Colección Biblioteca Pública Piloto de Medellín / Archivo fotográfico. Reg. BPP-F-010-0675
Abril de 2013
Por :
Álvaro Acevedo Tarazona, Doctor en historia, Universidad de Huelva. Maestría en historia, Universidad Industrial de Santander. Profesor titular de la Universidad Industrial de Santander

AMOR Y POLÍTICA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX EN COLOMBIA

María Cano y las mujeres libertarias

Los tiempos de la vida privada y los afectos no se acompasan con la duración de los eventos y procesos  políticos, las transformaciones económicas y la conformación de las estructuras sociales. Este aserto, que pareciera ser una verdad de Perogrullo, adquiere sentido al tratar de abordar históricamente una temática tan alusiva como relevante para la comprensión de nuestro devenir como nación: la relación entre el sentimiento denominado amor y la política durante la primera mitad del siglo XX en Colombia. Como bien lo afirmó Mara Viveros, en nuestro país casi nada se ha escrito sobre las imágenes del amor o indistintamente de los sentimientos como tema de reflexión histórica1.

Hecha esta salvedad, el presente escrito intenta hacer un breve recuento del período de transición que experimentó el país entre una economía anclada en ritmos y tradiciones de servidumbre y los primeros atisbos de la inserción del país en la economía mundial. Este tránsito, denominado por los especialistas como una modernización tradicional, alude a la lentitud que experimentaron los cambios en las mentalidades, las La joven comunista, 1942. Óleo de Enrique Grau Araújo. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 5296. Fundación Enrique Grau.representaciones sociales y, en general, en el amplio universo de la cultura. Seguidamente se describirán algunas de las imágenes de la mujer durante aquellos años, tema central para explorar el mundo de los afectos por los significados y prejuicios atribuidos al género femenino por parte de una cultura patriarcal dominante.
Finalmente, se abordará el caso de María de los Ángeles Cano Márquez, conocida también como la Flor del Trabajo y una de las primeras mujeres que rompió los moldes y límites del deber ser femenino de su tiempo para proponer formas diferentes de sensibilidad política e íntima. Su caso representa, quizá más que ningún otro, una época en que las transformaciones materiales y socioeconómicas jalonaron una serie de cambios en las relaciones entre los hombres y las mujeres, los grupos sociales, las generaciones y las ideas.

Un país en trance de modernización

Luego de la última guerra civil del siglo XIX, conocida como la guerra de los mil días (1899-1902), Colombia experimentó en el primer decenio del siglo XX una serie de cambios que le permitió iniciar una etapa lenta,  aunque sostenida, de incorporación en los circuitos mundiales de la economía. Desde la administración de Rafael Reyes (1904- 1909) hasta bien entrado el siglo, los  gobernantes colombianos y alguna parte de sus elites económicas se interesaron por estimular variables de progreso de la época: inversiones en el mejoramiento y creación de vías de comunicación, incluidas las consabidas líneas férreas que no llegaron a prosperar, inversiones en obras públicas y apoyo a los nacientes proyectos de producción de bienes de consumo.

A ello se suma la dinámica que tomó la economía de enclave, tanto en la explotación petrolera como en productos tropicales como el banano. En términos concretos, los cambios se pueden seguir en el paso de los talleres artesanales a fábricas, en el uso de energía eléctrica y de nueva maquinaria, en el paso de empresas familiares a sociedades anónimas y en la existencia de una concentración financiera que le permitió abrir sucursales a ciertas empresas2. Como se sabe, el café fue el gran producto colombiano que permitió, en zonas como Antioquia y el gran Caldas, la reinversión de las ganancias de la exportación del grano en la naciente industria. Un aire republicano en algunos gobiernos y, por tanto, la decisión política de Del libro La mujer, apuntes para un libro. Severo Catalina. Colección particular.priorizar el progreso a la confrontación partidista, facilitó cambios institucionales necesarios para alcanzar cierto grado de modernización.

