El Abra, refugio humano que data de 12.000 a .C. FOTO CARLOS NIÑO MURCIA, 2013.
Enero de 2020
Por :
Carlos Niño Murcia Arquitecto*, Universidad Nacional de Colombia, Licenciado en Historia del Arte, Institut d’Art et d’Archéologie, Université de Paris I, Panthéon-Sorbonne, París, y Magíster en Historia y Teoría de la Arquitectura, Architectural Associat

ZIPAQUIRÁ

Luego de la Independencia, Zipaquirá fue convertida en villa, en 1810, lo cual permitió a la población gozar de cierta autonomía con respecto a las rentas que producía la sal, recursos que fueron empleados para apoyar la causa revolucionaria. Es de anotar que, debido a su intensa participación en las batallas a favor de la Independencia, los lugareños sufrieron las represalias de la Reconquista, y varios fueron fusilados en la plaza de la Floresta.

La ubicación de Zipaquirá, por sus recursos salinos y por estar en un punto que conecta diferentes ámbitos geográficos, explica en buena medida la importancia de esta población en distintos momentos de la historia. Los fósiles hallados en el territorio de Zipaquirá testimonian la emergencia de pliegues montañosos de la Cordillera Oriental durante el Eoceno (hace 55 millones de años). Esas formaciones surgieron de los vestigios de un mar antiguo y contienen depósitos de sal y carbón. El drenaje de las lagunas que quedaron de ese mar condujo a la formación de planicies fértiles. Además, su posición al pie de los cerros y frente a la sabana de Bogotá, las rutas que se abren hacia Tabio, Tenjo y Subachoque, al suroccidente; a Cogua y Ubaté, al norte; al oriente hacia al río Bogotá, pero sobre todo el paso hacia Pacho, La Palma y el río Magdalena, hacia el noroccidente, son evidencia de que Zipaquirá ha sido un importante cruce de caminos a lo largo de la historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Es posible que, por las condiciones favorables que la caracterizan, el área haya sido una de las primeras que fueron pobladas en el territorio que hoy es Colombia. En el sitio de El Abra han sido encontrados artefactos, que datan de hace 12.000 años, dejados por cazadores y recolectores que se refugiaban en abrigos rocosos. Pobladores posteriores ocuparon planicies y colinas en las que han sido hallados vestigios de agricultura y cerámica, que corresponden al año 150 a. C. Estos habitantes ya extraían sal, mineral cuya producción aumentó en el siglo I d. C. y que se comerciaba a largas distancias.

 

Hacia el siglo IX d. C., llegaron al altiplano los muiscas, quienes desplazaron gradualmente a los agroalfareros de la cultura Herrera y promovieron una organización política centralizada. En los territorios de los cacicazgos encabezados por el Zipa, en el sur, y el Zaque, en el norte, los grupos muiscas se dedicaban a distintas actividades. Por ejemplo, en el sur eran centros político-religiosos Funza, Chía y Guatavita, en tanto que Zipaquirá, o Cipaquicha, tenía minas de sal y centros de producción de alfarería. Fueron panes de sal, bloques moldeados por las vasijas en las que se cocía la aguasal, lo que vieron los españoles de Jiménez de Quesada en su expedición por el río Magdalena. Por ellos buscaron a los nativos que comerciaban con sal, a quienes creían organizados y muy ricos.

 

Red regional de producción y comercio de la sal, siglos XVII - XVIII. CARLOS NIÑO MURCIA. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los bohíos de los indígenas estaban ubicados en la parte alta de la actual ciudad -el sitio de Pueblo Viejo- si bien esos pobladores se desplazaban según las necesidades de producción de la sal. A partir de mediados del siglo XVI, los españoles repartieron indios en encomiendas. En términos generales, la encomienda fue la institución a través de la cual los españoles que habían participado en incursiones de conquista eran recompensados con grupos indígenas, de quienes recibían tributos y cuya evangelización debían garantizar. Los encomenderos controlaban las salinas en tierras de sus indios, y estos seguían explotándolas con técnicas ancestrales. La sal y los artículos que obtenían con el intercambio del mineral, así como otros géneros que por lo general no producían, como algodón y oro, permitieron a los indios cumplir con las cargas tributarias, que incluían también servicios personales.

