73er regimiento, Ernst Jünger, Gibraltar, Hannover.
Abril de 2015
Por :
Luis Fernando García Núñez, Periodista y lingüista. Profesor, Universidad Externado de Colombia

LAS NOVELAS DE LA GRAN GUERRA

“… ¿por qué disfrutarán tanto con el odio?” John Dos Pasos. 

La iniciación de un hombre: 1917. 

Ninguna guerra es sensata, a pesar de la sentencia marxista — y no sin razón — , que dice que la violencia es la partera de la historia. A pesar de eso y de muchos otros dogmas establecidos por el único ser que busca en la guerra henchir sus megalomanías, sus distancias, sus egoísmos, su intolerancia, sus odios, sus milenarias enfermedades: el hombre, que acude a la guerra para cerrar las posibilidades a la inteligencia y a la dignidad. Con la guerra se sostiene lo que no se puede con la razón y el talento. Y nada más. Bertrand Russell, uno de los filósofos modernos más influyentes, decía en su célebre Victoria sin armas, libro escrito años después, durante la crisis cubana que nos tuvo al borde de la catástrofe atómica, que él desde 1914 venía “observando cómo ha decaído el mundo, cómo se han olvidado las costumbres relativamente civilizadas del siglo XIX, las lecciones de tolerancia, y cómo se ha empequeñecido, a un ritmo acelerado, tanto en grado como en amplitud, la vida civilizada”. 

 

Dos autores alemanes desde diversos enfoques

Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque, seudónimo del escritor alemán Erich Paul Remark, es quizás, y gracias al cine, una de las obras más conocidas sobre esta guerra, aunque no sea literariamente la mejor. “Soy joven, tengo veinte años — dice Pablo, uno de los protagonistas — , pero de la vida no conozco más que la desesperanza, la muerte, el terror y la insensata superficialidad junto con un abismo de sufrimientos. Veo pueblos impulsados unos contra otros y que sin una palabra, inconsciente y estúpidamente, se matan recíprocamente con no culpable obediencia”. 

Tempestades de acero, del pro belicista alemán Ernst Jünger, surge tras un detallado trabajo del autor que revisa su Diario de guerra, llevado en 14 libretas, “nacidas en el fragor de los combates, en hospitales o en trincheras que se convirtieron en la tumba de cientos de miles de soldados”. Con este libro Jünger escribe, además, El bosquecillo, El estallido de la guerra de 1914 y Fuego y sangre. Su obra es de las pocas que “sin duda permanecerá en el futuro, como el documento literario y artístico de aquel acontecimiento”. 

Múltiples visiones europeas sobre la guerra

Haremos un breve recorrido por algunas de las grandes novelas: El miedo, de Gabriel Chevallier, publicada en 1930. Dice su autor, en el prefacio de 1951, que “La gran novedad de este libro, cuyo título era un desafío, es que en él se decía: tengo miedo. En los ‘libros de guerra’ que yo había podido leer se hacía a veces mención del miedo, pero se trataba del ajeno”, y decidió abordarlo en primera persona y no hablar del que sentían sus camaradas. En 1928 la prestigiosa Editorial Kurt Wolff publicó la novela antibelicista Historia y desventuras del desconocido soldado Schlump, y aunque su autor nació en la ciudad alemana de Altenburg, fue pro francés. Una original caricatura contra el nacionalismo y el heroísmo, con “un irresistible sabor picaresco”. Aquí registramos también El caso del sargento Grischa, del antibelicista escritor polaco Arnold Zweig, quien durante la Gran Guerra combatió con los alemanes, y cuenta con ironía la historia de un prisionero ruso víctima de la burocracia prusiana.  

