FOTOGRAFÍAS MIKY CALERO
30 de Septiembre de 2020
Por:
Juan Andrés Valencia Cáceres

La artista vellacaucana cumplió 50 años publicando a la entrañable Nieves de manera ininterrumpida. Así es el proceso creativo, así como la vida artística de una mujer que ha sabido inmortalizar una caricatura. 

Consuelo Lago: medio siglo de tinta

CONSUELO LAGO sabe distinguir los pinceles finos de los ordinarios. Le basta una mirada para reconocerlos. No necesita tocarlos. De hecho, odia tocarlos. Es como si fuera profano hacerlo. Y si acaso el vendedor del lugar donde los compra toma alguno para mostrárselo, lo descarta de inmediato. De inmediato. Usa marcadores para delinear y tinta china para rellenar. “Tiene que ser tinta china de verdad”, repite. Y negra, por supuesto. Como Nieves. Aunque admite no tener memoria para las fechas y los nombres, el número de 20 REVISTA CREDENCIAL veces que la han publicado en el diario El País de Cali jamás lo olvida, y lo mantiene actualizado día tras día: el 27 de septiembre pasado, por ejemplo, vio impreso en papel periódico su dibujo número 18.242 en medio siglo, a razón de 365 por año. O casi.
 
A Nieves la dibuja con trazo ondulado y pulso firme, en rectángulos de papel que recorta de hojas tamaño carta de 75 gramos. De esas que vienen en resmas para fotocopiar o imprimir. Pero no siempre fue así. Al principio –recuerda Consuelo–, la pintaba en pedazos de cartón, con pintura espesa, viscosa: “Yo pensaba que así era que se dibujaba porque no había estudiado diseño gráfico. Entonces no sabía cosas tan sencillas como hacerlo en papel con tinta china. Para llegar a eso tuve que trabajar un montón de meses con tarros de pintura gruesa”. Gajes del oficio. De su oficio.
 
Dibujar una Nieves le toma de 10 a 15 minutos, y aunque no tiene rutinas específicas, sí depende de la quietud para crear. Quienes la conocen saben que debe estar sola y tranquila para poder pintar. Pero a veces eso no es suficiente: “Cuando me pongo a dibujar, que es lo que a mí me gusta, me sale fácil; hago hasta seis Nieves en distintas posiciones, pero, por lo general, sin saber qué va a decir”.
 
Su mesa de dibujo es pequeña, de madera. No mide más de metro y medio de ancho por medio metro de largo. Y la superficie está desordenada. En la esquina izquierda está ubicada una lámpara que prende cuando se despierta a dibujar de madrugada. Hay un cuaderno de contaduría, otro con anotaciones, dos correctores líquidos, un pegante en barra, una lupa, tijeras, varios bolígrafos, varios rapidógrafos, frascos de tinta china, decenas de pinceles y viñetas sin parlamento.
 
 
 
Lo habitual es que en esa mesa de madera clara, casi blanca, haya dibujos inconclusos: una Nieves agachada, otra Nieves cogiéndose el pelo, una Nieves más mirando hacia arriba y otra Nieves acostada en su cama, ninguna sin decir nada ni pensando en nada. Porque lo habitual, repite Consuelo, es que no sepa en un principio qué es lo que va a expresar. A ella le interesa escuchar lo que todos tienen por decir primero. Por eso es que Nieves opina tarde, cuando ya todos lo han hecho. Tiene su propio proceso de maduración, que termina cuando decide, por fin, hablar.
 
Y cuando habla, suena espontánea. Siempre. “Nieves es una mujer común y corriente que no está empotrada en una sola manera de ser. Ella cambia todos los días, es variable, no está amarrada a nada y es libre –asegura Consuelo–. Es avispada, se puede equivocar, a veces tiene una personalidad mística, y otras veces dice tonterías. Si está aburrida lo expresa, y si está contenta, también”.
Nieves es hija de la pintura y tiene vida propia: “Empecé pintando en lienzos, pero había un espíritu burlón que se entrometía en mis cuadros y los convertía en caricaturas –sostiene–. Eso se notaba en las actitudes y los gestos. Se volvían cómicos. Entonces me di cuenta de que tenía que separar eso. Era ella queriendo aparecer. Y cuando la empecé a dibujar, se liberó del óleo”.
 
