El Tiempo, martes 11 de julio de 1944 En pie por la Patria
Septiembre de 2016
Por :
José A. Galvis Serrano

EL CUARTELAZO DE PASTO

“El cuartelazo del 10 de julio inició sombríamente la cadena de desgracias en que estamos sumidos”. Eduardo Santos

 

El secuestro de que fue víctima el presidente Alfonso López Pumarejo en la madrugada del 10 de julio de 1944, en Pasto, no significó sino la culminación de un proceso subversivo iniciado el 15 de septiembre de 1940 cuando el jefe de la oposición, Laureano Gómez, en apasionada diatriba en el Senado, invocando revenidos argumentos de teólogos escolásticos, amenazó con la guerra civil y el atentado personal si el Partido Liberal optaba por la reelección de Alfonso López.

El guante recogido 

Ante tal amenaza, Alberto Lleras, uno de los promotores de la candidatura lopista, reaccionó con vehemencia en el programa radial Crítica dos días más tarde: “… Hay un régimen moral implantado en la República recientemente, que debe ser vencido y destruido si no queremos que el liberalismo perezca, no con grandeza, sino con una irritante entrega cotidiana. Es el régimen de la amenaza… Guerra civil si el candidato elegido no es satisfactorio para el conservatismo. Guerra civil si no se deroga la constitución de 1936. Guerra civil si no se acaban las garantías a los trabajadores de Colombia. Guerra civil si no se deja, al fin, que el Partido Conservador gobierne la República a su antojo, directamente o por medio de un régimen intervenido, como el de Petain en Francia… Bajo la sombra del miedo el Partido Liberal no podrá seguir gobernando y el miedo habrá ganado, señores liberales, las primeras batallas…

Izquierda: Alberto Lleras, Ministro de Gobierno. Derecha: Laureano Gómez, jefe del conservatismo.

 

“La guerra civil no la van a ganar los conservadores sin hacerla. No entregamos nada a una amenaza. No por jactancia, ni por ferocidad, ni por terquedad, sino porque una República se hace invivible cuando los extorsionadores se convierten en amos”.

El guante había sido lanzado y el guante había sido recogido. Como tantas veces en la historia política de Colombia, volvían a enfrentarse las fuerzas del “Bien” y del “Mal”, de la “Luz” y de las “Sombras”; de la “Verdad” y del “Error”, y de este enfrentamiento maniqueo, tan propio de la idiosincrasia colombiana siempre proclive a las simplificaciones, sólo desgracias traería el futuro.

Rumores de golpe 

La segunda administración de López comenzó con una invitación del presidente a los colombianos, aún a quienes se opusieron a su reelección, a formar un gobierno de concordia, a unirse para conjurar las amenazas internas provenientes de quienes no aceptaban la legitimidad de su investidura, alegando un supuesto fraude electoral, como para prevenir los peligros que nacían de la situación internacional, pero fue en vano. Los “antílopes”, dirigidos por Juan Lozano en alianza con el laureanismo, persistieron en el tan cacareado fraude electoral y continuaron pregonándolo hasta que echó raíces en la conciencia política de la nación, lo que erosionó la confianza del partido de gobierno en la honorabilidad de sus jefes.

Desde el primer día de su segundo mandato López hubo de soportar la oposición laureanista que, al negar la validez de su título, concluyó con la imposibilidad moral de obedecer a un gobernante en entredicho. De ahí el laureanismo derivó a la lucha por cuestiones religiosas, habida la necesidad de salvar al “país del Sagrado Corazón” de las garras de la masonería que –decía Laureano—había arrebatado a los jesuitas el Colegio de San Bartolomé, servía de quinta columna al comunismo internacional para apoderarse de Colombia y había “engañado” (sic) al Papa para suscribir la reforma del Concordato, tachando la autoridad del Nuncio Apostólico, Monseñor Carlo Serena, y del arzobispo Primado de Colombia, Ismael Perdomo.

El Espectador, Alfoso López preso en Pasto

 

En estas circunstancias, en marzo de 1943, comenzaron a circular rumores de que había un clima de rebelión en el Ejército y planes para realizar un golpe de Estado. El Siglo reprodujo tales consejas y afirmó que López había hecho detener a varios oficiales conspiradores, entre ellos el general Eduardo Bonitto, comprometidos en el frustrado golpe. El Gobierno replicó con un comunicado en el que rechaza lo escrito en El Siglo, y aclara que el arresto de Bonitto obedeció a faltas contra la disciplina castrense. Pero algo había.

