José María Cordoves Maure y Jose Asunción Silva
Octubre de 2016
Por :
Enrique Santos Molano

LA NOVELA Y LOS NOVELISTAS

Una de las características de la novela colombiana del siglo XX es la de que la amplia mayoría de sus autores son novelistas de una sola novela. En algunos casos, como en los de José Asunción Silva, José Eustasio Rivera --en quienes la muerte prematura frustró sus carreras de novelistas—, Eduardo Zalamea Borda, Alfonso Alexander, y Pedro Gómez Valderrama, la única que dejaron fue suficiente para su consagración ante la posteridad. En otros, verbigracia Tomás Carrasquilla, Manuel Mejía Vallejo, redondean sendos muestrarios novelísticos de más de diez títulos, de los que sólo uno perdura en la memoria literaria. Y en otros más, como Gabriel García Márquez y José Antonio Lizarazo, que consiguieron construir un conjunto soberbio de novelas, ninguna de ellas es prescindible ni para el estudioso, ni para el simple aficionado a la lectura de novelas. Un cuarto ejemplo es el de José María Vargas Vila, acaso el más fecundo de los novelistas colombianos del siglo XX, sin duda el más famoso y el más discutido en las primeras tres décadas, de cuya vasta obra narrativa apenas hay dos novelas que merezcan ser leídas en la actualidad. También se da el fenómeno de excelentes novelas, (Cosme, de José Félix Fuenmayor; Ayer, nada más, de Antonio Álvarez Lleras; Mancha de aceite, de César Uribe Piedrahita; Llanura, Soledad y Viento, de Manuel González Martínez; El Despertar de los demonios, de Víctor Aragón), caídas en un olvido injusto. No sobra decir que la nueva generación de novelistas, nacida entre 1958 y 1973, y que empezó a publicar a partir de la década de los noventa, pertenece a los lectores del siglo XXI. En tal sentido, y no en el cronológico, la separamos del siglo XX. 

Álvaro Mutis y Manuel Zapata Olivella

 

Tomás Carrasquilla y Eduardo Zalamea Borda 

 

Manuel Mejía Vallejo y José Antonio Osorio Lizarazo

 

José Eustasio Rivera y Gabriel García Márquez

 

Pedro Gómez Valderrama y Eduardo Caballero Calderon

Los primeros años 

Fuego, sangre y muerte le dieron en Colombia la bienvenida al siglo XX. Esos elementos de tragedia, que habrían constituido la materia prima para generar unas cuantas novelas de primer orden –la sola figura del negro Marín, con sus hazañas legendarias y su recia personalidad, clamaba por un novelista—produjeron unos cuatro o cinco títulos de escaso merito narrativo. Claro de Luna, del célebre autor de lasReminiscencias, José María Cordovez Moure, se publicó por entregas en El Comercio de Bogotá, entre agosto y noviembre de 1902. El primer capítulo salió cuando la guerra entraba en sus estertores, y el último (el diecinueve) apareció dos días después de la firma del tratado de paz del Wisconsin. Nunca se recogió en libro. La novela, una delicada historia de amor sobre el fondo bélico de los mil días, no parece haber despertado mayor interés en los lectores del momento. Sin embargo está escrita con bello estilo y la trama es interesante, aunque Cordovez no se atreve a tocar el aspecto de la guerra sino muy de costado.

Lorenzo Marroquín y José María Rivas Groot

 

