Agrupación bogotana The Speakers. Bogotá (1966). Fotografía del álbum ‘La Casa del Sol Naciente’.
Marzo de 2017
Por :
Carlos Arturo Reina Rodríguez. Doctor en Historia de la Universidad Nacional de Colombia, Posdoctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, Magíster en Investigación Social Interdisciplinaria, Licenciado

FIESTA URBANA: EL ROCK

A Colombia llegó alrededor de 1957. Ese año, se presentó la película, Rock around the clock, de Bill Halley en el teatro El Cid. Jóvenes, ‘kolcanas’ y ‘cocacolos’, asistieron a la presentación. Este es uno de los primeros registros de la fiesta y el rock en Colombia. 

Rock, juventud y fiesta, van unidos, es casi una premisa desde el principio de su relación a mediados de los años 50 cuando este género apareció en Estados Unidos. Esa onda musical llamada Rock and Roll, acuñada por el locutor estadounidense Alan Freed, fue desde el principio música y baile, una amalgama donde ritmos como el blues, el soul, el jazz, el country o el Góspel, se integraron a danzas y bailes que se hicieron populares rápidamente invadiendo los salones de baile en aquel país. Artistas como Bill Halley y sus Cometas, Jerry Lee Lewis, Chuck Berry, Little Richard, Buddy Holly o Elvis Aaraon Presley, el ‘Rey del Rock and Roll’, supieron aprovechar esta emergencia musical para difundir los sonidos eléctricos que atravesaron fronteras y llegaron a la vecindad latinoamericana donde artistas mexicanos como César Costa y Enrique Guzmán, se encargaron de continuar su difusión por el resto del continente. 

A Colombia llegó alrededor de 1957. Jimmy Reisback inició su difusión a través de una cadena de radio. Ese año, se presentó la película, Rock around the clock, de Bill Halley en el teatro El Cid. Jóvenes, ‘kolcanas’ y ‘cocacolos’, asistieron a la presentación. Este es uno de los primeros registros de la fiesta y el rock en Colombia. Rock and roll, significaba inicialmente baile, celebración, movimiento y reunión principalmente de jóvenes. Quizás por eso fue tan criticado. Sus festivales se convirtieron en puntos de convergencia para las nuevas generaciones, que bajo los lentes de las instituciones tradicionales y del mundo adulto, veían como la fiesta en el rock, generaba nuevas formas de sociabilidad que escandalizaban a propios y extraños en todo el orbe. 

Portada del disco ‘La Casa del Sol Naciente’ de The Speakers.

 

Eso no impidió que grandes músicos y compositores como el maestro Lucho Bermúdez compusieran temas con el nuevo ritmo en 1957, posiblemente el primer tema de rock and roll en la historia del país. La canción se llamó ‘El rock and roll de Carlos Pinzón’, aunque fue impresa simplemente como ‘Carlos Pinzón’, en agradecimiento a quien había impulsado en la radio el Merecumbé de Pacho Galán. Posteriormente en los años 60 aparecieron grupos que por su baile y su ritmo fueron conocidos con el nombre de ‘go-go’ y ‘ye-ye’, aunque en muchos casos distaban del rock and roll. En la costa atlántica, el rock and roll se fusionó con ritmos locales como el vallenato, dando lugar a la aparición de canciones que han animado las fiestas de grandes y chicos, como en el caso del tema ‘Very very well’, compuesto y grabado en 1963 por Carlos Román y su Sonora Vallenata, quien además compuso otros temas a ritmo de rock and roll.

En Bogotá, Cali y Medellín aparecieron grupos que dieron otro sentido a la fiesta tradicional colombiana. Daro Boys, The Speakers, Los Flippers, The Ampex y Siglo Cero, entre otros, se presentaron en los nuevos lugares de la fiesta: las discotecas. Las primeras en Bogotá fueron La Gioconda y La Bomba, esta última en inmediaciones de la calle 60, lugar que con el tiempo se identificó como eje del movimiento hippie en la ciudad. El espacio también se abrió en las frecuencias radiales de emisoras así como por televisión, cuando se emitió una versión nacional del programa ‘El Club del Clan’, con artistas jóvenes que se identificaron con el ‘gogó’ como Óscar Golden, Vicky o Harold, figuras de esta época que se encargaron de hacer que el baile y la música proveniente de Norteamérica se hiciera popular entre los sectores jóvenes. 

