Fotografías | Javier Larrotta
28 de Abril de 2020
Por:
JUAN ESTEBAN CONSTAÍN*

Cuando a un escritor lo entrevista otro escritor, es previsible que el resultado sea un deleite. Pero es que, en este caso, ambos son también amigos del alma. REVISTA CREDENCIAL se honra en publicar este reconocimiento a una de las voces más prolíficas, creativas y queridas de la literatura colombiana contemporánea.

"La pandemia acaba en la lectura": Ricardo Silva Romero


CUANDO NOS conocimos, hace diez años, llegamos muy rápido a la conclusión de que es como si nos hubiéramos conocido toda la vida, desde niños. Tanto es así que cuando hablamos –que es casi todos los días, como una terapia– volvemos a recuerdos que tenemos juntos aunque no los hubiéramos vivido; no del todo, solo allí en esa memoria inventada que hemos rescatado de nuestra amistad para siempre y por siempre. Y aunque sea mi amigo, mi hermano, le tengo que decir la verdad, que me parece el mejor escritor de mi generación. Ya desde antes de conocerlo me lo parecía: el más consistente, recursivo y versátil; el que tiene el mejor sentido del humor, para mí la mayor cualidad del arte; el que logró primero y mejor que nadie, aun hoy, un universo y una voz propios que se han ido decantando y entrelazando en cada uno de sus libros, todos tan distintos entre sí y, sin embargo, todos tan parecidos a él. Libros inconfundibles que solo podían ser suyos: cuentos, poemas, relatos infantiles, novelas; una obra prolífica como pocas en nuestra literatura, y de una calidad irrenunciable en todos sus momentos. Esa obra lo refleja a él de principio a fin: su bondad sin límites, su ironía amorosa hasta en las peores tragedias, su apego por lo fundamental que es la familia.

Me dirán que esas son cualidades morales, no estéticas. Y es cierto. Pero hay autores, los mejores, que logran el milagro de consumar en su obra sus altísimos valores personales. Es como un combustible literario: una concepción del mundo que se hace presente en las realizaciones del estilo y del arte, en sus conquistas, y las enriquece y les da una profundidad y una gracia que al final son los rasgos que uno busca y agradece en un autor así. Eso es ser un autor, mejor dicho; eso también, y de la mejor manera. Ahora, como escritor, Ricardo Silva Romero es un maestro del oficio: un gran prosista y un gran narrador, un gran poeta. Y las riendas de la creación literaria, sobre la que escribió un libro excelente y lleno de claves, Ficcionario, no se le salen nunca de las manos. Por eso, si fuera una mala persona, igual sería un gran escritor. Pero es que además es una gran persona, una de las mejores que hay en el mundo, y ese talento no se aprende en ninguna parte. Basta haber conocido a sus padres, Eduardo (q. e. p. d.) y Marcela, para saber de dónde le viene. Basta leer su Historia oficial del amor, allí está todo.

También lo está en su columna en El Tiempo, una de las más leídas en el país. Se llama Marcha fúnebre y es en realidad una procesión de palabras, una a una cada viernes –‘papá’, ‘estudiantes’, ‘paz’…–, que resumen con justicia lo que va siendo Colombia todas las semanas, lo que va quedando de ella. Quienes lo leen allí, muchos de ellos, se lo imaginan alterado y energúmeno, con una agenda ideológica en su escritorio, “frotándose las manos frente a unas empanadas”, como suele decir él. Nada más alejado de la realidad, pues Ricardo solo escribe lo que cree que hay que decir con resignación y con ternura, sí, un acto de reparación que busca devolverles el orden a las cosas, a todas las cosas. Por eso tanta gente lo quiere y lo admira, sin que él lo haya buscado ni se beneficie jamás de algo así. Al revés: no hay nadie más ajeno que él a la figuración, al chaqueteo de coctel, a la vida pública. No hay nadie más generoso que él, no conozco a nadie así.

