Agosto de 2016
Por :
Jorge Arias de Greiff Ingeniero Civil, Universidad Nacional de Colombia. Profesor Honorario, Universidad Nacional de Colombia. Miembro de Número, Academia Colombiana de Historia

NUEVAS MIRADAS A LA INDEPENDENCIA

No ha permanecido Colombia ajena a nuevas visiones sobre el proceso separatista que se inició pronto hará doscientos años. En conjunto con historiadores del ámbito internacional1 ya se han celebrado en nuestro territorio el segundo y el quinto de los llamados "La Independencia de los Países Andinos. Nuevas Perspectivas”2 . Y la Universidad Externado de Colombia ha realizado dos encuentros: El primero un coloquio sobre las Revoluciones en el Mundo Atlántico: Una Perspectiva Comparada, Bogotá, Octubre 2004 y otro en noviembre de 20063 . En estas dos ocasiones se han reunido grupos de investigadores para analizar, con magnífica oportunidad de hacer historia comparada, las llamadas 'Revoluciones Atlánticas', que se iniciaron con la separación de las provincias norteamericanas, continuaron con la gloriosa 'Revolución Francesa', luego, así estén algo lejos del Atlántico, no hay que olvidar las cinco repúblicas italianas de los años 1796 a 1799 y el derrocamiento de un rey y adopción de nueva constitución que abolió toda clase de censura, incluida la eclesiástica, en Suecia en 1809, y concluyeron con los procesos separatistas que dieron lugar a las repúblicas hispanoamericanas. El estudio comparativo de esos procesos está aportando interpretaciones que superan a las historias aisladas, en el vacío4 y por consiguiente vulgares, llamadas historias patrias, pero, ¿por qué surgieron esos procesos, por qué esas patrias? ¿por qué, si la España americana era una extensión de Castilla5 y Castilla era propiedad del rey, se separaron de España y no de Castilla? ¿De cuál España se independizaron los virreinatos?, ¿de la roja o de la negra6?, ¿y por qué entre los líderes separatistas estuvieron los españolísimos primos Caldas y Torres? ¿Y por qué ellos cambiaron sus opiniones referentes a España en apenas unos cuantos meses? ¿Qué recónditas desarmonías reventaron en esa coyuntura?, ¿qué comunes empeños de peninsulares y criollos para desalojar a los indígenas de sus tierras oculta la historia de la cultura del lugar común? Estas notas intentarán dar luces sobre asuntos tan complejos que deben ser entendidos, no simplemente narrados, exaltados o justificados... ¿y por qué historia justificativa? ¿No será ello la patentización del complejo de culpa de los españolísimos criollos de la nobleza blanca o cuasi blanca y de los historiadores de la patria muchas veces sus descendientes directos? Todo ello debe ser repensado, replanteado, dejando a un lado imaginarios independentistas de delirante gloria inmarcesible que automáticamente llevan a una horrible noche tanto inventada como ocultada.

La empresa conquistadora se inició con aventureros, geniales o no, que, pactaron capitulaciones previas con la Corona que regulaban las condiciones de cada empresa que se iba a iniciar. Más tarde, en épocas del emperador Carlos V de Alemania y rey Carlos I de España, la empresa conquistadora y pobladora pasó a ser un empeño de la Corona de Castilla y vinieron a la América a poner orden los primeros funcionarios de la Corona que acababa de declarar a la América como una extensión de Castilla. Así nació la España americana como propiedad de esa Corona que poseía a Castilla, pero no a otros reinos como Galicia, Extremadura, Cataluña o Navarra, pero sí a la recién conquistada Andalucía, y esa distinción es importante. En esas circunstancias lo que ocurrió en América fue determinado por el rey; la relación de América fue con la Corona de Castilla; poco tuvo que ver el resto de España con América. Los primeros conquistadores recibieron la posesión de tierras como recompensa por haberlas conquistado para el rey; el monarca las concedía con expresa indicación de que había que tratar bien a los indígenas, no robarles sus propiedades y no abusar de ellos y esas órdenes se reiteraban en cada capitulación o contrato para iniciar un poblamiento o fundación o para otorgar nueva merced de posesión de tierras. Pronto en los asentamientos de los conquistadores y primeros pobladores se generaron familias criollas que se fueron arraigando en las nuevas tierras, usurpadas y que continuaron usurpando a los aborígenes: fueron apareciendo las familias blancas o cuasi blancas de los criollos, dueños de las tierras usurpadas a nombre del rey y por éste concedidas como merced. Estos nacidos en América eran entonces también españoles reconocidos como hijos patrimoniales de una extensión de Castilla. Muchos descendían de las olas de conquistadores que siguieron a los aventureros y que en tiempos de los primeros austrias procedían de la nobleza peninsular, no los mayorazgos que se quedaban con los feudos, pero sí sus hijos y hermanos; así comenzó a aparecer una nobleza americana, la de esas familias blancas o cuasi blancas de rancia prosapia, orgullosas de sus ancestros y sus blasones, cuyos antepasados habían dado su sangre por conquistar esas tierras a nombre del rey y prontas a recalcar esa deuda con la familia cuando buscaban nuevas gracias o mercedes que, eran atendidas pues la Corona necesitaba que se reprodujeran en la América los estratos impermeables que constituían la sociedad del llamado 'Antiguo Régimen' 7.

