Izquierda: Antonio Gómez Restrepo. Centro: Rufino José Cuervo. Derecha: Carlos Alberto Lleras Acosta. Foto El Gráfico
Octubre de 2016
Por :
Enrique Santos Molano

El SIGLO DEL ENSAYO

No suma treinta nombres la lista de los grandes ensayistas colombianos en el Siglo Diecinueve. José Eusebio Caro, José María Torres Caicedo, Ulpiano González, Joaquín Posada Gutiérrez, José María Vergara y Vergara, José Antonio de Plaza, José María Quijano Otero, Manuel Ancízar, Felipe Pérez, Salvador Camacho Roldán, Manuel Uribe Ángel, Manuel María Madiedo, Miguel y José María Samper, Soledad Acosta de Samper, Ezequiel Uricoechea, Rufino José Cuervo, Florentino Vezga, Cerbeleón Pinzón, Miguel Antonio Caro, Rafael Núñez, Carlos Cuervo Márquez, Isidoro Laverde Amaya, Federico Cornelio Aguilar, Ángel Cuervo, César C. Guzmán, José Manuel Groot, Medardo Rivas, Eugenio Ortega, Vicente Restrepo, entre no muchos otros intelectuales que legaron un importante trabajo cualitativo de ensayos sobre diversas materias.

Izquierda: Antonio García Nossa. Foto Magazine Dominical. Centro: Jorge Zalamea. Dibujo De Rendón. Derecha: Helena Araújo de Albrecht. Foto Semana

 

Esa treintena de escritores decimonónicos, que hicieron su tarea en condiciones muy rudimentarias de investigación para el ensayo, dejó obras que hoy sorprenden por la vasta y exacta información que contienen, por el análisis universal de los problemas regionales, el sabio discurso filosófico del contexto y la aquilatada redacción del texto, se multiplica con facilidad por siete en el siglo Veinte, en cuanto a la cantidad, y con ligera ventaja en la calidad. El ensayo en el siglo XX, con los elementos heredados del anterior, se convierte en el género literario mejor utilizado por nuestros intelectuales en su propósito de mover ideas para suministrar a los colombianos los instrumentos más favorables que les ayuden a entender su condición dentro de su país y frente al mundo.
Varios individuos de tres generaciones nacidas en el Siglo Diecinueve impulsan el ensayo colombiano en las primeras tres décadas del Siglo Veinte. La generación del 86 (nacidos entre 1850 y 1865), La generación de fin de siglo (nacidos entre 1866 y 1881), y la Generación del Centenario (nacidos entre 1882 y 1897). A la primera pertenecen Marco Fidel Suárez, Santiago Pérez Triana, Rafael Uribe Uribe, Baldomero Sanín Cano; a la segunda, Maximiliano Grillo, Carlos Arturo Torres, Antonio Gómez Restrepo, Luis Zea Uribe, Carlos Alberto Lleras Acosta; y a la tercera, Luis López de Mesa, Armando Solano, Daniel Samper Ortega, Enrique Santos Montejo; pero es con la siguiente generación, la de Los Nuevos, (nacidos entre 1898 y 1913) que el ensayo adquiere otra dimensión, tanto en cantidad como en calidad. La sola generación de Los Nuevos produce tantos ensayistas como todas las precedentes, y tan buenos o mejores. Entre Los Nuevos sobresalen en el campo del ensayo Germán Arciniegas, Joaquín Tamayo, Antonio García Nossa, Alfonso López Michelsen, Luis Eduardo Nieto Arteta, Jorge Zalamea, Hernando Téllez, Gerardo Molina, Guillermo Hernández Rodríguez, José Antonio Osorio Lizarazo, Eduardo Caballero Calderón.

