpio City (1998).

“Hay que hacer un análisis crítico, ponernos en la realidad de un país violento, una realidad que para unos es escabrosa, pero para algunos es un pan de cada día”, dice Ana serena, tranquila y orgullosa de que sus hijos cuenten con ella para acompañarlos a las presentaciones de los libros, conferencias que, en su concepto, reflejan el estudio previo que hace Mendoza antes de abordar los temas en “una forma responsable de ver la realidad”.

Este acompañamiento es para el psiquiatra Muñoz fundamental, ya que debe ser “similar al que se hace desde el proceso de formación en la infancia”. Él afirma que “los padres son el superyó, la estructura que permite filtrar, clarificar, organizar, analizar y procesar el pensamiento para que de aquí se desprenda un orden emocional, asertivo y adaptativo que permita escrutar la ficción de la realidad”.

                

  Dos filas adelante espera Marta, cuyo hijo de 17 años se vio atrapado por estas historias de ciudad desde los 14 y que se convirtió en un promotor de la lectura entre sus compañeros. Ahora es el líder de un grupo de seis jóvenes que se rotan los libros, van a las presentaciones y analizan. 

Este comportamiento maravilla a Mendoza, quien desde los comienzos de su carrera se preparó para ser un escritor de minorías y hoy se queda sin palabras cuando se le pregunta cómo se logra superar las expectativas de asistencia al auditorio que habían sido marcadas con un “si llegan cien personas, estamos al pelo”.

A pesar de que no tiene la fórmula, Mendoza afirma que aunque le llama la atención el que tantos jóvenes reaccionen y generen nuevos movimientos, proyectos y comportamientos a través de la lectura, esta reacción no le sorprende y la explica por la necesidad de resistir a una realidad violentamente voraz de la que ha sido testigo en primera fila.

Su historia

A los 18 años Mario dejó su casa. Un hogar de clase media austero, “como dice (Jorge Luis) Borges con la dignidad de la decencia pobre”, cita Mario, que le dio una buena educación y una vivienda en un barrio del norte de la ciudad. Por decidir estudiar Filosofía y Letras, entre otras razones, prácticamente lo echaron de su casa. “Doy un giro hacia una pensión en el centro de la ciudad donde hay de todo: choferes del Senado de la República, una cajera del Tía, mujeres muy lindas que solo trabajan de noche y regresan en la madrugada, excelentes amigas, compañeras solidarias, como pocas personas que he conocido en mi vida… en fin, un inquilinato es una lección de democracia”. 

Su aventura de supervivencia, en la que, luego de un ruego desesperado, contó con el patrocinio de su padre para pagar su carrera, lo llevó a aquellos lugares que pocos conocen y que muchos sienten extranjeros. Con una mochila al hombro y sus libros llegó a mudarse diez veces en un solo año a habitaciones en el centro y sur de la ciudad (Las Cruces, el Quiroga, en la treinta sur abajo de la Caracas). 

Entre sus viviendas recuerda el inquilinato de la calle 9 #3-24, en pleno centro de la ciudad, que le dio un lugar “privilegiado” para ver la toma y retoma del Palacio de Justicia en 1985. “Yo vi el bombardeo, vi el dolor, cómo desaparecían compañeros míos y me juré desde entonces que si llegaba a ser escritor iba a gritar esa verdad”. 

Hoy cuenta con los argumentos suficientes para manifestar sobre su trabajo que “es conmovedor ver que hay algo en la obra honesto y sincero”, algo que se replicó en las respuestas que decenas de sus seguidores dieron a un ejercicio en redes sociales.

Un día después del lanzamiento de Lady Masacre, le pedí a Erika Buitrago, una diseñadora industrial de 22 años que sigue a Mendoza y que comparte el manejo de la página de sus seguidores en Facebook, que hiciera en la red social la pregunta: “¿Por qué te gusta Mario Mendoza?”. El resultado no se hizo esperar: a los 20 minutos de publicarla se habían generado 14 respuestas, las mismas que se convirtieron en 21 diez minutos después y en 53 al pasar una hora.

