"Lo que cambia es la realidad son los hechos", Cecilia María Vélez

Su madre, Gabriela White, tenía antepasados ingleses pero era también una matrona paisa de todo el maíz, una gran educadora y una activísima líder social y política de la región de Frontino, en el occidente antioqueño. Ella convocaba, año tras año, a las muchachadas de las veredas vecinas y de su finca Tablaíto, para instruirlas, convencida de que en la educación estaba el futuro de este país.

Por su parte, Juvenal Vélez, el padre, era un ingeniero feminista a quien descrestaba la inteligencia de las mujeres. A tal punto que resolvió mandar no solo a sus hijos varones sino también a sus dos hijas a estudiar en Estados Unidos. Declinó en su fogosa mujer el trabajo político y la apoyó cuando Alberto Lleras la puso a encabezar la lista liberal para la Asamblea de Antioquia, donde fue la primera diputada de la región.
Por estos antecedentes y porque “de casta le viene al galgo”, nadie se extrañó de que Cecilia María Vélez le dedicara su vida al tema de la educación. Primero como secretaria del ramo de la Alcaldía de Bogotá, luego como ministra de Educación en el bicuatrienio uribista y desde hace tres años como rectora de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.
Definida indistintamente como autoritaria, distante, intransigente, lúcida, acelerada, inteligente y hasta fundamentalista, ella se defiende diciendo que fundamentalista ni por el forro y que, por el contrario, es una demócrata integral, abierta a escuchar opiniones mientras defiende –eso sí– sus convicciones.
Frentera como es, ha reconocido que puede ser dura y exigente con los equipos con los que ha trabajado y que la han acompañado trechos muy largos de su exitosa carrera. Y añade, con un brillo travieso en los ojos, que aunque rechinen los dientes y se rebelen, ella les genera mística para que trabajen por un objetivo común y alcancen sus metas. “A veces me quieren desaparecer, pero sienten que tienen espacio y que están retribuidos en términos de sus propios logros, agrega con una sonrisa de dientes parejos, mientras se arregla el flequillo, que le da un aire de universitaria primípara. Cecilia María estudió Economía en la Universidad de Antioquia, hizo un máster en Bélgica, y durante dos años cursó estudios de Desarrollo Rural y Urbano en el MIT. Fue subdirectora de Planeación Nacional, cargo que la llevó a conocer a fondo la compleja estructura del Estado. Pero la oportunidad de dar rienda suelta a su pasión por la educación, siguiendo los pasos de doña Gabriela, llegó cuando Enrique Peñalosa le ofreció la Secretaría de Educación de Bogotá, cargo que desempeñó con tanto éxito, que Álvaro Uribe la nombró ministra de Educación cuando llegó a la Presidencia de Colombia. Desde allí le dio gran impulso a esa cartera, estableció metas claras basadas en innovadores y confiables sistemas de información y empezó por exigirles a sus equipos resultados tangibles a corto plazo. En ese entonces se dijo que, hasta su llegada al Ministerio, la educación en Colombia “dormía el sueño de los injustos”. Lo cierto es que, antes de su gestión, la cartera de Educación arrastraba el caótico promedio de un ministro cada seis meses. El notable aumento en la época de las cifras de cobertura en educación básica, media y superior, hablan a su favor, aunque para los expertos en el sector el énfasis de su administración estuvo más en la cobertura que en la calidad. Pero es que, valga decirlo, conseguirla en un grado satisfactorio ha sido tradicionalmente un reto esquivo, no solo para ella sino para todos los ministros de Educación que en Colombia han sido.

¿Por qué fueron tan difíciles los primeros años de su labor en el Ministerio?

Teníamos un problema de administración del sector muy complicado porque no se había profesionalizado. Introdujimos entonces los más eficientes sistemas de información, hicimos reingenierías de proceso importantes y logramos implementar la descentralización.

Pero, ¿no estaban muy cuestionadas las Secretarías de Educación del país?