Sin embargo, la sociedad señorial de raíz hispánica no cedió al mismo tiempo que los ya de por sí lentos cambios estructurales de aquellos años. En las relaciones sociales de trabajo, los lazos de dependencia personal, la sujeción de la mano de obra y la precariedad de la monetarización de la vida económica se convirtieron en trabas para una entrada más plena del capitalismo. El orden de la “cuestión social”, que se dio entre la caridad de inspiración cristiana y la represión directa, fue otra de las manifestaciones de una modernización sin modernidad, como los especialistas en el estudio de la época la han denominado.
En el mismo sentido, las ciudades no habían desarrollado una fisonomía propia de las grandes metrópolis; en estos aún nacientes centros urbanos, además, campeaban el analfabetismo y unas condiciones de salubridad deplorables, todo ello bajo el control de grupos de poder, cerrados y provincianos, con valores culturales hispánicos.

Imágenes de la mujer en los años veinte y treinta: madre, esposa e hija

Una de las formas de abordar el asunto de la historia de los asuntos privados,creados desde ideas y valores  de lo público, es el de las imágenes de la mujer. A partir de los trabajos de Magdala Velásquez y Susy Bermúdez, reconocemos que por lo menos desde el siglo XIX la figura de la mujer está asociada al complejo mundo de las emociones, entre ellas el amor3. Las imágenes sobre la feminidad, creadas por hombres y mujeres letradas, se han centrado en tres tipos ideales sobre lo que debe ser la vida de la mujer en la tierra:  madre, esposa e hija. Fundada en 1925 por Teresita Santamaría de González, la revista Letras y Encajes fue una de las tribunas más importantes para modelar a la mujer durante la primera mitad del siglo XX.

En el número 11, de junio de 1927, de esta revista se citó un breve texto de Víctor Hugo en el que se afirmaba que la máxima manifestación del amor del que era capaz el ser humano era el que provenía de la condición de madre: “La mujer, ese ser delicado, sublime, sensitivo, cuando ha llegado a la maternidad, es el ser por excelencia de amor y de equidad. Ese amor desbordante, sin valla, de las madres, ese amor generoso y abnegado hasta más allá del sacrificio, ese amor puro que engrandece a la humanidad, ese amor, perfección en la tierra, es el que hace la felicidad del mundo. El amor de la madre no es limitado solo para sus hijos, el amor de la madre se ha despertado para la humanidad entera, y la mujer se hace digna siendo madre. El amor más puro, más grande, más sagrado es el de la madre”4.

Los valores asociados a la figura materna no variaron sustancialmente de los que se promovían como ideales en los siglos anteriores. Abnegación, sumisión y capacidad inconmensurable  de sacrificio para con sus hijos eran las características que debían guiar la vida de las madres en la Colombia de los años veinte y treinta. El  modelo no podía ser otro que el de la Virgen María “Madre de Dios”. En el mismo orden de prioridades, el amor maternal se concretaba en la asunción de todos los oficios domésticos como forma de atención a los hombres de la casa. Zurcir la ropa, cocinar deliciosos alimentos y cuidar de los hijos hombres y el marido era la muestra más excelsa de amor verdadero para con la familia5. De allí que se reivindicaran los trabajos domésticos como labor digna en tiempos en los que algunas mujeres estaban ingresando como operarias a las fábricas de textiles.

Precisamente, cuando el amor de la mujer trascendía el vínculo con sus vástagos y se enfocaba hacia el  esposo, la institución matrimonial de carácter religioso emergía con toda su fuerza para condicionar las  obligaciones –más que derechos– de la mujer, en su nuevo rol de esposa. La entrega absoluta a su cónyuge le imponía un cambio sustancial a la mujer soltera, pues el respeto, fidelidad e incondicionalidad también debían soportar la continuación de la Sagrada Familia. En palabras de Ana C. de Molina: “La esposa del cristiano no es una simple mortal, sino un ser extraordinario, misterioso, angélico: es la carne de la carne, la sangre de la La muchacha de la flor, 1946. Grabado de Enrique Grau Araújo. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 3082. Fundación Enrique Grau.sangre de su esposo. El hombre al unirse a ella, vuelve a tomar una parte de su subsistencia, así su alma como su cuerpo están incompletos sin la mujer. Si él tiene la fuerza, ella ostenta la hermosura; él combate al enemigo y cultiva los campos de la patria, ella consuela sus pesares y los dulcifica; si sus días son sombríos y borrascosos, tiene unos brazos castos en que olvida todos sus males […] Por último, el esposo cristiano y su esposa viven, renacen y mueren a la par, crían a la par los frutos queridos de esa unión, y a la par se reducen al primitivo polvo, y vuelven a hallarse a la par más allá de los límites del sepulcro”6.

