Fotos Walter Gómez
29 de Octubre de 2013
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Esta mujer, que ha amado los libros desde siempre, que ha hecho montones de cosas con ellos, como fundar la reconocida librería Biblos en Bogotá, editar colecciones y, por supuesto, leerlos, está ahora, más que nunca, en su salsa: es la nueva directora de la Biblioteca Nacional.

Por Margarita Vidal

Consuelo Gaitán: El ratón cuidando el queso

Su reino de este mundo queda en el magnífico edificio art déco de la Biblioteca Nacional de Colombia, diseñado por Alberto Wills Ferro hace 75 años. Su destino estaba marcado porque ya era lectora cuando cambió la fiesta de quince por los siete tomos de En Busca del Tiempo Perdido de Proust, invadida por la peste incurable del amor a los libros. Es filósofa, editora y librera. Schopenhauer la conquistó para siempre con El mundo como voluntad y representación, con su tesis central de que el mundo solo tiene sentido si el arte ayuda a descifrarlo. Gran amante de la literatura europea y norteamericana, fundó la legendaria Librería Biblos, en Bogotá, editó la Colección Cara y Cruz de Editorial Norma, presentó durante siete años con Bernardo Hoyos el programa Libros y Música, en la emisora de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, y vivió varios años en España, donde fue directora del Espacio de Literatura de la Cátedra de las Américas del Instituto Catalán de Cooperación Iberoamericana. Hoy rige la biblioteca más antigua de América (fundada en 1777), que alberga dos millones y medio de libros, entre ellos un centenar de incunables, y cuida la memoria histórica del país. El reto es monumental no solo en materia de adecuación, dotación e infraestructura de la malla cultural que conforman las 1.406 bibliotecas de todo el país, sino frente al proceso de digitalización, que en diez años tendrá todos esos libros y documentos en la red. Para no hablar de la labor en materia de restauración y eventos planeados para todos los meses del año. Dice que continuará la gran labor de Ana Roda en la entidad, porque es mucho el camino recorrido.

Consuelo Gaitán está feliz y se ríe con su carcajada suave de dientes perfectos, cuando le digo que pusieron al ratón a cuidar el queso.
(Risa). Sí Margarita, la lectura ha sido mi vida porque en mi casa todos éramos lectores ávidos y vivíamos rodeados de libros. Mi mamá era una excelente recitadora de poesía y a mi papá le encantaba reunirnos en la biblioteca para conversar y mostrar las ediciones que conseguía. Recuerdo una bellísima de El Quijote y la primera de Cien Años de Soledad de Gabriel Gacía Márquez. En la Bogotá de esa época había una especie de rechazo hacia Gabo porque ponía "malas" palabras en los libros y muchos papás molestaban porque en el colegio nos ponían a leerlos. Mi padre, en cambio, saludó su aparición y nos lo presentó como un verdadero maestro.

Sí, muchos decían que el éxito de “ese comunista” provenía de los tacos que usaba, pues para la crème colombiana de los años sesenta había una relación directa entre la palabra “mierda” y la posición política de quien la escribía (risa). ¿Cómo se hizo experta en Proust?
Cuando era adolescente me regalaron En Busca del Tiempo Perdido, en la traducción canónica de Salinas, y desde entonces la he releído muchas veces. Carlos Manzano hizo una traducción muy interesante, pero yo sigo un poco signada por la de Salinas, aunque hay estudiosos que consideran que hizo unas adaptaciones un poco personales.

¿Reescribió algunos apartes?
La labor del traductor no es volcar una obra de un idioma a otro, sino interpretarla y, de alguna manera, reescribirla. Por eso es tan importante que sea una persona de gran cultura y que conozca muchísimo el contexto de la obra. Según entiendo, en la traducción de Salinas él mete bastante mano, pero la comparación de esas traducciones ya tendrá que esperar hasta mis próximas vacaciones (risa).

