6 de Octubre de 2015
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Por Camilo Granada

De pronto por un pecado muycomún: compararlas. Cómo entender una encuesta ‘ad portas’ de la elección de alcaldes.

¿Por qué las encuestas sobre el mismo tema arrojan resultados tan distintos?

“Las encuestas son como las morcillas, muy sabrosas hasta que uno sabe cómo se hacen”. Esta frase, que acuñó Álvaro Gómez Hurtado en 1990, refleja la desconfianza y la confusión que producen las encuestas, en particular las que indagan sobre la intención de voto y la percepción política de los ciudadanos.

¿Cómo es posible que dos encuestas simultáneas sobre el mismo tema, a los mismos grupos poblacionales, den resultados tan disímiles? ¿Se puede creer en las encuestas?

En épocas electorales estos debates vuelven a aparecer como serpientes marinas. El caso de Bogotá es el más álgido. A comienzos de agosto, dos encuestadores distintos pintaron realidades de campaña a la Alcaldía totalmente diferentes. La encuesta de Ipsos–Napoleón Franco dio como líder a Enrique Peñalosa, con un 30 % de intención de voto, seguido de Rafael Pardo, con 19 %. La de Cifras y Conceptos, por el contrario, arrojó un empate técnico entre Clara López (con el 21 %) y Rafael Pardo (20 %), con Pacho Santos en tercer lugar con 19 %. ¿Por qué?

Para entender las encuestas hay que pensar en una sopa. Uno no necesita tomársela toda para conocer a qué sabe y de qué es. Como es imposible preguntarles a todas las personas qué piensan, se le pregunta a un grupo mucho más pequeño, pero que representa al conjunto de las personas. La clave, entonces, está en mirar cómo se escogió la cucharada de prueba.

Vamos por partes:

• 1.000 es más que 100 (el tamaño de la muestra) 

Como con la sopa, cuanto más grande sea la cucharada de prueba, más fácil es identificar los sabores e ingredientes. Si la cucharada es muy pequeña, el riesgo de no incluir todos los sabores es mayor. Pero no es necesario, ni posible, tomarse toda la sopa. La estadística nos permite encontrar el tamaño de la cucharada que nos muestre todos los sabores y que, además, nos quepa en la boca.

Para estudiar una encuesta es necesario mirar el tamaño de la muestra (cuántas personas se entrevistaron) y –lo más importante– el margen de error que ese tamaño implica. Ese margen de error debe usarse para leer las respuestas, porque la realidad puede estar por encima o por debajo de lo que dice la encuesta, al sumarle y restarle el margen de error.

• “¡Pero si a mí nunca me han encuestado!” (la representación de la muestra)

El tamaño no basta. La cucharada debe incluir todos los ingredientes; la encuesta, todos los sectores de la población que se quiere investigar (edad, género, estrato, lugar de residencia). ¿Cuántos colombianos somos? ¿Cuántas mujeres y cuántos hombres? ¿Cuántos menores de 25 o mayores de 60? Para resolver esa ecuación, se usan proyecciones de población a partir del censo nacional (el más reciente es de 2005). La muestra debe, entonces, reflejar esa proyección, que es la mejor aproximación posible.

En el caso de las encuestas electorales, hay que aplicar un filtro adicional: interrogar a los votantes y no a los abstencionistas, porque las opiniones de estos últimos no se van a reflejar en las urnas. Ese filtro es muy complejo. Las personas pueden decir que piensan votar, y el día de las elecciones no hacerlo. Diferentes encuestadores escogen diferentes filtros. Unos preguntan: De 1 a 10, ¿cuán seguro está de votar? Otros preguntan qué tan seguro está de votar; y otros prefieren encuestar solo a los que dicen ya han votado antes. Dónde se traza la raya, es decisión de cada encuestador y ahí radica, en buena medida, la diferencia de resultados entre una encuesta y otra.

•  ¿Y cómo hablan con la gente?

Existen varias formas: por teléfono, en sus casas, en la calle, y ahora, cada vez más, por internet. Cada manera tiene sus pros y sus contras. En principio, las encuestas cara a cara son más consistentes. Pero hoy día la tecnología ha avanzado tanto que (y dependiendo de a quienes se quiere consultar) el teléfono o la internet funcionan bien.

Por eso es importante revisar por cuál canal se realizaron las entrevistas y saber que cada método tiene sus limitaciones.

• La gente miente como el arranca diente (el arte de preguntar)

Como comentan, las preguntas dicen más sobre quien las hace que sobre quien las responde. El cuestionario de una encuesta debe ser cuidadosamente diseñado para que no induzca la respuesta y lograr que el entrevistado diga realmente lo que piensa. El problema es que muchas personas no están dispuestas a reconocer un prejuicio y a veces es necesario hacer preguntas indirectas. Un ejemplo clásico es el de: ¿está usted dispuesto a votar por una mujer para la Presidencia? A lo cual, so pena de ser juzgado de machista, casi todos responden que sí, aunque no estén de acuerdo. Otra respuesta se obtiene si la pregunta es: ¿Cree usted que sus amigos y familiares están dispuestos a votar por una mujer? Los machistas son ellos. Por eso, en temas complejos como ese, hay que hacer varias preguntas alrededor del mismo tema para develar la verdadera opinión del entrevistado.

• Percepción no es realidad

La gente responde lo que piensa y siente, no la realidad objetiva. El mejor ejemplo de esto es el tema de la inflación: en Colombia en los últimos años la inflación ha estado controlada a niveles bajos. Sin embargo, en múltiples encuestas los entrevistados critican al Gobierno de turno por no combatirla eficazmente. ¿Miente el Dane o miente la gente? Ninguna de las dos. Ambas son ciertas. Una es la realidad, otra es la percepción.

•  Como el retrato de Dorian Gray

Una encuesta es una foto. Muestra el momento en que se tomó. No predice el futuro. Por eso es que una encuesta de unas semanas antes de la elección puede no coincidir con el resultado electoral efectivo. Usar el retrovisor para decir que las encuestas se equivocaron es como preguntarse por qué la gente no es idéntica a la foto de la cédula.

• De peras y manzanas

Al tener en cuenta todas estas variables y factores que inciden en el resultado de una encuesta, y las diferentes metodologías, se entiende el error más común al leer encuestas: compararlas. Solo se puede comparar lo comparable. Encuestas con la misma metodología y el mismo sistema son comparables en el tiempo y nos dicen cosas valiosas sobre la evolución de la opinión y la percepción de los encuestados.

Las encuestas son herramientas de comprensión y estudio de la opinión ciudadana que deben ser entendidas, analizadas e interpretadas con cuidado. Son un termómetro esencial para comprender mejor las preocupaciones y los anhelos de la población. Los gobernantes y los que aspiran a gobernarnos deberían estudiarlas con juicio.

El beneficio para el elector, en cambio, es mucho menos claro. La guerra de las encuestas confunde. En muchos casos influencia la percepción e incluso la decisión de voto que, en vez de basarse en las propuestas del candidato, termina arrastrada por el efecto manada y el fantasma del voto útil. La percepción colectiva no debería reemplazar el debate de las ideas.

Como herramienta para visibilizar la voz ciudadana, las encuestas son válidas y necesarias. Como herramienta para influir en el elector, son problemáticas. Por eso, si de todos modos va a consumirlas, le aconsejo que, como la sopa, se la tome con cuidado de no atragantarse. 

* Camilo Granada es consultor en comunicaciones estratégicas FTI Consulting.