Fotografías: Guillermo Legaria
2 de Octubre de 2014
Por:
Ana Catalina Baldrich

El 1 de octubre Javier Darío Restrepo recibió el Premio a la Excelencia periodística, uno más de los tantos que ha ganado por una profesión que ejerce desde hace 54 años.
 

 

 

 

“A los premios hay que exorcizarlos”

Javier Darío Restrepo siguió sus dos vocaciones. El sacerdocio y el periodismo. El paso de los años lo convirtió en el decano de la ética para periodistas, en un maestro que afirma que esto se ejerce “como un servicio y no como un poder” y que lejos de pretensiones y con naturalidad en su casa convierte una entrevista en una verdadera cátedra de periodismo.

 

  • ¿Por qué el sacerdocio?

El sacerdocio fue primero producto del ambiente del hogar. Tú sabes que un hogar antioqueño, nacido en Jericó, la tierra de la madre Laura, que luego llega al Quindío, en donde nos levantamos, no era que mis papás estuvieran diciéndome “queremos un curita en la familia”, pero sí le ayudaba en la misa al padre Castaño. A los 12 años fui a parar al Seminario Menor de Manizales. Me llevó mi padre, fuimos en tren. Allí duré hasta faltando 2 años para terminar, porque en ese momento no me resistieron. Ya había aparecido el cuestionador. Había llegado de Washington, de la Universidad Católica, un doctor en teología, Augusto Trujillo Arango, como profesor de teología dogmática y griego. El hombre comenzó a hablar sobre la infalibilidad papal, y dos o tres preguntas que hice lo hicieron poner colorado y molesto. Estaba a mi lado un tocayo llamado Javier Arango y los dos competíamos en examinar críticamente todo lo que el señor decía. Eso terminó en el despacho del rector, que me dice: “Javier Darío, tengo un dilema que usted me va a ayudar a resolver. O usted o el padre Trujillo, y como se da cuenta yo tengo que escoger al padre Trujillo. Entonces qué hacemos con usted”. Al finalizar el año me dijo: “busque otro seminario”. En ese momento, el que después sería obispo de Montería, monseñor Isaza, era el que veía por mí. Él era obispo auxiliar en Cartagena y me dijo: ‘véngase para acá’. Llegué al seminario y los tipos ya habían estudiado partes de teología que yo no, entonces me tocó estudiar solo. Eso es un recuerdo enorme, porque esto era en Santo Domingo en un convento precioso y allí está la iglesia. Según la leyenda, la torre fue torcida por el diablo y a mí me tocaba subir a esa torre a estudiar, porque era el único sitio fresco y porque los otros estaban en clases. Me sirvió mucho el estudio solo, profundizaba más, y luego la circunstancia de estar estudiando teología en la torre torcida por el diablo (risas).

 

  • ¿En qué momento cambia la vocación?

Eso fue un proceso largo, porque en todo mi tiempo de seminario tuve que ver con revistas y demás. Allá en la misma Cartagena, con Jesús María Cano, dirigíamos una revista, entonces salíamos a la impresión, reuníamos material, de modo que siempre estuve vinculado a eso, porque era como mi tendencia natural. Aquí me siento obligado a repetir una historia que siempre he contado.

 

  • ¿Fue a partir de un periódico mural? ¿Cierto?

Sí, pues fue a partir de eso, que yo podría tener 16 o 17 años. Luego, cuando a monseñor Isaza lo pasaron a Ibagué, me hace la pregunta: “te quieres quedar o te quieres ir conmigo”. Le dije: “me voy para Ibagué”. Llegamos y periódico, espacio radial, todo. Después lo pasan a Bogotá y me vuelve a preguntar, y le dije: “me voy para Bogotá”, aquí ya a dirigir una revista de circulación nacional que se llamaba La Hora, que era de temas sociales. Era una publicación prácticamente única en ese tema, tan única que el propio “Calibán” Santos Montejo escribió dos columnas denunciando esa cosa horrible de un cura comunista que dirigía una publicación comunista. Y era comunista simplemente porque hablaba de temas sociales. Esa revista me la cerraron porque publiqué una portada con dos desnudos: era una revista dedicada al sexo, y le dije al fotógrafo “necesito una portada” y el hombre se fue con dos niños –niño y niña– de 5 años, desnuditos, por un camino campestre tomados de la mano, solo se les veían las nalguitas, nada más. Hicieron gran escándalo y me cerraron la revista. Ahí sentí que las cosas tenían que cambiar. Después, un par de estudiantes de la Nacional se querían casar y pedí licencia para casarlos, como respuesta recibí una carta: “como usted se la pasa metido en cuestiones de prensa y demás y muy poco con asuntos sacerdotales no vemos por qué tengamos que darle licencia”. Eso sí desbordó todo y me di cuenta de que estaba jugando en dos canchas a la vez. Por lo tanto pensé: “decide Javier Darío ¿en cuál cancha te quieres quedar jugando el resto de tu vida?” Y escogí esta cancha, y nunca me arrepentí.