Schopenhauer es su filósofo favorito. Le confieso que nunca lo leí porque siempre me cayó gordo por aquello de “la mujer es un ser de cabellos largos e ideas cortas”.
(Risa). Esa es una descontextualización, porque él habla mal en general contra la fatuidad de los seres humanos y lo cortos de mira que somos en determinados aspectos. Lo leí cuando, en un curso que hacía sobre Nietzche, hicieron referencia a algún pensamiento suyo y descubrí esa prosa maravillosa. Los filósofos generalmente escriben abstrusa y oscuramente, en un estilo poco amable con el lector, pero cuando empecé a leerlo dije: ¡Dios mío, un filósofo que entiendo! Su interpretación me cuadraba a las mil maravillas: al mundo, que es un caos total, hay que ponerle orden y solo el arte puede hacerlo. Yo me pegué de esa interpretación extraordinaria.

¿Cómo debe ser una librería?
Parece una obviedad decir que debe tener librero, pero es fundamental, porque una librería no es una exhibición delibros, sino un espacio de diálogo, de recomendaciones, de descubrimientos, de intercambios, y para eso se necesita un mediador. Hay que tener ojo, olfato y relación con la gente para poder escoger entre la infinita profusión de ediciones que salen todos los años.

¿Las está afectando el libro electrónico?
Sí, en el mundo anglosajón las librerías se están reduciendo porque hay muchísima venta por internet de libro electrónico y de libro físico. Sin embargo, desafiando esa tendencia, este año se abrió en el Centro Histórico de Madrid una librería de dos mil metros cuadrados y su gestor es Antonio Ramírez, colombiano y gran librero.

Dirigir una entidad de tanto peso como la legendaria y antigua Biblioteca Nacional es una empresa titánica. ¿Cuáles son sus retos?
La coyuntura es excelente porque la ministra Mariana Garcés logró que se aprobara una ley de recursos para la Biblioteca Nacional y la red de 1.406 bibliotecas del país –unos 35 mil millones de pesos–. Los pasos a seguir son infraestructura, dotación de libros y actualización.

Veo que tiene un libro de poesía de Álvaro Mutis, autografiado con su conocida letra angulosa, grande y temblorosa: “A la librera con la que soñé siempre”. Él era un adicto a Biblos, su librería, ¿cómo fue esa relación?
Cuando venía a Bogotá él se quedaba donde su amigo Álvaro Castaño cuya casa quedaba a una cuadra de Biblos. Allí llegó un día, se plantó en la puerta y con su hermosa voz anunció: “Yo tengo un hijo poeta que me recomendó venir a esta librería, de aquí no me muevo y a partir de este momento, ésta es mi oficina”. Él ya era muy reconocido como poeta y cuando salió La Nieve del Almirante tuvo un éxito tremendo. Se generó una gran expectativa porque anunció el ciclo de Maqroll El Gaviero. De allí en adelante sus citas las hacía en Biblos. Fue una época muy bella en la cual él hizo su proceso de afianzamiento editorial en Colombia con Norma, que le publicó todas las novelas.

¿Recuerda alguno de sus viajes en especial?
Cuando su hermano Leopoldo, al que adoraba, se estaba muriendo, entró a la librería y dijo: “Vengo de incógnito; que nadie me interrumpa, porque voy a acompañar a mi hermano Leopoldo a morir”. Llegaba en las mañanas a tomarse un café y se iba a pasar todo el día con él. Regresaba a eso de las cinco y media de la tarde, subía a su rincón del segundo piso, pedía un vodka y se sentaba a hablar de literatura y a contarnos historias de su infancia y de su juventud vividas con ese hermano a quien se sentía muy unido y con quien compartía el espíritu aventurero. Ese episodio duró mes y medio y nos enseñó muchas otras cosas. 

¿Por ejemplo?
Que Simenon, aparte de buen escritor de novelas policíacas, es un extraordinario escritor por encima del género. Decía que no había un mundo rural mejor descrito que el de algunas de sus novelas, citaba personajes maravillosos, o destacaba la compasión implícita en determinados párrafos. Fue un descubrimiento.

Sigamos con la Biblioteca. ¿Avanza el proceso de digitalización?
¡Claro! El plan está diseñado a diez años y ya están digitalizados cuatro millones de páginas. También está produciendo libros digitales, un proceso complejo y apasionante. Me interesa que los jóvenes se apropien de la Biblioteca y nada más consecuente con ellos, que están en todo lo digital, que la biblioteca abra posibilidades para que desde cualquier parte de Colombia y del mundo puedan acceder a sus contenidos.

