Fotografías | Archivo particular
23 de Junio de 2020
Por:
Amira Abultaif Kadamani*

La región amazónica constituye el 42% de Colombia y su población, mayoritariamente indígena, está en alto riesgo de perecer por la COVID-19. Amazonas encabeza la lista de los departamentos con mayor número de contagios y muertes por cada 1.000 habitantes.
 

El abrazo de la fatalidad

NO CONOCÍA el cine. Nunca se había parado frente a una cámara. Aun así, Antonio Bolívar estuvo a punto de ganar un Óscar al encarnar a Karamakate, un poderoso chamán que guio al etnobotánico
Richard Evans en su búsqueda de la yakruna, una planta que le devolvería la capacidad de soñar. Este indígena oriundo de La Chorrera, Amazonas, perteneciente a la etnia Ocaina, se convirtió en el protagonista de El abrazo de la serpiente, la aclamada película del colombiano Ciro Guerra que, entre 2015 y 2016, conquistó millones de aplausos del público y la crítica especializada. El pasado 30 de abril, Bolívar murió a sus 75 años en el Hospital San Rafael de Leticia, tras batallar contra la pandemia que tiene acorralado al mundo. 
 
Con el correr de los días, muchos otros nativos han terminado en las fauces de la COVID-19 que, en esa zona del país, está a la vuelta de la esquina de convertirse en catástrofe cultural y antropológica. Urge una estrategia de choque para mitigarla y, según los expertos que trabajan en la región, debe tener tres condiciones fundamentales: que sea coordinada con Brasil y Perú en tanto que son vecinos fronterizos y el flujo de pobladores es innegable; que concierte con las comunidades indígenas, las empodere y acoja su medicina tradicional y que aplique un modelo diferencial de abordaje con respecto a otras áreas del país, debido a las condiciones especiales que rigen en esta (entre ellas, la movilidad fluvial, la gran dispersión de poblaciones y la presencia de pueblos multiculturales que concentran la mayor diversidad étnica de Colombia).
 
Un artículo recientemente publicado en la respetada revista científica The Lancet hace hincapié en las vulnerabilidades de los indígenas frente a esta pandemia. “Ellos tienen mayores tasas de pobreza extrema, morbilidad y mortalidad que sus vecinos no nativos, en el espectro de países de bajos y altos ingresos”, resalta la publicación, un estudio de caso de la situación en Bolivia. “Estas condiciones ponen a los aborígenes en un riesgo alto de complicaciones y muerte por COVID-19, pues las infecciones respiratorias son, de hecho, una preocupante fuente de morbilidad y mortalidad en muchas de estas comunidades. La pandemia del AH1N1 de 2009 resultó en una mortalidad entre tres y seis veces mayor en indígenas frente a no indígenas, de América y el Pacífico, y eso es un indicador contundente de lo que puede ocurrir ahora”, añaden los autores.
 
A continuación, un panorama sintético de lo que ocurre en la Amazonía colombiana –conformada por Amazonas, Vaupés, Guainía, Guaviare, Caquetá y Putumayo–, presentado por tres voces distintas: Pablo Montoya, médico especializado en salud pública, fundador y director de la ONG Sinergias; Mónica Palma, bacterióloga y doctora en ciencias con enfoque en epidemiología, diagnóstico y control, que hoy dirige el laboratorio de diagnóstico de pruebas de biología molecular del Amazonas, y Wrrny Gómez, subcomisionado de salud de la Organización Nacional de los Pueblos Indígenas de la Amazonía Colombiana (OPIAC). 
 
  • CASOS
Al cierre de esta edición, el consolidado de casos reportados en la Amazonía es de 1423 contagiados y 51 fallecidos. El departamento de Amazonas acapara más del 95%. Allí, el primer caso se identificó el 17 de abril, y al cabo de un mes (17 de mayo), ya había 1007 contagios y 43 muertes, un crecimiento más acelerado al compararlo con Bogotá, epicentro de la pandemia en Colombia, y cuyo primer caso se registró el 6 de marzo. En la capital, hasta el 6 de abril se notificaron 761 infectados y 39 muertes. En Amazonas, el coronavirus entró por Tabatinga, la ciudad brasilera colindante con Leticia. Se piensa que el virus estaba circulando desde hace mucho tiempo en esa área, probablemente semanas atrás, dados los casos que han venido subiendo por el río Amazonas desde Manaos, o bajando desde Iquitos en Perú, dos grandes focos de la epidemia en la región. Lo que vemos hoy “es el resultado de una acumulación de casos sintomáticos luego de que muchas personas probablemente asintomáticas se movieran por ahí”, señala Montoya.
“Teníamos claro que la enfermedad iba a entrar por la frontera, sobre todo por el comportamiento de Brasil. Hoy, Tabatinga tiene menos casos que Leticia, pero allí están trabajando con pruebas rápidas (aquellas que determinan si un individuo tiene anticuerpos desarrollados por la presencia del virus). Sin embargo, hemos visto que estas pruebas generan muchos falsos negativos, a diferencia de las de PCR, que son muy certeras”, complementa Palma.
 
