Oficinas y comisariato de la United Fruit Company en Sevilla, cuyo incendio se atribuyó a los huleguistas. Mundo al Día
Septiembre de 2016
Por :
Francisco Angarita

EL TESTIMONIO DEL PRESBÍTERO

Entre los documentos que aportó al debate de las bananeras el representante Jorge Eliécer Gaitán el que más impacto causó en la opinión fue la siguiente carta testimonio que el presbítero de Aracataca, doctor Francisco C. Angarita, le envió al parlamentario liberal:

“Es cierto, y lo supe porque así me lo manifestó el señor Víctor Pineda Barros, ex alcalde de este Distrito, que la policía había recibido orden del jefe civil y militar [general Carlos Cortés Vargas] para ultimar a los individuos que se encontraban en la cárcel de esta población con motivo de la huelga, tan pronto como los huelguistas se presentaran aquí. Parece que esta orden la dio el jefe civil y militar de la plaza cerca de la cárcel, pues algunos presos se impusieron de ella. Yo, temiendo que en realidad de verdad los huelguistas se presentaran aquí, ignorando el peligro en que pondrían a los infelices presos, o que, también los mismos militares fingieran un asalto, para tener un pretexto que justificara su crimen, traté de evitar ese derramamiento de sangre inocente, haciendo lo que pudiera. Por lo tanto me limité a salir repetidas veces a la cárcel cada vez que se oían las descargas cerradas que hacían las avanzadas, pues a cada una de ellas me parecía que ya se estaba llevando a cabo la inicua orden. Al día siguiente hablé con el jefe civil y militar acerca de lo que me habían informado, el cual me lo confirmó diciendo que era orden del Ministerio de Guerra y que si el caso llegaba se cumpliría. Yo le manifesté con alguna entereza que me opondría a ese asesinato a un a costa de mi vida.
“Es cierto que en varias ocasiones y en diversas formas llamé la atención sobre ciertos abusos contra la moral y la caridad cristiana que se perpetraban, no sólo aquí en Aracataca, sino también en los otros pueblos de mi parroquia: aquí los militares se creyeron autorizados para todo y por el hecho de estar trastornado el orden público, creyeron que ese trastorno afectaba hasta la ley de Dios. Así lo dije públicamente. Los infelices presos a quienes se mantenía encerrados sin darles manera de defenderse, se les obligaba a trabajar aun los días festivos y eso sin acordarse de que esos pobres no habían comido en muchos días. Los dineros públicos fueron destinados a obras que no se habían de concluir y otros destinados a cabarets; el dinero se les sacaba a los particulares en forma de multas o reduciendo a la cárcel por las deudas al fisco. 
Es cierto que un día, a fines de noviembre, trabé conocimiento con un señor Girón, quien me fue presentado en el ferrocarril al salir de Santa marta. Viajé con él y en el camino me hizo saber que él había trabajado por los obreros, pero que ahora pensaba apartarse de esas actividades y trabajar en un cine y que al efecto había tomado en arrendamiento el de los señores Di Domenico; que esperaba marchar de acuerdo conmigo, pues trataba de hacer una labor moralizadora, que era lo único bueno que podía ofrecerle hoy a los obreros. Al llegar aquí fue preso y preso estaba cuando los acontecimientos de Ciénaga y Sevilla. De aquí lo llevaron a Ciénaga para juzgarlo. Yo le presté pequeños servicios y le prometí declarar a su favor cuando el caso llegare. Así quise hacerlo. Fui a Ciénaga el día de su juzgamiento, pero no se admitió mi declaración por considerarse oficiosa, y además, como me dijo el capitán Garavito, no debía meterme en eso porque podía salir complicado como huelguista.
La cárcel donde estaban los cuarenta presos aquí en esta población, es una pieza pequeña, baja, sin techo, sin ninguna ventilación. Allí se mantenía a los infelices presos, a muchos sin comer ni en qué dormir, y teniendo que hacer sus operaciones naturales allí mismo.
La población del Retén fue víctima de muchas injusticias, hijas de enemistades personales de los empleados de la United Fruit con los vecinos.
Estos individuos era los señores Camilo M. Barreneche y un señor Fajardo, que sin saber por qué causa que lo justificara, tenían en su poder sendas listas de los individuos a quienes se debiera apresar, encarcelar y juzgar. Muchos de los que figuraban en esa lista fueron acusados como huelguistas no siéndolo en realidad. Por ejemplo: el señor José A. Meneses posee su finca inmediata a los predios de la United; varias veces han querido comprarla pero el por motivos particulares no ha querido hacerlo. Por este motivo Camilo Barreneche, que se vanagloria en declararse hijo de la compañía frutera, lo denunció como huelguista. Lo mismo aconteció con Marco Tulio Delgado, Justo Zuleta, José María Galvis y otros cuyos nombres no recuerdo.
Habiendo sabido que en el Retén habían quedado muchos heridos, solicité de los militares un vehículo para llevarles los auxilios espirituales a los que quisieran. No se me facilitó y aun se me dijo por el capitán Garavito: ‘Que no fuera a confesar a esos sinvergüenzas, que los dejara morir sin confesión, que lo merecían’. 
Averigüé la verdad sobre el número de los muertos que hubiera habido en el Retén, para registrar sus nombres en el libro de defunciones de la parroquia. Sólo se me informó de uno y de varios heridos; pero después persona muy autorizada en la diócesis me dijo que él mismo había visto la comunicación oficial en que se decía al Ministro de Guerra que el número de muertos pasaba de sesenta en el Retén. Francisco C. Angarita, Presbítero” (Fragmentos)