Lorenzo Marroquín y José Rivas Groot se aliaron en 1903 para escribir una novela sobre la Guerra de los Mil Días, la cual publicaron en 1907, con inusitado éxito de ventas. Pax no es tanto una novela como un zurcido de los odios de sus dos autores, sobre todo los de Marroquín, que encontró un pretexto para sacarse el clavo contra los enemigos de su padre y los suyos propios, aquellos que lo habían criticado en el pasado, y los que en el presente los acusaban a su padre (el presidente José Manuel Marroquín) y a él de ser los culpables de la pérdida del Istmo de Panamá. Pax avivó en el público, no interés por el contenido sino curiosidad por descifrar las claves de los personajes del libro y su identificación con los que en la vida real eran el objeto de la malquerencia de Marroquín y de Rivas Groot. Cosa que no resultaba difícil, pues los autores suministraron toda clase de pistas para la filiación de los personajes. Las víctimas preferidas de la insidiosa novela son tres, dos vivos y uno muerto para el momento de publicarse el libro: Rafael Uribe Uribe, don Marco Fidel Suárez y José Asunción Silva. Aparte de un ejercicio de inquina personal, Pax es una novela sosa, mal escrita, con una trama paupérrima. Don Marco Fidel Suárez le hizo la autopsia gramatical y descubrió que Pax había nacido muerta debido a que sus progenitores ignoraban el uso de las reglas elementales del idioma. 
Dicen que desde el principio hasta el fin de la guerra Clímaco Soto Borda, reconocido poeta y cronista, se encerró en su habitación y se dedicó a escribir una novela bogotana, que concluyó casi al tiempo con la guerra. Sin embargo el famoso Casimiro de la Barra la guardó en un baúl por quince años. Durante ese lapso todos le rogaron que publicara su novela, que sería un acontecimiento literario. Muchos pensaban que Diana Cazadora constituiría la primera gran novela inspirada en los terribles acontecimientos de 1899 a 1902, y es verdad que Soto Borda tuvo por lo menos diez años para haber escrito un monumento novelístico. Poseía las condiciones necesarias para hacerlo: capacidad intelectual, manejo impecable del idioma, ritmo, gracia, y tenía el tema. Sin embargo Diana Cazadoraresultó el parto de los montes. Es una novelita agradable, con una historia entre picaresca y trágica, abrumada por la incontrolable tendencia del autor al chispazo. Soto Borda pone el humor por encima de la novela, y si bien produce algunas carcajadas, sus personajes le resultan flojos, de la guerra no hay nada, y la novela queda anclada entre el costumbrismo y el intento fallido de producir un fresco psicológico.
 

La Vorágine

Desde 1906 se habían acentuado los problemas en la frontera con el Perú, originados en la explotación de la zona cauchera colombiana por empresarios peruanos. Los periódicos denunciaban con frecuencia el trato infame a que eran sometidos los indígenas del Putumayo a quienes se contrataba para la extracción de la goma del caucho y se pedía una acción del gobierno que recuperara para el país una riqueza que se estaban apropiando nuestros vecinos. El asunto se tradujo en un primer conflicto armado en 1911 y en continuos roces diplomáticos en adelante. La comisión inglesa presidida por Sir Roger Casement, a la que se encargó de investigar la denuncia por las crueldades de la casa Arana en Caquetá y el Putumayo, produjo un informe estremecedor. Ese informe le sirvió de base al poeta José Eustasio Rivera para escribir una novela, que publicó en 1924 con el título de La Vorágine. Su éxito fue instantáneo y ascendente. El New York Times la comentó con grandes elogios en su sección de libros. Las ediciones se sucedieron incesantes y cuando Rivera murió en 1928, La Vorágine ya había sido traducida a cerca de diez idiomas. Su aliento poético, el fuerte carácter de sus personajes, el halo de tragedia que los rodea y los consume, la perfección de la trama, hicieron de La Vorágine un hito literario y la situaron como una de las grandes novelas mundiales del Siglo XX.

