Amy Shumer y Louis C.K.
15 de Junio de 2017
Por:
Carolina Sanín

Dos espectáculos en los que queda claro qué tan grande es el punto ciego del narcisismo.

Dos comediantes incómodos

En marzo y abril, respectivamente, Netflix presentó las funciones más recientes de dos grandes comediantes: Amy Schumer: The Leather Special y Louis C.K.: 2017. Los dos espectáculos de stand-up tienen en común, en primer lugar, que los actores se ven incómodos. Louis C.K. aparece ─de manera insólita en él─ con traje y corbata. Schumer lleva un ceñido enterizo de cuero negro, a cuya inconveniencia alude una y otra vez. El desagrado con respecto a la propia situación (a la propia vida, el propio cuerpo, la propia identidad) parece central en los dos guiones. Si bien la rutina de vilipendiarse puede dar la impresión de proceder de la introspección y la autocrítica, con estos dos espectáculos queda claro qué tan grande es el punto ciego del narcisismo.

Mientras que Louis C.K. expresa con mayor agresividad que nunca su hastío, o bien, su dolor y su temor ante su propia desintegración, Amy Schumer parece incapaz de concentrarse en nada distinto de su vagina (grande, maloliente, etc., etc.). El brillante Louis C.K. es insuficiente esta vez, pero sigue siendo complejo. Su patetismo y su ira aún se enmarcan en una sofisticación retórica que asegura que el espectador sienta curiosidad por su mente. En cuanto a Schumer, en esta ocasión es un muermo de frivolidad.

Louis C.K. trata un puñado de problemas (el aborto, el suicidio, el amor de pareja, la preeminencia del cristianismo, el temor a la propia homosexualidad), que se ramifican y se conectan en varios niveles, a través de otros problemas tratados más someramente (los estereotipos raciales, la adopción de perros, el pene de su padre judío e incircunciso). El comediante en verdad trata sus temas ─los observa, los deforma, los lleva a los extremos del absurdo, de la racionalización y de la literalidad─, lo cual hace que la suya sea una comedia ensayística. Argumenta cambiando alternativamente de posición y sin cambiar de tono, y con ello su discurso se presenta como una sátira cabal contra todo poder y contra toda convicción. Cuestiona los imperativos del lugar común y es sorprendente en su uso del vocabulario, lo cual lleva a que el espectador contemple las nuevas bisagras que el stand-up pone entre la escritura y la oralidad.

En mi fragmento favorito se oye: “La vida puede ser muy difícil, muy triste, muy frustrante, pero uno no tiene que vivirla. De verdad, no tiene que vivirla. Uno no tiene que hacer nada. Nunca tiene que hacer nada. Porque uno puede matarse. Si le mandan una carta del Departamento de Tránsito: ‘Tiene que presentarse, tal y tal’, uno: ‘No, no tengo que hacerlo. Me puedo matar’. Se puede hacer eso. Se puede hacer una sola vez, pero se puede”. En demasiadas ocasiones Louis C.K. confunde la incisión con la insistencia, y es repetitivo. Resulta inútilmente violento, y es desconcertante su nuevo hábito de impostar una supuesta voz de mujer cada vez que quiere imitar a alguien que dice una estupidez.

Amy Schumer es mucho menos fina que Louis C.K. en el uso de material autobiográfico. En su stand-up no hay temas, sino solo referencias a escenas de su intimidad. Parece empeñada en disimular su inteligencia, que nos ha deslumbrado en otras funciones. Cuenta acerca de enlagunarse con alcohol, de las mecánicas de sus intercambios sexuales, de haber tenido diarrea estando con su novio. Sobre todo habla de su apariencia, y parecería como si el afirmar ambivalentemente que no le importa tener sobrepeso la eximiera de captar las inconsistencias del amplio y pesado mundo que la rodea. Se le olvida que, no importa cuán gordo esté uno, la Tierra es mucho más gorda.

 

 

*Publicado en la edicón impresa de julio de 2017.