Julio de 2019
Por :
Santiago Paredes Cisneros* Arquitecto de la Universidad Nacional de Colombia, sede Manizales, Magíster en Historia y Teoría del Arte y la Arquitectura de la misma universidad, sede Bogotá, y Doctor en Historia de la Universidad de los Andes (Colombia).

BOJAYÁ

Alfredo Molano Jimeno* Historiador y Periodista, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá *Periodista de la sección Política, El Espectador Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (Noticia – Prensa), 2018

Cualquiera que escuche hablar de Bojayá, de seguro recuerda la tragedia del año 2002, cuando las FARC lanzaron un cilindro bomba que cayó en el techo de la iglesia donde se refugiaba un centenar de personas de los combates que libraban guerrilla y paramilitares. Allí murieron alrededor de 80 personas, de las cuales 48 eran menores de edad. En la memoria de los pobladores quedó para siempre la imagen de una guerrillera que, al ver lo que habían causado, llorando y de rodillas, preguntó en voz alta: “Dios mío, ¿qué hemos hecho?”

Han pasado 17 años desde la tragedia, y algunas cosas han cambiado: los paramilitares se desmovilizaron mientras las FARC dejaron la lucha armada y pidieron perdón a los habitantes del poblado, situado en el límite de Antioquia y Chocó. Pero otras cosas no han cambiado nada. El país no ha arropado a estas comunidades, y es tal el desconocimiento y el abandono, que muy pocos se han percatado de que la masacre ocurrió en Bellavista, cabecera municipal de Bojayá, cuya jurisdicción pertenece al Chocó, donde hoy están las ruinas de la iglesia. Así, Bojayá sigue siendo el fantasma de aquel 2 de mayo, el nombre de un río afluente del Atrato y el sinónimo del abandono de una región, a la que todavía no llega la luz eléctrica.

 

 

Como tantos otros poblados de la Costa Pacífica, Bellavista tal vez surgió como una ranchería fundada por esclavos huidos durante el período colonial. En cualquier caso, el pueblo fue convertido en municipio en 1960. A finales de 2002, unos cuatro meses después de la tragedia, comenzaron las labores de construcción de un nuevo poblado, situado a un kilómetro de Bellavista. El asentamiento fue llamado Nuevo Bellavista, y allí se trasladaron los habitantes desde 2005. Al igual que en el antiguo poblado, en este residen indígenas y afrodescendientes.

En Nuevo Bellavista, cuya construcción fue promovida por el gobierno nacional, los habitantes enfrentan varios retos. Por ejemplo, la configuración espacial del asentamiento gira alrededor de una plaza, a diferencia de lo que ocurría en el antiguo poblado, estructurado al borde del río Atrato. Diversas actividades y relaciones sociales articuladas con el río, por lo tanto, se han visto limitadas. Además, los espacios y los materiales de las viviendas, edificadas con materiales de producción industrial, que fueron asignadas a los pobladores, difieren de las que solían habitar indígenas y afrodescendientes, construidas fundamentalmente en madera. En ese escenario, los pobladores tratan de apropiarse de los nuevos espacios, que adecúan y modifican según sus pautas culturales, con la esperanza de que los saberes y las costumbres sobrevivan a la violencia y al traslado.

 

 

Referencia bibliograficas

 

  1. María José Santodomingo Granados, “Del Viejo al Nuevo Bellavista: procesos y transformaciones”, trabajo de grado, Sociología, Pontificia Universidad Javeriana, 2018, pp. 14-22.
  2. María José Santodomingo Granados, “Del Viejo al Nuevo Bellavista