El asunto Mamatoco

Las fricciones entre el presidente López y los altos mandos del Ejército venían desde su primera administración cuando su primo Alberto Pumarejo, entonces ministro de Guerra, intentó algunos cambios en la cúpula militar y estudió la posibilidad de encargar a la milicia trabajos de colonización, de alfabetización y otras tareas productivas que le ayudaran a reinsertar en la vida civil.

Izquierda: Darío Echandía, Presidente encargado. Foto El Tiempo. Derecha: General Domingo Espinel, Ministro de Guerra. Foto El Tiempo

 

A mediados de 1943 se murmuraba sobre un levantamiento en el seno de la Policía que mereció una investigación interna sobre su alcance y la identidad de los comprometidos. En la pesquisa resultó implicado Francisco A. Pérez (a. Mamatoco), boxeador costeño que en el momento era periodista del semanario La Voz del Pueblo desde donde atacaba al gobierno, que había sido entrenador deportivo de la Policía y que era conocido perdonavidas. El 15 de julio de 1943 apareció apuñalado el cadáver de Mamatoco y el rumor popular relacionó la muerte del buscapleitos con la institución policial. La versiones más aviesas afirmaron la existencia de un crimen de Estado. Laureano Gómez no desperdició la ocasión y, desde El Siglo, hizo eco de las habladurías callejeras más escandalosas y ordenó que diariamente apareciera en la manchette de su periódico la pregunta “¿Por qué mataron a Mamatoco?

El escándalo Handel

Los debates en el Congreso y la ferocidad de la campaña de prensa adquirieron tales características que en la opinión pública comenzó a aceptarse la complicidad del alto gobierno con la muerte del camorrista, a pesar de que la Comisión del Congreso que investigó el caso excluyó al Ejecutivo de toda responsabilidad.

Izquierda: Foto Cromos. Derecha: Manifestación de apoyo al Gobierno Nacional. Cerca de cien mil bogotanos desfilaron frente al palacio de La Carrera. Foto Cromos

 

El 13 de septiembre de 1943 estalló un nuevo escándalo en la Cámara cuando Silvio Villegas acusó a Alfonso López Michelsen de enriquecerse con la transacción de las acciones de la compañía holandesa Handel (mayor accionista de la cervecería Bavaria), que habían sido congeladas a raíz de la ocupación de Holanda por el Ejército alemán. Reunido con los congresistas de su partido, el 21 de septiembre, el presidente explica que su hijo Alfonso, como abogado de los accionistas desde antes de 1938 y en lícito ejercicio de su profesión, había asumido la responsabilidad de vender las acciones para resguardar a los inversionistas colombianos. También informa que, al ser descongeladas, varios de sus familiares han adquirido acciones como podía hacerlo válidamente cualquier colombiano. Un mes más tarde Carlos Lleras, nuevamente Ministro de Hacienda, inicia en el Senado su aclaración de la conducta del Gobierno en el caso de la Handel y refuta las acusaciones de la oposición laureanista.

Guerra al Eje

La situación internacional también coadyuvó a propiciar los hechos que se darían el 10 de julio en Pasto. Al comenzar la Segunda Guerra Mundial en 1939, el presidente Santos proclamó una política de neutralidad compatible con un vigoroso acercamiento a los Estados Unidos, que también anunciaron su neutralidad formal. En desarrollo de tal política Santos inició los sondeos que culminarían con la presencia de las primeras misiones militares de Estados Unidos en Colombia y puso a su disposición el uso del territorio nacional para tareas de defensa hemisférica. Simultáneamente se iniciaban negociaciones para el suministro de armamento a Colombia, a precios rebajados o con préstamos blandos. Lo que era urgente y necesario: un observador militar yanqui estimó que los efectivos de tierra tenían municiones para una hora de combate pleno.

Al producirse el ataque japonés contra la flota americana en Pearl Harbor, en diciembre de 1941, y las subsiguientes declaraciones de guerra entre Estados Unidos y las potencias del Eje, Colombia se limitó a romper relaciones diplomáticas con los gobiernos del Eje, pero no les declaró automáticamente la guerra. Sólo fue en 1943, bajo el segundo mandato de López, cuando a raíz del hundimiento de las goletas Resolute, Roamar y Ruby (este último ocurrido el 17 de noviembre de 1943), el Gobierno colombiano decidió declarar el “estado de beligerancia” frente a Alemania, acto que contó con la enconada oposición de Laureano Gómez.

Laureano el provocador

La conmoción política originada en los debates en el Congreso y en los artículos venenosos de la prensa de oposición llevaron al presidente López a pedir una licencia de seis meses, el 16 de noviembre de 1943, para viajar a Nueva York y acompañar a su señora esposa en un tratamiento médico, debiendo reasumir su mandato en mayo de 1944. Se esperaba que en ese término amainarían los vientos borrascosos y que Darío Echandía, cuyo prestigio personal y político estaba intacto, lograría atemperar el encono de los enemigos de López.