 
  • CUARENTENA
En la Amazonía, el confinamiento ha sido muy difícil de cumplir por varios factores, entre ellos que la información llegó tarde y no fue socializada correctamente entre toda la población. La gente, además, no comprendió oportunamente la envergadura de la pandemia, algunas poblaciones confiaron en que no llegaría a sus territorios, otras permitieron el ingreso de personas que estaban fuera y querían regresar a sus pueblos sin cumplir los protocolos de aislamiento y el comercio ilegal transfronterizo no se detuvo. Pero la razón más acuciante es la profunda pobreza que azota la región y que hace que gran parte de la población incluyendo más de un millón de indígenas– no tenga medios de subsistencia, empleo formal, sistemas de saneamiento básico y acceso a agua potable. Tampoco elementos de aseo y protección para enfrentar el virus ni sistemas de salud sólidos ni de primer nivel. “Cuando el 70% de la población vive en la informalidad, como la de Amazonas, y le pides a la gente que se quede en casa pero no tiene cómo alimentar a sus niños que lloran de hambre, es imposible cumplir una cuarentena. Cuando he ido a entregar mercados personalmente me he encontrado con ranchos en los que viven hasta cinco familias confinadas. Escalofriante”, dice Palma.
Muchas comunidades indígenas no tienen una economía autosuficiente, particularmente aquellas ubicadas en cercanías de los cascos urbanos. Y si bien las que están apartadas tienen sus chagras de cultivo y realizan actividades de caza y pesca, no tienen sus necesidades plenamente cubiertas. “Para que haya un aislamiento se debe garantizar a la población unas condiciones mínimas, empezando por la seguridad alimentaria, pero no hemos tenido apoyo. Si bien hay unos conocimientos tradicionales, algunos territorios no desarrollan la misma actividad en cuanto a recolección, caza y pesca: para eso requieren algunos elementos y apoyos. Para los pueblos más apartados se requieren, por ejemplo, unos kits diferenciales que en vez de arroz o aceite tengan anzuelos, pilas, sal o panela; esto lo suelen conseguir en los municipios, pero hacerlo los vuelve vulnerables”, explica Gómez. Entre tanto, las fronteras en la Amazonía son invisibles, conforme lo recalca Montoya: “Los indígenas se mueven en todos sus territorios ancestrales y sus grados de parentesco son diferentes a los nuestros, pues ven al que está al otro lado del río como su pariente, hacen intercambios comerciales, tienen relaciones de cercanía fuertes… están muy intercomunicadas”.
 
  • TASA DE INCIDENCIA Y MORTALIDAD
En los seis departamentos amazónicos hay ocho municipios con casos reportados de covid-19, siendo Leticia y Puerto Nariño no solo los de mayor tasa de incidencia de la región, sino del país: a corte del 21 de mayo, allí se presentaron 2.555 y 391 personas contagiadas por cada 100.000 habitantes, respectivamente, es decir 73 veces más que el promedio nacional para Leticia y 11 veces superior para Puerto Nariño. Conforme el registro de Sinergias, se estima que alrededor del 3% de los leticianos —unos 45.000— están infectados.
La mortalidad es aún más crítica, pues supera en más de 68 veces la media nacional en Leticia y 10 veces en Puerto Nariño: la tasa es de 88,5 y 9,8 por 100.000 habitantes, respectivamente. ¿Y la capacidad de respuesta? A corte del 24 de mayo, los seis departamentos tenían una disponibilidad de 697 camas hospitalarias, de las cuales 26 son exclusivas para cuidados intermedios y 36 para cuidados intensivos, lo que permitiría atender solo el 1% de los casos graves esperados en el pico de la infección.
 
 
  • SUSCEPTIBILIDAD
Conforme explica Montoya, hay muchas comunidades indígenas que se han visto diezmadas por diversas infecciones respiratorias en diferentes momentos de la historia, y eso deja al descubierto una probable susceptibilidad de estas poblaciones. “Puede haber características genéticas que los vuelvan más susceptibles y que no nos hayamos dado cuenta. Eso aún no lo sabemos, pero lo que sí es cierto es que quienes viven en las grandes ciudades están expuestos a muchísimas más enfermedades respiratorias que allá, lo que hace que el organismo esté más habituado y pueda responder mejor a ellas. Adicionalmente, las asiduas deficiencias nutricionales de diversos pueblos indígenas deprimen el sistema inmunológico, lo cual genera una gran vulnerabilidad, la que aumenta ante la carencia de elementos de protección personal y desinfectantes recomendados para la prevención de la infección”. ‹
 
*Periodista y escritora colombo-libanesa.
Ha trabajado para agencias periodísticas
internacionales, y como investigadora
y productora de documentales para
Discovery Channel, National Geographic
y PBS.

 
*Publicado en la edición impresa de junio de 2020.