Diciembre de 2018
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EL EDIFICIO DE OFICINAS EN COLOMBIA

Para un estudio sobre la evolución del edificio de oficinas en Colombia es posible partir de la relación que se presenta entre las formas construidas y los nuevos modos de trabajo. Esta relación se verifica en tres momentos: primero, los proyectos de comienzos de siglo XX en los que se observa la primacía de las formas construidas en las que emerge un nuevo ciudadano: el oficinista; posteriormente, y a partir de los trabajos desarrollados por los arquitectos formados en el país, es posible observar un significativo desarrollo en los aspectos técnicos, principalmente en lo que tiene que ver con la estructura y el cerramiento, consolidando así el papel activo del oficinista en la sociedad; y finalmente, a partir de los cambios en los modos de trabajo, las indagaciones espaciales y temporales que se adaptan a nuevos modos de vida en los que imperan palabras como la conectividad, la flexibilidad y la ubicuidad.

 

1.

A comienzos del siglo XX, el edificio de oficinas emerge sobre las trazas de las ciudades coloniales en solares irregulares producto de la adición o subdivisión de predios. Los primeros proyectos presentan una clara influencia de la Escuela de Chicago, como el Edificio Cubillos (Manrique Martín, Bogotá, 1926) o el Banco Hipotecario (Francis T. Ley, Bogotá, 1927) en los que los avances tecnológicos (ascensor, estructura metálica y teléfono) modifican el perfil de la ciudad. El resultado es una ciudad paramentada, de andenes estrechos y edificaciones con alturas que pueden alcanzar las 12 pisos. La planta baja presenta cambios significativos: ocupa la totalidad del predio, dispone de un acceso claramente definido y jerarquizado y locales comerciales, en algunos casos tiene doble altura. Las plantas superiores están caracterizadas por la eficiencia en la circulación gracias a la disposición de los puntos fijos –escalera y ascensor– y la iluminación lograda por pequeños patios o retrocesos en la fachada al interior de la manzana. El resultado es un edificio que reviste la estructura metálica con la apariencia de la forma tradicional: basamento definido por un almohadillado, un cuerpo central determinado por la rigurosa modulación de las ventanas y un piso de remate.

 

2.

Una vez consolidado un nuevo uso en el centro de la ciudad, las modificaciones se hacen evidentes desde mediados de los años 40. Propiciadas por el fructífero diálogo entre los jóvenes arquitectos –formados en las nuevas facultades de arquitectura en el país o en facultades en el exterior– y los inquietos ingenieros, estas modificaciones ofrecían soluciones a los nuevos problemas arquitectónicos planteados, que reclamaban superar la elemental función portante de las edificaciones producidas por ingenieros.

Basta con observar los desarrollos de nuevas técnicas constructivas, principalmente con los aportes alcanzados en los entresuelos, gracias a los reticulares celulados implementados, por ejemplo, en el Edificio Nader (Cuéllar Serrano Gómez, Bogotá, 1944-1945), que aumentan las posibilidades de subdivisión de las amplias superficies en cada planta. Asimismo, en las fachadas se hace evidente una serie de modificaciones: los antepechos progresivamente van disminuyendo su altura, tal es el caso el Edificio Berna (Cuéllar Serrano Gómez, Bogotá, 1948), hasta llegar a su total disolución, como se observa con el acristalamiento en el Edificio Camacho (Cuéllar Serrano Gómez, Bogotá 1948), en el que la ventana actúa más como un inmenso mirador hacia la geografía y la ciudad existente. El edificio deja de ser un objeto para ser exclusivamente contemplado y pasa a ser un dispositivo para contemplar.

Más allá de las determinantes técnicas en el diseño del edificio de oficinas, como son la estructura, la ubicación y forma de los sistemas de circulación vertical, las instalaciones y el cerramiento, es necesario reconocer la importancia atribuida a los aspectos cualitativos expresados mediante la estructura y la fachada. Para reafirmar esta idea conviene agregar los aportes técnicos de los ingenieros, entre los que sobresalen Doménico Parma y Guillermo González Zuleta, cuyos trabajos con los pretensados y postensados posibilitaron el desarrollo de propuestas mucho más complejas. Es el caso del Edificio Ecopetrol (Cuéllar Serrano Gómez, Bogotá, 1957), en el que las condiciones propias del edificio exento posibilitan la separación del cuerpo principal del bloque de circulación, garantizando así la mayor eficiencia de un espacio flexible soportado tan solo por cuatro columnas principales en la parte central y un sistema de columnas menores dispuestas perimetralmente soportadas sobre un “suelo artificial”.