De Sobremesa

Al año siguiente de La Vorágine apareció De Sobremesa, la novela de José Asunción Silva. No obstante haber muerto antes de concluir el siglo XIX, José Asunción Silva, en su obra literaria, debe ser estudiado como un escritor del siglo XX. Tanto sus Poesías, como su novela, se publicaron en dicho siglo aquellas en 1908 y esta en 1925. Más de treinta fragmentos deDe Sobremesa habían aparecido en diferentes periódicos y revistas entre 1904 y 1924. El manuscrito original transitó de mano en mano, y su último poseedor, Clímaco Soto Borda, lo dejó en herencia a Gustavo Santos, quien lo publicó en la editorial de Cromos. En contra de De Sobremesa han operado varios factores. El primero es que se hizo creer al público que la novela era una autobiografía de José Asunción Silva y de este modo se produjo una extraña simbiosis entre el autor y el protagonista de su novela, José Fernández. Los biógrafos se complacieron en acentuar el equivoco al otorgar a José Fernández el estatus de alter ego de José Asunción Silva. Leída con tal criterio, De Sobremesa resulta incomprensible. 

Sin embargo los lectores modernos, que gracias a nueva información sobre el poeta recogida en los últimos años, han conseguido separar el infundio autobiográfico de la acción creadora del autor, encuentran cada vez más interesante y reveladora la lectura de De Sobremesa. Es en efecto una novela de interesantes matices, la primera que se ocupa del psicoanálisis, la primera que introduce escandalosas escenas sexuales, que revela la condición de lesbianas en ciertas mujeres que se mueven entre el lúmpen y la aristocracia, y el parasitismo que genera la riqueza ociosa. Y describe, además, importantes episodios históricos como el de La Regeneración, con una semblanza de Rafael Núñez hecha a través de la personalidad del protagonista José Fernández. El contenido deDe Sobremesa es tan rico, que exige varias lecturas y un buen conocimiento de los hechos históricos en que se desarrolla, que de acuerdo al diario del personaje narrador transcurren entre 1893 y 1895.
El interés suscitado por De Sobremesa puede verse en la reciente edición en inglés hecha por la Universidad de Texas (2005), con admirables traducción y prólogo de Kelly Washbourne (José Asunción Silva: After Dinner Conversation. Como subtítulo agrega la traductora: The Diary of a Decadent). 
 

La Marqueza de Yolombó

Tomás carrasquilla escribió con regularidad novelas desde 1896 hasta 1938. Fue un novelista consagrado a su oficio, y varios de sus cuentos figurarán siempre entre los mejores de la literatura colombiana. Sus novelas no logran superar el costumbrismo, en este caso el costumbrismo antioqueño, y han dejado de interesar a los lectores y a la crítica. Excepto La marquesa de Yolombó en la que el autor no solo despliega una gran riqueza de imaginación y de humor, sino que demuestra que es un maestro del idioma castellano, aunque no logra crear caracteres y sus personajes al cabo se diluyen.
 

Las novelas unigénitas

Cosme, de José Félix Fuenmayor, se publicó en 1928. Es una novela barranquillera porque su trama ocurre en las calles de Barranquilla y sus personajes son barranquilleros. Con todo, no es, ni mucho menos, una novela de costumbres. Sus caracteres están animados por un soplo universal y conforman un mundo propio con situaciones comprensibles para cualquier lector, de cualquier parte. Como lo dice el prologuista Rafael Sánchez Santamaría “me he quedado pensando en que Fuenmayor, con piadosa ironía, se propuso consolar a los inútiles, a los degenerados de la voluntad, a los pobres de espíritu, colocando en ellos la felicidad, porque ignoran que sufren y desconocen los dolores de las luchas intensas”. Cosme es una novela precursora del realismo mágico.
Ayer, nada más, de Antonio Álvarez Lleras fue aclamada en 1930 con trompetas triunfales por la crítica, y después sometida a la sordina. Su autor, hasta el momento, era reputado el más importante de los dramaturgos colombianos. Su incursión en el campo de la novela sorprendió a todos, y no pocos abrieron con escepticismo el volumen recién llegado de París, donde había sido impreso por la editorial Le Livre Libre. Es difícil precisar por qué Ayer, nada más, que encontró entusiasta acogida en la crítica, sufrió la indiferencia de los lectores. Quizá a la élite bogotana que en ella es retratada con tintes nada favorables, no le gustó la foto, no entendió la compleja personalidad sicológica de los protagonistas, ni aceptó la temible sinceridad de la descripción de la vida bogotana en sus diferentes niveles. Según el comentarista Max Grillo la novela de Álvarez Lleras refleja una ciudad “donde las gentes se fastidian”. Otro crítico, Adolfo Jofre, dice que entre las grandes cualidades de Ayer, nada más, están “la precisión en el trazo de los caracteres, el sorprendente relieve de todas las figuras, aun las más secundarias, el diálogo fluido, el estilo elegante, la manera como se destacan las condiciones sociales y la mentalidad de los personajes conforme a la educación de cada uno de ellos”. Ayer, nada más, una novela refrescante, un modelo de buena literatura, que no ha perdido un ápice de actualidad, es la primera que aborda el ambiente urbano.

