Peine al viento. Escultura en hierro pintado. de Eduardo Ramírez Villamizar, 1978. 140 x 132 x 40 cm. Colección del artista, Bogotá. (Retrato por Lorenzo Jaramillo, 1980)
Septiembre de 2016
Por :
Aida Martínez Carreño

PEINE AL VIENTO: EDUARDO RAMÍREZ VILLAMIZAR

En el arte colombiano del siglo XX la escultura ha logrado retomar el lugar que perdió desde la conquista española. Hay suficientes ejemplos del alto nivel alcanzado por la actividad escultórica en nuestras culturas primitivas: las grandes figuras líticas de San Agustín, las rotundas cerámicas funerarias Calima o Tayrona, las detalladas representaciones antropomorfas de Tumaco, los refinadísimos objetos tridimensionales Quimbaya o las balsas Muiscas que reproducen realísticamente prácticas ceremoniales, demuestran su evolución formal y técnica. No obstante ese desarrollo anterior, nada pudo aportar el mundo precolombino a la imaginería religiosa colonial de los siglos XVI al XVIII, como nada añadieron los escultores colombianos del siglo pasado a un arte surgido del neoclacisimo y ya trasnochado en la academia europea cuando llegó aquí para realizar cabezas, bustos, estatuas o alegorías en honor de próceres y prohombres de la República. Pese a todo, de ese fondo oscuro emerge en la presente centuria un trabajo escultórico nuevo y osado, vinculado a las avanzadas de la cultura internacional, que va a elevar el nivel del arte colombiano. Eduardo Ramírez Villamizar es uno de los comprometidos en ese cambio.

Su aproximación a la escultura tuvo un proceso gradual, lógico, articulado, como lo serán las sucesivas etapas de su carrera creativa; estudiante de arquitectura (1940-44) y bellas artes (1944-45) en la Universidad Nacional de Bogotá, obtuvo con un retrato el segundo premio del Salón de Artistas Colombianos en 1946, pese a lo cual se alejó de la pintura figurativa para ir hacia la abstracción; más tarde se desprenderá del material pictórico para adentrarse en la geometría y el espacio. El crítico Germán Rubiano Caballero afirma: "La pintura abstracta del artista es el preámbulo casi necesario de su gran obra de escultor [...] algunos cuadros anticipan claramente sus primeros relieves e incluso las formas y los espacios tridimensionales de sus esculturas libres". En 1958, con la construcción de relieves en madera donde se combinan y entrelazan formas geométricas, Ramírez Villamizar se inició formalmente como escultor.

Luego de una importante etapa de trabajo, enseñanza y exposiciones durante la década del sesenta en los Estados Unidos y de su retorno a Bogotá en 1974, ha sido una de las figuras más destacadas y activas del arte nacional. Artista independiente, disciplinado, regulado por un ritmo de trabajo severo que alterna con la vida campestre, ha conseguido, pese a la aparente frialdad de la lámina de hierro, materia prima de su trabajo, un rico y variado lenguaje apto para expresar las diversas aventuras de su sensibilidad. A partir del rigor de sus construcciones iniciales, netamente geométricas como, por ejemplo, en sus Peines al viento, las láminas metálicas se ondulan en Río de Janeiro y más tarde se ordenan armónicamente en un homenaje a la arquitectura incaica de Machu-Picchu; luego se van a transformar en torres y catedrales de hierro oxidado que invitan a elevar el alma hacia el cielo. Su ambición de moldear el espacio como materia prima de la escultura se concretará en los Caracoles, piezas de intrincado origen zoomorfo, cerca de las cuales surgen sin turbulencias las Naves espaciales, que marcan sin rupturas dramáticas distintas etapas de inspiración y creación. Constante congruente y significativa, porque enlaza dos brillantes períodos del arte escultórico colombiano, en su referencia al mundo precolombino del cual se nutre y a la vez transforma mediante la geometría, como se aprecia en Cóndor (1997) o Balsa ceremonial en Guatavita (1998).

En su taller, instalado en un apacible rincón de la Sabana, diseña y elabora en pequeña escala las obras que más tarde, con instrucciones precisas y supervisión cuidadosa, se van a construir en grandes talleres metalmecánicos. Sueña con imponentes obras de escultura-arquitectura que puedan albergar al transeunte, acoger al hombre, dimensionar su estatura; una de sus ambiciones de artista, conectar la obra con la mirada del público, lo ha llevado a trabajar en proyectos destinados a grandes espacios abiertos: hay esculturas suyas en sitios destacados de Nueva York, Washington, Caracas, Cuba, Brasil. Ganador en dos oportunidades del primer premio en el Salón de Artistas Colombianos --en 1959 como pintor y en 1966 como escultor-- expone regularmente en el país alternando con importantes galerías de Europa, Norte y Suramérica y en repetidas oportunidades ha representado a Colombia en certámenes internacionales.