A la izquierda: Firma del Acta de Independencia. Coriolando Leudo. Casa del 20 de julio, Bogotá. Al centro: Antigua acera occidental de la Plaza de Bolívar, Bogotá. Papel Periódico Ilustrado. A la derecha: José Acevedo y Gómez, Papel Periódico Ilustrado.

 

Todo ello debe ser repensado, replanteado, dejando a un lado imaginarios independentistas de delirante gloria inmarcesible que automáticamente llevan a una horrible noche tanto inventada como ocultada.

La continua llegada de nuevos peninsulares a la América desde el inicio comenzó a crear una marcada división entre las nacidos en la América, los criollos y los advenedizos recién llegados, los chapetones. Los esclarecidos marinos y veraces sabios, don Antonio de Ulloa y don Jorge Juan y Santacilia en su informe secreto al rey nos pintan ese enfrentamiento8. De un lado indolentes y engreídos criollos, apegados a sus alcurnias y acaparando tierras en sus haciendas de frontera ampliando siempre la finca a costa de vecinos aborígenes. Del otro, advenedizos peninsulares de medio pelo, pues en la decadencia de los austrias ya no se enviaban funcionarios y gobernadores de alcurnia como en los días del gran emperador, dedicados al comercio, empleados en la burocracia oficial o en las milicias.

Esos chapetones, unos "recién llegados", vinieron ansiosos de riquezas y dispuestos a hacer la América. Poco, o nunca, atendían las recomendaciones reales y a la par con los criollos obedecían pero no cumplían. A pesar del encono latente entre los dos grupos varias cosas los unían, primero que todo, el rey, que era el rey de ambos grupos, luego la complicidad en el saqueo a los aborígenes, en el abuso a sus personas, y también los lazos familiares pues acababan muchos de esos chapetones casándose con las hijas de los criollos notables, fundando nuevos troncos criollos. Era un doble beneficio: las familias blancas renovaban la pureza de su blancura o casi blancura al casar a sus herederas con europeos y los chapetones se casaban mejor en América que lo que hubieran podido hacer en la península. Así vemos cómo en la genealogía de Caldas que abarca desde los inicios de la conquista, el 85% de los antepasados varones es de origen peninsular, son chapetones casados con criollas del abolengo payanés, hijas en igual proporción de chapetón y criolla linajuda, ella a su vez hija de europeo y criolla, pero, por los primeros padres conquistadores, su linaje lo lleva a ser descendiente de un Duque de Alba, de un duque de Frías, de un marqués de Basto y hasta posiblemente de un rey de Navarra. Esos son los españolísimos Caldas y su primo Camilo Torres, el primero que firma muchas de sus cartas con el apodo de 'el gallego', por la proveniencia de su padre y el otro que se ufana de ser de los mismos de don Pelayo, ambos certificando su condición de españolísimos blancos, apartados de la 'barbarie' de los indios y mestizos que los rodea y repudiando a los chapetones por su afición a generar mestizaje y dañar la 'raza'. Para esos criollos la patria ya es el terruño americano o mejor la España americana, que se va conformando como un grupo de naciones dentro de la monarquía9, a cuya nobleza se dicen pertenecer, bajo el dulce monarca al que se alegran de servir o el glorioso virreinato del señor Amar y Borbón, según expresa Caldas, el vocero de esos patricios criollos blancos y cuasi blancos10.