Vana esperanza. Los malquerientes del Gobierno enderezaron su artillería contra los segundos de a bordo: el 2 de febrero de 1944 El Siglo acusa al ministro de Gobierno, Alberto Lleras, de trasladar arbitrariamente el sumario de Mamatoco a un juez afecto al régimen. Al día siguiente Lleras denuncia por calumnia a Laureano Gómez y a José de la Vega por la publicación en su periódico. Por orden del Juez 4º. Del Circuito en lo Penal, José Ignacio Caicedo, es detenido Laureano Gómez. El juez también dispone que se le suspenda en el cargo que ejerce en la Comisión de Relaciones Exteriores y deja en pie el auto por notificar.

Capitán Rafael Navas Pardo, rescató al presidente López, que estaba secuestrado en Consacá. Foto Cromos

 

Los conservadores, indignados y ofendidos, se levantaron en manifestación en varias ciudades y armados de piedras, garrotes e inclusive armas de fuego apedrearon los periódicos liberales y provocaron disturbios con el acostumbrado saldo de contusos, detenidos y vitrinas rotas. El Siglo publicó una declaración del Directorio Nacional Conservador afirmando que “…existen razones suficientes para declarar una guerra civil”.

Conspiraciones y conspiraciones

Para entonces las conspiraciones tejidas contra los gobiernos de Santos y de López por los seguidores de las ideologías totalitarias abundaban como mala hierba. La Organización Nacional, la Acción Nacional Militar Católica, la Legión Colombiana y la Legión Cóndor –que tales eran los nombres sonoros de las agrupaciones subversivas—no dieron respiro a los servicios de inteligencia y contrainteligencia de Colombia y de los Estados Unidos, concentrados en la defensa del hemisferio. Aquellos grupos se inspiraban en los principios de la religión católica, el antisemitismo, el nacionalismo, la lucha contra la corrupción política y a favor del resurgimiento militar de la Gran Colombia.

Izquierda: Coronel Julio Guarín, sacrificado en defensa de la legalidad. Foto Espectador. Derecha: Coronel Julio Londoño, aplastó la rebelión en Pasto. Foto Espectador.

 

Una vez comprometidos los Estados Unidos en la guerra, las posiciones políticas de Laureano se radicalizaron y los Estados Unidos le siguieron el paso: en diciembre de 1943 la Junta de Seguridad Económica de Washington rechazó su solicitud de importación de 350 toneladas de papel para alimentar las rotativas de El Siglo. La condición del Departamento de Estado para admitir a Laureano en el rebaño de los buenos demócratas era que cesara en sus ataques contra Estados Unidos y dejara de proteger los intereses del Eje. Ante la posibilidad de cerrar su diario por falta de materia prima, Laureano prometió cambiar su orientación política.

Pero el embajador estadounidense era terco y alertó al Departamento de Estado sobre el oportunismo de Gómez: “no confío en la sinceridad de ese hombre”. Los recelos del embajador Braden eran explicables, pues los rumores de golpe de Estado constituían comidilla diaria, y aludiendo a la ayuda militar a Colombia convenida en dinero y armas, alertaba a Washington: “Si es cierto que se produce un golpe de Estado, los aviones y los equipos caerían en manos enemigas. Hay que medir los riesgos antes de hacer los envíos”. Lo que se justificaba por la posible introducción de ideas totalitarias en las fuerzas armadas colombianas.

Carroza fúnebre que conduce por las calles de Bogotá los restos del general (póstumo) Julio Guarín, muerto en Bucaramanga en defensa del orden constitucional. La madre del general Guarín encabeza el cortejo fúnebre. Foto Espectador. 

 

El 10 de julio

Eduardo Zuleta, en su biografía de López, asegura que cuando el presidente resolvió ir a Pasto a presenciar las maniobras militares tenía información de que sería víctima de un golpe armado. ¡Y no se acobardó! Quería definir la situación política para saber si la oposición, invitando a la revuelta y al magnicidio, prevalecería, o sí, al contrario, la opinión pública respaldaría al régimen elegido democráticamente, impidiendo que la soldadesca rebelde sirviera de instrumento a los enemigos de la “mudable tiranía de las mayorías ocasionales”, como calificaba el senador Gómez a los gobiernos escogidos por el pueblo.

En la noche del 9 de julio, estando el presidente y su comitiva alojados en el Hotel Niza, en Pasto, escucharon a unos reclutas que gritaban “mueras” y “abajos” al gobierno. En la madrugada del día siguiente, lunes 10 de julio, el coronel Luis Agudelo despertó a López y a su hijo Fernando con estrepitosos golpes en la puerta, para informarles que el Ejército se había rebelado. López quedó a merced de la sedición.