Este año iba (va) a publicar su nueva novela, Río muerto, pero llegó el coronavirus y ya no sabemos cuándo lo hará, ojalá muy pronto. Ojalá pase pronto esta nube. Mientras tanto, le hice esta entrevista que siempre había querido hacerle. Ricardo Silva Romero, el mejor, aquí está:

  • Cómo perderlo todo es una novela sobre la sociedad delirante en la que vivimos: la de las ‘redes’ y los posesos de sí mismos que campean por ellas y se adueñaron del mundo, hasta hacerlo un disparate aún más confuso y totalitario. Pero esa novela es también sobre la profecía del presente que son siempre los años bisiestos, en ese caso el funesto 2016. Y aquí mismo, en Revista Credencial, usted le echó el Tarot hace unos meses al 2020 y los augurios eran sombríos, y ha acertado en todo. ¿De dónde le viene esa pasión por el destino y su intuición? ¿Cómo la ha cultivado? ¿Cuánto tiene que ver eso con la literatura y con su obra y con su vida de escritor?
Yo no sé muy bien por qué, pero siempre me ha parecido clarísimo que en la vida de cada quien, como en los dramas que uno lee o ve, todo pasa por algo y para algo. Creería que tiene que ver con el hecho de que mi papá –que fue profesor de física y fue sensato durante sesenta años por lo menos– leía el tarot sin ninguna clase de reparo: siempre me alegra, dicho sea de paso, que se lo haya leído a usted esa vez. Y pienso, además, que no tenía yo a dónde mirar porque fueron los hermanos de mi mamá los que le enseñaron a leer arcanos mayores y menores. Que me lean las cartas ha sido para mí una terapia, pero también, en medio de los reveses o de los giros de la trama, me he encontrado con videntes, astrólogas, brujos, que me han convencido por completo de que esta experiencia de estar vivo –esta puesta en escena– tiene una trasescena en la que es claro que uno debe estar a la altura del personaje que le ha tocado en suerte. Y sí, todas esas lecturas entre líneas de la vida que se está viviendo, desde la que me hizo hace poco un médium muy tranquilo hasta la que hacía mi papá con una voz diferente a la suya, y que era una interpretación en todos los sentidos de la palabra, creo yo que es lo que hace uno cuando escribe. Sospecho, mejor dicho, que tiendo a escribir puestas en escena que me parece que me toca escribir –y que, como el naipe del tarot, acaban llenas de arquetipos de antes y de arquetipos de ahora– que intuyen la trasescena. Y me parece que así vivo: cuando se murió mi papá, por ejemplo, una amiga mía que oye esas voces me dijo que él me mandaba a decir que yo tenía razón en que mi destino era mi familia, y sí es lo que yo creo.

  • Ya después de haber acertado, ¿cómo ve o sigue viendo este 2020 al que le leyó la mano? ¿Qué cree que vaya a pasar en el mundo? ¿Cómo ve el futuro de esto que está pasando con la pandemia del tal ‘coronavirus’?
Yo creo que este 2020 es un clímax de un drama que venía creciendo desde hacía muchos años. A este año fueron a dar, como desembocando al mismo tiempo, todas esas protestas contra los violentos, contra los abusadores de los pequeños y los grandes poderes, contra los políticos que a duras penas se representaban a sí mismos, contra los vampiros de la naturaleza que hablaban de ir pensándose poco a poco el paso a una economía que no acabara con la Tierra, contra los billonarios que dejaban para después la idea de que algún día “la gente” los señalaría por estar quedándose con todo, contra las democracias resignadas a los empresarios voraces como también son resignadas a la idea de que “así es y así ha sido y así será”, contra los Gobiernos que entendían el Estado como el lugar corrupto por naturaleza en donde unos cuantos tenían el monopolio de las armas. Tienden a parecerme sobreactuadas las reacciones de las redes sociales, pues la vida es hacer el personaje de uno pero sin pasarse y, sin embargo, sí me parece impensable que el mundo siga varado en el mismo capítulo viejo, después de ver cómo los animales regresan a la naturaleza y cómo el aire se va limpiando para todos gracias al confinamiento de cada uno, y cómo los empresarios entregan miles de millones de dólares a la causa humana como devolviéndolos. A mí me parece que este es el momento para que la solidaridad y la integridad recobren su prestigio. Creo que está pasándonos esto para dejar de ser el virus de la Tierra y nuestro propio depredador. Pero también creo que cada quien tenía un drama muy hondo y muy personal por resolver, y espero –porque el mundo es la suma de todos los dramas– que se esté resolviendo de puertas para adentro: que nadie vuelva afuera a cobrarnos a los demás sus asuntos. Yo no es que esté tranquilo y descalzo, recibiendo el viento en la cara, como un monje zen o un influencer, pero sí me parece que todo este horror puede volverse el equivalente a una intervención a nuestra era de la adicción. 