 

La no muy conocida obra del rumano Liviu Rebreanu, El bosque de los ahorcados, es la historia de Apóstol Bologa quien “asiste, en el comedor de oficiales, a una discusión entre ellos sobre el tema de la legitimidad de la pena de muerte. Este tipo de grandes problemas de la humanidad, presentados en frases a la medida, constituye la atmósfera de la novela de Rebreanu”. Entre las grandes novelas de la Primera Guerra Mundial está Agosto 1914, cabeza de la tetralogía La rueda roja de Alexander Soljenitsin, que habla de la derrota sufrida por el ejército zarista en Prusia oriental durante los diez primeros días de la guerra. “El nudo de la trama lo constituye la batalla de Tannenberg;  una batalla de grandes proporciones librada en territorio prusiano oriental, que se prolongó por varios días y acabó en desastre descomunal para el ejército ruso”. Las otras novelas son Octubre 1916, Marzo 1917 y Abril 1917

La enfermera rusa Sofia Fedórchenko escribió El pueblo en la guerra. Testimonios de soldados en el frente de la Primera Guerra Mundial. Recoge “algunas conversaciones fragmentarias de soldados rusos que fueron heridos en el frente”. Elías Canetti dijo que “Allí figuran todas las maldades que los hombres pueden decir sobre las mujeres, infinidad de palizas, bayonetas, borracheras, niñas destrozadas por cosacos; al acabarlo uno se siente atrozmente oprimido, es la imagen de la Primera Guerra Mundial más fiel y más verdadera que conozco, no escrita por un escritor, sino hablada por personas que, sin sospecharlo, son todos escritores”. 

Otros autores y otras miradas literarias

La marcha Radetzky, del austriaco Joseph Roth, centra la historia en una nobilísima familia austro-húngara, los Trotta que, en una espléndida alegoría, sucumben tras finalizar la guerra. Se ha dicho que “es una de las grandes novelas históricas y políticas del siglo XX y una de las mejor escritas”. Los siete pilares de la sabiduría, de T. E. Lawrence, una voluminosa obra de la que se hizo una afamada versión cinematográfica, está entre libro de historia, memorias y una gran novela de aventuras que cautiva a sus pacientes lectores. El autor compuso una versión abreviada titulada Rebelión en el desierto. Adiós a todo eso, de Robert Graves, en la que rememora “unos tiempos y unas experiencias dolorosos y amargos, y hace un repaso de su infancia y de sus infelices días escolares en el internado de Chatterhouse; sus brutales experiencias en las trincheras de la guerra, en la que sirvió como joven oficial”. 

La caída de los gigantes, del inglés Ken Follet, es la primera de una trilogía que pretende recrear, literariamente, los grandes acontecimientos bélicos del siglo XX. Esta es la obra más importante que se ha publicado últimamente (2010) sobre este tema, y “tiene ese aliento e intención épicos (o al menos lo intenta) que se deja extrañar en las novelas actuales”. Escuadrilla Azor, del inglés Derek Robinson (2007) es sobre los míticos pilotos o “caballeros del cielo” de la Primera Guerra Mundial. En 2014 apareció Despertar, de Anna Hope, que tiene un especial matiz al poner el foco en el papel de las mujeres en y después de la guerra: son tres protagonistas que en cinco días van revelando una historia: “Hettie, una mujer que se alquila para bailar, Evelyn, una rica heredera que se dedica a ayudar a ex combatientes, y Ada, una madre que cree ser capaz de ver el fantasma de su hijo, desaparecido en el frente. Sus destinos se unen cuando un hombre llama a la puerta de Ada y le cuenta un secreto acontecido en la guerra”. Otra novela — juvenil — de 2014 es Quedaos en la trinchera y luego corred, del irlandés John Boyne, el mismo autor de El niño con el pijama de rayas. Es la historia de Bruno que, ayer hacía cien años, cumplía cinco años. 

Johnny cogió su fusil, del estadounidense Dalton Trumbo, es la gran novela antibelicista que cuenta la historia de un joven soldado americano que sobrevive sin brazos, sin piernas, sin rostro, pero con la mente intacta. Esta patética obra se convirtió en la novela antisistema más popular de la era Vietnam. Adiós a las armas, una novela casi autobiográfica de Ernest Hemingway, cuenta “la historia de amor del voluntario estadounidense Fredrerick Henry con la enfermera inglesa Catherine Barkley”: se recrea el idealismo de la guerra y el destino trágico de sus héroes. Tres soldados, y la autobiográfica La iniciación de un hombre: 1917, de John Dos Pasos, se han considerado clásicos de la Primera Guerra. De Tres soldados se dijo que era una simple crónica periodística. Cuenta la historia de tres soldados estadounidenses enviados a Francia para luchar contra los alemanes, y tiene la clara intención de demostrar el desatino de la guerra. En La iniciación de un hombre: 1917, trata el autor, “con un tono que pasa del lirismo a la polémica continuamente”, de condenar la guerra. 

