Tanto María del Sol Peralta como los miembros de Colectivo Animal sostienen que es difícil hacer un modus vivendi en este campo. Sin embargo, ambos proyectos han sido ampliamente reconocidos.
Cortesía María del Sol Peralta |
23 de Enero de 2020
Por:
Diego Montoya Chica

¿Por qué es clave que existan los artistas de música infantil y quiénes están a la vanguardia de este lenguaje en Colombia? 

Rockstars para niños

UNA TAMBORA y un maracón saltan juntos con cadencia caribeña. Luego, un ukelele refuerza aquello que intuíamos: esto suena a mar… Pero la confirmación viene con el grito de una voz isleña: “Gimme a little buzz!” (“¡Dame un zumbidito!”). Es el sanandresano Joe Taylor, a quien se suman guitarra eléctrica, bajo, marimba y saxofones alto y tenor. En estrofas pegadizas, la canción narra el proceso de polinización de las abejas que contribuyen con ello a que exista vida natural. “Este es el poder del trabajo colectivo”, reza la letra. “Esta es la danza de la vida, ¡es un espiral que gira y gira!”.

 

Taylor es uno de los músicos invitados por el Colectivo Animal en el segundo disco de la banda, una oda –en clave infantil– a los ritmos tradicionales colombianos. Además de El zum zum de las abejas, inspirado en el zouk de las islas, en Un bosque encantado 2 hay un joropo instrumentado por un trío llanero, así como un vallenato en el que niños gritan el “¡sí señores!” icónico en el género. Incluye también aires del Pacífico y de los Andes, y colaboraciones con Marta Gómez y María Mulata, entre otros. “Las abejas nos muestran que, colectivamente, hacemos cambios profundos”, dice.  
 
 
Camila Rivera, una de las compositoras, advierte una tendencia en la música infantil contemporánea colombiana: “Lo local en diálogo con lo global. Se trata de recordar la esencia pero, en nuestro caso, con un poco de pop: con los reguetones con los que uno compite hoy, toca estar a la vanguardia”.
 
 
Al respecto también se refiere María del Sol Peralta, cuyo célebre proyecto CantaClaro fusiona la música con la literatura. De él se destaca el espectáculo Con… ¡cierto animal!, que ha llenado auditorios dentro y fuera de Colombia. “Me gusta que los niños crezcan sabiendo de dónde vienen, para que también sepan dónde están y qué futuro quieren labrarse”, dice la bogotana. Su trabajo es consciente en su labor pedagógica, pues no solo es resultado de su creatividad y preparación académica, sino también de las décadas de maceración profesional que para esta artista significó haber nacido y crecido entre pedagogas creativas. Peralta es hija de Irene Vasco, autora de una treintena de obras literarias para niños, y nieta de la gestora brasilera Sylvia Moskovitz, quien, entre otros hitos de los años sesenta, gestó las primeras producciones de televisión para niños en Colombia: Rondas y canciones y Caracolito mágico. “Crecí ahí, y vi que grandes artistas de diversas disciplinas podían ser parte de un proyecto así: Lucy Tejada, la Negra Grande de Colombia, David Manzur... No importaba que fuera para niños: era arte”, dice.
 
 
 
 
  • El propósito
Pero ¿qué es, a fin de cuentas, lo fundamental en la música infantil? ¿Qué querría María Elena Walsh, la argentina que fue tan famosa entre los niños de habla hispana como sus contemporáneos rockeros, en un mundo en el que aún no existía el inflamable internet? Sí que nos divertimos con ese “doctorrr” en su “cuatrimotorrr” que venía en discos de acetato... ¿Pretendía ella lo mismo que los compositores del Heigh-ho en la película de Blanca Nieves (1937), o que Peter, Paul and Mary cuando, en 1963, dieron a luz a Puff, the Magic Dragon?
 
 
Es fácil llegar a la conclusión de que todos buscaban divertir a los niños –ese mercado de millones de oídos y cerebros nuevos– y, a la vez, ofrecerles una guía por entre las vicisitudes de este complejo universo en el que les tocó nacer. Pero la cosa es más compleja, según la doctora Dennie Palmer Wolf. En un ensayo titulado Why making music matters –publicado por el Weill Music Institute del Carnegie Hall–, la estadounidense identificó seis grandes virtudes de que los niños se relacionen con la música, incluso desde su gestación.
 
 
La primera es la de fortalecer la formación de sus cuerpos y cerebros. Después de un año de nacido, dice la experta, un bebé tiene 70% del tamaño del que será su cerebro de adulto y, luego, cuando cumple los tres, ya tiene el 85%. “Bebés de un día de nacidos respiran en patrones distintos, dependiendo de si están escuchando a Mozart o a Stravinsky”, dice y refuerza: “la música es un gimnasio para las habilidades motoras de los niños”. La segunda virtud es la de conformar relaciones cercanas y estrechar lazos, un proceso que ocurre inicialmente en la familia –ese primer laboratorio de sociedad del que todo depende–, y que ocurre gracias a las emociones que expresa el niño con sus gestos, así como a su interpretación de las expresiones ajenas. Y esto le abre paso al tercer beneficio: el de  poder imaginar y comunicar. “La cantidad y la calidad del lenguaje que un niño escucha afectan tanto aquello que este comunica como la manera en que lo hace”, sostiene Palmer. “Si todo lo que escucha es ‘no hagas esto, ponte el abrigo, termínate la leche’, se perderá de aprender más vocabulario y de otras poderosas maneras de utilizar las palabras”. La cuarta virtud es la de compartir y gestionar los propios sentimientos, mientras que la quinta y la sexta se refieren a la cohesión grupal a diferentes niveles: desde ese tan básico de aplaudir de manera coordinada, hasta el de sentirse miembro de una comunidad.
 
 
“La música infantil habla de las grandes preguntas de la humanidad, esas que abordan los artistas en todas las disciplinas”, dice María del Sol. “Uno puede encontrar menciones a la muerte, a los divorcios, a temas de género y problemáticas regionales, o no. Está en cada artista saber qué mensaje quiere llevar, y en cada niño escoger con qué se quiere quedar”, dice Peralta. Coincide en ello con Camila, de Colectivo Animal. “En general, queremos sembrar contenido para la vida en términos de valores universales”, dice esta última y esboza un deber del género contemporáneo: “se debe rescatar a los niños como una audiencia sofisticada: su música se fue simplificando demasiado y a los padres, pobres, les ha tocado escuchar una ‘repetidera’ enloquecedora”. ◆
 
 
 
PLAYLIST ARBITRARIO 
  • Monster mash (1962), de Bobby Pickett. Es importante ponerla en Halloween.

 

  • Canción de la vacuna (1963), de la reina del género en Latinoamérica, María Elena Walsh.

 

  • El zum zum de las abejas (2017) y El rap del abuelo búho (2011), en los álbumes de El bosque encantado 1 y 2, respectivamente, realizados por Colectivo Animal.

 

  • Canción del bosque seco (2019), de Jacana Jacana. Este proyecto pedagógico sensibiliza sobre el patrimonio natural colombiano.

 

  • Somos ruidosos (2012), de Tu Rockcito. Inspirada en el rock pop de los ochenta.

*Conozca la playlist completa en la edición impresa de enero de 2020.