Aparato mágico. Relieve en madera y aluminio de Edgar Negret, 1957. 200 x 100 x 40 cm. Colección del artista, Bogotá
Septiembre de 2016
Por :
Marta Rodríguez

APARATOS MÁGICOS: EDGAR NEGRET

Los Aparatos mágicos, realizados en 1957, ocupan un lugar definitivo en la obra de Negret y en el arte colombiano porque en ellos se afianzan los elementos distintivos del lenguaje de Negret. Ya en el título, observamos que se concilian dos realidades en aparente contradicción que se han constituido en el eje temático de su obra.

Con la alusión al aparato, surge la cuestión maquinal, la máquina como un artefacto que mantiene una relación estrecha con la racionalidad y el lenguaje de la modernidad, realidad que se evidencia en los materiales utilizados por Negret a partir de su encuentro con Nueva York y que cobra plena forma en los Aparatos mágicos con el uso de la lámina de aluminio doblada y policromada con técnicas industriales, con la que se da lugar a configuraciones complejas, orgánicas, en las que, como lo dice Negret, "una forma nace de la otra" siguiendo un orden intrincado, aparentemente caprichoso pero profundamente coherente que se organiza a partir del elemento modular cuidadosamente diseñado. También en estas piezas aparece el tornillo a la vista como una solución constructiva y estética, elemento que desde entonces se inserta como parte esencial de su obra, enfatizando la presencia de lo maquinal. Lo mágico nos remite a la cara opuesta, justamente a aquello que no tiene una explicación racional, a lo desconcertante, a lo que nos sorprende, a lo incomprensible y, por esta vía, tal vez podamos acceder a la presencia de lo religioso, que es el hilo conductor que alienta su obra desde su temprana producción en Popayán, hasta el presente.

La dimensión mágica que se hace evidente en los Aparatos mágicos implica una transformación de los contenidos religiosos que alentaban sus primeras obras; recordemos por ejemplo El rostro de Cristo, del 49. Respecto de esta transformación comenta Negret: "Yo creo que uno trata de decir la misma cosa de distintas maneras. Va avanzando en la forma de expresión, pero están las grandes obsesiones de siempre [...] Sobre todo en lo religioso, porque empecé en lo más cercano de la religión cristiana y hablé de los Cristos y las Anunciaciones, pero poco a poco me fui ampliando. En esa idea ya entran otros dioses y otras religiones que al final hablan de una religión más amplia".

Los Aparatos mágicos se producen durante la segunda visita de Negret a Nueva York, ciudad a la que regresa porque sentía la necesidad de establecerse allí para volver a tomar contacto con las voces de información y guía esenciales a la continuada evolución de su trabajo. Nueva York, con su ritmo de vida acelerado, es el prototipo de la ciudad moderna, un lugar difícil, hostil, en el que Negret vio, como escribió el crítico Galaor Carbonell, "el reino de las fuerzas oscuras que se enfrentaban a un hombre incapaz de resolver los conflictos que lo rodeaban, y que tenía que luchar duramente para sobrevivir. Dicha supervivencia era más que económica y tenía que ver con la estabilidad ética y mental del individuo. La obra que Negret hizo en Nueva York pretendía crear un repertorio de recursos mitológicos con los que el hombre pudiera enfrentarse a la agresividad y a los peligros propios. Es preciso aclarar que la mitología en cuestión estaba hecha con los elementos tomados del paisaje físico de Nueva York".

En los Aparatos mágicos, los volúmenes se sintetizan en planos de contornos orgánicos, unos y otros se ensamblan y atornillan dando lugar a una geografías en la que los rojos y azules, luces mecánicas, se fijan en caprichosas formas que arman el mundo de esos aparatos inútiles, pero mágicos de Negret, que son "la esencia de las imágenes, de las ideas, de los hechos que mueven nuestra época, configurados con sabios elementos geométricos [...] los aparatos así nacidos son luego desarrollados con la más exclusiva finalidad estética. Libres de toda función mecánica o práctica, se vuelven "mágicos" gracias al juego abstracto de las formas puras", como ya lo dijera entonces el crítico Walter Engel.