FOTO JOSÉ ARTURO LÓPEZ/ARCHIVO PARTICULAR
3 de Septiembre de 2020
Por:
Ana Catalina Baldrich

Una vez se controle la pandemia, quedarán atrás los días de confinamiento. La conferencista de felicidad habla sobre el siguiente paso: la reconstrucción del tejido social.

“El aislamiento social nos ha obligado a incorporar la quietud a nuestra vida”: Sylvia Ramírez

SYLVIA Ramírez dice que su infelicidad la motivó a estudiar, durante diez años, todo lo relacionado con la felicidad. Trabajaba como abogada y era exitosa, estaba casada y su marido no tenía tacha. En resumen, tenía una vida perfecta. Sin embargo, esta le resultaba ajena. Tanto así que, en 2012, decidió saltar al vacío sin plan alguno: “Renuncié a mi trabajo, renuncié a todos los clientes y cambié de estado civil, todo en quince días, movida por una idea que me liberó mucho: está bien si a uno no le gusta lo que debería gustarle”. Desde entonces aprendió a decidir sobre la marcha echando mano de un método que –afirma– todavía, ocho años después, sigue aplicando: ensayo-acierto. “Pruebo una cosa. ¿Funciona?, la vuelvo a hacer. ¿No funciona?, no la hago más”. Al parecer, le ha servido. La otrora abogada, magíster en Derecho Administrativo, actualmente es master practitioner en Programación Neurolingüística y coach ejecutiva y hasta fue destacada como uno de los veinte líderes de opinión de habla hispana a nivel mundial dentro de LinkedIn por la Revista Entrepreneur.
 
  • ¿Cómo ser feliz ante la incertidumbre?
Especialmente en las actuales circunstancias, vale la pena hacer el esfuerzo de notar que lo normal es ser felices. En efecto, si no viniéramos de un estado originario de felicidad, no tendríamos cómo extrañarla cuando la perdemos. Y esa es una buena noticia porque, entonces, en caso de perderla, la pregunta no es ¿a qué otro curso inscribirse?, ¿qué otro viaje debería hacer? o ¿dónde podría tratar de conseguir un trabajo para poder ser feliz? Si lo normal es ser feliz, la pregunta importante –claro, esto solo si las necesidades básicas están satisfechas– es: “¿qué es lo que me hace falta afrontar o entender para volver a estar bien?”. La felicidad es un estado al que uno vuelve, no algo que se busca ni mucho menos algo que se persigue. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  • El aislamiento social ha apagado el ruido caótico de las ciudades. ¿Cómo sacar provecho del silencio que, en algunas ocasiones, puede llegar a ser ensordecedor?
Notando que, cuando uno se calla, está permitiendo que la vida hable. Lo noble del silencio es que no hay que buscarlo, sino que es una circunstancia a la que basta entregarse. Aquietar la mente –por ejemplo, a través de la meditación– disminuye la obsesión de querer controlar cada cosa que pasa y disipa la sensación de afán con la que vivimos muchos adultos, incluso sin saber adónde vamos. Con el tiempo, hasta comienzan a aparecer las buenas ideas que necesitamos para vivir una vida que se parezca más a aquella que soñamos. El aislamiento social nos ha obligado a incorporar la quietud a nuestra vida. Ese es un gran pretexto para hacer las paces con el silencio y con nosotros mismos. A la larga, lo que nos ensordece no es el silencio sino la cantidad de ruido interno. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  • La pandemia ha despertado la solidaridad. ¿Cómo seguir siendo solidarios tras la crisis?
Se puede mantener ese espíritu solidario tomando conciencia de que la dinámica de ‘te doy para que me des’ es la lógica de mercado que nos ha puesto donde estamos. Si no tenemos una infraestructura hospitalaria seria ni laboratorios de ciencias de vanguardia es por la bochornosa razón de que esos no son buenos negocios en el corto plazo. En ese sentido, el primer ajuste sería entender que la solidaridad –incluso si no es motivada por un altruismo sincero– se debe mantener porque es un buen negocio, porque ahorra mucha plata. En cuanto al plano individual, vale la pena tener presente que insistir en la solidaridad es una de las formas más eficaces y hermosas de dar sentido a la vida, ya que al brindar una ayuda oportuna y darse cuenta de que, gracias a ella, se salvó la vida de una persona o de una familia, la sensación de vacío que a veces nos golpea al final de una jornada larga de trabajo se cambia automáticamente por una sensación de plenitud y de valor personal. En ese orden de ideas, mantener en el futuro la solidaridad de estos días sería la vacuna más noble contra la desolación de estar sumidos en un sistema al que curiosamente le importa poco quiénes seamos y que siempre nos exige lograr más, conquistar más y tener más. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  • ¿Qué hacer para superar el miedo en medio de tantos temores colectivos?
Entenderlo. Sentimos miedo cuando las circunstancias parecen exigir más de lo que somos capaces de resolver o de hacer. La clave es actuar desde el momento en el que comienza la zozobra, preguntándose: “¿exactamente qué es eso que supera mi capacidad de reacción?”. Si uno hace el ensayo de revisar su vida en esos términos, se dará cuenta de que muchos de los miedos que lo han estado trasnochando no valían la pena y que se estaba sufriendo inútilmente por varias hipótesis que, en el fondo, sabe que podría resolver si llegaran a presentarse. No se trata de no sentir miedo, eso sería deshumanizarse. Se trata de poder reconocer lo que estamos sintiendo, en el momento en que lo estamos sintiendo, y encontrar la manera de salir adelante.
 