La década de los años 60 es un período fértil en propuestas en las que la técnica es entendida como algo más que proveer un soporte estructural. Basta con observar los voladizos de 9 metros en el Edificio de la Flota Mercante Grancolombiana (Cuéllar Serrano Gómez, Bogotá, 1964) y el Banco Central Hipotecario (Esguerra, Sáenz y Samper, Bogotá, 1964), las adaptaciones a las condiciones propias del clima en el Edificio Seguros Bolívar (Obregón y Valenzuela, Cartagena, 1965) y la Caja Agraria (Fernando Martínez Sanabria, Barranquilla, 1961); las indagaciones técnicas del sistema de soporte central en las torres para el Centro Colseguros (Obregón y Valenzuela, Bogotá, 1969), el Banco Ganadero y el UGI (Vargas Rubiano, Bogotá, 1974 y 1975) y el desarrollo de edificios en altura, como son el Edificio Avianca (Esguerra, Sáenz y Samper y Ricaurte, Carrizosa y Prieto, Bogotá, 1969), el Edificio Coltejer (Esguerra, Sáenz, Urdaneta y Samper, Medellín, 1970) y la Torre Colpatria (Obregón y Valenzuela, Bogotá, 1978) los mayores ejemplos en los que es posible reconocer la importancia atribuida a la imagen institucional expresada mediante las edificaciones.

 

3.

En su gran mayoría, el edificio de oficinas, a partir de los años 80 y en lo que lleva el siglo XXI, ha evolucionado hacia nuevas indagaciones formales y discursivas que incorporan valores bioclimáticos y requerimientos determinados por nuevos usuarios, en los que no existe necesariamente la habitual jerarquización del trabajo; esto conlleva a la modificación del puesto de trabajo como respuesta a la relativización del tiempo. Las jornadas de trabajo de ocho horas ya no son necesariamente las habituales, ahora las labores se desarrollan en puestos de trabajo conectados globalmente que no dependen exclusivamente de lo que se desarrolla en el mismo edificio de oficinas de una empresa, sino que reclama la capacidad de trabajo interactivo. El nuevo lenguaje de los procesos de trabajo exige respuestas formales condicionadas por la flexibilidad y conectividad.

El edificio es entendido ahora como un cascarón que contiene las instalaciones, en el que la estructura solo soporta y el cerramiento solo encierra. Son necesarias nuevas soluciones para los sistemas de ventilación ya que los cerramientos son ahora superficies acristaladas con un alto nivel de especificidad. Pero esto conlleva a que el uso indiscriminado del vidrio como solución de fachada, más allá de parecer una alternativa de rápida ejecución, resulta una respuesta desacertada para las condiciones de confort térmico; en especial debido a la baja inercia térmica de este material que tiende tanto a ganar como a perder calor en un corto lapso disminuyendo la sensación de confort.

Por lo tanto, la importancia ahora recae en el desarrollo de pisos técnicos apoyados sobre los entresuelos que permitan la disposición de redes que garanticen la mayor flexibilidad y conectividad.

 

4.

Ha trascurrido cerca de un siglo en el desarrollo del edificio de oficinas en el país. La experiencia acumulada no es poca. El reto está en mantenerla presente de forma crítica y operativa. Ante la falsa idea de progreso, la tecnología se impone sobre la técnica. Hoy en día son muchos los edificios de oficinas que se construyen y funcionan pero no necesariamente son Arquitectura. El reto está en pensar no tanto sobre lo que acontece con los edificios de oficinas en este momento, sino en cómo serán los modos de trabajo que aún no conocemos y lo que aún no se ha hecho. El reto está en idear proyectos de oficinas capaces de articular el extenso discurso de la arquitectura con los modos de trabajo y sus correspondientes formas construidas.