Alfonso Alexander

 

4 años a bordo de mi mismo, de Eduardo Zalamea Borda, publicada en 1934, es la primera novela colombiana, y una de las primeras en lengua española, que utiliza la revolucionaria técnica Joyceana. Su aparición no produjo el menor entusiasmo y el único elogio que le hicieron fue el de Tiberio Galvis, en laRevista Javeriana, para decir que nuestra literatura ganaba poco con esta obra que no serviría sino para “enriquecer con un ejemplar más las bibliotecas pornográficas”. Catorce años después, al publicarse en Buenos Aires la segunda edición, la crítica se despabiló y 4 años a bordo de mí mismo fue reconocida como una de las mejores novelas de la nueva literatura colombiana.
Sima, de Alfonso Alexander, tuvo escasa circulación. Publicada en 1939, el grueso de la edición fue quemado en Pasto, en un motín de los pastusos contra el autor, que había hecho un duro retrato de sus conciudadanos y de la ciudad de los pastos. Su creador, que combatió como capitán en el ejército de Sandino, y que llevó una vida aventurera, de por sí novelesca, era un temperamento rebelde y apasionado, dotado con esa franqueza propia de los pastusos. Sima traza una radiografía social, “con un estilo suelto y plástico”, según Cecilia Arboleda Jurado, de la vida en Pasto. Alfonso Alexander utiliza un lenguaje poético, elegante y al mismo tiempo acerado e inflexible como crítica. Sus personajes son recios, se mueven en una atmósfera densa y cautivan. “Este relato, fuertemente combatido por toda la sociedad de quien el revela acremente sus debilidades, fue recogido y quemado”, dice Luis E. Acosta Hoyos. Más que las llamas, el olvido consumió esta notable novela. 
La Otra raya del Tigre, de Pedro Gómez Valderrama, publicada en 1977, narra las aventuras del alemán Geo von Lengerke en el siglo XIX. Tuvo un éxito deslumbrante, de crítica y de lectores, y ha sido catalogada como una de las grandes novelas de la literatura iberoamericana contemporánea.
 

