Visión de santa Gertrudis, siglo XVII. Colección Museo Colonial - Museo Iglesia Santa Clara, Mincultura. Reg. 03.1.005
Agosto de 2012
Por :
Constanza Toquica. Comunicadora social y periodista, Universidad Externado de Colombia. Magíster en historia, Universidad Nacional de Colombia. Directora del Museo Iglesia Santa Clara/Museo de Arte Colonial. Ministerio de Cultura, Bogotá

RELIGIOSIDAD Y AMOR EN LA COLONIA

   Incendios de amores divinos

Gran parte de la vida de los inmigrantes hispanos del siglo XVI y la de sus descendientes americanos, que tras las guerras de conquista levantaron sus ciudades reticulares sobre los asentamientos prehispánicos, se normó para ser vivida bajo los preceptos de la religiosidad católica contrarreformista. Así como fue transformado el espacio habitable, también las creencias y los sentimientos hacia lo sagrado fueron transformados.

Un amor que mata: el miedo a no salvarse

Del nacimiento a la muerte y hasta el más allá, las mujeres y los hombres neogranadinos fueron amamantados, criados, educados, casados, ordenados, protegidos, juzgados, perdonados y sepultados sobre un miedo fundamental: el de perder la salvación del alma.

Santa Gertrudis la Magna (detalle), ca. 1693. Óleo de Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos. Colección Museo Colonial - Museo Iglesia Santa Clara, Mincultura. Reg. 03.1.064Las iglesias barrocas y sus retablos atiborrados de imágenes, los vestigios de oratorios privados, los sermones, las notas autobiográficas y hagiográficas, las actas fundacionales de los conventos, colegios, cofradías, obras pías y capellanías, pero también las creencias sobrevivientes en buena parte de la población americana y la religiosidad popular actual, dan cuenta de ello.

El argumento de la salvación del alma sirvió igualmente para que la corona y la iglesia, aliadas oficialmente en el Patronato Regio para adelantar la empresa colonizadora, emprendieran la evangelización de las poblaciones aborígenes mediante la implantación de reducciones, encomiendas y haciendas en los territorios ancestrales de las comunidades indígenas.

Retrato de Antonia Pastrana y Cabrera, siglo XVII. Colección Museo Colonial - Museo Iglesia Santa Clara, Mincultura. Reg. 03.1.023Los media barrocos y sus mensajes de amor divino

El contexto mediático en el que era vivida la religiosidad colonial por parte de los seglares y religiosos neogranadinos estaba orquestado por una amplia producción discursiva visual, literaria y musical, de uso privado y también público como lo exigía la política eclesiástica contrarreformista, la cual, desde el Concilio de Trento, a mediados del siglo XVI, se enfocó en restaurar una religiosidad fracturada no solo por la corrupción eclesiástica sino también por la crítica que Lutero lanzó sobre la Iglesia.

La política contrarreformista utilizaría en el siglo XVII, públicamente, las mismas respuestas que místicos del siglo XVI, como san Ignacio de Loyola, encontraron en sus búsquedas interiores para superar la crisis espiritual de la cristiandad europea. La composición de lugar ignaciana, concebida inicialmente como método para cultivar la religiosidad interior mediante la práctica de los ejercicios espirituales, se usó para componer las mismas escenas mentales que se captaban con los sentidos interiores, ahora sobre lienzos, relieves tallados, retablos, pinturas murales, música y sermones para ser vistos y oídos por los habitantes de los recién incorporados territorios. Era fundamental también incorporar sus conciencias.

San Pedro de Alcántara se aparece a Santa Teresa de Jesús, siglo XVII (detalle). Colección Museo Colonial - Museo Iglesia Santa Clara, Mincultura. Reg. 03.1.010Desde el libro edificante que narraba la vida de santos ejemplares, y que se guardaba celosamente en la mesa de noche de la habitación o de la celda, en la biblioteca doméstica o conventual, y se usaba en el comedor, en el refectorio, o en la sala de labores para acompañar las horas de ocio, alimentando el alma; hasta la puesta en escena de la misa festiva, que a partir de la lectura de las sagradas escrituras y de los sermones conjugaba la luz de las velas que iluminaban las imágenes devotas con la música de los cantos monacales, se brindaba a la feligresía culposa y ávida de salvación un arsenal de medios para expresar su devoción y amor por lo divino.