El festival de Woodstock en Estados Unidos (1969) sirvió como referente para que la fiesta del rock saliera de los salones de baile a la que estuvo confinada y se tomara los espacios abiertos, las calles, los parques y los campos. En América Latina se destacaron Monterrey en 1967 y Avandaro en 1971 en México, año en el que también se celebró el concierto de Ancón, el ‘Woodstock colombiano’, en inmediaciones del municipio de la Estrella, cerca de Medellín. En estos y otros lugares se llevaron a cabo festivales que evocaron el carácter contestatario de la juventud, pero también, el carácter alegre y festivo de ellos. No se trató únicamente de la puesta en escena de la música sino también del cuerpo, del baile, de la algarabía y el festejo, para unas generaciones que se sentían más libres para expresarse. 

A partir de los años 70, el rock en el mundo, dejó de ser una música compuesta exclusivamente para bailar y se dirigió hacia la exploración de otros sonidos que estaban un poco lejos del baile que lo caracterizó en sus inicios. Al mismo tiempo se masificó a través de grandes conciertos que reunieron a miles por todo el mundo en torno a bandas que supieron capitalizar su popularidad. Por otro lado, quedaron los grupos que desde los suburbios urbanos escasamente lograban mantenerse con vida. Alejados de los grandes circuitos comerciales, inscritos en el mundo del underground de las grandes ciudades industrializadas, surgieron el punk y el metal, este último fruto de la evolución del heavy metal, con una diáspora de tendencias que se replicaron en núcleos urbanos que emulaban los grandes problemas de la pobreza, la estigmatización, el olvido y la marginalidad. 

Grupo Café Tacvba en el Festival Rock al Parque de Bogotá (2004).  Foto Carlos Lema / Cortesía Instituto Distrital De Las Artes (Idartes)

 

En Colombia, entre 1971 y 1985, el rock fue relegado nuevamente a los pequeños clubes, salones y teatros de ciudades como Bogotá y Medellín, alimentadas por la presencia de grupos como Génesis, Columna de Fuego, Ship, Crash y otros, que lograron capturar una mínima atención, sobre todo en el exterior. Los ritmos más fuertes se fueron organizando alrededor de los grupos de Medellín, como Carbure, Kraken, Reencarnación y Parabéllum. En Bogotá, aparecieron grupos como Compañía Ilimitada, en colegios como el Gimnasio Moderno, que mantuvieron los vínculos entre el rock y la música pop, liderando los conciertos en ámbitos privados. Los conciertos de rock se redujeron pero no desaparecieron, las ‘escenas’, sobrevivieron en primigenias bandas de rock en colegios y barriadas de algunos sectores urbanos, mientras géneros como la música Disco, la música americana, compuesta por baladas principalmente, la música protesta, la nueva ola y la música de baladas heredadas de estas últimas, competían con los ritmos tradicionales de la música del trópico: la salsa, el merengue y el vallenato, que tradicionalmente han ocupado el primer lugar en los gustos musicales festivos en Colombia, sobre todo después de mitad del siglo XX. 

La música rock suplió los vacíos que dejaron estos ritmos en las ciudades y se acomodó a las experiencias y realidades de muchos jóvenes urbanos. El punk de origen inglés hizo su entrada a comienzos de los años 80 en ciudades como Medellín. Ritmos rápidos, sencillos, con letras de la vida cotidiana, llamaron la atención de cientos de jóvenes que se estremecieron al compás de la música. Se podía hacer música con una guitarra artesanal, amplificada en un equipo de sonido convencional, al que se le adaptaba un micrófono y se agregaba una batería que también podía ser artesanal. Lo mismo ocurrió con el metal en otras ciudades. El lugar de la ejecución musical podía ser cualquiera que permitiera conectarse a la electricidad y que no despertara las quejas de los vecinos, aunque en cierta forma, esa era una de sus intenciones. No había en realidad una excusa, solo disfrutar de la música y cantarle a la adversidad del sistema. 