 

Esquina de la plaza. FOTO CARLOS NIÑO MURCIA, 2013.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A fines del siglo XVI, con el fin de regularizar la producción y la distribución de sal, necesaria para diferentes fines, como la salazón de pescados, el alimento para el ganado y los procesos de amalgamación de plata, la Corona tomó el control de las salinas de Zipaquirá, Nemocón y Tausa. Esa medida se daba en un contexto de reordenamiento territorial estimulado por la disminución de población indígena y el incremento de pobladores españoles que requerían tierras. Además, en ese momento las autoridades establecieron medidas para evitar los abusos contra los indios: una de ellas el establecimiento de corregidores, que debían ser intermediarios entre los indios y los encomenderos; otra, la supresión del servicio personal. En síntesis, el control exclusivo que los encomenderos habían ejercido sobre la mano de obra de los indios se debilitó.

 

Como parte de las disposiciones relativas a la administración del territorio, las autoridades impulsaron la creación de pueblos de indios, en los que idealmente debía residir la población indígena, al tiempo que se liberaba tierra para los españoles. En julio de 1600, Luis Henríquez, oidor de la Audiencia de Santa Fe, ordenó que los habitantes de Pueblo Viejo se desplazaran a la zona plana de Pacaquem, donde estableció el pueblo nuevo e hizo construir un templo. Además, delimitó resguardo, tierra comunal en donde los indígenas podían tener cultivos y ganados. Al mismo tiempo, la Corona conservó tierras de salinas y buscó tener en la misma jurisdicción la confección de ollas y la leña para beneficiar la sal. Aunque desde finales del siglo XVI la Corona había intentado restringir el comercio indígena del mineral, los bajos rendimientos obligaron a las autoridades a abrir las salinas en 1617 para que los indios volvieran a explotarlas. En 1655 se reestableció el monopolio de la Corona sobre la explotación, medida que rigió hasta la Independencia.

 

Siendo Zipaquirá un centro de producción de sal, los españoles solían establecerse allí. Ante la mezcla de pobladores de origen ibérico e indígenas, los españoles se localizaron en la parte baja del pueblo, mientras los indios seguían arriba, en un asentamiento siamés inusual en la Colonia. En 1749, el arzobispo de Santa Fe informó al rey sobre esta situación, que consideraba irregular. Por lo tanto, una cédula de 1759 estableció la separación del pueblo con un muro y dos puertas, a la manera del Berlín de la Cortina de Hierro. En ese período surgieron en el sector de los españoles varias construcciones, y muchas más en el resto del siglo. Así fue definiéndose la ciudad que hoy reconocemos.

 

Palacio Diocesano. FOTO CARLOS NIÑO MURCIA, 2013.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La parte baja tiene un trazado ortogonal, mientras que el de la superior, alrededor de la capilla de Santa Bárbara, es orgánico. En 1779, los indios de Zipaquirá se trasladaron a Nemocón por orden de la Audiencia de Santa Fe. Los indios conservaron el derecho de explotar las salinas de Nemocón, mientras que las de Zipaquirá quedaron incorporadas a la Real Hacienda y su explotación, autorizada a los vecinos (pobladores no indígenas) que allí residían. De tal forma, ya no fue necesaria la segregación, por lo cual se permitió construir con tapia y teja en la parte de arriba. Así, fue erigida la “parroquia de vecinos” de San Antonio de Zipaquirá. A finales de siglo XVIII, la expansión cruzó el río Negro y se trazó la plaza Villarroel, luego de la Floresta o de Quesada y hoy plaza de los Mártires. Además, surgieron varias casas que reflejan la riqueza de sus dueños, con portada de piedras, pilastras, escudos y apacibles patios, que aún hoy embellecen la ciudad.

 

Palacio Municipal y plaza de Los Comuneros. FOTO CARLOS NIÑO MURCIA, 2013. 

 

 

En la vida colonial de Zipaquirá también se destaca su relación con la rebelión de los Comuneros, que estalló en Santander en marzo de 1781, como protesta por los impuestos, las cargas tributarias y las restricciones que comenzaron a recaer sobre la comercialización del tabaco y del aguardiente, medidas promovidas en el marco de las reformas borbónicas, que procuraban una mayor eficiencia de las colonias. En su marcha hacia Santa Fe, varios de los Comuneros sostuvieron conversaciones en Zipaquirá con el arzobispo Antonio Caballero y Góngora, uno de los emisarios encargados de disolver la revuelta, y el 8 de junio se celebró un acuerdo en la plaza de la población. Sin embargo, meses después, las autoridades desconocieron el pacto y los cabecillas fueron ajusticiados en distintos lugares.