 
 
 
 
 
 
 
  • Se dice que la pandemia dio fin a la vida como se conocía. ¿Cómo adaptarse y ser feliz a pesar de la ‘obligada’ salida de la zona de confort?
Pasándonos a una verdadera zona de confort. En muchos casos, extrañamos nuestra antigua normalidad solo porque era algo conocido, no porque fuera en realidad una vida buena ni mucho menos confortable. Estos cambios tan duros, sirven para hacer el inventario de cuáles son, exactamente, las cosas a las cuales valdría la pena volver y decidir qué clase de hábitos nos gustaría implementar para los años que siguen. La invitación es a aprovechar para revisar nuestras rutinas y deshacernos de hábitos malsanos que, aunque nos aportaban algunas gratificaciones inmediatas, en realidad no hacían sino alejarnos de las cosas que verdaderamente consideramos importantes. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  • ¿Cómo materializar los deseos de cambio que se gestaron durante la cuarentena?
Encontrando una motivación distinta al miedo para cambiar. Una cosa es que alguien quiera ser empresario porque siente tener en su pecho una idea poderosa, que puede mejorar la vida de otras personas o puede hacer del mundo un lugar mejor y otra, muy distinta, es querer serlo para salir de un apuro económico o para responder a los estragos financieros de la pandemia. Como todos los cambios que perduran, la clave es que no se produzcan buscando huir sino buscando acercarse a aquello que se quiere. Hay que recordar que en la vida hay quienes juegan apostando a ganar y hay quienes juegan –apenas– tratando de no perder. Ojalá seamos de los primeros, actuando con amor en lugar de vivir animados por el miedo, porque el amor, por cursi que la palabra pueda parecer a algunos, es una fuerza de la naturaleza. El amor es lo que nos hace invencibles en el largo plazo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  • El aislamiento obligó a mantener distancia y a comunicarse a través de pantallas. ¿Cómo recuperar la confianza en el contacto cercano?
El miedo, lejos de ser un estorbo, es un indicador: nos alerta de la presencia de un peligro y, en ese sentido, es indispensable para la supervivencia. Por lo tanto, si uno tiene miedo, necesita preguntarse exactamente a qué se teme y delimitar en qué consiste su inquietud. De lo contrario, nos espera la paranoia y ahí sí estaremos en problemas. Si se tiene en cuenta que, por lo general, se teme a lo que no se conoce, en esta emergencia sanitaria la información de calidad es vital. Aunque nuestros familiares y amigos nos envíen información muy bien intencionada (remedios caseros, conjuros, teorías conspirativas), el desafío es exigirnos un mayor grado de diligencia a la hora de informarnos y de informar a los demás. Así las cosas, si uno entiende lo que está pasando y cumple con los protocolos de seguridad que dictan las autoridades, cuando se nos indique que es seguro, tengo razones para creer que retomar el contacto cercano va a ser una iniciativa que aparecerá espontánea y gradualmente, sin desistir de las precauciones sanitarias básicas. Los seres humanos no estamos diseñados para estar absolutamente solos demasiado tiempo, nuestra fisiología nos pide estar en contacto con otras personas. Muchos tenemos un recuerdo sensorial muy claro de lo reconfortante que es un abrazo. Puede que esos factores nos ayuden a encontrar el modo de ir acercándonos, como en su momento también lo hicieron nuestros antepasados ante desafíos semejantes.  
 