La estética, al igual que en otros lugares del mundo se fue oscureciendo, abandonando el color para adoptar tonalidades oscuras que contribuyeron a crear una parafernalia que los relacionó con lo sacrílego y lo pagano. Los jóvenes se esforzaron además en lograr esto, adornando sus ropas con imágenes de calaveras y cruces invertidas. Los imaginarios del rock y de sus celebraciones se vincularon con rituales satánicos que periódicos, libros e iglesias se encargaron de difundir. Esto no les molestó y por el contrario avivó el sentido festivo profano, no para adorar al diablo necesariamente, sino para provocar desagrado entre sus críticos. Como toda concentración de carácter festivo, el baile fue fundamental. El ‘pogo’ se convirtió en el centro de los festivales. No había que conocer paso alguno, solo bastaba escuchar el ritmo y mover el cuerpo en una danza de choques entre unos y otros. Los conciertos se convirtieron en fiestas de jóvenes, hechas por jóvenes, en donde estos reclamaron un lugar en el panorama de la celebración, de la vida y de la muerte.   

Origen de los festivales modernos

En Bogotá y en otras ciudades del país se habían llevado a cabo festivales impulsados por los grupos hippies y por roqueros independientes en los años 70 y 80, pero salvo Ancón, ninguno con un carácter masivo. En 1985, se organizó un nuevo festival: La Batalla de las Bandas, celebrada en la Plaza de la Macarena en Medellín, la cual se convirtió en un hito del rock paisa. Grupos de todas las tendencias del rock se reunieron en un gran concierto que terminó en medio de una trifulca. Con la expansión de la corriente que las emisoras del país impulsaron desde 1986 bajo el nombre de ‘rock en español’, se realizó en el mes de septiembre de 1988, el ‘Concierto de Conciertos’. Un mes más tarde, el underground bogotano tuvo su propio festival: ‘Calavera Rock I’. 

Grupo Koyi K Utho en el Festival Rock al Parque de Bogotá (2004).  Foto Carlos Lema / Cortesía Instituto Distrital De Las Artes (Idartes)

 

La aparente efervescencia del rock en Colombia permitió que aparecieran nuevas bandas y que los festivales se extendieran por las grandes ciudades del país. También la industria entendió que producir grupos de rock y pop era conveniente por la coyuntura e impulsaron a muchos para salir del anonimato. De ello quedaron varias grabaciones y pocos grupos, ya que como en otros géneros, los jóvenes descubrieron también que vivir de la música en Colombia es algo sumamente complicado. Por esto resulta importante resaltar que de esa avalancha de cientos de bandas, lograron mantenerse algunas pocas entre ellas Aterciopelados, Kraken o La Pestilencia. En el campo del underground, Neurosis, Reencarnación y Darkness, en el pop, Compañía Ilimitada, y otras que ocasionalmente se reúnen para rememorar sus trabajos en décadas anteriores como Flippers o Ship. Iniciando la década de los años 90, la ‘moda’ del rock en español se evaporó, los grupos desaparecieron rápidamente, la industria miró hacia otro costado y lo que quedó fue muy poco, aunque en realidad la fiesta de los jóvenes ya había echado raíces. 

Los festivales 

En efecto, muchas bandas se desintegraron, aparecieron otras, y otras tantas se volvieron a reunir y a desaparecer, pero la atmósfera del rock se mantuvo, luchando contra la adversidad. Sus seguidores se encargaron de gestionar la creación de espacios para un nuevo despertar en la historia del rock colombiano. El logro más importante fue la creación y consolidación de un espacio donde se plasma el sentido festivo del rock. En 1994 se organizó el festival roquero más importante desde Ancón en 1971 en el país: Rock al Parque, el festival gratuito más grande de Latinoamérica, patrimonio de interés cultural de Bogotá. En medio de la situación de violencia que vivía el país, el festival fue el lugar de encuentro para miles de roqueros y simpatizantes del rock. Los escenarios de los festivales roqueros se convirtieron en lugares y espacios de sociabilidad temporal donde se encontraron las generaciones mayores, las de la ‘vieja guardia’, con aquellos más jóvenes, para trasladar sus memorias y compartirlas.