 

Esquina de la plaza. A la izquierda el edificio para la Administración de Salinas. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Luego de la Independencia, Zipaquirá fue convertida en villa, en 1810, lo cual permitió a la población gozar de cierta autonomía con respecto a las rentas que producía la sal, recursos que fueron empleados para apoyar la causa revolucionaria. Es de anotar que, debido a su intensa participación en las batallas a favor de la Independencia, los lugareños sufrieron las represalias de la Reconquista, y varios fueron fusilados en la plaza de la Floresta. En el contexto de la naciente república, la población fue parte de distintas entidades territoriales. Por ejemplo, fue capital de la provincia de Zipaquirá, entre 1852 y 1855, y del Estado de Cundinamarca, entre 1861 y 1864. Dentro de las reformas adelantadas por el presidente Rafael Reyes, Zipaquirá se convirtió en la capital del Departamento de Quesada en 1905. Esa jurisdicción fue suprimida en 1908, cuando la población se convirtió en capital del Departamento de Zipaquirá, que, a su vez, fue disuelto en 1910. Ese año, Zipaquirá volvió a hacer parte del Departamento de Cundinamarca.

 

Catedral de Sal. En la segunda mitad del siglo XX, una serie de disposiciones de la Organización Mundial de la Salud obligó a introducir yodo en la sal, pues ese elemento es benéfico para evitar ciertas enfermedades. Solamente la planta de soda de Betania tenía las condiciones para adelantar el procedimiento, por lo cual los hornos de Zipaquirá, Nemocón y Sesquilé fueron cerrados y demolidos. No obstante, los túneles excavados en Zipaquirá pudieron acondicionarse para construir una de las maravillas del país: la monumental Catedral de Sal, diseñada por José María González Concha y terminada en 1954 por Alfredo Rodríguez Orgaz. Su nave fue de manera incomprensible reemplazada por una buena obra: la nueva catedral, de bellas hechuras, inaugurada en 1995, pero que no debería habernos privado de la vieja iglesia.

 

 

Además de las transformaciones territoriales, los siglos XIX y XX trajeron consigo cambios en la imagen de la población. Así, en 1805 se comenzó la construcción de la nueva catedral, dirigida por el capuchino Domingo de Petrés, obra que fue suspendida en 1810. Petrés murió en 1811, y la obra se reinició en 1824, hasta completar las torres, en 1847. Por ese entonces, se construyeron casas de lenguaje neoclásico, inspirado en la arquitectura grecorromana. Varios edificios siguieron una tendencia estilística similar. Entre ellos, la estación del ferrocarril, edificada a finales de la década de 1920, y el Palacio Municipal, construido entre 1925 y 1937, en la esquina de la vieja casa del cabildo. Otro edificio significativo es el teatro Mc Douall, de estilo déco, en el que predominan líneas rectas.

 

FOTO MARTA AYERBE.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La producción de sal también cambió durante ese período. A comienzos del siglo XIX, el barón Alexander von Humboldt, como parte de sus exploraciones en el actual territorio colombiano, criticó la explotación de la sal a tajo abierto y el sistema de cocción que se practicaban en Zipaquirá. En esa medida recomendó galerías subterráneas y no elaborar la sal en panes sino en grano con calderos metálicos y en hornos permanentes, sugerencias que terminaron por imponerse. A comienzos del siglo XX, la explotación de sal estaba a cargo de particulares, por lo cual la industria tuvo un notable desarrollo. En la década de 1920, la extracción pasó a ser una empresa estatal, y en 1936 el gobierno nacional creó la planta de soda de Betania, ubicada en Cajicá, en la cual se procesaba la sal y otros productos derivados de ese mineral.

 

Palacio Municipal y Catedral en la plaza principal. FOTO DIEGO GRANDI, S.F. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En los últimos tiempos, la ciudad ha crecido con desmesura. Mientras, sus mentes lúcidas iniciaron la lucha por la defensa del centro histórico y el patrimonio cultural, algo que no comprenden sus gobernantes y menos algunos propietarios e inversionistas, que deberían hacer sus negocios en las afueras de la noble ciudad y preservar su bello centro histórico.

 

Germán Castro Caycedo (Zipaquirá, 1940). La actividad periodística y las novelas y crónicas de este escritor se han basado en exhaustivos trabajos de investigación sobre las complejas realidades colombianas y en un profundo conocimiento de la historia del país.