Izquierda: Germán Arciniegas. Centro: Indalecio Liévano. Foto El Tiempo. Derecha: Gerardo Molina .Foto El Tiempo

 

Hay, con todo, tres autores a quienes no es posible clasificar dentro de determinadas generaciones, y a los que habría que calificar como “sujetos multigeneracionales”, porque durante sus vidas ejercieron (y uno de ellos aun la ejerce) con plena lucidez hasta el final de sus días, influencia directa sobre sucesivas generaciones. Baldomero Sanín Cano (1861-1957), Germán Arciniegas (1900-1999) y Alfonso López Michelsen (1913), último sobreviviente de Los Nuevos.
Como se ha hecho con los fascículos de Credencial Historia correspondientes a la novela y la poesía en el Siglo Veinte, en el presente se agrega una lista de 125 ensayos importantes escritos y publicados a lo largo de la centuria. Estas listas siempre pecan por omisión, es inevitable, por cuanto sólo intentan reflejar una visión más o menos amplia sobre el movimiento intelectual de nuestro país en el último siglo del segundo milenio, y no tienen, ni podrían tener, una intención de totalidad. Los nombres que en ellas aparecen son de quitar y poner, como las piezas de un mecano, y cada quien puede desarmarlas y rearmarlas a su gusto, a partir del principio riguroso de que si ahí no están todos los que son, todos los que están, son.
 

Carlos Arturo Torres y el Idola Fori

Idola Fori, de Carlos Arturo Torres, es el primer gran ensayo colombiano que se publica en el s.XX y que trasciende nuestras fronteras. Con anterioridad había hecho mucho ruido en Latinoamérica y en España la polémica sostenida entre Juan Valera y Rufino José Cuervo acerca del castellano, en la que, en síntesis, Cuervo sostiene que el español no sobrevivirá si no se nutre con los neologismos propios de la América Hispana, y Juan Valera propende por la pujante pureza del español. De esa discusión salió el formidable ensayo de Rufino J. Cuervo, El Castellano en América.
Torres era un reconocido periodista, poeta y dramaturgo, cuya enérgica actividad pacifista durante la guerra de los mil Días le había ganado gran notoriedad e influencia, que acrecentó como codirector de El Nuevo Tiempo, diario liberal que fundó, junto con José Camacho Carrizosa, en los días finales de la guerra, y que llegó a ser el más importante de su época. No deja de ser paradójico que Camacho, acosado por una enfermedad incurable, y Torres, deseoso de dedicarse por entero a un libro en el que venía trabajando, decidieran venderle su diario liberal a un conservador, el poeta Ismael Enrique Arciniegas. El libro de Carlos Arturo Torres, publicado en 1909 es el ensayo filosófico Idola Fori (Los Ídolos del Foro). Inspirado en los desastres causados al país por la última guerra Torres dedica su ensayo al análisis de las supersticiones políticas, al estudio de las causas que imprimen en la mentalidad de los individuos la creencia pertinaz en determinados principios e ideales que ya no tienen vigencia, que han dejado de ser consistentes, y que, como un alimento podrido, siguen intoxicando el organismo de los pueblos, con trágicas consecuencias. En el primer capítulo Torres expone el argumento de su ensayo, el plan general, y tras explicar en que consiste la expresión Idola Fori, con la que Bacon denomina “aquellas fórmulas o ideas –verdaderas supersticiones políticas—que continúan imperando en el espíritu después de que una crítica racional ha demostrado su falsedad”, añada que “A abstracciones que no corresponden a la concreción de una realidad categórica, a intangibles fantasmas de la plaza pública, se han ofrendado más lágrimas y sangre que a las divinidades crueles del politeísmo oriental. La sugestión de una palabra sonora, el prestigio de una fórmula incomprendida, la brillantez de los colores de una bandera, la idolatría de una tradición ciegamente aceptada, todas las formas primitivas de esa gran ley de imitación que estudia admirablemente Tarde, han llevado a hombres y partidos, plenos de entusiasmo generoso, pero desatentado, a la inmolación estéril, al sacrificio colectivo y al aniquilamiento nacional en el sangriento histerismo de nuestras revoluciones”.
Cuántas verdades poderosas encierra la reflexión hecha y propuesta por Carlos Arturo Torres en su Idola Fori, las comprobaríamos pocos años después con la Guerra de los Balcanes, la Primera Guerra Mundial, la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, la Violencia colombiana de los años Cincuenta, y pare ahí para no hablar del segundo medio siglo, que tampoco ha sido un modelo de convivencia humana, aunque sí de rechazo a los Ídolos del Foro, como lo propone Torres en su fastuoso ensayo. Hoy otros ídolos, no menos perniciosos que los del Foro, son los que seducen y engañan al público.