Los cuatro jinetes del Apocalipsis, del español Vicente Blasco Ibáñez, situada en 1914, en Francia, cuenta las incidencias de la contienda. “Debido a sus diferencias políticas, dos familias provenientes de un tronco común, los Desnoyers y los Von Hartrott, se enfrentan. Tras la muerte del patriarca, Julio Madariaga, los Hartrott se marchan a Alemania y los Desnoyers a Francia. Ambas familias terminan combatiendo en bandos opuestos […]”. Además, de otro español, Fernando García de Cortázar, es Tu rostro con la marea, novela que ganó el Premio de Novela Histórica Alfonso x El Sabio, y que arranca en 1977 cuando Fernando Urtiaga, un joven historiador, debe averiguar y contar la vida del enigmático Ángel Bigas.

Otra de las grandes novelas sobre aquel conflicto mundial fue escrita por el francés Henri Barbusse, El fuego, diario de una escuadra, publicada en 1916. En ella asume una posición pacifista y antimilitarista. Quizás una de las más sorprendentes novelas sobre la Gran Guerra sea la inacabada Las aventuras del buen soldado Svejk, del checo Jaroslav Hašek, publicada entre 1921 y 1922. Esta mordaz obra refiere las aventuras en la guerra de un veterano soldado checo llamado Josef Švejk. 

Al final, una apretada síntesis

No para concluir, queremos apenas citar unos autores y libros que tienen como escenario la Primera Guerra Mundial. Del italiano Humphrey Cobb, Senderos de gloria, llevada al cine por Kirk Douglas, está “ambientada en la guerra de trincheras donde cada palmo de terreno ganado se paga con la sangre de cientos de hombres”. En la autobiográfica Viaje al fin de la noche, del francés Louis-Ferdinand Céline, su protagonista, Ferdinand Bardamu, enrolado en un momento de estupidez en el ejército francés, decide desertar haciéndose pasar por loco, no sin presentar toda suerte de personajes pintorescos, y el absurdo y la brutalidad de la guerra. Del estadounidense John Steinbeck, Al este del Edén o El este del Edén, cuenta la historia de dos familias, los Trask y los Hamilton, en el período comprendido entre la Guerra de Secesión y la Primera Guerra Mundial. Otro escritor italiano, Gianni Stuparich, revive dos meses de estancia en el frente italiano en Guerra del 15. 

 

Compañía K, del estadounidense William March, es de las primeras novelas bélicas que aborda, de forma directa y realista, “el testimonio de unos militares normales y corrientes que ‘luchan en combates modernos, mecanizados y masivos’”. Parte de guerra, del editor y escritor alemán Edlef Köppen, describe las vicisitudes de un soldado alemán en la guerra. La cortísima 14, del francés Jean Echenoz, ha sido considerada una de las mejores novelas sobre la guerra. En menos de cien páginas transmite el pánico que le produce la guerra al joven Anthim, el ingenuo protagonista. Las escaleras de Strudlhof, del austríaco Heimito von Doderer, relatan lo ocurrido entre 1911 y 1925 en Viena. Entre enemigos, del italiano Andrea Molesini, cuenta la intensa historia del joven Paolo de apenas 18 años. La señora Dalloway, de la inglesa Virginia Woolf, transcurre toda en un solo día, precisamente el día después de terminar la guerra. 