El rock empezó a construirse como una comunidad de sentido. Esto es, que no se trata solo de la música, de los jóvenes, de las estéticas o de los distintos lenguajes, sino de ese carácter que le da forma al mundo simbólico de la fiesta. Un roquero lo puede definir como ese algo que se lleva en ‘las venas’, el ‘feeling’, la fuerza, la nota que atraviesa el cuerpo de una manera indescriptible para quien no lo siente, pero reconocible para las comunidades que lo comparten. 

Ahora bien, los festivales a partir de Rock al Parque se esparcieron por las ciudades del país. Los festivales de rock, auspiciados por el Estado en algunas ocasiones o en asociación con la empresa privada, se convirtieron en ‘el festival oficial’, el ‘más grande’, en eso que el historiador Daniel Fabre define como “la fiesta Mayor” .

Grupo Superlitio en el Festival Rock al Parque de Bogotá (2004). Foto Carlos Lema / Cortesía Instituto Distrital De Las Artes (Idartes)

 

Los festivales de rock le imprimieron una dinámica diferente al mundo de los jóvenes, pero también a la vida de la ciudad. El festival de Rock al Parque se fue convirtiendo en un evento esperado por propios y extraños, lo que incluyó un repertorio foráneo y la mirada de desconfianza de los sectores tradicionales de la sociedad.  

Al principio fue música, luego se adicionaron conferencias generales, espacios de formación para músicos, eventos para medios especializados, campañas de prevención respecto al uso de sustancias sicotrópicas y se tejió una red con los festivales que funcionaban en cada una de las localidades del Distrito. Estos empezaron a servir como bases para el festival mayor. En 2017, el festival de Rock al Parque de Bogotá llega a su versión número 23, de manera ininterrumpida, convirtiéndose en un ícono de la ciudad y de la nación. 

Unas jornadas de fiesta

En el festival de Rock al Parque el público del primer día, el día del metal pesado, suele ser el más fiel, a pesar de que sobre él cae la sospecha del imaginario popular que vincula al rock con el satanismo, la brujería, el paganismo y el mundo de lo oculto. Este día se observan claramente definidas las formas como las generaciones adoptan posturas frente a los conciertos. Los más jóvenes visten de negro y se atavían con camisetas cuyos motivos se inspiran en sus bandas favoritas. Sobresalen en todo caso, calaveras, cruces invertidas, logos góticos y algunos de ellos indescifrables de los distintos géneros del rock pesado.

Algunas chaquetas llevan pegados los ‘parches’, pedazos de tela con las inscripciones de bandas de metal. En el caso de las mujeres, estas incluyen maquillajes particulares para ese día y sus ropas incluyen ropa de cuero ceñida al cuerpo con camisetas estampadas cuyas imágenes y logos son similares a las usadas por los muchachos. Otros, como los más adultos, prefieren el color negro, con ropa un poco más sobria, que son quienes miran desde la distancia y evitan ingresar a los tumultuosos pogos que se crean al ritmo de las bandas de turno. Los más adultos, con mayor experiencia, han visto posiblemente a muchas de las bandas en el escenario y se impresionan poco por lo que ven. En ocasiones acuden con sus hijos y su pareja, y adoptan una posición crítica frente a la ejecución de las bandas en el escenario, a los pogos de los más jóvenes y frente a la organización del evento. 