  • Colombia es otro de sus temas recurrentes, de muchas maneras: el relato y el retrato de este país –esta marcha fúnebre– que todos los días sobrevive a sí mismo. ¿Cómo ve a Colombia ahora? ¿Qué cree que vaya a pasar en estos tiempos por venir?
En Colombia la trasformación que debería darse de hemisferio a hemisferio es particularmente difícil, particularmente retadora. Primero, porque tenemos una violencia “porque sí”, porque nos es imposible ser sin prevalecer, típica de acá. Segundo, porque nuestra desigualdad es crueldad pura. Tercero, porque nuestra idea de gobernar ha tenido mucho más que ver con la caridad que con la solidaridad. Y, sin embargo, creo que pocas veces hemos tenido una oportunidad tan clara para deshacernos de la parte venenosa de lo que hemos sido. Pienso que –así en este momento muchos sigan pensando en resistir mientras pasa la tormenta del virus, en hibernar mientras regresan los buenos tiempos– cuando pasen las semanas y las semanas, y sea claro que esto no es cualquier revés sino un cambio de capítulo, va a ser evidente que subsistirán los Estados que se construyan alrededor de la protección de la vida, las democracias que se rediseñen para representarnos a todos, los millonarios solidarios, los políticos al servicio de la gente, los poderosos, en fin, incapaces de abusar de su poder. He visto a mucho fanático de las redes, por estos días, repitiendo la idea mínima de que no hay ideologías cuando se enfrenta un drama global. Ojalá se acuerden de sus palabras cuando ya se pueda volver a la calle, ojalá sigan pensando, al final de este año, que con los demás hay que convivir como se convive con los pasajeros de un avión en turbulencia.

  • Alguna vez me contó, y me demostró, un rasgo maravilloso de sus primeros libros, y es que en cada uno de ellos hay un diálogo directo aunque implícito (o no, a veces es explícito: un homenaje) con algún libro de sus maestros y sus héroes literarios. ¿Cómo es eso?, y me gustaría saber si aún sigue siendo así y cuáles son esos libros de otros en los que se reflejan los suyos de estos últimos tiempos, digamos desde Autogol.
Sí me acuerdo, incluso, de la conversación. Es que yo tengo la sensación de que las novelas y las películas y las canciones que más me gustan son únicas y solo habrían podido hacerlas sus autores, pero también, al mismo tiempo, son parodias de sus relatos amados. Siempre me ha parecido curioso que no sea obvio que Parece que va a llover es como el viaje de Alicia por el país de las maravillas o que El hombre de los mil nombres es una recreación –con un giro– de la venganza del conde de Montecristo. Y ahora, pensándolo bien, ha seguido siendo así, porque Érase una vez en Colombia, la suma de El espantapájaros y Comedia romántica juegan con La Ilíada y con La Odisea; El libro de la envidia es resuelto por Bola de sebo; Historia oficial del amor es sobre todo un Viaje a la semilla.