Izquierda: Alfonso López Michelsen. Centro: Carlos Arturo Torres. Derecha: Baldomero Sanín Cano

 

Baldomero Sanín Cano

Cuando se animó a publicar su primer libro, en 1925, Baldomero Sanín Cano tenía 64 años. Había vivido en Londres los últimos 16, sin otro recurso para subsistir que el ejercicio de su pluma. Trabajó en Hispania, revista que dirigía en Londres su compatriota Santiago Pérez Triana, y gracias a su dominio del inglés, del francés, del alemán y del Italiano, no sólo pudo atender su subsistencia sino que se codeó con los grandes intelectuales de Europa. En 1921 Sanín Cano fue uno de los miembros fundadores, en Londres, del Pen Club International. Regresó a Colombia en noviembre de 1924 y fundó a mediados de 1925 el Pen Club de Escritores de Colombia. Poco antes, a instancias de la Editorial Babel de Buenos Aires, accedió a seleccionar una serie de los artículos que había venido escribiendo para el diario bonaerense La Nación desde 1916. El volumen salió publicado con el incitante título La Civilización Manual y otros ensayos. De los diez libros clásicos que publicó Sanín hasta el año de su muerte en 1957, y cuya lista recoge Cobo Borda enEl Oficio de Lector (Biblioteca Ayacucho), sólo uno fue escrito como libro,Letras Colombianas. Los nueve restantes están formados por los ensayos que Sanín Cano publicaba con regularidad en la prensa bogotana o en diferentes diarios de México, Buenos Aires y otras capitales latinoamericanas. Sanín Cano nunca sintió la necesidad,ni tuvo e tiempo de sentarse a escribir un libro, porque todos sus artículos los pensaba como partes de uno o de más libros.