 

  • ¿Por qué el periodismo?

Porque sentía que era lo que sabía hacer y quería seguir haciéndolo cada vez mejor. Pero, sobre todo, lo que me había enseñado el periódico mural, el deslumbramiento en ese instante en el que yo veo a toda la gente apretujada para leer lo que yo había escrito, ese es un asombro que todavía no termina. Es sentir el poder de la palabra y cómo ese poder de la palabra se puede poner al servicio de los demás.

 

  • ¿Qué extraña de la televisión de su época como reportero en ‘24 Horas’?

Muchas cosas. Sobre todo que en aquellos tiempos la cosa era con más pasión por lo periodístico y menos preocupación por lo económico. Más pasión por servir a la gente y menos interés por ser famoso. El ego de nuestros periodistas está constituyéndose en uno de sus obstáculos mayores, es un ego que a veces no conoce límites. El talón de Aquiles de los periodistas es su arrogancia.

 

  • ¿Cuál es la forma de cubrir unos diálogos de paz en los que usualmente solo se informa lo oficial?

Ahí es donde está el primer error. Para mí es un principio establecido que un periodista que se respete no le cree a nadie, y menos a la gente en el poder. La gente en el poder es la fuente menos fiable, porque tiene más motivos para mentir. Nunca una podrá decir toda la verdad y esa es la razón por la que Snowden y los que han descubierto secretos son mirados como criminales y enemigos del Estado. Porque el Estado parece necesitar la mentira como el gran instrumento; si uno tiene en cuenta eso, es apenas lógico que como periodista esa sea la última fuente y, como sabes, el problema nuestro es que es la primera fuente. ¿Cómo se debe informar correctamente? Informar desde las víctimas. Las conversaciones de paz comenzaron a madurar cuando las víctimas llegaron hasta allá e hicieron que esta gente estuviera, no frente a una teoría sino que los guerrilleros estuvieran frente a un hecho: una víctima y el dolor de la víctima. En el momento en que esa mesa estuvo frente al dolor no teorizado sino concreto, en ese momento las conversaciones de paz comenzaron a ser otras y ese será un hecho que va a marcar el tono y el desarrollo de las conversaciones de paz. Si uno quiere cubrir bien esto, no tiene que comenzar a cubrirlo desde la parte oficial, sea la parte oficial del Estado, sea la parte oficial de la guerrilla, no, en la población. Yo comenzaría el trabajo mirando cuál es el sufrimiento de la gente y cuál es la huella que ha dejado el sufrimiento en el pueblo colombiano.

 

  • ¿Qué hacer ante el tsunami de informaciones que se generan en las redes sociales?

Hay un periodismo que va a desaparecer y es el que está preocupado por estar en la última hora y contar todo lo que sucede en el momento en que sucede. ¿Por qué va a desaparecer? Porque ya lo está reemplazando la tecnología, y a la gente le basta simplemente abrir sus páginas de internet. La gente está comenzando a sentir la necesidad de que alguien le resuelva el por qué, el para qué, el dónde de las cosas. Un síntoma de eso es que si tú vas a una reunión social y si saben que eres periodista te van a preguntar ¿qué va a pasar?, presienten que tienes información suficiente para develar el futuro. El periodista que hace eso de una manera normal se convierte en indispensable, el que está todavía con el cuento de la ‘chiva’, ese va a tener que colgar los tenis muy rápido.

  • ¿Qué significa enseñar ética a periodistas?

Me parece que estoy compartiendo con los colegas lo más precioso de mi experiencia, porque la ética es resultado de la experiencia. No es tanto conocimiento, es sabiduría y yo sostengo que todos los viejos –no únicamente yo– tenemos un deber para con la sociedad y para con los nuestros de compartir lo que la vida nos ha enseñado, y la ética la enseña la vida, el ejercicio profesional.

 

 

 

 

 

 

 

  • ¿Qué significa ganar el premio Excelencia Periodística?

Es un motivo de alegría y de agradecimiento porque siento que el trabajo que he hecho como periodista, investigando y trabajando el tema de la ética, ha sido conocido. Sobre todo me llama mucho la atención la clase de jurado que dio esto. Es que el consejo rector está compuesto por periodistas de todo el mundo y periodistas muy importante, si se fijan en el trabajo que ha hecho un fulano de tal Javier Darío y encuentran que vale la pena presentarlo y demás, pues eso a la vez me abruma, pero me da un gran agradecimiento. Frente a los premios hay que actuar a la defensiva y hay que exorcizarlos porque existen unas avideces que lo persiguen a uno a lo largo de la vida. En la juventud la avidez de sexo, luego la de dinero, la de poder y cuando uno está viejo la avidez de honores. ¿Cómo se exorciza un honor tan grande? El exorcismo más efectivo es buscarle un sentido a eso.