Grupo Apocalyptica en el Festival Rock al Parque de Bogotá (2005). Foto Carlos Lema / Cortesía Instituto Distrital De Las Artes (Idartes)

 

El concierto tiene dos momentos: un acto inicial y un acto central. En la mayoría de festivales, el acto inicial lo tienen las bandas de apertura llamadas ‘teloneras’, donde por lo general se exponen bandas locales, con cierta trayectoria o bandas nuevas que hacen sus primeros pasos en la escena. En Rock al Parque, este acto inicial lo forman las bandas que han ganado la convocatoria y en algunas ocasiones se incorporan bandas extranjeras que tienen poco reconocimiento. Luego, vienen los actos centrales, donde la fiesta aglutina a más gente, en torno a las bandas invitadas, locales y extranjeras que por lo general son las que cierran el día sábado. Algunas nacionales, como La Pestilencia, han sido designadas para cerrar el festival el día lunes. Muchos de los asistentes llegan exclusivamente para ver a estas bandas, es el punto más importante del festival; varias tienen un show, es decir no solo tocan sino que se hacen acompañar por grupos de bailarines que teatralizan el escenario, le impregnan un efecto carnavalesco, con luces, humo y efectos de sonido que alborotan al público. 

En los días domingo y lunes estas teatralizaciones se hacen con mayor frecuencia, dado que las fusiones musicales vinculan elementos autóctonos y folklóricos que le otorgan un carácter de fusión y simbiosis cultural con el pasado y con el mundo de la tradición popular.  

Kraken Filarmónico (Elkin Ramírez 1962-2017) en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán (2014).  Foto Carlos Lema / Cortesía Instituto Distrital De Las Artes (Idartes)

 

El público reconoce algunos de los temas y responde con gritos de euforia, silbidos y aplausos. Las canciones ‘clásicas’ de una banda son recibidas con jolgorio. Los más jóvenes van al frente y a los costados, son los más osados. Los mayores a los costados y atrás. Son los más jóvenes los que le imprimen la alegría y el entusiasmo al festival. Ellos se hacen dueños del espacio, de ese tiempo efímero del concierto. Como en las luchas sus cuerpos se chocan unos contra otros, girando en torno a un centro imaginario, donde ocasionalmente se hacen ‘muros de la muerte’ y este centro desaparece para ofrecer dos bandos armados incidentalmente, uno frente a otro, mientras la banda descarga su música y los cuerpos se chocan de frente en medio de la algarabía y la efervescencia ecléctica del festival. Las marcas quedan, los golpes, las narices rotas, los tobillos lastimados y la ansiedad de esperar que el festival del próximo año sea mejor que el presente.

Festival Rock al Parque en Bogotá (2014). Foto Juan Santacruz / Cortesía Instituto Distrital De Las Artes (Idartes)

 

Otros festivales existen de forma paralela. Los nombres que reciben así como su periodicidad son variables. Al ser impulsados y gestionados en muchos casos por entes no oficiales, pueden programarse cada año, cada dos o simplemente una sola vez. Estéreo Picnic, Bogotrax y el Festival del Diablo, son algunos de los que, bajo iniciativa privada, se hacen en Bogotá.

Grupo Pedrina y Rio en el Festival Rock al Parque de Bogotá (2016). Foto Carlos Lema / Cortesía Instituto Distrital De Las Artes (Idartes)

 

En otras ciudades, Altavoz en Medellín y Grita Rock en Manizales, son algunos de los realizados en otras urbes colombianas. Casi todos se celebran al margen de las festividades tradicionales del país, pero en algunas ocasiones coinciden y se ejecutan al mismo tiempo, como una opción para el público roquero. Por estas razones, sin duda, el rock hace parte de la historia colombiana. 

Referencias

1 Pérez, Umberto. Bogotá, epicentro del rock colombiano entre 1957 y 1975. Una manifestación social, cultural, nacional y juvenil. Bogotá: Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte, 2007. p. 29.

2 Uran, Ómar y otros. Medellín en vivo. Medellín: Corporación Región, 1996.

3 Reina, Carlos. Bogotá: Más que pesado, metal con historia. Bogotá: Felcar, 2009.

4 Acuerdo 120 de 2004 (junio 24): “Por el cual se declara el Festival de Rock al Parque de Bogotá, D.C., como un evento de interés cultural”.

5 Fabre, Daniel. ‘Forjar la Juventud’ en el Pueblo. En: Levi G., y Schmitt. Historia de los Jóvenes. Tomo II. Madrid: Taurus, 1996. p. 63.