Foto Ricardo Arispe. Departamento de asuntos nucleares
Foto Ricardo Arispe. Departamento de asuntos nucleares
26 de Abril de 2016
Por:
Ana Catalina Baldrich

La zona del peor accidente nuclear de la Historia sigue siendo un enigma. Muchas personas visitan el área de exclusión, pese a que el lugar no será habitable en miles de años.  Esto fue lo que encontró uno de ellos.

Chernóbil, 30 años después

Ucrania, 26 de abril de 1986, 1:23 a.m. Planta nuclear Vladímir Ilich Lenin. Una prueba en el sistema del reactor número cuatro provoca una serie de explosiones, seguidas de temblores de tierra y una hermosa luz multicolor, que marcan el inicio del peor accidente nuclear de la Historia. Un informe elaborado por  más de 100 científicos, publicado finalmente en 2005 por el Foro de las Naciones Unidas sobre Chernóbil, admitió que hasta cuatro mil personas eran susceptibles de morir en los años siguientes al accidente por causas relacionadas con el desastre.
 
Caracas, Venezuela, 10 de diciembre de 2015. El fotógrafo Ricardo Arispe compra el pasaje con destino a Ucrania para llegar a la zona de exclusión, ubicada a un radio de 30 kilómetros de la planta, de donde días después de la explosión, 30 años atrás, fueron evacuadas más de 116.000 personas.
 
  • “Me voy para chernóbil”
Ricardo tiene 36 años y es analista de sistemas. La fotografía llegó a su vida por “accidente”, como un pasatiempo para descansar la mente en los viajes de negocios. La afición lo envolvió al punto que hoy, aunque es consultor de sistemas, trabaja como fotógrafo documental.
 
El centro de sus proyectos es el hombre. Entenderlo. Por eso, desde hace un tiempo está dedicado a registrar todo aquello que lo ayude a comprender al otro. En su búsqueda, decidió indagar en el efecto de lo humano en el planeta. “La mejor forma de ver ese impacto es ir a los extremos. Fue en ese momento cuando se gestó el proyecto Chernóbil”.
 
El caraqueño comenzó a investigar sobre el accidente nuclear, la zona, sus efectos, las verdades y los mitos. Dos años después, un correo viral de propaganda de viajes marcó el inicio del proyecto. “Había una promoción en una aerolínea para Europa. Cambié, por probar, el itinerario. ¿Destino? Ucrania. El precio se acomodaba a mi presupuesto. Compré el pasaje”.
 
Ricardo es casado y padre de dos niñas. Aunque –asegura– su esposa no le ha dado nunca muchas vueltas a sus planes de viaje, que lo han llevado a visitar 4 continentes, Chernóbil marcó una diferencia. “Reaccionó como si estuviera loco. Pero finalmente entendió. Ella sabe que cuando se me mete un proyecto en la cabeza, no quedo tranquilo hasta que lo hago. Así que solo dijo: ‘Cuídate y buen viaje’ ”.
 
Tras superar los trámites para conseguir el visado, que incluyeron un viaje a Washington –en Venezuela no hay consulado ucraniano–, el comprobante del recorrido expedido en Ucrania, una tormenta que le causó la pérdida de su conexión para llegar a Kiev, y el extravío de su equipaje –en donde estaba una caja de guantes de látex, por si debía tocar algo en la zona, y otra con mascarillas, para evitar aspirar el polvo radiactivo–, llegó a la capital ucraniana.
 
  • Sin maleta, ni guantes, ni mascarillas
En la Embajada, mientras esperaba el visado, y luego en un bar, varios ucranianos lo cuestionaron por su deseo de viajar a la zona. “Reconozco que ante las advertencias me cuestioné si debía ir. No me arrepentí. No me gusta que me cuenten, prefiero verlo todo con mis propios ojos”.
 
Curioso, en compañía de un guía y el conductor del automóvil, Ricardo partió de Kiev rumbo a Chernóbil.
 
Una corta distancia de 187 kilómetros separa a la capital del país del epicentro del accidente nuclear. La ruta, dice el fotógrafo, repite las imágenes de las películas rusas: una vía flanqueada por enormes pinos cubiertos de nieve. “En un momento, la vía se abre, como en una gran sabana blanca. Llegamos al primer punto de control”.
 
A pesar de que la costumbre dicta que en ese punto solo baja el guía del grupo, la ansiedad de Ricardo sale a flote. Por fin está en Chernóbil. “El corazón late fuerte. Quieres bajar. Tomar fotos”. Le advierten que no puede retratar el punto de control. Percibe rastros del secretismo de la Guerra Fría.
 