Sí, porque, a su vez, la Ley 60 de descentralización se había implementado a medias por la crisis fiscal del 99 y estaba, a su vez, muy cuestionada. Aunque se habían aumentado los recursos, no había pasado lo mismo con la cobertura, y la autonomía de las Secretarías estaba en la cuerda floja. Y aunque metíamos más y más plata, no mejoraban ni calidad ni cobertura. Francisco Lloreda, ministro de Educación, había pasado la Ley 715 para reorganizar el sector, y una de sus disposiciones era que la distribución de los recursos no debía ser por planta de personal sino por niño atendido.

¿Cómo cambió eso la ecuación?

Se derogó un incentivo perverso que tenía la ley anterior que disponía que entre menos cobertura tenías te pasaban más plata, y a la inversa. La Ley Lloreda exigía un sistema de información súper especializado porque, si íbamos a pagar por niño atendido, era prioritario saber dónde estaban, cuántos y cuáles eran.

¿Cómo funcionaba hasta entonces?

La información sobre niños atendidos llegaba más o menos cuatro años después, cuando el Dane procesaba toda la información.

¿No cree que habría que hacer auditorías más frecuentes para evitar escándalos de corrupción como los que se han presentado?

Al comienzo de la administración Santos las auditorías informaron que las Secretarías no estaban reportando como debía ser y que había una enorme cantidad de niños que no aparecían. Eso se corrigió.

Por otra parte, ¿qué pasaba con los maestros?

Algo muy grave: no sabíamos dónde estaban. Se morían, se iban, y hasta seguíamos pagándoles y concentrándolos en las mejores plazas y no donde se necesitaban. Finalmente se determinó cuántos maestros se necesitaban en realidad. Por fin hubo una relación mucho más eficaz entre la distribución de la plata, el aumento de la cobertura y la identificación de los niños.

Muchos ministros han tenido la obsesión de mejorar la calidad de la educación, ¿qué lo impide?

En principio, los resultados en educación son de largo plazo. Ahora, sí es cierto que vamos a un ritmo menor del esperado, pero hemos mejorado un poco. En los años noventa nos comparábamos con los países de la cola de América Latina, y hoy ya estamos de la media hacia arriba. Yo diría que ha habido un mejoramiento de la calidad, pero también sucede que, en general, América Latina está un poco pegada, salvo Chile, que ha dado pasos importantes.

¿Y qué habría que hacer para despegar?

Diría que enfrentamos una tarea de cambio de mentalidades. Tenemos una gran masa de maestros –como mínimo 300 mil en el sector público– en donde hay que lograr que todos estén dispuestos a iniciar procesos de mejoramiento. Hay que decir también que en la ampliación de cobertura que se hizo crecimos en un período muy corto y hubo que improvisar muchos maestros que todavía están ahí. Por eso es tan interesante la discusión que se dio a partir del estudio de la Fundación Compartir sobre la necesidad de hacerle una apuesta distinta a los maestros.

Compartir trabajó con la Universidad de los Andes para analizar el nivel de los profesores y por qué entraban a las facultades de educación con tan bajos niveles del Icfes. También querían ver por qué las facultades de educación tienen los peores resultados en los Ecaes. ¿Cuál es el aporte más importante de ese estudio?

Plantea, entre otras muchas cosas, una apuesta de largo plazo para atraer a los mejores estudiantes hacia la docencia. Eso incluye, obviamente, mejor remuneración. La propuesta es darles becas a los mejores, para que entren a los pregrados. Simultáneamente propone hacer una importante modificación en las facultades de educación para que los profesores provengan de facultades acreditadas que contribuyan a mejorar la calidad de su formación.

Hay polémica por la financiación de la educación superior. Muchos piden educación gratuita para todos. ¿Qué opina?

Hay que priorizar. En términos de la calidad educativa yo lo haría con la primera infancia, porque aquellos niños que pierden el desarrollo de los primeros cinco años no lo vuelven a recuperar, y son niños que, en general, están dentro de la línea de pobreza. Y, desde luego, hay que reforzar la básica y la superior.

¿Cómo ve el programa de las diez mil becas para los estudiantes ‘pilos’, que hoy suscita controversia?