Pero además los religiosos y monjas, administradores de la fe, cultivada mediante las imágenes sagradas de Cristo, la Virgen y de los santos y santas, también estaban ahí para interceder por los fieles, perdonar sus pecados, ayudarles a evadir el infierno, a escapar de los dolores terrenales y a ganar el cielo. No solo ello ayudaba a la feligresía. Las vidas ejemplares de las religiosas fueron el modelo de amor divino: un teatro de representación cotidiana al que tuvieron acceso sus contemporáneos y que estaba a mano de quienes tenían acceso a sus apuntes edificantes. Tal fue el caso, entre tantos otros, de la Colección de la vida ejemplar de la venerable madre Joanna María de San Esteban (1642–1708), escrita por Martín Palacios, clérigo y maestro de coro de las clarisas, en 1790. Su escritura fue un ejercicio para recordar un modelo de religiosidad colonial que desaparecería tras los albores de la independencia.

Niño yacente, siglo XVIII. Colección MuseoColonial - Museo Iglesia Santa Clara, Mincultura. Reg. 03.11.025Institutos para perfeccionar el amor divino: los conventos de clausura

Desde finales del siglo XVI y comienzos del XVII, se levantaron en las fronteras de las incipientes ciudades coloniales monasterios de enormes y gruesas paredes que albergaban no solo a las ricas doncellas de “limpia sangre”, sino también a otras mujeres que por variadas razones, que oscilaban entre su vocación personal y las necesidades financieras y sociales de su familia, se consagraron como monjas de clausura.

Vivieron encerradas para profesar su amor a Dios no solo las monjas de velo negro, hijas y parientas de importantes funcionarios reales y eclesiásticos, sino también las monjas de velo blanco, hijas y parientas de blancos pobres, las niñas educandas, familares de las monjas de velo negro, las viudas ricas, las divorciadas que corrían el riesgo de caer en la prostitución o en la mendicidad si no ingresaban a la clausura, y las mujeres de “vida alegre”, cuyas relaciones “pecaminosas” amenazaban con enturbiar el orden social, que se pretendía construir en torno a la familia mononuclear del reciente orden fundado en la ciudad reticulada.

La vida religiosa se formalizaba cuando, después del noviciado, profesaban como esposas de Cristo, en la ceremonia de iniciación de un camino que culminaría el día de la muerte de la monja, al consumarse el matrimonio místico entre el alma de la profesa y la de su amado Esposo.

El hábito y el cuerpo: amor a la austeridad y a la penitencia

Su forma de vestir, el tratamiento de su cuerpo y su comportamiento en ciertos lugares como el dormitorio, el refectorio, las celdas y la sala de labores, fueron normados para que el cuerpo y alma de la monja llegaran con la pureza máxima a la consumación de la cópula mística. Las horas canónicas en las que se reunían para rezar y cantar el Oficio Divino, la adoración del Santísimo, la comunión diaria, los ejercicios espirituales, el amor a la penitencia y el deseo de mortificarse, castigándose de muchas maneras, eran prácticas que conducían a que clarisas ejemplares, como Joanna de San Esteban, profesaran su fe usando rudos sayales2, cilicios3 y ayunos4 como sacrificios de amor al Altísimo.

Amar a un ausente: arar en el desierto

Joanna de San Esteban “como la esposa desolada con su amante escondido jamás desistió de solicitarlo en los caminos, desvelos de sus espirituales exercicios [...]”. Estas arideces fueron propias de la experiencia del amor místico de los siglos XVII y XVIII, como lo señala De Certeau: se vivía alrededor de una pérdida, de una ausencia que multiplicaba las figuras del deseo5.