Y es que en Prípiat –una ciudad ubicada a 3 kilómetros de la planta y que tenía 43.000 habitantes– el tiempo se detuvo en 1986. En sus calles y edificios, las imágenes de los grandes representantes del comunismo, y los símbolos de la hoz y el martillo, se confunden con la vegetación y la humedad.
 
Lejos del concreto, el escenario está lleno de vida. “Los paisajes son espectaculares. Pasamos por un campo abierto cerca de la planta de poder y vimos a unos caballos salvajes galopando”. Ese es el gran problema de la radiación. Es invisible. Al punto que 48 horas después de la explosión, cuando comenzó la evacuación de Prípiat y las villas aledañas, muchos no entendían de qué escapaban.
 
Actualmente, Chernóbil es el centro de operaciones de la zona de exclusión. Allí viven alrededor de 300 personas, entre ellas quienes trabajan en la construcción del “Arca”, el nuevo sarcófago (de 108 metros de alto, 257 de ancho y 162 de largo)  que reemplazará la protección construida en 1986 para evitar la propagación de más material radiactivo y que, según se calculaba, debía estar finalizado el año pasado.
 
Ricardo afirma que desde el estacionamiento de la planta, hasta donde llegó –pese a que el dosímetro encendió su alarma  indicando niveles inusuales de radiación–, se pueden observar las grietas en la antigua construcción protectora. Desde el mismo punto, se puede divisar el nuevo sarcófago. Dice que, visto de frente, solo le falta una cara para sellar lo que parece un gran galpón que será rodado por rieles hasta el antiguo reactor número cuatro.
 
Como “centro de operaciones”, Chernóbil cuenta con dos hoteles. Uno es una cabaña y otro que ofrece trailers en un campamento en donde los baños son compartidos. En este se hospedó Ricardo durante sus tres días de estadía en la zona.
 
“Hay que estar en el hotel a las 6:00 p.m. A las 10:00 p.m. se cierran las puertas. Son las órdenes, nadie puede cruzar la reja”. Aunque preguntó sobre las razones de la regla, poca fue la información que obtuvo a cambio. Su intuición le dice que es por seguridad, para evitar que alguien sobrepase las zonas demarcadas.
 
Para Ricardo, pocas son las precauciones que se toman en torno a la radiación. Quienes viven en la zona no usan ropa especial, ni mascarillas. Cuando se ingresa al hotel, no se deben dejar afuera los zapatos. La comida llega de Kiev, pero se cocina en Chernóbil. Eso sí, el agua es embotellada y sellada.
 
El único cuidado inamovible: no sobrepasar los límites dispuestos para la circulación de personas. “Por lo demás, tienen una vida muy normal”. Los trabajadores del sarcófago son relevados cada 15 días. Durante la construcción del primer sarcófago, los conocidos como “robots humanos” –soldados encargados de limpiar el techo de la planta de piezas de grafito altamente contaminadas– solo podían hacer su labor durante 45 segundos.
 
Hay quienes nunca salen de la zona. Incluso algunos regresaron después de haber sido evacuados. Como Ivan Ivanovitch, de 80 años, y su esposa María. “Llevan una vida normal. En su villa el dosímetro no suena. Tienen un pozo de agua y cultivan sus legumbres”.
 
  • La duda de sufrir por la radiación
Cuando se pasa por un punto de control, los visitantes son sometidos a una prueba de radiación. “Intimida, esperas que la luz sea verde”. Al fotógrafo venezolano le contaron que solo una persona ha marcado tener material radiactivo. Había cruzado los límites permitidos. Lo llevaron al hospital.
 
A su regreso a Kiev, Ricardo entendió su travesía. Cientos de fotografías análogas y digitales se convertirán en un libro que verá la luz este mes y que se podrá comprar por internet. Desarrolló su proyecto, conoció Chernóbil.
 
Reconoce que, al salir, sufrió algo de paranoia: “estornudas y piensas que tragaste polvo radiactivo”. Pero asegura que si en unos años sufre de algún tipo de cáncer, antes que a su visita a Chernóbil, se lo achacará a las horas de trabajo como analista de sistemas entre cables y computadores.
 
No se cuestiona sobre si regresaría o no a la zona de exclusión. Es un hecho, quiere volver en noviembre de este año. Esta vez con otros fotógrafos. Entre risas, al finalizar la entrevista pregunta: “¿Se anima?”.
 
*Publicado en la edición de abril de 2016