La última realización del amor femenino, socialmente aceptada, era la que la madre desarrollaba al cultivar las virtudes en su hija. Baste señalar que la niñez como categoría cultural no existía. El relato de Emma Reyes, Memoria por correspondencia7, es una conmovedora muestra de lo dura y cruel que podía ser la vida en la edad temprana: un mundo carente de afectos y de emociones en el que las hijas no eran más que la posibilidad de una existencia para la vida adulta de la procreación y los trabajos de la casa. La educación de una mujer, en los fundamentos básicos del pudor y la delicadeza, garantizaba que muy pronto se convirtiera en una verdadera madre y esposa. Como bien lo ha dicho Zandra Pedraza, ello implicaba someter a la mujer en su infancia y pubertad a una educación del cuerpo, mediada por saberes especializados como la urbanidad de raíz religiosa y, después de los años veinte, la higiene. Tanto el hogar como la escuela fueron los espacios sociales en los que se llevaron a cabo estos acondicionamientos que también cubrieron a los hombres desde un antagonismo, en tanto fueron socializados en los valores señoriales como la gallardía, la temeridad, el decoro y la circunspección, entre otros. La formación del cuerpo y la mente implicó educar en unos ideales eurocéntricos y patriarcales desde el cuerpo, la fisonomía, la imagen y las gesticulaciones hasta los contenidos y expresiones emocionales.

La educación del “bello sexo” contó con un conjunto de actores e instituciones educativas, culturales y sociales para orientar a las niñas en los referentes civilizadores correspondientes a su género. La madre, el párroco, la monja y la maestra se encargaron de orientar, tanto en el cultivo de los sentimientos como en las actividades que podían desarrollar las jóvenes: bailes, paseos campestres, deportes y pasatiempos fueron regulados y  sometidos a sanción pública cuando los límites se traspasaban. Una buena educación, como muestra de amor pleno, debía concluir en un enlace matrimonial que garantizara la reproducción de la enseñanza recibida; de lo contrario, era preferible mantenerse en la soltería: “Una larga espera o una irremediable soltería valen mucho más que un mal casamiento”8.

Del amor supeditado al amor por la humanidad: María Cano y los destellos de modernidad

Por su periplo vital y su obra, María de los Ángeles Cano Márquez (1887-1967) representa el paso en Colombia de una sociedad tradicional y prejuiciosa a una más moderna. De cuna no proletaria, estuvo rodeada de un ambiente cultural que le permitió hacerse a un espíritu libertario, rodeada de libros, lecturas y tertulias en su casa con importantes figuras de las letras antioqueñas como Efe Gómez, Antonio José Cano, entre otros9. En alguna medida, esta experiencia individual se acompasó con los tiempos deA la huelga compañeros. Concentración de obreros, 1927. Archivo ECOPETROL cambio que se vivieron en la Medellín de inicios de siglo, marcada por la naciente industrialización de bienes de consumo y textiles, donde la fuerza de trabajo femenina alcanzó gran importancia.

En la época en que María Cano fue designada la Flor del Trabajo (1925) también se dio un movimiento impulsado por cierto sectores del liberalismo que buscó apoyar medidas legales para proteger a la mujer trabajadora. Resultado de ello fue la Ley 28 de 1932 que le reconoció a la mujer casada derechos económicos, dándole plena capacidad civil a la mujer, incluida la posibilidad de contratar en forma libre y administrar sus bienes e ingresos independientemente del marido. En este marco, María Cano inició su carrera política de la mano de los obreros antioqueños y  compañeros de militancia socialista que despuntaba en el  país, como Raúl Eduardo Mahecha, Tomás Uribe Márquez e Ignacio Torres Giraldo, este último, su compañero sentimental. Luego de ser proclamada Flor del Trabajo Nacional, en 1926, desarrolló campañas de agitación en el Valle del Cauca, Santander, Boyacá y la zona bananera del Magdalena10.
Como recuerda Renán Vega, toda esta movilización se produjo en el marco de las luchas contra el capitalismo de enclave, e implicó no solo las reivindicaciones sociales sino el reconocimiento de los derechos políticos de la mujer, en pos de una ciudadanía más allá de su condición de electora11.

