Carlos Nariño está radicado en París desde hace treinta años. Lo paradójico es justo allí, en la ciudad, dónde encuentra la exuberancia de la naturaleza de Colombia, su sensibilidad se vuelca ante ese mundo visitado y recorrido cientos veces, pero que sólo habita en su memoria, los recuerdos de los atardeceres, la añoranza del cielo negro antes de caer un aguacero, las nubes, el horizonte de la Sabana, el recorrido visual de los cientos de árboles y las minúsculas casas, memorias de una finca en la Vega, población cercana a Bogotá, a la que iba los fines de semana, de sus recorridos por el Museo Nacional en los que encontró a los llamados pintores de la Sabana como Zamora, que se filtran y se combinan con la luminosidad de la Sabana, es así, que estos recuerdos se acumulan en estudio en París, y es en este espacio donde busca esos verdes, amarillos y verdes del trópico. Sin embargo su paleta se encuentra con la luz de una búsqueda interna, de un qué querer decir y cómo decirlo. Durante sus estudios, Nariño intenta ser parte de la pintura contemporánea, hasta que su maestro lo confronta diciéndole que si es por estar a la moda mejor no lo haga. Desde ahí, Carlos Nariño es fiel a sus fijaciones y a su sensibilidad. Cómo él mismo lo sostiene, nació para pintar paisajes y así haya llegado a las nubes por pura y física necesidad de rellenar el azul, es conocido como ‘el pintor de las nubes’.