Fotografía | Archivo de El Tiempo
9 de Diciembre de 2020
Por:
Lariza Pizano*

Cuando se cumplen treinta años de la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente que dio vida a la Carta de 1991, Humberto De La Calle, Ministro de Gobierno de ese entonces, habló con REVISTA CREDENCIAL sobre ese episodio, asimismo, abordó sus diferencias y similitudes con la firma del Acuerdo de Paz, de la cual también fue protagonista.

"La constitución no fue una carta de batalla": Humberto De La Calle

  • Tres décadas después del movimiento social de la Séptima Papeleta y después de 30 años tan convulsionados, ¿cuál es su mirada hoy a ese momento?
El movimiento de la Séptima Papeleta fue uno genuinamente estudiantil. No es retórica. Eso no es algo que suceda ordinariamente. En un momento en el que estábamos al borde del abismo en distintos frentes, desde una perspectiva histórica destaco que, en vez de acudir al autoritarismo –que hubiese sido la receta en otros lugares–, esta sociedad en los noventa optó por abrir el camino al pluralismo, a la inclusión y al crecimiento democrático. Es algo excepcional.
 
  • De alguna manera, la constituyente fue un sueño que ‘cuajó’. ¿Qué permitió que sucediera?
Una oleada de consenso. La Constitución no fue el monumento a la victoria de unos sobre otros. No fue una carta de batalla. Creo que ese consenso dentro de la Asamblea se logró después de haber mirado la hondura del abismo en el que estábamos. 
 
  • Pero ese también fue un momento de optimismo, uno de los pocos en la historia política de Colombia. Implicó un entusiasmo ligado a la búsqueda de libertades. Hoy, en esta coyuntura de desazón y de tragedia social pospandemia, ¿cómo podría lograrse un estado de ánimo similar?
El momento constituyente estuvo signado por el anhelo de abrir nuevos espacios en la sociedad, y el valor central de la Constituyente fue el pluralismo. Como este fue un propósito nacional, la derivación hacia el optimismo era natural. Hoy, no tenemos un propósito nacional. Y la paz, que pudo haber sido ese propósito, cayó en manos de las banderías menores. 
 
  • Pero también podría decirse que el anhelo de pluralismo es latente. Tras la firma del acuerdo de paz en La Habana, en 2018 y 2019 se dispararon las movilizaciones sociales porque disminuyó la estigmatización de la protesta y comenzaron a verse otras demandas sociales. Los estudiantes lideraron los cacerolazos. ¿En qué difiere esa movilización social a la de los noventa?
La centralidad del 91 se ubicó en demandas políticas. Democratizar el sistema político, hasta entonces cerrado y bipartidista, era una prioridad. Ahora, los reclamos son principalmente sociales. El traslado de millones de personas a la clase media marcó un camino aspiracional. Muchos, sobre todo después de la pandemia, perciben que la realización de sus aspiraciones de vida ahora es un espejismo que se aleja. 
 
  • Pero la constituyente estuvo ligada a un acuerdo de paz y la Constitución del 91 lo selló al generar la sensación de que este hacía parte de una consonancia política. ¿Le faltó un sello así al acuerdo de paz de La Habana?
Algunos ven esa idea como un reproche. Como si se dijera que el Gobierno de la época no llevó a cabo esfuerzos suficientes para ampliar la base de apoyo en torno al acuerdo. No lo creo así. La degradación del conflicto ya había generado brechas en la sociedad que se reflejaron en lo político. Creo que las cifras de apoyo al diálogo en las encuestas al principio de las conversaciones y, a la vez, la negativa a dar algunos pasos esenciales para firmar un acuerdo, mostraron una realidad fraccionada. No pocos interpretaron los encuentros en La Habana como la rendición final de la guerrilla. Una emboscada, la batalla definitiva que no se libró en lo militar. El otro elemento que le ha puesto trancas a la construcción de legitimidad en torno al acuerdo es la miopía selectiva. No hemos superado el síndrome de “quién empezó la agresión”. En el fondo se soslayan las responsabilidades de los otros actores como si se pensara que la respuesta, igualmente macabra, hubiese correspondido a una guerra necesaria. Es eso lo que debemos superar. Claro que una base de apoyo más amplia hubiese sido recomendable. Fue lo que creímos lograr con el plebiscito del 2 de octubre de 2016. Pero la pregunta esencial es esta: ¿la renuencia de algunos al acuerdo hubiese sido motivo para dejar de buscar uno nuevo? ¿Estaríamos mejor hoy sin acuerdo, con la guerrilla más poderosa actuando todavía? Yo espero, sinceramente, que la persistencia en aplicarlo terminará creando esa base social.

 

  • Hablando de lo que quedó del plebiscito, algunos investigadores sostienen que en Colombia no hay polarización frente a la paz, ni frente al papel del Estado ante el mercado, ni tampoco en temas partidistas, pero sí que hay una radicalización de la derecha. ¿Qué opina?
El radicalismo y el populismo eran monopolio de la izquierda. El Frente Nacional ayudó a permitir que la discrepancia transcurriera de manera reflexiva. Con mis amigos de derecha en la Universidad siempre discurríamos en paz y nos divertíamos juntos. Ahora la derecha ciertamente ha tomado el mismo camino del radicalismo y el populismo. La pugnacidad, la irreflexión y la ferocidad volvieron. Hay, en el ambiente, un ‘airecillo’ de finales de los años cuarenta, cuando todo eso sucedía.
 
  • Usted fue ministro de Gobierno mientras sucedía la Asamblea Constituyente, ¿cuáles eran las diferencias entre ese entonces y ahora en términos de las tensiones y fuerzas de las dinámicas políticas?
Que en ese entonces a nadie se le ocurría decir que el centro era inexistente.
 
  • La pandemia puso una pausa en las movilizaciones sociales, pero estas parecen haberse pospuesto. Apenas ha habido un poco de apertura han despertado algunas como la Minga, la peregrinación de los ex Farc, las marchas de los estudiantes... ¿Qué tanto se asocian estas movilizaciones a promesas no cumplidas de la Constitución?
No creo que esas movilizaciones tengan que ver con promesas no cumplidas de la Constitución. La Carta Política está viva. Me refiero a su alma. Las normas funcionales son contingentes y fungibles. Toda Constitución en naciones incipientes es un anhelo. Y en ese sentido no es, ni puede ser, un factor de perturbación. Como señalé, hay un componente social importante en las inquietudes actuales que han llevado a las manifestaciones públicas recientes. Por otra parte, al marchar con los jóvenes el 21 de noviembre del año pasado, percibí un cierto sentimiento germinal hacia nuevas formas culturales. El cuidado de la casa común no es solo cuestión de cifras. De forma similar al año 68, creo haber sentido una desazón por el mundo que les hemos ofrecido: competir para consumir. Muchos jóvenes me dijeron: "ese no puede ser el destino de la vida". Es una cuestión espiritual.
 
*Politóloga y periodista,
fue editora de la sección
Política en Revista Semana.
 
*Lea la entrevista completa en la edición impresa de Diciembre de 2020.