Todas tenían palabras diferentes, pero en el fondo su significado era el mismo. “Es de los pocos escritores que tiene el carácter de llamar a las cosas por su nombre”, escribió un internauta. “Rescata historias reales que la gente esnobista olvida”, afirmó otro. “Por la crudeza con la que recorre cada espacio”, dijo un tercero. Esto, según Muñoz, se presenta porque el escritor consigue confluir con ellos al mostrar su realidad y describirla “tal como ellos la están experimentando”.

A pesar de que la página digital no sale de la pluma de Mendoza, sí cuenta con su aval y se alimenta incluso de las ideas y pensamientos que él mismo publica en Proyecto Frankenstein, un blog que nació en 2011 como un encuentro de “resistencia intelectual” en una época que motivaba movimientos como la primavera árabe. 

Dos años atrás, Mendoza ya había dejado la inquietud de esta resistencia en varios de sus lectores con Buda Blues (2009) en donde plasmó una máxima que para uno de ellos se convirtió, incluso, en un tatuaje sobre su piel: “No hay mayor revolución que aprender a soñar”.

A partir de esta novela, tres compañeros de colegio decidieron darle vida al Proyecto Buda Blues. “Un espacio donde compartimos ideas, iniciamos los grandes proyectos… es un espacio en donde recordamos constantemente que todo puede estar mejor”, explica Juan Camilo Mantilla, uno de los fundadores del movimiento, que ya cuenta con una revista digital y 1.300 miembros, y que a su vez ha sembrado árboles y conseguido financiación para viviendas para los más pobres, entre otros.

Ellos afirman que lo que Mario produce en los jóvenes se debe a que, en sus palabras, encuentran “el alimento” de su “causa de vida”. Sin embargo, los posibles efectos que puedan generar alguna obra o algún personaje en los lectores es algo que Mendoza prefiere no medir a la hora de escribir. “No lo mido porque yo nunca intento transmitir una verdad, yo creo que los muchachos entienden perfectamente, y creo que eso es lo que les parece más chévere, que yo estoy tan confundido como ellos (…) estoy tan jodido como ellos, doy palos de ciego y hago lo que puedo. Estoy intentando ver si la literatura de alguna manera nos ayuda a construir redes de solidaridad de pensamiento”. 

A la par que Diana sueña con poder preguntarle a su escritor favorito qué quería decir en alguna frase, Mario quiere descubrir en dónde se leen sus libros, cómo son los personajes que habitan en los lectores, quiénes les dan vida. 

Por esto, responde a los comentarios de sus seguidores en el blog, se toma su tiempo para firmarles un libro, se sorprende cuando encuentra en TransMilenio a una persona leyendo una de sus novelas, afirma que “los lectores son la base fundamental de una sociedad” y después de una presentación, vestido en la piel de Frank, escribe en el mundo virtual : “Yo estaba listo para la soledad, la periferia y la resistencia marginal… pero son gestos como los de hoy los que nos mantiene en pie de lucha con la esperanza renovada, combatiendo, firmes en la trinchera creativa. Gracias… Gracias totales, como diría Cerati”. « 

Opinan los críticos

Ricardo Silva Romero
Escritor y columnista

Mario Mendoza se ha ido ganando sus lectores a puro pulso. Podría decirse que de cierta forma ha hecho un trabajo político –un trabajo disciplinado en colegios y universidades y ferias del libro que tendrá que ser estudiado con más calma– pues alrededor de sus once novelas, sus dos volúmenes de cuentos y sus compilaciones de artículos valientes ha ido reuniendo a una multitud de mujeres y de hombres que no quiere dejarse someter por las arbitrariedades de la sociedad. Pienso que es cierto aquello de que en el relato novelístico solemos seguir a un protagonista que encara a un mundo que resume el mundo, a un mundo con sus horrores y sus trampas y sus imperios salvajes. Y me parece claro que Mendoza tenía que ser un novelista porque, semejante a sus personajes torturados, renegados, peligrosos, como adolescentes que se niegan a dar su brazo a torcer, le ha dedicado toda su vida al noble ejercicio de la resistencia. Y muchos lo han tomado como ejemplo.