Sumamos, asimismo, El final del desfile, del inglés Ford Madox Ford; Los favores de la fortuna, del australiano Frederic Manning, publicada en 1929 “con seudónimo debido al crudo realismo y la fiel reproducción del vocabulario de los soldados”; Cartas a palacio, que relata la primera misión humanitaria de la guerra, y es del español Jorge Díaz; Tolkien y la Gran Guerra, del inglés John Garth, libro que habla de las cartas inéditas de Tolkien y sus amigos más cercanos durante la Primera Guerra Mundial; La canción del cielo, del inglés Sebastian Faulks; Nos vemos allá arriba, ganadora del Premio Goncourt, del escritor francés Pierre Lemaitre. De la escritora inglesa Pat Barker tenemos la trilogía compuesta por Regeneración (1991), El ojo en la puerta (1993) y El camino fantasma (1995), protagonizada por el médico William Rivers, una historia para que el lector sea testigo de las fatales secuelas y los traumas que supuso la guerra por toda una generación. Vidas rotas, de la francesa Bénédicte des Mazery, y del sueco Eyvind Jonhson, Premio Nobel de Literatura de 1974, una serie de novelas autobiográficas designadas genéricamente como La novela de Olof, que suceden en estos aciagos años, en Suecia.

 

En 2008 fue publicado Cuentos de la Gran Guerra, edición a cargo de Juan Gabriel López Guix, y trae 20 cuentos, algunos de notables escritores como Rudyard Kipling, Saki, Arthur Conan Doyle, Joseph Conrad, Katherine Mansfield, Somerset Maugham, entre otros. Su Introducción ha sido muy valiosa para trazar este artículo. Agregamos aquí los poemas del inglés Wilfred Owen quien escribió sobre su dolorosa experiencia poco antes de morir en 1918, cuando intentaba llevar a sus hombres a través del canal de la Sambre. Finalmente, El mundo de ayer, del austriaco Stefan Zweig que, según Guillermo Altares, periodista de El País, es “uno de los libros más bellos que se han escrito sobre lo que significa Europa y sobre cómo fue destruida dos veces, en dos cataclismos tan conectados entre sí que, en cierta medida, forman uno solo: en 1914, con el inicio de la Primera Guerra Mundial, y en 1933, con la llegada de Hitler al poder, que acabaría desembocando en la Segunda Guerra Mundial”. Y, de pronto, Hija de la revolución y otras narraciones, del estadounidense John Reed. Apenas, claro, una rápida mirada…

 

Ernest Hemingway
Oak Park (Illinois, EE.UU.) 1899 – Ketchum (Idaho, EE.UU.) 1961.

Uno de los primeros episodios de la ‘aventura extrema’ que fue su vida, fue su alistamiento voluntario como conductor de ambulancia de la Cruz Roja en Italia, en 1918. A los pocos meses fue herido de gravedad en ambas piernas y, tras recuperarse en un hospital de Milán, regresó a los Estados Unidos. Sus intensas experiencias personales fueron el insumo de sus trabajos periodísticos y literarios que lo hicieron merecedor de los premios Pulitzer, en el primer caso, y Nobel, en el segundo, en 1954. Sus obras Adiós a las armas y Por quién doblan las campanas retratan los horrores de la Primera Guerra Mundial y de la guerra civil española, respectivamente, mientras que numerosos relatos dan testimonio de la Segunda Guerra Mundial –estuvo presente en el desembarco en Normandía y en la entrada de los Aliados a París–. Durante largos años de vida en Europa se relacionó con la ‘crema y nata’ de las vanguardias artísticas que florecieron al calor de la Gran Guerra. Su estilo narrativo, caracterizado por la economía del lenguaje, la sobriedad, la precisión en los datos y la utilización restringida de los adjetivos, marcó nuevos derroteros para la narrativa, tanto periodística como de ficción. Lo fascinaron el mundo de los toros, los viajes, los safaris, la caza y la pesca, dentro de una vida desordenada, rociada siempre por grandes cantidades de alcohol. Vivió en París, en España, en Cuba, en Estados Unidos. Se casó 4 veces; sufrió dos accidentes aéreos; fracturas, diabetes, disentería; hundido en la depresión, fue el cuarto miembro de su familia en suicidarse, lo que hizo con una escopeta de caza. Fotografía de Ernest Hemingway en Milán, 1918.