Independientemente de su retiro de la vida pública después de los años cuarenta, dedicándose a trabajar en la  Biblioteca Departamental hasta 1947, así como las dificultades en materia de salud mental, interesa resaltar la tensión en la vida misma de Mariacano –como ella firmaba– respecto a la vida sentimental, el amor por los hombres y por la humanidad. En sus primeros años de vida pública, Mariacano hizo parte de círculos literarios y escribió en revistas como Cyrano, y periódicos como El Correo Liberal. En aquel entonces se vio influida Tumba de María Cano en el Cementerio Museo de San Pedro, Medellín.por la poesía de Alfonsina Storni, Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou y Delmira Agustina, poetisas que incidieron en la sensibilidad de Cano12.

En los primeros años de la década de los veinte, Mariacano mantuvo la tendencia intimista de la poesía y la litera-tura femenina de la época. Dice Catalina Patiño: “Yo pienso que cuando María se atreve a escribir, sobre ella, le sale una mujer tradicional, le salen los mitos de la maternidad, le salen los mitos del amor, los mitos de la feminidad, los mitos del hombre y los mitos del padre, los mitos de la institución familiar”13. En este sentido, la Mariacano de este momento no se diferenciaba en casi nada de las mujeres de Letras y Encajes, en tanto apreciaba el mundo desde una visión, en cierta forma, idílica, que literariamente se expresó en la descripción de paisajes y del mundo íntimo pletórico de candidez. En un evento organizado por la Escuela Nacional Sindical, un testigo de la época de apellido López sugiere que Cano entendía la relación sentimental con el hombre tal y como la época lo dictaminaba: “Que el hombre no se sienta solo en sus luchas, en sus derrotas, en sus triunfos; que cuando sus labios, amargados por la vida, no puedan decir la palabra que es miel, que es beso, la mujer ponga sobre su corazón, como un beso, su alma, quieta y suavemente, que si su espíritu se embota y duerme; sea ella la que lo despierte y siembre en su alma los anhelos altos y bellos”14.

No obstante, a medida que fue conociendo el sufrimiento de los trabajadores colombianos, incluidas las mujeres, su sensibilidad fue mutando hacia la defensa de un amor fraternal a la humanidad entera. En su vida  personal, decidió no asumir la maternidad y juntar su destino con el líder comunista Ignacio Torres Giraldo, quien tenía dos hijos de un matrimonio fallido.
Convivieron bajo el mismo techo desde 1949 hasta entrados los años sesenta15. Precisamente, Mariacano ayudó a criar a Eddy Torres, y mantuvo finalmente con su compañero de luchas personales y políticas una relación que, pese a la ideología y la praxis política, no pudo zafarse de las amarras de una sociedad en transición, tal y como nos cuenta Torres Giraldo: “Yo suprimí todo lo que pudiera ser motivo de ridículo en María. Le hice abandonar los vestidos de flores que usaba, haciendo que vistiera trajes grises, aseñorados. A la bandera roja que sacaba en las manifestaciones, también renunció. Un obrero venido del exterior, la había regalado un sombrero y un bastón. Un día le dije: Si insistes en ponerte ese atuendo, no salgo contigo. Y desechó el sombrero para siempre”16.

En todo caso, María Cano simboliza toda una época de transición hacia la modernidad en nuestro país. En materia política, el surgimiento del socialismo como ideario que sintonizó principios cristianos, mutualismo y revolución permitió a la mujer asumirse como sujeto rebelde capaz de liberarse, junto con los trabajadores, del oprobio capitalista y machista. Culturalmente, en sus escritos, cartas políticas y cuentos, ella representó el paso de una literatura femenina bucólica al planteamiento de problemas sociales. En la apreciación de Magdala Velásquez, María Cano llenó de contenido emancipador su condición de Flor del Trabajo para posicionarse como la primera mujer pública de Colombia. Pese a ello, su pensamiento y acción no podían separarla de la época en que vivió, por lo que enarboló la bandera del amor maternal a la humanidad, mezcla de las sujeciones atávicas y de los nuevos vientos que soplaban en el país y en el mundo.

