Mico
6 de Febrero de 2015
Por:

El debate sobre libertad de prensa desatado por la masacre yihadista en París es interminable y también se ha polarizadohasta los extremos.
Por Diego Puentes
*Politólogo con maestría en Cultura de paz, conflictos y DD. HH. de la Universidad de Granada, España

Ser Charlie Hebdo vs. No ser Charlie Hebdo

 

Los hechos ocurridos en París, en los que perdieron la vida 17 personas a manos de grupos radicales islamistas, produjeron innumerables reacciones que en las redes sociales inicialmente generaron dos tendencias: Yo soy Charlie Hebdo y Yo no soy Charlie Hebdo. Asistimos a una comprensión histérica; pasamos de las imágenes solidarias por el respeto a la vida y la libertad de expresión, al debate radicalizado. Quien no esté conmigo, quien no sea Charlie, es enemigo de la libertad de expresión, es un terrorista (y seguramente musulmán y yihadista); quien sea Charlie, es un hipócrita, es un fascista.

¿Por qué en defensa de la libertad terminamos en un debate de la limitación de la misma? En mi opinión, hay tres errores en los argumentos de estas posiciones que pueden ayudar a entender este hecho. El primero es la generalización de las culturas árabes y específicamente de los musulmanes. Hay que tener en cuenta lo siguiente: se puede ser árabe sin ser musulmán, se puede ser, se puede ser musulmán y ser chiíta o sunita, pero también kurdo o yihadista o alauita, se puede creer en el Islam y no ser un islamista radical.

El Islam es una religión de más de 1,5 billones de personas, que abarca continentes y países muy diversos. Hay países como Arabia Saudita, Qatar, Kuwait (aliados de países “occidentales”), Pakistán, Irak y Afganistán, que profesan una interpretación extrema del Islam y tienen políticas represivas, pero también hay países como Indonesia, Bangladesh, Malasia y Turquía donde existen sistemas políticos garantistas e independientes de la religión. Para poner un ejemplo: 7 mujeres han sido presidentas en varios de esos países musulmanes, ¿cuántas mujeres presidentas ha tenido Estados Unidos?

Las religiones por sí mismas no producen ni paz ni violencia, son simplemente religiones. Aquello que define lo violento o no de las mismas es lo que cada uno hace con estas. Según Reza Aslan, profesor de la Universidad de California, Riverside, y miembro de la American Academy of Religion, en una entrevista en CNNTonight, existen monjes budistas en Myanmar masacrando a mujeres y niños y no por eso podríamos pensar que el budismo promueve la violencia.

Es cierto que Isis, Hamas, Hezbola, Al Qaeda, Talibán, son grupos extremistas radicales con los que hay que lidiar, pero no son lo mismo ni siquiera entre ellos. Es bueno, entonces, no meter en el mismo saco a todos los árabes y musulmanes; por el contrario, es preciso encontrar espacios en los que existan escenarios de cooperación y similitud, los cuales pueden servir para tener mayor efectividad en la lucha contra los extremistas y radicales (de ambas partes), que a propósito, y valga la pena recordar, tienen como víctimas mayoritarias a otros musulmanes no radicales.

Lo segundo que hay que mencionar es que a la revista Charlie Hebdo se le ha juzgado muy rápido, y a raíz de cuatro portadas, como un medio que reproduce un discurso islamofóbico. Esta perspectiva se olvida de que la revista ha estado durante cinco décadas reproduciendo chistes, burlas y sátiras que arremeten contra otras religiones, incluyendo la católica, que ha sido también severamente crítica de las políticas xenófobas de derecha y, sobre todo, que varios de sus dibujantes son de origen árabe.
El argumento busca, como lo menciona André-Noël Roth, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Nacional en declaraciones al portal Palabras Al margen, “si no justificar, por lo menos explicar estos crímenes desde una perspectiva antiimperialista como si Charlie Hebdo fuera, de cierta manera, representante del Estado o del gobierno francés. El blanco del ataque no es el Estado francés. Como tampoco el Estado colombiano era el blanco de los asesinos de Jaime Garzón”.

La defensa de la libertad de expresión debe hacerse para cualquiera y no debe caer en moralismos solapados que se gestan desde el lugar de lo políticamente correcto.
La tolerancia, siquiera la insinuación de justificación de estos hechos, es cómo intentar convivir con el padre golpeador. Es creer que el padre que es bueno y pacífico por naturaleza, solo golpea cuando es provocado; es pensar que la culpa es de la víctima. Y llevado a su extremo, decir que sus caricaturas eran demasiado controvertidas, es como decir que la mujer es violada porque su falda era demasiado corta.

El tercer argumento es el que expone la hipocresía detrás de las opiniones en contradicción. Llama la atención ver cómo nos conmovemos ante lo ocurrido, pero ni nos inmutamos por las 2.000 personas asesinadas en Nigeria esa misma semana, ni por los argelinos muertos a palos en 1961 por protestar contra la ocupación francesa, ni qué decir sobre los ataques de la OTAN a una estación de radio y televisión en Serbia en 1999. Aterrador también la laxitud de ciertas críticas a las violaciones de derechos humanos con el argumento de la diferencia cultural, que aunque da para un gran debate, no justifica las limitaciones a las que se somete a varios árabes o musulmanes y la separación que se hace como si fueran distintas a las nuestras. El debate no es si soy o no Charlie Hebdo, sino el derecho a decirlo. Sin peros. La libertad debe defenderse con la posibilidad efectiva de gozar de ella, debe buscarse en la disminución de las desigualdades, en la equiparación de las fuerzas, de las condiciones y acciones que impiden disfrutar de ella. Y es esta libertad que se asesina, una aliada y no un impedimento para lograrlo; es la posibilidad de no estar de acuerdo y es la posibilidad de que podamos discutirlo. En cualquier lugar y escenario.