  • ¿Y eso pasa también con películas o con canciones? Eso sí, las bandas sonoras de sus libros son siempre una maravilla.
Tienen bandas sonoras durante la escritura, o sea, bandas sonoras que empujan la escritura como Autogol es empujada por la música exasperante y conmovedora de Philip Glass o El libro de la envidia por puros réquiems de la historia. Recopilan las canciones que les gustan o que se encuentran los personajes. Pero también de alguna manera parodian –celebran, recrean– las canciones y las películas que más me gustan: Tic es el intento de hacer una novela como las comedias en las que un par de personajes intercambian cuerpos, El hombre de los mil nombres es un falso documental como Zelig o Ciudadano Kane, Cómo perderlo todo es un drama coral como los de Woody Allen o los de Robert Altman, pero sobre todo se me parece a un álbum de Paul Simon que se llama Surprise. De canciones de Paul Simon no solo he sacado un montón de ideas para resolver escenas o descripciones, sino la intuición de que en toda narración, como en toda melodía y en todo ritmo, hay un momento en el que hay que despertar al lector para que siga avanzando en piloto automático hasta el final.

  • Le voy a decir la verdad: yo pensé que escribir después de la Historia oficial del amor le iba a resultar muy difícil. Superar eso ya me parecía casi imposible, ¡y eso que venía de El libro de la envidia (otra joya)! Pero hizo Cómo perderlo todo, y ahora Río muerto, que saldrá cuando pase toda esta locura. ¿Cómo ha hecho para cultivar esa disciplina, esa consistencia de libros extraordinarios cada vez que escribe uno? Cómo es su rutina, mejor dicho. Cómo y cuándo escribe.
Yo le entiendo bien esa verdad porque en algún momento también pensé que iba a ser raro volver de ahí. Pero mi sensación, no solo porque todavía tengo una cantidad de libros que quiero hacer e ir chuleando, sino porque Carolina ya me enseñó que yo tengo que estar escribiendo para tomarme todo lo demás con espíritu deportivo, fue que tenía que sentarme a hacer otra cosa de inmediato. Hice ese ensayo, Ficcionario, porque a ella le parecía que yo hablaba con pasión, pero además con felicidad de cómo funcionan las ficciones. Y luego, cuando estaba terminando ese, pensé que tenía que escribir Cómo perderlo todo, y un libro me ha seguido empujando al siguiente yo creo que porque en el fondo –aunque no miro al infinito, ni me visita ninguna musa, ni me va a oír usted diciendo que tomé un dictado desde el más allá– siento que los tengo que hacer porque son los que yo puedo hacer y los que yo necesito hacer, y además siento que es mi trabajo y que tengo que asumirlo como cualquier trabajo. Puede que desde fuera parezca neurótico por lo calvo, pero por fortuna –porque es una terapia de choque para mí, y al tiempo no me lo tomo como un rapto de ninguna clase– aprendí hace rato a escribir entre preguntas y citófonos, y niños riéndose a carcajadas encima de mi escritorio. Yo me siento apenas puedo y me levanto cada vez que toca. Pero trato de que escribir no me arruine ningún plan con la gente que no quiero perderme ni un minuto.

  • ¿Qué es Río muerto?
Río muerto es una historia que me contaron hace tres años –y me pidieron que contara sirviéndome del método de la ficción– en un trancón desde Sopó hasta Bogotá: una historia que a mí me pareció dolorosa y reivindicadora al mismo tiempo hasta el punto que se me coló en la lista de libros por hacer, y que sucede en un pueblo irrepetible que no está en el mapa de Colombia aunque sea colombiano, y que sigue a una familia que pierde la cabeza cuando le matan al padre, hasta que todo estalla. Pero también es un relato sobre uno de los millones de fantasmas que andan por nuestro territorio, detrás de las esposas y de los hijos que perdieron, sin nadie que los narre y nadie que los nombre. Tiene de extraño que justamente me pidieron, al contarme todo, que cambiara las señas particulares, y tiene de escalofriante, también, que aquí hasta las almas en pena teman a las consecuencias. Me parece que el título señala el camino. Se trata –siguiendo la lógica que se ha usado en la poesía– de muerte que va a dar a la muerte.