De repente irrumpe Napoleón Bonaparte en España. Secuestra a los reyes. Promulga una constitución que por primera vez unifica a España11. Todos los españoles en la península y nacidos en la América, son iguales. ¿Cómo así, los blancos iguales a los pardos? La España americana apoya resueltamente el rechazo nacional al francés intruso; de hecho, con sus contribuciones y colectas nutre los fondos que costean la reacción contra el invasor12. En ausencia del rey legítimo se retoma la idea de queja soberanía debe recaer en los pueblos. Se fomentan las Juntas y éstas dan paso a una Regencia, que convoca a Cortes Generales que inician sus labores declarando que la Nación es la reunión de todos los españoles nacidos en ambos hemisferios y que en ella reside la soberanía. ¿Y el rey?, a jurar la constitución cuando regrese. Mientras tanto la Regencia ha fomentado en América la creación de juntas autónomas para sustituir las autoridades indecisas con respecto al buen rey José, el intruso13. Una medida arriesgada pero que manifiesta la confianza que con respecto a la América se tenía en la Península. Estas liberalidades no las ven bien los criollos esclavistas. Antes que hacer parte de una España roja preferible la independencia y ya las autoridades en la Nueva Granada, en dos coyunturas, han manifestado mano dura contra los patriciados criollos: en los días que siguieron al regicidio en Francia y en la represión a la revuelta de la nobleza criolla quiteña en 1809. Así que a crear un bochinche, que parezca venir de un peninsular14 y exigir la formación de una junta, desde luego sin dejar a un lado al rey ni al virrey en un comienzo; pero pronto, tomando el poder local aprovecharon una coyuntura y así se ven hoy como coyunturales esos procesos y también así aparecían en su momento para Acevedo y Gómez; no como algo que se venía fraguando de antemano como inevitable, sí que ocurrió por la sola ausencia del rey legítimo. Pero de esa circunstancia a creer que ese es el inicio de una nueva nacionalidad, hay trecho. La idea de patria es la misma antipática y discriminadora 'patria del criollo’15, los cabildos de tiempo atrás estaban en manos criollas y las familias, que se venían nutriendo en cada generación con los peninsulares de la 'España negra', no se alteraron mucho por la independencia. Después de todo los criollos habían sido los agentes y beneficiarios del sistema anterior y los cómplices en la exterminación del aborigen. La 'España negra', de la que se dice que se independizó Colombia 'justificadamente', es una estrategia que intenta ocultar el papel de los criollos en ese proceso de tres siglos. Ni Colombia existía y el virreinato anterior no era más que una extensión de una inmensa pero subdesarrollada monarquía, apenas etapa comercial de intermediación entre la riqueza americana y el industrioso trabajo de otras naciones europeas.

Referencias

1 Para una discusión critica de textos sobre las independencias americanas, véase la introducción al interesante libro del historiador Alfonso Múnera, El fracaso de la nación, 1998, Bogotá.
2 Tuvieron lugar en Cartagena, agosto de 2004 y en Bucaramanga, agosto 2006.
3 Del primero de ellos ya están publicadas las memorias: Las Revoluciones del Mundo Atlántico, coordinadores María Teresa Calderón y Clement Thibaud, 2006,Universidad Externado de Colombia y Taurus Historia, 2006, Bogotá.
4 Ver los primeros párrafos de Juan Friede, La otra verdad. La independencia americana vista por los españoles, 1972, Bogotá: Tercer Mundo
5 Cédula Real del Emperador Carlos V del 24 de septiembre de 1519. Véase, Arias de Greiff, Jorge. "Repensando la identidad nacional”, en Boletín de Historia y antigüedades, No.827, 2004.
6 El término es de Pierre Vilar, Historia de España, 1978, Barcelona: Editorial Crítica.
7 Para esos nobles americanos estaban abiertos los cargos de gobierno en la península y se crearon un 'Regimiento de Nobles Americanos' y una 'Academia de Nobles Americanos'.
8 El informe secreto al rey fue publicado como Noticias Secretas, 1823, Londres, Editor David Barry.
9 El patriotismo de Caldas, antes de la coyuntura del 20 de julio, es en relación a esa nación dentro de la monarquía, no necesariamente a una nación para independizar de la monarquía. La idea de que nuestra 10 América era para los criollos una fiel nación de la monarquía española es de Chiaramonte Carlos. Véanse las Memorias citadas en la nota 3.
10 En los escritos de Caldas anteriores a la coyuntura napoleónica se encuentran expresiones de elogio al monarca, al virrey y a esa "colonia" y a la necesidad de hacerla prosperar. Véase Obras de Caldas, 1967 Bogotá, Universidad Nacional.
11 Francisco Antonio Lea e Ignacio Sánchez de Tejada, del virreinato de la Nueva Granada, fueron constituyentes de Bayona.
12 Una jura de fidelidad a Fernando VII tuvo lugar el 11 de septiembre de 1808. En esa ocasión se recaudaron donativos de los habitantes para sostener la causa del rey legítimo. Ver Mario Herrán Baquero, El virrey don Antonio Amar y Borbón. La crisis del régimen colonial en la Nueva Granada, 1988, Bogotá, Banco de la República.
13 Para fomentar la organización de tales juntas la Regencia envió al 'Comisionado Regio' don Antonio de Villavicencio a este virreinato.
14 Fue idea de Camilo Torres crear un incidente que pareciera iniciado por un chapetón y así ocurrió. Ver Indalecio Liévano Aguirre, Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, Bogotá, y J.D. Monsalve, Antonio de Villavicencio, 1920, Bogotá.
15 Severo Martínez Peláez, La patria del criollo, Fondo de Cultura Económica, 1988.