Archivo particular
17 de Febrero de 2017
Por:
Carolina Sanín

La comedia dramática es dirigida por Joe Swanberg.

'Easy', por si quiere conocer el mundo hipster y no tiene idea de cómo definirlo

Tal vez nadie entienda muy bien cuáles son las pretensiones ni cuál es la peculiaridad de los hipsters. Sin embargo, todo el público parece reconocer el calificativo, y casi todos los que parecen corresponder a él lo niegan. Los hipsters no tienen una agenda política concreta, ni una filosofía ni una ideología, que se sepa, pero sí tienen una apariencia distinguible. Son vagamente liberales, vagamente artísticos; se visten con una moda sarcástica, con la que evocan aquellos lugares donde no están: otra época y un entorno rural. Podría decirse que lo hipster, además de una ausencia, es una tendencia del consumo que resiste las convenciones creando una convención limitadísima, un lenguaje de muy pocos elementos. La fuerza de la presencia de los hipsters incide en la adolescentización de la cultura y se gasta en la obsesiva definición de una identidad personal que no se encuentra. Por otro lado, el gusto hipster tiende a borrar las distinciones estilísticas entre las clases media y alta.

A mi modo de ver, la serie hipster por excelencia –la que más atrae a un público hipster y la que más presenta un modo de vida aparentemente contestatario y realmente superficial, narcisista y consumista– es Girls. Otra serie de gusto hipster es Easy, cuya primera temporada salió al aire en Netflix el pasado septiembre con una positiva acogida entre la crítica. Se trata de una comedia/drama de ocho episodios de media hora, con guiones y elencos independientes entre sí, salvo por algunas referencias secundarias que unos episodios hacen de otros, y salvo por los episodios tercero y octavo, que narran una misma historia.

La serie tiene lugar en Chicago y cuenta con tramas poco imaginativas y de fácil resolución. Siendo benévolos, podemos decir que muestra las tensiones entre lo hipster y lo yuppie, y que cuestiona algunos roles de género. Siendo justos, podemos decir que cuenta anécdotas pequeñoburguesas, ni cómicas ni trágicas, ni ingeniosas ni profundas, filmadas y actuadas correctamente, y con suficiente sexo como para que no apaguemos el televisor.

Hay un matrimonio heterosexual de jóvenes prósperos que, tentados por Tinder, deciden hacer un trío. Con su llanto, su bebé interrumpe el coito triple. Hay otra pareja joven, heterosexual y próspera, que ha perdido el gusto por el sexo. Para recuperar su vida sexual, la mujer compra disfraces de plomero y de mucama. Hay una mujer joven y bella a quien le gusta pintarse las uñas con sus amigas. Para parecerle menos frívola a su novia, que es vegana y activista del medio ambiente, debe decidir si cambia o miente sobre su estilo de vida. Dos hermanos, uno convencionalmente convencional y otro hipster, crean una cervecería ilegal. Uno de ellos quiere que la cervecería crezca, mientras que el otro no. La mujer de uno de ellos está felizmente embarazada, y la del otro queda embarazada a su pesar. Una próspera pareja formal y heterosexual de mexicanos vive una microcrisis matrimonial cuando hospeda en su casa recién comprada al exnovio hipster de la mujer. En el episodio más interesante de la serie (pues casi explora algo, a saber, los límites éticos del relato autobiográfico), un autor maduro de novelas gráficas en las que ha contado sobre sus matrimonios –y cuya actuación es torpemente calcada de la de Louis C.K.– se enamora de una joven fotógrafa cuya obra consiste en tomarse selfies.

 

*Descubra más recomendados de Carolina Sanín en nuestra edición impresa de febrero de 2017.