Referencias

1 Viveros Vigoya, Mara. “Relatos e imágenes del amor en la segunda mitad del siglo XX”, en Borja Gómez, Jaime y Rodríguez Jiménez, Pablo (directores). Historia de la vida privada en Colombia: los signos de la intimidad. El largo siglo XX, Bogotá, Taurus, 2011, pp. 303-306.

2 Archila, Mauricio. “Colombia 1900-1930: la búsqueda de la modernización”, en Velásquez Toro, Magdala (directora). Las mujeres en la historia de Colombia. Mujeres y sociedad. Bogotá, Norma/Presidencia de la República, 1995, pp. 322-358.

3 Velásquez Toro, Magdala. “Condición jurídica y social de la mujer”, en Tirado Mejía, Álvaro (director). Nueva Historia de Colombia: educación y ciencia, luchas de la mujer y vida diaria, Bogotá, Planeta, 1989, pp. 9-60. Bermúdez, Susy. El bello sexo: la mujer y la familia durante el Olimpo Radical, Bogotá, Uniandes/Ecoe, 1993.

4 Víctor Hugo. “Amor materno”, en Letras y Encajes, No. 11, junio de 1927, Medellín, Tipografía Industrial, p. 168. Gran parte de este número estuvo dedicado a elogiar la condición de la madre.

5 “Carta de ‘Labradora’ a las señoras y señoritas directoras de Letras y Encajes”, Medellín, 30 de octubre de 1927, en Letras y Encajes, No. 17, diciembre de 1927, Medellín, Tipografía Industrial, pp. 273-276.

6 De Molina, Ana C. “El matrimonio”, en Letras y Encajes, No. 10, mayo de 1927, Medellín, Tipografía Industrial, p. 160.

7 Reyes, Emma. Memoria por correspondencia, 2ª ed., Bogotá, Laguna Libros, 2012.

8 De Restrepo, Ester R. “Consejos de una madre a su hija”, en Letras y Encajes, No. 22, mayo de 1928, Medellín, Tipografía Industrial, p. 370.

9 Velásquez Toro, Magdala. “Cano, María”, en Castro Carvajal, Beatriz y García-Peña, Daniel (directores).
Gran Enciclopedia de Colombia: biografías, Bogotá, Círculo de Lectores, 1996, pp. 120-123.

10 Marín Taborda, Jorge Iván. “María Cano. Su época, su historia”, en Velásquez Toro, Magdala (directora). Las mujeres en la historia de Colombia: mujeres, historia y política, Bogotá, Norma/Presidencia de la República, 1995, pp. 156-172.

11 Vega Cantor, Renán. Gente muy rebelde: protesta popular y modernización capitalista en Colombia (1909-1929): mujeres, artesanos y protestas cívicas, Bogotá, Pensamiento Crítico, 2002, pp. 256-262. Archila, Mauricio. Cultura e identidad obrera en Colombia, 1910-1945, Bogotá, Cinep, 1992.

12 Velásquez Toro, Magdala. “María Cano Márquez (1887-1967)”, en Hoyos Vásquez, Guillermo; Millán de Benavides, Carmen y Castro-Gómez, Santiago (editores). Pensamiento colombiano del siglo XX, t. II,  Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, 2008, pp. 288-291.

13 Zuleta Ruiz, León (compilador). “María Cano y su época”, en Memorias, Medellín, IPC/ENS/CINEP/ INS/ISMAC, 1988, p. 86.

14 Ibíd., p. 99. El escrito corresponde a: Cano, María. “Vivir”, en Escritos, Medellín, Extensión Cultural Departamental, 1985, pp. 50-54.

15 Torres Giraldo, Ignacio. María Cano: apostolado revolucionario, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1980, p. 154.

16 Posada, Enrique. “María Cano: la pasionaria colombiana en 1926”, en La Calle, No. 13, 30 de septiembre de 1960. Incluido en Zuleta Ruiz, León (compilador). “María Cano y su época”, en Memorias, Medellín, IPC/ENS/CINEP/INS/ ISMAC, 1988, pp. 118-119.