Autorretrato al óleo, 1659
4 de Junio de 2019
Por:
Patricia Zalamea*

El artista cúspide del Barroco holandés plasmó una naciente modernidad en sus pinturas, dibujos y grabados. Y lo hizo, primordialmente, mediante un uso particular de la luz. Análisis con motivo del aniversario 350 de su muerte.

Rembrandt, entre luces y sombras

El arte de Rembrandt van Rijn (1606-1669) se asocia con diversas innovaciones. Considerado como uno de los grandes artistas del Barroco holandés del siglo XVII, su modernidad tiene que ver, en buena medida, con la manera en que transforma la pintura en una suerte de materia de luces y sombras. Esto puede parecer, en un principio, algo abstracto e irrelevante, incluso formalista. Sin embargo, resulta fundamental para comprender que la luz desempeña un papel fundamental en el arte pictórico de la modernidad, no tanto por un asunto formal sino porque es una revelación trascendental de la que se puede hablar en términos científicos y artísticos al mismo tiempo. En la época de Rembrandt, hay que decirlo enfáticamente, la relación con la luz se vuelve una señal definitiva de la conciencia moderna.

 

De hecho, la luz es una de las preocupaciones más antiguas de los pintores desde tiempos inmemorables: es una de las herramientas primordiales para dar forma, para aclarar y oscurecer hasta lograr un cierto volumen, pero es ante todo una metáfora de la capacidad de ver, de iluminarse intelectual o espiritualmente. Desde los mosaicos bizantinos hasta los vitrales de las catedrales góticas, y de ahí en adelante, la luz se volvió una indicación de una iluminación divina. Así como otros artistas famosos asociados con el Barroco, como por ejemplo Caravaggio, Rembrandt es considerado un maestro de la luz: la particularidad de su pintura tiene que ver, en buena medida, con la manera en que usa la luz para dibujar sus imágenes, sean estas pinturas, dibujos o grabados. Pero más allá de eso, supo pensarla y dominarla hasta el punto de envolver a los espectadores de sus obras, fundiéndolos en uno solo con las figuras luminosas que emanaban de sus pinturas.

 

La luz era un eje central de lo que hoy conocemos como el arte barroco; es decir, el arte que transcurre a lo largo del siglo XVII en diversas partes del mundo (incluso se puede hablar de un Barroco global, en el que existían, por supuesto, particularidades según las tradiciones locales). En otras palabras, y a pesar de que suele usarse el término para referirse a la idea de un estilo recargado de ornamento, el Barroco no es realmente un estilo, sino más bien una forma de aproximarse al mundo moderno, de redimensionar la manera de pensar el lugar ocupado por el ser humano, no solo en el mundo sino en el universo. También conocido como la era de la revolución científica en Occidente, el siglo XVII fue testigo del desarrollo de diversos instrumentos para medir nuestro entorno y observarlo, hasta llegar a dominarlo: desde el microscopio hasta el telescopio, ambos capaces de mostrarnos mundos lejanos e igualmente cercanos pero invisibles para nuestro ojo desnudo, estos instrumentos transformaron para siempre nuestra forma de estar en el universo. Se trató de una revelación que puso en jaque no solo a las creencias religiosas, sino que puede entenderse como un despertar, por así decirlo, para los pintores que, después de todo, eran agudos observadores e intérpretes de su entorno.

 

 

 

Pero, ¿cuál fue el papel de Rembrandt en todo esto y por qué sigue siendo relevante para nosotros, ahora que se cumplen 350 años de su muerte? Más que cualquier otro artista de su época, Rembrandt convirtió la luz en el eje central de su obra. Si bien había otros pintores que la usaban de forma visible y dramática, ya fuera para ilustrar diversas escenas religiosas (como por ejemplo el momento de la iluminación divina de un converso al cristianismo, un tema común en el arte de la Contrarreforma) o para establecer un espacio verosímil gracias al modelado de luces y sombras, podríamos decir que para Rembrandt la luz era la esencia misma del arte y del conocimiento, más que un instrumento para dar cuenta de alguna otra cosa. Así, convirtió su uso tan particular de la luz en una marca reconocible, una que debían seguir los artistas que trabajaban en su prolífico taller a la hora de crear, variar y copiar las pinturas “a la Rembrandt”.

 

 

 

 

Foto Glisbert Van Der Wal.

 

Cualquier observación cuidadosa de una pintura de este artista y de su taller destacaría justamente eso: más allá de los temas (religiosos, seculares, retratos, escenas de vida cotidiana, entre otros), la exploración artística ‘rembrandtiana’ giraba en torno a la forma en que podía componer y experimentar con luz. En sus grabados y dibujos se pueden ver distintas etapas de experimentación: quitar y poner, tapar y revelar ciertas zonas, todas estas eran estrategias para encontrar la mejor fórmula visual, la más efectiva y contundente para conmover al espectador. La manera en que las figuras emergen de las sombras en sus imágenes, en muchas ocasiones con miradas prolongadas pero también furtivas y desenfocadas, confrontan nuestra condición humana. Entre sus múltiples variaciones, Rembrandt produjo un número importante de autorretratos, en los que esta relación se vuelve aún más palpable. Con las variaciones de las luces y sombras, lograba mantener una distancia y al mismo tiempo una presencia, casi como una reverberación. En este sentido, la luz fue una verdadera obsesión para Rembrandt.

 

Para la era moderna de la electricidad y de las imágenes en movimiento, es decir, del cine y de los dispositivos digitales, desde los cuales la luz emana hacia nuestros ojos, invadiendo nuestras noches y nuestros espacios más íntimos, nada debería ser más comprensible que el espacio pictórico desarrollado por Rembrandt, en donde la relación entre sujeto y objeto no solo se invierte, sino que se funde en uno solo. En ese sentido, se podría también decir que Rembrandt fue un visionario que logró dimensionar en su pintura una de las señales inequívocas de la modernidad y de las nuevas relaciones entre nosotros como sujetos observadores del mundo y ese nuevo mundo lleno de incertidumbres y espacios anteriormente inimaginables. Termino estas reflexiones evocando una fotografía que recorrió las redes hace poco tiempo, contenedora de un equívoco interesante: se trata de una imagen de un grupo de estudiantes sentados frente al cuadro, tal vez más famoso de Rembrandt, La ronda de noche, en el Rijksmusem de Ámsterdam, aparentemente absortos por sus celulares y desinteresados en la pintura que tienen al frente –o más bien, a sus espaldas–. Sin embargo, las noticias luego explicaron que se trataba de una tarea interactiva en la que los estudiantes respondían a la pintura in situ. Así las cosas, esta imagen fotográfica resume y funde ambas eras –la de Rembrandt y la nuestra– a través de la coexistencia, en un solo espacio, de personas y figuras que interactúan a través de sus dispositivos luminosos, sean estos pinturas que nos hablan desde el siglo XVII o iPads del siglo XXI que, a su vez, reproducen las pinturas de Rembrandt en una imagen digital.

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Foto Shutterstock.

 

 

* Decana de la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes y profesora asociada del Departamento de Historia del Arte en la misma institución.

 

*Publicado en la edición impresa de mayo de 2019.