 
  • ¿Y qué pasa con la reconstrucción del tejido social?
Desde mi punto de vista, sería de gran ayuda contar con políticas públicas de reivindicación del concepto de dignidad humana, de resignificación de la solidaridad y de toma de conciencia de lo valioso que es cada ser humano por el hecho de existir. Por otra parte, pienso que el concepto de inclusión no puede seguir siendo la palabra con la que resumimos, a la ligera, la lucha de las minorías. Por el contrario, considero que la inclusión debería ser la consigna que oriente las decisiones de los Gobiernos mundiales. A nivel individual, me parece urgente que seamos conscientes de que quien da una ayuda a otro ser humano no se está empobreciendo. Como hemos visto, tarde o temprano la suerte de unos determina la vida de otros. Ayudar a otro es ayudarse a uno mismo, aunque en el plano material parezca que solo uno da y el otro solo recibe. Cuando la ayuda se presta con sinceridad y desde el corazón, lo sabemos bien, dar es recibir.
 
 
  • ¿Qué hacer para aportar activamente en esa reconstrucción?
Si cada uno de nosotros hace un inventario personal rápido, notará que todos, hasta los más desposeídos, tenemos algo que dar. El error es creer que el único aporte valioso es el dinero. El culmen de la perversión es creer que el asunto no es con uno. Ni el dinero es lo único que cuenta ni la responsabilidad de la reconstrucción es exclusiva de los Gobiernos. Hay muchas personas que quedarán devastadas por la soledad que vivieron durante el confinamiento y necesitarán compañía, conversaciones sinceras; eso se soluciona ofreciendo energía y tiempo. Hay quienes, por haber perdido sus trabajos, habrán olvidado por qué son personas valiosas y necesitarán a alguien que crea en su talento y les brinde una oportunidad. Hay quienes se beneficiarían enormemente de un ángel inversionista que apoye su proyecto con dinero, con ideas o con contactos efectivos. En el ámbito familiar, puede que veamos un incremento en la tasa de divorcios –como pasó en China y como está ocurriendo en Estados Unidos–, así como puede que nos haya quedado clara la importancia de miembros tan esenciales como los abuelitos, que en muchos casos estaban relegados a un segundo plano y que en estos días han sido estandartes de serenidad, de sabiduría y, en varios casos, de sustento económico con sus pensiones. En el interior de las familias, juntar el valor para animarse a reconstruir las relaciones, incluso si uno ya tiene claro que no quiere estar más ahí, sería un rotundo acierto. Atravesar la cuarentena con una actitud respetuosa, a pesar de los desacuerdos, más que un acto de amor (porque puede que amor ya no haya), es una decisión estratégica: a la larga uno se sentirá mejor consigo mismo y la conversación definitiva, la de la despedida, será más fácil de proponer cuando sea el momento. ‹
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
*Publicado en la edición impresa de mayo de 2020.