  • EL PERIPLO
A pesar de la liberación de Nieves hacia el dibujo, Consuelo siguió pintando cuadros de considerable formato. Había aprendido sola, de niña. Tuvo un profesor francés particular, estuvo matriculada en el Conservatorio y viajó a Inglaterra para complementar su formación artística.
Los lugares donde ha vivido siempre han influenciado sus pinturas. Un ejemplo es Popayán, ciudad en la que vivió durante su infancia. La capital del departamento del Cauca le aportó inspiración alrededor de las iglesias, los altares, las monjas y el estilo barroco. Tiene, de hecho, una serie de santos inventados con sus tradicionales halos de oro. En su apartamento de Cali se destacan dos: El santo del eucalipto y El santo volador.
 
La capital del Valle del Cauca, por su parte, la inspiró a abordar la naturaleza de una manera fantástica: con plantas mitad reales, mitad inventadas. Hay quienes encuentran esos cuadros parecidos a los de Henri Rousseau. Y otros, como su hijo, que es agrónomo y entomólogo, los halla bellos pero no coherentes.
 
Por su parte, Bogotá la hizo adentrarse en otra serie donde lo que más dibujaba eran lluvias, aporte meteorológico capitalino a su proceso creativo. Y no es la única de la familia a la que el agua le otorgó inspiración: su hija, también creativa, y quien es calificada por Consuelo como hiperrealista –y como mejor artista que ella–, tiene un talento especial para pintar el agua, con su movimiento y sus reflejos.
 
Aunque acepta que Nieves le quita tiempo a la pintura, hubo una época en la que logró que ambas cosas convivieran en armonía. Fue en 1988, cuando el pintor vallecaucano Ómar Rayo la invitó a exponer en su museo de Roldanillo, el pueblo natal del artista. Entonces Consuelo decidió recrear a Nieves al estilo de los grandes pintores. Así fue como presentó 60 dibujos de un octavo de página al estilo de Matisse, Miró, Rubens, Picasso, Pollock y Da Vinci, entre muchos otros. Su exposición fue tan exitosa que, tras agotarlos todos en el municipio valluno, repitió la muestra en Bogotá, Medellín y Cali, con idénticos resultados.
 
Consuelo dibuja de pie, pero inclina su tronco hacia abajo. Jamás lo hará sentada. Esa postura aplica tanto para Nieves como para sus otras obras. Cuando pinta en lienzo, lo hace sobre su comedor. El caballete solo lo utiliza para ver el cuadro de frente y saber cómo está quedando. Y cuando eso ocurre, lo observa detenidamente, de la misma forma que lo hace en los museos, que es otra de las actividades que más disfruta. Siempre que viaja, visita alguno. Le gusta ir sola para sacarles mejor provecho y a su manera. Porque ella es de las que se acerca demasiado para contemplar las pinceladas. Recuerda haberse emocionado particularmente con un puñado de obras, como alguna vez le sucedió con La maja vestida, de Francisco de Goya.
 
Las emociones, sin embargo, son particularmente satisfactorias cuando Nieves le llega de verdad a una persona: “Es muy agradable cuando alguien en la calle me muestra un recorte que guarda desde hace 25 años en su billetera –asegura Consuelo–. Me encanta cuando doy en el clavo de una persona. Hace poco, por ejemplo, una señora me dijo que algo que había dicho Nieves le habría gustado decirlo a ella. Y eso es muy gratificante”.
 
 
Siendo una persona reflexiva, Consuelo recapitula su vida para hacer un análisis: “Mi oficio es muy solitario. Tengo que estar sola y tranquila para llevarlo a cabo –sostiene–. Yo estaba muy aburrida y tenía que trabajar, pero quería ganarme la vida haciendo algo que me gustara. Y eso es lo que he hecho: ganarme la vida dibujando gracias a una Nieves que me molesta todos los días y me presiona mirándome y diciéndome “ ‘qui’ubo’, ¿qué digo?”. ◆
 
*Publicado en la edición impresa de octubre de 2018.