Partidos de las villas de Socorro y Sa Gil, 1776. Archivo General de la Nación, Mapas y Planos 4, 450A.
Marzo de 2020
Por :
Diego Silva Ardila * Historiador y Economista, Universidad de los Andes, y Doctor en Planeación y Política Urbana, Universidad de Illinois. Profesor, Programa de Gestión y Desarrollo Urbano, Universidad del Rosario

SAN GIL

Ocupación del territorio y poblamiento colonial

Al oriente de la Serranía de los Cobardes, hoy más conocida como Serranía de los Yariguíes, se encuentran las zonas escarpadas que rodean los valles de los ríos Suárez, Fonce, Sogamoso. En ese entorno está ubicado el municipio de San Gil, más exactamente en el costado oriental del Río Fonce (antes conocido como Mochuelo). Esta población ha tenido una presencia casi marginal en la historiografía del desarrollo urbano andino, lo cual no significa que su rol en la configuración territorial de la región que ocupa o en los procesos históricos que allí se desarrollaron haya sido marginal. Por el contrario, ha sido uno de los principales centros urbanos de la región y uno de los focos económicos y productivos más relevantes del Departamento de Santander.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El territorio de San Gil estuvo ocupado por grupos humanos catalogados como guanes, quienes, entre las décadas de 1540 y 1570, presenciaron la ocupación española en la región del río Mochuelo. Esa ocupación se organizó principalmente desde la provincia de Vélez, donde incursiones militares como la de don Martín Galeano, en 1540, o la de don Pedro de Ursúa, pocos años después, vencieron y asesinaron a los caciques Guanentá y Chanchón, respectivamente, y a numerosos indígenas. El nuevo orden espacial se basó en la incursión de estancieros y sus familias, así como en la concentración de los indígenas en “pueblos de indios”. En el caso de San Gil, para 1640 el sitio del Mochuelo contaba con un número elevado de habitantes y con las primeras casas. Aunque en ese entonces se consolidó como un asentamiento de españoles, años más tarde fue también lugar de residencia de pobladores mestizos.

 

Ríos Suarez y Chicamocha, villa de Sal Gil, 1820. Archivo General de la Nación, Mapas y Planos 4, 406A.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El topónimo San Gil no parece ser un tributo a Egidio Abad, santo nacido en Atenas en el siglo VI. Por un lado, no hay referencias al santo Gil en la catedral de la Santa Cruz, pero sí a la Virgen de Fátima, que aparece en su fachada principal. Por otro, tampoco hay referencias al santo en la construcción identitaria de la ciudad, y el patronazgo se ha dado a la Santa Cruz de la Nueva Baeza. Así, es posible que el nombre resultara de una estrategia política de los estancieros del lugar, quienes delegaron inicialmente en Francisco Díaz Sarmiento y luego en Leonardo Currea de Betancur las acciones necesarias para escindirse de la provincia de Vélez, que desembocaron en un auto que garantizó la existencia legal del poblado y le confirió el título de villa de Santa Cruz y San Gil de la Nueva Baeza, dictado el 17 de marzo (onomástico del santo Gil) de 1689, por el presidente de la Real Audiencia de Santa Fe, Gil de Cabrera y Dávalos. Probablemente, las élites de la villa de Santa Cruz, como una forma de agradecer al presidente Gil, decidieran priorizar al santo, hecho que subsistió hasta que el orden republicano definió que el nombre del municipio sería escuetamente San Gil.

 

 

Al tiempo que transcurría la consolidación de asentamientos en la región, la falta de claridad de la delimitación territorial acarreó una constante puja entre diferentes poblados alrededor del control de ciertas actividades. Por ejemplo, como se indicó, la jurisdicción de San Gil resultó de la ruptura con la provincia de Vélez, a finales del siglo XVII. Desde ese momento hizo parte del corregimiento de Tunja, hasta fines del siglo XVIII, cuando pasó a englobar las parroquias del Socorro, Barichara, Monguí de Charalá, Oiba, Páramo y Valle de San José, junto con las viceparroquias de Zapatoca y Los Confines y los pueblos de indios de Guane, Curití y Charalá. Para 1753, la jurisdicción de San Gil tenía una población cercana a los 33.000 habitantes y, en 1779, contaba con algo más de 50.000.

 

En paralelo, las manufacturas textiles y la producción del tabaco iban en aumento. Cuando las Reformas Borbónicas fueron puestas en marcha, durante la segunda mitad del siglo XVIII, San Gil hacía parte del área de influencia de Zapatoca, una de las cuatro principales factorías de tabaco de la Nueva Granada (junto a Girón, Ambalema y Candelaria). Esas reformas tuvieron efectos adversos para San Gil. Así, en 1776, las autoridades virreinales ordenaron la reducción de los distritos de siembra del tabaco. En un comienzo, las jurisdicciones de Socorro y Vélez quedaron excluidas, y el cultivo se centró en Girón, San Gil, Zapatoca, Charalá y Simacota. Más adelante, en 1778, solamente Girón y Zapatoca conservaron ese derecho. El descontento popular resultante desembocó en la rebelión de los Comuneros.