Los incendios de amores divinos en la muerte de Joanna

Se entendía entonces el momento de la muerte como el instante eterno en el que la aridez cedía paso a la plenitud. Joan Baptista de Toro, confesor de Joanna, afirmaba que:“a la que oyó, vio y conoció, siempre tan temerosa de la muerte, no podía tolerar, la dilación del morir, todas sus desconfianzas, y temores, se convirtieron, en seguras esperanzas, de que havía de lograr el ver a Dios; sus sequedades se volvieron incendios, de amores divinos. […]”6.

Después de pasar toda la mañana en continuos quejidos, su confesor comenzó a leerle la Pasión de Cristo. Entonces enmudeció mirando la imagen de su amado crucificado7.

¿Por qué llegar castas a la muerte?

La castidad posibilitaba la pureza espiritual necesaria para que las religiosas pudieran acceder al matrimonio con Cristo y a su vez le confería a la Iglesia un poder económico enorme al configurarse como la única institución que podía recoger las herencias de las familias sin descendencia, o por lo menos la herencia de las religiosas que quisieran legarlas a la comunidad.

La clausura permitió a los jerarcas eclesiásticos controlar el poder de la religiosidad femenina, y a las religiosas les marcó una forma de vida estrictamente normada a través de una regla cuyo objetivo principal fue institucionalizar el camino de la perfección individual, restándole a la religiosidad femenina la posibilidad de ejercer su influencia directa en asuntos sociales y políticos.

Las penitencias, los cilicios y los ayunos fueron los mejores instrumentos para resistir las tentaciones de la carne8. El amor místico, modelo del amor colonial, castigaba el cuerpo utilizando las metáforas del amor erótico en un territorio espiritual habitado de ausencias que fueron transformadas en presencias mediante las imágenes a las que se amaba devocionalmente, y que hoy forman parte de lo que se ha denominado “arte colonial” en las colecciones de los museos, las iglesias, las colecciones privadas y algunos palacetes sobrevivientes. •

Referencias

1 Archivo del Convento de Santa Clara en Bogotá D.C. (de ahora en adelante “A.C.S.C.”), Colección de la vida exemplar de la venerable madre Joanna María de San Estevan Religiosa del seráphico monasterio de Santa Clara desta ciudad de Santa Fe de Bogotá del nuebo Reino...Sacada a luz Por el presvítero Martín Palacios, quien la dedica, al dulce dueño de nuestras Almas Jesús Sacramentado. Año de 1790, f. 48v., citando a Godines, Tratado de la mística, capítulo 2.

2 Ibíd., f. 29r: “la camisa que usaba era, de lienzo el más grosero, de aquel género que solo se aplica, para enfardelar arina, y aún le parecía era mui delgado. El ávito fue siempre, sayal muy basto y deslucido, mas para los ojos de Dios, que lubrica tan brillante […].”

3 Ibíd., f. 29v: “adornaba lúcidamente con un buen saco de áspero y duro cilicio, a que se añadía una cadena de hierro, que puesta desde el cuello bajaba en forma de cruz rematando los estremos en la cintura, y estos los unió con un candado, cuya llave no se halló, ni aun después de su dichosa muerte”.

4 Ibíd., f. 38r: Joanna se sustentaba de un “pedacillo de cordero [y] tres raízes de arracacha con muy poca sal, ni composisión alguna”.

5 Michel de Certeau. La fábula mística, México,Universidad Iberoamericana, 2004, p. 24.

6 A.C.S.C., Op. cit., f. 63v.

7 Ibíd., f. 64v.

8 Antonio Rubial García. “Un caso raro: la vida y desgracias de sor Antonia de San Joseph, monja profesa en Jesús María”, en Memoria del II Congreso Internacional El monacato femenino en el imperio español: monasterios, beaterios, recogimientos y colegios”, México, Centro de Estudios de Historia de México, Condumex, 1995, p. 355.