Gonzalo Cataño lo ve así también, aunque juzga este hecho con rigor apresurado. Dice que “En sentido riguroso, Sanín no escribió un libro. Sus intentos de organizar una obra de carácter orgánico siempre fracasaron. De mi vida y otras vidas (1949), calificada por algunos analistas como su autobiografía, es sólo un conjunto de trazos de algunos y muy dispersos momentos de su vida. La Administración Reyes, un tomo de 400 páginas de notable interés para los historiadores, es quizá lo que más se asemeja a un texto compacto, pero Sanín no parece haberlo tenido en mayor estima. Lo consideraba un testimonio ajeno y de ocasión, un mero informe de labores de Gobierno de los años del Quinquenio redactado con ayuda del expresidente reyes en la ginebra de 1909... No obstante el placer de su escritura, algunos de sus trabajos se resienten del exclusivo deleite que se olvida del contenido. Es el juego de la exposición por la exposición misma. Es cierto que la renuencia a lo concluyente contribuye a derribar los optimismos infundados –tan frecuentes en los entusiastas mejoradores de la humanidad de nuestros días--, pero también lo es que dejan ver las vacilaciones ante las acciones humanas. Sus posturas son a veces tan indecisas, que el lector echa de menos la falta de arrojo y osadía de sus críticas. Si uno de sus ideales era buscar en la obra al hombre que la ha escrito, los textos de Sanín son el mejor retrato de las agonías de un pensador que tras el tono de una elegante moderación en la escritura refrenaba los ímpetus que le reclamaban explicaciones decididas”. (Gonzalo Cataño: Baldomero Sanín Cano, espíritu de la crítica. Google)
Sanín Cano actuó y escribió de acuerdo con su tiempo y sus circunstancias. Su elemento era el periódico y en el se empleó a fondo. Las circunstancias, sobre todo económicas, no le permitieron ser un escritor de libros. En el Siglo XIX, a partir de 1886 en que se incorporó, con un sueldo modesto, a La Nación de Bogotá (“órgano de los intereses de La regeneración”), Sanín Cano hizo del periódico el vehículo propicio para expresar sus pensamientos, sus ideas y sus inquietudes mentales. Acosado por la escasez de recursos tuvo que aceptar la gerencia del Tranvía de Bogotá y en ese cargo se mantuvo hasta principios del siglo XX. En los quince años que van del 86 al novecientos, Sanín Cano fue uno de los colaboradores más leídos y discutidos de la prensa bogotana. Ninguno de los más de quinientos artículos que publicó, con su nombre, con sus iniciales o con seudónimo, en los últimos quince años del Siglo Diecinueve, fue incorporado en ninguno de los diez libros que aparecieron entre 1925 y 1957. Como dice Cataño, Sanín nunca les dio importancia y se olvidó de ellos. Esos ensayos decimonónicos de Sanín no son lo menor de su producción literaria. Hay allí verdaderas joyas de estilo, de reflexión, de pensamiento, y de ardua polémica, que recopilados en un libro resultarían una novedad estupenda
Para entender la decidida vocación de Sanín Cano hacia el ensayo mediáticos, y su desdén por el ensayo libresco (sin que ninguno de los dos adjetivos deba tomarse en sentido peyorativo), precisamos conocer la diferencia entre los periódicos de las primeras cuatro décadas del siglo XX (hasta mediados de los cincuentas) y los de hoy. En los primeros no se hubiera entendido la ausencia de un Sanín Cano; en los de ahora, no se habría tolerado su presencia. Los periódicos de la primera mitad del siglo tenían espacios generosos para el pensamiento y el debate filosófico, literario o social. Lo frecuente eran los artículos que ocupaban una o dos, y a veces más, páginas enteras. La consigna que imperó a partir de los sesentas, y que hoy es dogma, “escribir corto”, no afectó ni a los escritores, ni a los lectores que en la primera mitad del siglo hicieron del periódico una cátedra de los valores más altos. Por eso Sanín Cano pudo estructurar sus artículos de modo que sirvieran como partes coherentes de un libro, y esta forma de ensayo es tan válida e importante, como la que sirve al libro concebido en su formato tradicional.
Al proponer la candidatura de Baldomero Sanín Cano para presidente del Pen Club Mundial en el Congreso Internacional de esa asociación de escritores, efectuado en Buenos Aires en 1936 –dignidad para la cual fue elegido por el voto unánime de los asistentes—nadie menos que Emil Ludwig lo presentó como “una de las eminencias intelectuales de nuestro tiempo”. 
 

Antonio García Nossa y Los Nuevos

José María Álvarez D’Orsonville era un escritor y periodista que a mediados de los cincuenta realizó por la Radio Nacional un programa de entrevistas con el título Colombia Literaria, quizá el de mayor trascendencia cultural que se haya efectuado en nuestro país, por la calidad intelectual de los entrevistados: escritores, poetas, artistas, científicos, sociólogos. Son más de sesenta entrevistas apasionantes que el Ministerio de Educación de la época –en el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla, 1956—tuvo el tino de recopilar en un volumen, con la idea de “iniciar la publicación del pensamiento de algunos escritores de Colombia”. Si hay algún libro repleto de interés y de sustancia, indispensable para cualquier estudio del movimiento intelectual de Colombia en la primera mitad del siglo, lo es Colombia Literaria de Álvarez D’Orsonville.
Durante la entrevista con Hernando Téllez, sale de repente la pregunta: “--¿A qué generación pertenece y cuáles son sus contemporáneos en las letras colombianas?” Y la respuesta inmediata: “—Verá usted: pertenezco a lo que pudiera llamarse la cosecha de mitaca de la generación de Los Nuevos. Eduardo Zalamea, Eduardo Caballero y yo, llegamos de últimos a esa generación, pero no nos demoramos cronológicamente tanto en llegar como para que nos alcanzaran los piedracielistas ni nos apresuramos tanto en aparecer como para que nos consideraran contemporáneos de Ricardo Rendón.. Somos el jamón en el sandwich que forman los Nuevos propiamente dichos y los verdaderos piedracielistas; pero este distingo es una tontería. Años más, años menos, somos de los mismos, con las mismas.