Superadas ciertas dudas sobre a dónde llevarlo, finalmente lo condujeron a la hacienda de los hermanos Bucheli, en Consacá, quienes lo recibieron con las debidas consideraciones. “Todo parecía sonreírnos; menos los soldados que se agrupaban en el patio de la casa, mirándonos con ojos de pocos amigos. No me saludaban, ni hacían ademán alguno de reconocerme. Según me contaron en las horas de la noche, les habían asegurado que yo los tenía vendidos a los Estados Unidos, unos a $5 y otros a $10 por cabeza, y que había ido a Tumaco precisamente a visitar los buques en que deberían ser trasladados a pelear contra el Japón”.

Izquierda: Coronel Diógenes Gil, jefe del cuartelazo. Foto Espectador. Derecha: El Presidente López se dirige al país momentos después de regresar de Pasto a Bogotá. Foto Cromos

 

Entretanto en Bogotá el Primer Designado, Darío Echandía, trabajaba febrilmente con el Ministro de Gobierno, Alberto Lleras, para controlar la situación. Echandía tomó posesión de la Presidencia y a las 7 y 30 de la noche Alberto Lleras, con el poder de su talento y la autoridad de su voz, se dirigió al país por la Radio Nacional para informarlo sobre el fracaso del golpe. Dijo que un oficial de segundo nivel, el coronel Diógenes Gil, se había rebelado, desconociendo la constitución y la jerarquía militar, pretendiendo usurpar la dignidad de la Presidencia. Con lo que logró incitar rivalidades entre los oficiales de más alta graduación: aunque algunos simpatizaron con el levantamiento, no toleraron que un subordinado, violando el escalafón, osara aspirar a una posición superior y condenaron el cuartelazo.

Mientras tanto, en Nariño, la conjura adquiría visos de astracanada. No sabiendo qué hacer con el tigre que tenían agarrado por la cola, el vacilante coronel Gil, pretendiendo mantener la iniciativa dispuso el traslado de López a Popayán y encargó de esa tarea al capitán Rafael Navas Pardo. Adelante de Yacuanqur, López y su comitiva se encontraron con una caravana militar, en la que venía el coronel Gil, quien ofreció solucionar el problema si se absolvía a los oficiales comprometidos, y a él ¡se le nombraba Ministro de Guerra por un mes!

Gil estaba destruido anímicamente. Para el presidente López el peor momento había pasado. A continuación se trasladaron a Yacuanquer y desde su oficina telegráfica intentaron comunicarse con Pasto o Túquerres. En esas estaban cuando el capitán Navas Pardo informó que el coronel Gil se había entregado prisionero. Otra conspiración, que esta vez había llegado hasta el cuartelazo, fracasaba.

Pero eso no era todo. No se había tratado de un hecho aislado del coronel Gil; el movimiento tenía ramificaciones y era evidente que el sector laureanista del conservatismo lo había mirado con simpatía, si es que no tuvo participación directa en él. En Ibagué y Bucaramanga hubo conatos armados, que incluyeron el asesinato del coronel Julio Guarín, comandante de la plaza de Bucaramanga, y el apresamiento de Alejandro Bernate, gobernador del Tolima.

Laureano Gómez, que había aplaudido la revuelta armada y desde su periódico alentado a los sublevados, solicitó asilo en la embajada del Brasil, el 12 de julio, y viajó a Quito como asilado político, el 28 de julio.

En su libro Los segundos de a bordo, el historiador Oscar Alarcón transcribe la siguiente carta, enviada por el expresidente Rafael Navas Pardo al expresidente Alfonso López Michelsen con motivo del centenario del nacimiento de Alfonso López Pumarejo:
“Bogotá, febrero 12 de 1986

…me siento obligado, no sólo por mi admiración y respeto a la memoria de su ilustre padre sino, además, por la gratitud que me merece, dejar constancia para la historia, de la valerosa dignidad asumida por él en nuestro sorpresivo encuentro con el coronel Gil, y la forma como el doctor López le respondió a la solicitud del coronel de ser nombrado Ministro de Guerra, cuando cogiéndolo de las solapas, le dijo en voz alta: “usted no me proponga inmoralidades”.

Izquierda: Alfonso López, al llegar a techo, saluda a su esposa, doña María Michelsen, a su hija María López de Escobar, y su nieto. Foto Cromos. Derecha: El Presidente Alfonso López, desde el balcón principal del palacio de La Carrera, saluda a la multitud que lo aclama. Foto Cromos