 

 

Los aires republicanos: cambios económicos y sociales

La Independencia implicó cambios en materia de producción y comercialización del tabaco. Así, en 1824 se suprimió la factoría de Zapatoca y se estableció en San Gil, hecho que ratificó la importancia de esta villa. La ley del 24 de septiembre de 1827 dispuso que el tabaco constituía un renta pública y fija del estado. En ese escenario, se crearon nuevas factorías, que permitieron reducir costos de distribución desde los distritos hasta los centros de compra y acopio. En Santander aparecieron factorías en la actual área metropolitana de Bucaramanga (Girón, Floridablanca, Piedecuesta y Los Santos), lo cual implicó una fuerte competencia para San Gil.

 

El aumento de población y las posibilidades económicas demandaban cambios en la educación. Es así como, en consonancia con el congreso constituyente de la Villa del Rosario de 1821, que abrió la puerta a los procesos de secularización, el gobierno central promovió la instauración de centros educativos de alto nivel. El vicepresidente Santander consideró que la villa del Socorro no era un buen sitio para un colegio provincial, porque allí no existían rentas para tal propósito. También estimó que la ciudad de Vélez era “un lugar situado en el extremo de la provincia y por lo tanto no a propósito para que los padres de familia envíen allí a sus hijos”. En consecuencia, ordenó establecer el colegio de la provincia del Socorro en la villa de San Gil, bajo el nombre de San José de Guanentá. En 1875, el colegio fue ascendido al rango de institución universitaria.

 

A partir del ordenamiento territorial de 1887, derivado de la nueva Constitución, San Gil se convirtió en municipio En ese momento, tenía una estructura productiva capaz de consolidarse como motor económico de cambio e industrialización. No obstante, la Guerra de los Mil Días constituyó un paréntesis que se extendió hasta entrado el siglo XX. Aún así, en 1874 se inició la construcción del puente de hierro sobre el río Fonce, llamado inicialmente “Puente Brooklin”. En 1882 entró en operación el servicio de telégrafo; en 1893, se creó por iniciativa de la familia Silva Otero una sociedad anónima para operar un acueducto, y en 1896 se estableció una empresa hidroeléctrica.

 

 

El siglo de la modernización

Entrado el siglo XX, los ajustes monetarios posteriores a la guerra condujeron a la ampliación de los servicios financieros. En ese contexto, en 1907 se inauguró el Banco de San Gil, que existió hasta que fue adquirido por el Banco Comercial Antioqueño, en la década de 1940. Otros cambios acaecieron en los campos del transporte y las comunicaciones. Así, para 1918 circulaba casi una decena de automóviles a combustión por las calles empedradas de la localidad y, además, en la década de 1920 se dio impulso a la conexión terrestre con diversas regiones del país. En 1922 aterrizó la primera avioneta y, más adelante, en 1951, se terminó la construcción del aeropuerto Los Pozos. Por último, la compañía telefónica fue inaugurada en 1953.

 

Panoramica de San Gil. FOTO ÉDGAR VARGAS / EL TIEMPO, 2005.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La industria tabacalera fue otro frente de modernización. En 1919, la Compañía Nacional de Tabaco (Coltabaco) inició el proceso de industrialización de la producción en la planta ubicada en San Gil, que se consolidaría a lo largo del siglo XX como una de las más modernas del país y que en 2005 quedó en poder de la multinacional Phillip Morris. En 1964 se creó Protabaco, que, con el tiempo, se convirtió en competidor de Coltabaco. En 2011 quedó en poder de la compañía British American Tobacco, tras su regreso al país, después de haberse ido a mediados del siglo XX.

 

Resta decir que la historia urbana de San Gil es relevante para los investigadores interesados en comprender la inserción de las actividades económicas santandereanas en los mercados globales, contexto en el cual sobresale el tabaco. Adicionalmente, lo es también para aquellos que analizan técnicas manufactureras e industriales. Así mismo, para quienes están interesados en estudiar las dinámicas post apertura económica de la década de 1990, que han convertido a San Gil y al territorio circundante en uno de los epicentros del turismo especializado de aventura.

 

Pedro Fermín de Vargas y Sarmiento (San Gil, 1762 – Nueva York, 1811). Estudió en Santa Fe en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, entre 1776 y 1780. En dicho claustro conoció a José Celestino Mutis, quien lo vinculó a la Expedición Botánica y facilitó su incursión en la administración virreinal. Su obra Pensamientos políticos y memoria sobre la población de la Nueva Granada (Imprenta Nacional, Bogotá, 1944 [1792 ca.]) reúne varias propuestas para impulsar las industrias del virreinato.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bibliografía:

1 Isaias Ardila Díaz, Historia de San Gil en sus 300 años, Arfo, Bogotá, 1990, pp. 55-70.

2 Julián Andrei Velasco Pedraza, “‘Distribuir justicia en beneficio de aquellos leales vasallos’: la estructura de la administración judicial en la villa de San Gil (1739-1771)”, en Diana Bonnett, Nelson González y Carlos Hinestroza (coords.), Entre el poder, el cambio y el orden social en la Nueva Granada colonial. Estudios de caso, Ediciones Uniandes, Bogotá, 2013, pp. 144-145.

3 Armando Martínez Garnica, “Breve memoria educativa de Santander”, Revista Cultural de Santander, n.º 12 (2017), pp. 18-21 y 29-30.