  • La violencia (nuestra violencia) atraviesa de una u otra manera todos sus libros, toda su obra; a veces más, a veces menos. Pero siempre está allí, de manera muy clara y obvia en El espantapájaros, por ejemplo, o en Autogol o en la Historia oficial del amor. ¿Cómo llega a ella ahora con Río muerto? O mejor dicho, ¿qué es lo que quiere contar allí?
Últimamente me ha impresionado el hecho de que escribí Río muerto cuando trataba de salir del duelo de la muerte de mi papá, del que ya sé que no se sale, y cuando tenía la misma edad del padre asesinado. Creo que así de personal es esa novela y que por eso me la tomé tan a pecho como me las he tomado todas. Por supuesto, es una novela sobre la muerte, como Fin o como Tic o como la que he estado escribiendo para acabar de decir todo lo que se me ha estado ocurriendo sobre el tema, porque estoy convencido de que la muerte es la trasescena de la que hablaba al principio: no un muro al final, sino un escenario detrás del escenario. Pero además es, como Autogol o El espantapájaros o El libro de la envidia, una novela sobre la muerte violenta, sobre este país plagado de fantasmas en el que los verdugos no han caído en cuenta de que no es que vayan a irse al infierno: es que están en el infierno, es que les falta mucho para merecerse la muerte. En Río muerto cuento, mejor dicho, lo que sigue después de una muerte violenta, como las de Historia oficial del amor, como las típicas nuestras, sin perder de vista esta vez al espectro que sigue rondando a sus deudos y a sus asesinos. Yo de verdad no entiendo cómo un país tan religioso y tan agorero y tan brujo no piensa mucho más en lo invisible: censamos a nuestros muertos como si fueran simples cadáveres, pero el mudo que matan en el primer párrafo de Río muerto, por ejemplo, está esperando a que la gente sepa lo que le pasó.

  • ¿Cuándo sale a la calle esta nueva novela?
Ya está editada e impresa en una versión que a mí –porque yo no la edito ni la imprimo– me parece una belleza que algo aporta a la belleza. Y todos los personajes conmovedores de la cadena de cada libro, el autor, las editoras y los editores, el corrector, la diseñadora, el fotógrafo de la imagen de la portada, los impresores, el jefe de prensa, la jefe de marketing, los libreros y los lectores de Río muerto, estamos más que preparados para ponerla a rodar porque es una novela lista para ser notada y leída como el alma en pena que narra. Pero, con las librerías cerradas e incapaces de hacer envíos hasta hoy martes 31 de marzo, me parece que estamos de acuerdo en que va a empezar a ir de mano en mano en el momento preciso en el que sea más un alivio que un problema. Yo espero que sea muy pronto porque me parece que este es un momento ideal para pensar en lo que hemos estado hablan - do acá: estos días de encierros y de miedos nuevos como una oportunidad para tomarnos en serio el inicio de un capítulo nuevo, para deshacernos de esta violencia, darles alivio a las víctimas y pensar en la vida y en la muerte de otra manera. ‹ 

Silva Romero ha publicado doce novelas, varios libros infantiles y miles de columnas de opinión. Este año se espera el lanzamiento de Río muerto, inspirado en un relato escuchado por el autor.

*Escritor y columnista payanés.
Su publicación más reciente es
Álvaro, su vida y su siglo (2019),
dedicado a la vida y obra de Álvaro
Gómez Hurtado.

*Publicado en la edición impresa de abril de 2020.