No todas las bibliotecas del país están bien dotadas o en buenas condiciones.
Sí, algunas están deterioradas y el Ministerio de Cultura ya está consolidando esas estructuras físicas y construirá cien nuevas bibliotecas. MinTics está abriendo el ancho de banda y creando una plataforma de acceso y conectividad entre todas las bibliotecas del país. Y como la estructura tecnológica hay que llenarla de contenidos, adelantamos paralelamente un proyecto de actualización con nuevos libros.

Costosísimo, me imagino.
El mito de los libros caros hay que revaluarlo un poco, porque los precios se han equilibrado, y, además, hoy tenemos un sistema de compras industriales para contratar directamente con los editores, a precios más bajos y ediciones distintas a las de las librerías. Así logramos triplicar la cantidad de libros que podemos comprar.

La Biblioteca tiene joyas bibliográficas. ¿Qué hay en ese tesoro de Alí Babá?
Incunables, libros raros, maravillosas bibliotecas personales. En el programa de digitalización se están priorizando esas colecciones, como la colección Pineda o la colección Pombo. Es una doble labor de conservación del manuscrito y de divulgación de los contenidos.

Hace 30 años, su escritorio estaba en el mismo despacho que hoy ocupa. ¿El buen hijo vuelve a casa?
(Risa). Sí, estaba recién graduada y mi escritorio quedaba al lado de una puerta que daba entrada a la primera parte de la colección donada por Germán Arciniegas. 

¿Qué encontró allí?
Libros y documentos maravillosos, como manuscritos de Baldomero Sanín Cano, de una caligrafía perfecta. Qué ironía y qué humor el de Sanín Cano y qué prosa tan bella.

¿Cuál era su trabajo?
Era asistente del director y hacía la programación cultural. El primer libro que me tocó presentar fue El Mensajero, de Fernando Vallejo, sobre Porfirio Barba Jacob. Una biografía emblemática, como solo Vallejo es capaz de hacerla.

¿No encuentra curiosa la dicotomía entre ese magnífico escritor que es Vallejo y las diatribas con que escandaliza por los medios?
Pues cuando lo conocí en Barcelona pensaba para mis adentros, ¡qué susto conocer a ese señor!, y usted no se imagina lo que encontré: el hombre más amoroso, más querido y más tierno, lleno de detalles. Lo que creo es que él ha hecho de ese tipo de declaraciones una estrategia para llamar la atención (risa).

¿Qué lee usted actualmente?
La Maravillosa y Breve Vida de Oscar Wao, de Junot Díaz. Es como El Guardián entre el Centeno, de Sallinger, pero sobre la cultura de los latinos en Estados Unidos. Maravillosamente escrita y llena de personajes cautivadores, produce dolor la situación de de esos adolescentes que viven rechazados en los Estados Unidos y, a la vez, sin identidad. Es una prosa bella y honda. Ganó el Premio Pullitzer y se lo merecía. 

¿Le gusta releer? Entusiasmado por haber redescubierto a Dostoievski, Mutis se asombraba de su profundidad, su conocimiento del ser humano, su sentido místico –muy ruso– y decía que había sido una revelación como si nunca lo hubiera leído.
Hay que releer. Hace poco retomé La Montaña Mágica, que fue para mí muy reveladora en la universidad. Estábamos viendo la Fenomenología de Hegel. Yo no entendía nada y pensaba: ¡Dios mío!, ¿qué hago? Cayó en mis manos el libro de Thomas Mann y, no me pregunte qué tipo de asociación hice: leía una página de la Fenomenología, no entendía nada y me ponía a leer La Montaña Mágica y todo se aclaraba. Al final logré hacer el trabajo y pasar. ¿Cómo? No tengo ni idea, pero sí sé que me extasié una vez más con esa literatura alemana, reflexiva, adorable, de diálogos que duran 20 páginas.

Eso que me dice me remite, para terminar, a Carlos Fuentes en el Hay Festival de Cartagena, del año pasado, pocos meses antes de morir. Recordaba haber visto alguna vez en un hotel del lago de Zúrich a Thomas Mann. Y aseguraba que el escritor “tenía la concentración de la literatura en su perfil, en sus gestos, en sus ligeras nostalgias, en sus miradas ambiguas a unos muchachos y estaba transformando la vida en literatura. En su rostro estaba escrita La Montaña Mágica. «