Baron Cohen está casado con la australiana y también actriz, Isla Fisher. El historiador dio sus primeros pasos en la industria del entretenimiento en los noventa, cuando presentaba un programa juvenil británico.
13 de Abril de 2021
Por:
Diego Montoya Chica

Sacha Baron Cohen es la cara más punzante de la sátira política en el mundo anglosajón. Los poderosos le temen porque recurre a la todopoderosa risa para sacarles lo peor de sí.

El mejor de los infiltrados

NO SE TRATA, estrictamente, de comedia. Tampoco es periodismo ni documental, pese a que las películas del inglés Sacha Baron Cohen retratan, de manera realista, aquello que sucede espontáneamente frente a la cámara. Algunos teóricos aducirán que entonces se trata de ficción, pero con esa definición también habría problema, pues lo único rigurosamente ficcional en estas producciones es su personaje principal —Borat, Ali G o cualquier otro—, pero los entornos en los que este se infiltra son 100% reales, desprevenidos y sin mayor intervención por parte de un productor. ¿Falso documental, entonces, el género en el que la ficción imita el lenguaje del documental para engañar al espectador? Quizá sí, pero, en ese caso, con su nombre en inglés, pues acierta con el ingrediente de la burla: mockumentary.
 
Más allá de las definiciones de la forma —que será siempre gris e irrelevante en las grandes creaciones de la cultura—, una cosa sí se puede decir con confianza, pese a la grandilocuencia de la sola idea: pocos críticos más ácidos de los tiempos que vivimos, o activistas más efectivos contra los absurdos políticos y sociales de nuestra era, que Sacha Baron Cohen y su obra audiovisual. Un buen ejemplo, aunque no el mejor, es la última gran producción del londinense: Borat, siguiente película documental (2020), que fue laureada en los Globo de Oro y que, presumiblemente, recibirá menciones en los Óscar de abril.
 
SU MÉTODO
Camaleón como pocos y disfrazado de un estudiado estereotipo social con el que sus entrevistados se sienten en confianza, logra que estos últimos bajen la guardia y expresen, sin filtro alguno, sus ideas más radicales: aquellas que no se atreven a pronunciar en círculos formales. Y más allá de Borat y de Ali G —sus personajes más conocidos—, el mejor ejemplo de esa pericia es uno de los personajes que Baron Cohen creó para la serie televisiva de falso documental Who Is America, lanzada en 2018. El personaje: Erran Morrad, un israelí experto en estrategias de seguridad y antiterrorismo.
 
En la piel de Morrad, Cohen logra desenmascarar por lo menos tres de los sentimientos más oscuros en la política norteamericana. Primero, hace que un líder armamentista del estado de Virginia exprese su simpatía sincera con la idea de darles armas a niños incluso de tres años para que “protejan de los hombres malos al colegio”. Con ello, Cohen devela la irracionalidad de cierto activismo proarmas en Estados Unidos. En segundo lugar, Cohen gesta una de las escenas más incómodas e hilarantes de ver en el universo de la sátira política. Lo hace en un falso entrenamiento contraterrorista y de defensa personal en el que su personaje, Morrad, quien hace de instructor, convence a su alumno, un representante del estado de Georgia, para que amenace a un terrorista  imaginario con tocarlo con sus nalgas desnudas y, con ello, volverlo homosexual. El político republicano se llama Jason Spencer y así se le ve en Youtube: persiguiendo a Cohen con sus nalgas al aire y gritando improperios racistas seguidos de consignas nacionalistas. Además de que, gracias a ello, el radical renunció a su curul estatal, se expuso la homofobia y la islamofobia enquistada en esa porción ultraconservadora de la sociedad norteamericana.
 
Por último, está el cierre del personaje, quien consigue que el exvicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney, firme implementos de tortura frente a la cámara, con lo que, cuando menos, devela el desdén del poder estadounidense por los derechos humanos.
 
En las dos entregas de Borat (2006 y 2020) Cohen repite la fórmula y aborda, con cómica des- fachatez, los temas más conflictivos en la comunicación contemporá- nea, esa en la que la ética vigila de cerca aquello que el humor debe y no debe abordar: el aborto, la trata de personas, el abuso sexual, el machismo, el incesto, el racismo, el nacionalismo, la pobre educación del norteamericano promedio y el maltrato al inmigrante. Y aunque todos esos fenómenos se pueden abordar en reportajes periodísticos con el mejor rigor, pocos reportajes son tan efectivos como estos filmes en darle la dimensión de absurdo a los fenómenos sociales que lo merecen: es la risa que logra que el espectador se burle de su propia especie y piense: “No puedo creer que los seres humanos lleguemos hasta estos niveles de estupidez”.
 
FICCIÓN Y NO FICCIÓN
Hijo de un galés y una israelita de origen alemán, Baron Cohen se graduó de historia en Cambridge tras terminar un estudio sobre la participación de los judíos en los movimientos sociales por los derechos civiles en Estados Unidos. Sus primeras apariciones en medios fueron auspiciadas por un canal local en Inglaterra, para el que presentaba shows con todos los ingredientes del entretenimiento en los noventa: mucho movimiento de cámara, música en vivo y entrevistas a tímidos transeúntes. De hecho, se vieron entonces los primeros bocetos de sus más célebres perso- najes: el antecesor del kasajo Borat fue Kristo, un periodista albano, y también aparece una versión beta de Bruno, el austriaco gay al que, luego, le dedicó un filme entero.
 

 
En el año 2000, Baron Cohen marcó su primer gran gol en la industria del entretenimiento. Lo hizo con Ali G, el anfitrión ficcional de un programa de entrevistas con invitados reales que ignoraban el componente teatral. En su truco de entonces cayeron Noam Chomsky, David Beckham y John McCain, así como Donald Trump antes de ser presidente y un sinnúmero de eminencias británicas (graciosísima su entrevista a un grupo de líderes religiosos). Ali G fue el papel en el que Baron Cohen entendió el potencial del género audiovisual por el que más se le conoce.
 
 
Pero el actor, entrenado en clown con el maestro Philippe Gaulier, también ha participado en proyectos de ficción pura. En su filmografía constan papeles en Hugo (2011), de Martin Scorsese; en Los Miserables (2012), de Tom Hopper, y en la emocionante El juicio de los 7 de Chicago (2020), entre otras; pero también ha gestado sus propias ficciones, entre las cuales se destacan dos: la serie El Espía, estrenada en 2019 en Netflix, que narra la historia del infiltrado israelí Eli Cohen y en la que fungió como productor ejecutivo, y por otro lado, el hito ficcional más interesante de su carrera: El Dictador (2012), en la que encarna al almirante general Haffaz Aladeen, un estereotipo descarado de un autócrata tercermundista.
 
 
Sea en la ficción o en el falso documental, Baron Cohen ha logrado trascender a su trabajo como actor, para convertirse en un participante activo de las discusiones políticas contemporáneas. Está por verse si ese estatus le es reconocido en la temporada de premios de este 2021.
 
 
 
 
 
*Publicado en la edición de marzo de 2021.