 Sus críticos, que tienden a vivir, con el estómago revuelto, en “la inmensa minoría” de la cultura, suelen señalarle un lenguaje candoroso y una lógica popular que de entrada lo convierten en el escritor de un particular conjunto de lectores: de aquellos que comparten su oído, su indignación, su respeto por lo marginal, su sospecha de que el mundo tiene más de infierno que de mundo. Pero la verdad es que, guste o no, despida o invite, aburra o reconforte, su obra consistente ha sido una digna extensión de su persona. Yo, que llevo veinte años encontrándomelo en todas partes, soy testigo de que no hay ninguna trampa en su éxito: que Mendoza cree firmemente en lo que hace como un monje que de tanto en tanto vuelve de su celda –en una Bogotá que ve naufragando, como el Titanic, con sus estratos y sus vicios– a decirles lo que ha visto a quienes quieran oír su voz estremecida.
Y creo que su llegada a la literatura juvenil demuestra que en verdad cree en una literatura sin condescendencias que haga la vida un poco menos dura. 

Jorge Iván Parra
Crítico de Lecturas, el suplemento cultural de El Tiempo.

Es un escritor inscrito dentro del género de novela urbana, y dentro de él, en la denominada ‘sicaresca’. Su visión inmediatista de la realidad social lo metió dentro de lo que Pierre Bourdieau llama "campo", pues todo lo ha publicado en una editorial que le garantiza buena publicidad, presencia mediática y venta de sus libros a un numeroso público. La editorial Planeta lo posicionó en los colegios, convirtiéndolo prácticamente en lectura obligatoria, gracias a la llaneza con que escribe y a su lenguaje directo. Técnicamente escribe más desde el habla que desde la lengua. La ‘literaturidad’ de su escritura es puesta en duda por el medio académico, en donde no tiene casi recepción. Eso lo sustenta Sebastián Pineda Buitrago en su reciente libro Breve historia de la narrativa colombiana, publicado por Siglo del Hombre. En realidad, en ese estudio, Mendoza sale muy mal parado. Mario pertenece a la misma generación de Santiago Gamboa, Efraín Medina y Jorge Franco. De todos ellos, este último es, para mi criterio, el de mejor y más consolidada propuesta literaria; hay que decir que los tres han salido favorecidos por el cine y la televisión, porque sus obras tienen recepción en un público que no es el mismo que lee autores clásicos o de culto. A Mario se le reclama su casi nulo sustento poético y su poco entronque con la tradición. Uno pensaría que intenta hacer lo mismo que Élmer Mendoza en México, o que este sería una de sus influencias; pero indudablemente el mexicano lo supera en todo: concepción del arte literario, descripción, intensidad narrativa y personajes. 

Por el volumen de obras que publica, muchos lectores críticos opinan que está más interesado en publicar que en escribir, y últimamente dio el salto a una saga juvenil, en busca de lectores más jóvenes. Yo creo que si explotara literariamente y con profundidad el tema de la locura y de la bipolaridad (de lo cual casi siempre habla) podría dejar algo interesante con valor de permanencia, pero para lograrlo, ha de prenderse de buenos escritores, más que todo centroeuropeos. De todas maneras es un autor consolidado, ya maduro, que hace parte de nuestro inventario narrativo, a quien lo que le hace falta para llegar a ser un gran escritor, también le falta a muchos con los que, inclusive, se hace más bulla.

Carlos Restrepo
Periodista de El Tiempo

Yo destacaría de Mario Mendoza su capacidad de estudio, de disciplina y de perseverancia en el quehacer literario, cimientos de una producción literaria que ha sabido abrirse un lugar, ladrillo a ladrillo, de manera honesta con sus lectores. Una voz que ya ocupa un lugar en nuestra narrativa contemporánea, y que se ha interesado por contar y experimentar con el universo urbano –en particular el bogotano–, envuelto por un cierto halo de misterio. Un autor que se arriesga.