Grandes novelistas

La lista de colombianos del siglo XX que, por el surtido de su obra, encuadren en el marbete de Grandes Novelistas, es reducida. Gabriel García Márquez, José Antonio Osorio Lizarazo, Eduardo Caballero Calderón, Álvaro Mutis, Alba Lucía Ángel, Fernando Vallejo, Germán Espinosa y Rafael Humberto Moreno Durán. La limitación del espacio nos obliga a reseñar sólo a los dos primeros.
La figura máxima de la novela colombiana, que no será destronada en muchos siglos, es Gabriel García Márquez. Ya era escritor de reconocimiento internacional cuando apareció en 1967 Cien años de Soledad, una novela a la que le sobra cualquier calificativo, que ha vendido cuarenta millones de ejemplares y está traducida a todos los idiomas. Con Cien Años de Soledad arranca una nueva era en la literatura, conocida como “realismo mágico”, un término atractivo, pero que no se ajusta al verdadero carácter de la obra garciamarquiana. Como lo dice John. Maxwell Coetzee “A pesar de que le colocaron la etiqueta de ‘realista mágico’, García Márquez trabaja en la tradición del realismo psicológico, cuya premisa es que los actos de una mente individual tienen una lógica que puede seguirse. Él mismo destacó que su llamado realismo mágico es solo una cuestión de contar historias inverosímiles sin inmutarse, un truco que aprendió de su abuela en Cartagena, y que aquello que a los extranjeros les resulta inverosímil en sus relatos suele ser algo habitual en la realidad latinoamericana. Ya sea que ese argumento nos parezca falso o no, el hecho es que la mezcla de lo fantástico y lo real –o para ser más exactos, la elisión de la disyunción que separa “fantasía” y “realidad” –que provocó tanto revuelo cuando se publicó Cien Años de Soledad, en 1967—se convirtió en algo muy común en la novela mucho más allá de las fronteras de América Latina” (García Márquez según Coetzee. Revista Ñ de Clarín, de Buenos Aires, abril 3, 2006).
García Márquez ha manifestado en varias ocasiones su desagrado por la posibilidad de que Cien Años de Soledadopaque el resto de su obra novelística e incluso ha dicho queCien Años de Soledad no es la mejor de sus novelas y que el prefiere, por ejemplo, El Otoño del Patriarca. Desde luego ningún padre acepta que se catalogue a ninguno de sus hijos como mejor que los demás, pero desde el ángulo literario y crítico en el acervo de las novelas de García Márquez no hay ninguna mejor que otra. Forman un conjunto imponente e impresionante de obras maestras de la narrativa universal.
 

 

Cuando José Antonio Osorio Lizarazo debutó como novelista en 1931 con La Casa de Vecindad, se le auguró un futuro brillante. Ese futuro se confirmó al año siguiente con Barranquilla 2932, novela del género futurista al estilo de las de H. G. Wells, en la que, con una imaginación recursiva, nos muestra la vida en Barranquilla mil años adelante. Las predicciones sombrías de Osorio Lizarazo van teniendo cumplimiento, muchísimo antes de lo que el pensó. En las novelas de Osorio Lizarazo no hay realismo mágico, sino realismo social. Todos sus personajes, mujeres y hombres, son seres a la deriva, abandonados de la fortuna, preteridos por el gran mundo, humillados y envilecidos. Contra esta injusticia Osorio emplea su pluma como don Quijote su lanza para derrotar a los molinos de viento; pero los molinos de viento, que derrotaron a don Quijote, vencen también a Osorio Lizarazo, y sus novelas, obras de gran factura literaria, de enorme contenido filosófico y crítico, han pasado al olvido. No obstante ningún molino de viento, ningún olvido, puede quitarle a Osorio Lizarazo su elevada estatura de novelista, el segundo mayor del siglo veinte, después de García Márquez. Trabajó sus novelas en un medio adverso, como Dostoyevski, y por ello tal vez están pobladas de personajes dolorosos y de hechos perturbadores, que son el reflejo de la realidad habitual en una sociedad desequilibrada por la injusticia. El final dramático de Tránsito, la protagonista de El día del odio, resume la magnificencia del estilo del novelista Osorio Lizarazo: “La voz se diluía en gemidos hasta que fue ahogada por un borbotón de sangre que la estranguló. El drama que se había abierto sobre aquella vida humilde el día en que la señora Enriqueta colocó distraídamente su cadenita de plata sobre el petate donde la infatigable actividad de la sirvienta descansaba de su trajín cotidiano, quedó terminado con una grandiosidad desproporcionada. Un trueno fragoroso rodó desde los cerros y sacudió los ámbitos, cuando la naturaleza decidió participar en el espantoso frenesí. Las nubes descargaron su furia colosal y los rayos agitaron sus látigos en el espacio. La lluvia cayó con la misma violencia que enloquecía todas las cosas y el agua resbalaba sobre el rostro lívido de Tránsito como un incontenible y caudaloso torrente de lágrimas”.

El gran problema de los novelistas y de la novela colombiana del siglo XX reside, en igual proporción, en la ausencia de crítica y en la indiferencia de los lectores.