Pienso que ayuda mucho a que la universidad se mezcle y a tener un sistema meritocrático en el que los mejores estudiantes que no pueden acceder a la educación superior logren una buena formación.

¿Cuál será su impacto en las universidades?

Creo que va a ser de doble vía. Va a mejorar los niveles académicos, porque, además de ser los mejores, los becados sienten una responsabilidad muy grande y son dedicados. Esto, a su vez, generará un espíritu de sana competencia en los demás.

Hay sectores que consideran que esa es una manera de darles plata –con los impuestos de todos– a las universidades privadas y no a las públicas.

Yo creo que el punto es la calidad y en el fondo hasta se podría hacer un análisis bueno en relación calidad-precio. También creo que estas becas no pueden soslayar la necesidad de fondear mejor las universidades públicas y que las dos cosas no son antagónicas.

En las redes sociales se ha denunciado matoneo y discriminación contra los alumnos becados, tanto en los Andes como en La Sabana. ¿Hay manifestaciones de ese tipo aquí, frente a los 620 becarios que han recibido?

No, esta universidad siempre ha sido pluriclasista. Hemos estado montando el sistema de soporte que nos exige el Ministerio, que está haciendo las cosas muy bien. Yo creo que si por algo se harán notar, será por ‘pilos’.

Hay sectores que claman por una gran reforma educativa. ¿Cómo la ve?

Aquí tenemos la ilusión de que las reformas cambian la realidad. Lo que cambia la realidad son los hechos, de modo que estoy convencida de que con una política clara de hacia dónde vamos, se pueden tomar muchas medidas. La financiación de las universidades públicas tiene que pasar por leyes, pero creo que no hay que pretender grandes reformas holísticas porque, si bien podemos tener todo muy claro en la cabeza, cuando nos enfrentamos a la realidad hay frustraciones.
El segundo cuatrienio Santos fue anunciado sobre la base de paz, equidad y educación. Hoy vemos que el tema fiscal no está para cucharas. ¿Cómo cumplir a largo plazo?

Independientemente de la crisis fiscal, el Gobierno tiene que seguir priorizando las promesas que hizo, y me imagino que eso se hará, como ya estamos viendo, recortando otros sectores. La aspiración es que aquí haya realmente un compromiso.

Usted fue funcionaria estrella de los dos gobiernos uribistas, ¿cómo analiza la durísima oposición del expresidente a este gobierno?

A mí me da mucha dificultad referirme a ese tema porque no tengo sino respeto y agradecimiento por el expresidente Uribe, que me dio la oportunidad de despolitizar el sector y de trabajar de acuerdo con sus prioridades. La gente me mira raro cuando digo que vengo del lado tecnocrático y que me da mucha dificultad meterme en las arenas movedizas de la política. No le sabría decir qué está bien y qué está mal, porque siento que es un enredo y que hay una polarización que no es deseable, pero hasta ahí llega mi pronunciamiento al respecto.

¿Qué opina de la Superintendencia de Educación Superior, que fue aprobada por el Congreso?

Era urgente tener más control, especialmente en el área económica de las universidades, que son fundaciones sin ánimo de lucro. La verdad es que el Ministerio no tenía ni la capacidad ni las herramientas para hacerlo. En ese sentido, bienvenida la ley.

No falta quienes creen que eso podría lesionar la autonomía universitaria.

No, esa es una tesis muy peregrina, porque la educación es un servicio social, y si somos fundaciones sin ánimo de lucro tenemos que demostrar que efectivamente lo somos.

Por razones de espacio, dígame uno solo de los logros más importantes en estos tres años al frente de la Tadeo.

Cuando llegué aquí, el Consejo Directivo me encomendó la tarea de acreditar la Universidad. No fue un trabajo solamente mío, claro está. En los diez años anteriores había habido una preparación que a mí me tocó finalizar, pero no fue un proceso fácil, porque tenía que ser muy participativo y abarcar varios planes de mejoramiento. Lo hicimos en un año, un tiempo relativamente récord.