Izquierda: Germán Arciniegas. Derecha: Jorge Restrepo

 

Yo soy, pues, de los Nuevos, con ligero retardo. Y mis contemporáneos en las letras nacionales son todos los escritores y escritoras, si las hay, que sin rubor confiesen hallarse en los años cuarentas. Pero soy solidario y compañero de los cincuentones de ese mismo grupo, promoción, capilla o generación.”
Así como la generación del Centenario se distingue por ser una generación de Estadistas, la de Los nuevos es una generación de intelectuales. Ninguna otra en el siglo XX produjo tantos y tan importantes novelistas, poetas, ensayistas, filósofos, filólogos y pensadores, además de unos pocos Estadistas. Baste con citar, en lo relacionado con el ensayo, algunos nombres que, por sí solos, llenarían de prestigio cualquier agrupación a la que pertenecieran: Germán Arciniegas, Gerardo Molina, Jorge Zalamea, José Antonio Osorio Lizarazo, Alfonso López Michelsen o Antonio García Nossa.
Antonio García Nossa escribió un poco más de veinte libros de ensayos sesudos, sobre todo en economía, como el clásico Geografía Económica de Caldas, que une a la profundidad del análisis, la exquisitez de una prosa rítmica y de un estilo impecable por el empleo del idioma y la claridad de la exposición; pero Antonio García Nossa trabajó con igual fortuna las distintas disciplinas del pensamiento: historia, cultura, sociología filosofía. Fue, como Gerardo Molina, un apasionado del socialismo democrático, y fustigó sin ambigüedades la acción mezquina y la pequeñez mental de nuestras oligarquías. No sería exagerado decir que Antonio García Nossa fue el más grande pensador colombiano del Siglo XX.
Extraño resulta que sobre una generación que exhibió, como la de los Nuevos, tal opulencia intelectual, no se haya escrito el grueso volumen a que es acreedora. Acaso este ensayo les corresponda hacerlo a las generaciones que hoy se adentran en el siglo XXI hacia el Bicentenario.

Después de Los Nuevos

Las generaciones que siguieron a los Nuevos fueron afectadas por varios factores: el auge de la televisión, la imposición del “escribir corto”, el florecimiento escandaloso y masivo de lo que se conoce como “cultura light”, la economía de mercado, la idolatría del éxito y las cada día más duras condiciones de sobrevivencia. Todo ello en detrimento de la calidad intelectual.
Sin embargo el final del siglo ha dado algunos ensayistas de primer orden. Jorge Restrepo, autor de Creencias de un Escéptico, pensamientos y reflexiones superiores a los Escolios de Gómez Dávila, e irónicos y medicinales como los ditirambos de Oscar Wilde; y de Filosofía para profanos, libro que profana sin piedad todas las creencias de la charlatanería establecida que tienden a anular en el ser humano la facultad de pensar.
Eduardo Gómez, con Ensayos de Crítica Interpretativa y Reflexiones y Esbozos, retoma el espíritu crítico que fue esencial en Los Nuevos. Armando Suescún ha dedicado buena parte de su vida a un ensayo jurídico monumental: Derecho y Sociedad en la Historia de Colombia, dividido en dos volúmenes: I- El Derecho Chibcha (Siglo IX al Siglo XVI), y II- El derecho colonial (Siglo XVI-Siglo XIX). Trabaja un tercer volumen que abarcará el Derecho en la república (Siglo XIX hasta nuestros días). La obra del profesor Suescún es un tratado sin precedentes en la cultura colombiana.
Álvaro Paredes Ferrer ha escrito más de quince extensos ensayos sobre todos los aspectos de la historia nacional. En el Siglo XX sólo pudo publicar dos. El absorbente volumen La Guerra de 1830, narrado con la fluidez de una novela de suspenso, primero de una serie titulada Historia de las guerras Civiles en Colombia, ya escrita en su totalidad. Y el devastador ensayo La muerte de la Nación, que nos muestra cómo, casi dos siglos después, los colombianos seguimos pagando el crimen cometido por los que asesinaron aquella hermosa nación creada por Simón Bolívar, llamada Colombia y conocida como la gran Colombia. 
Esos autores, y muchos otros que no alcanzamos a citar en este breve trazado, pero que se encuentran en la lista, indican que el género del ensayo será en el Siglo XXI colombiano el apogeo de un vasto ejercicio intelectual.