Policarpa Salavarrieta, ca. 1900. Anónimo. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 3811
Mayo de 2013
Por :
Pablo Rodríguez Jiménez . Doctor en historia, Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM. Profesor de la Universidad Nacional de Colombia y de la Universidad Externado de Colombia

AMOR A LA PATRIA

“Allons enfants de la patrie…”
La Marsellesa

Durante el siglo XIX nació un nuevo sentimiento amoroso. Su destinatario no era una persona ni un objeto preciso. Era una entidad abstracta, ideal, que semejaba una virtud.Patria era una palabra que tenía una existencia antigua y que corrientemente aludía al terruño, al lugar donde se nacía. En las décadas previas a la independencia, los ilustrados se esmeraron en impulsar el conocimiento científico de la patria.
Inventariar los recursos naturales, modernizar la educación y combatir las enfermedades fueron los sueños utópicos de las generaciones pre independentistas.Sin embargo, a partir de 1810 la palabra patria adquirió un nuevo significado. Para quienes promovieron la separación de España, la noción de patria había adquirido una nueva Cuadro alegórico de las batallas de la Independencia de la Nueva Granada, ca. 1870. Dornheim, C / Litografía de Demetrio Paredes. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 780cualidad, ahora  relacionada con la libertad y la independencia. De ninguna otra manera podía concebirse la patria, sino era libre. La consecución de este propósito exigió la entrega, hasta el sacrificio, de los neogranadinos. Más que cualquier otro amor, en la formación de la república el amor a la patria fue el más celebrado.

Aunque patria significaba inicialmente el lugar, es decir, la villa o ciudad donde se había nacido, pronto los republicanos la ampliaron a la Nueva Granada. Era esta entidad mayor, asociada a la república, la que se convertía en la patria amada. Incluso, algunos hablaron de la patria americana, como la unidad más que geográfica, histórica y cultural, que unía a los que luchaban contra España. La patria, podríamos decir, fue la simiente de la república y aún más de la nación. Esta última está revestida de mayor complejidad, abarca innumerables aspectos económicos, políticos, sociales y culturales. Es comprensible que una persona diga: “amo mi patria”, pero no: “amo mi nación”. Además, cabe decir, elproceso de construcción de la nación es continuo, inacabado.

Patria era una noción absolutamente sentimental. El afecto hacia ella surgía –se decía– de manera natural. La lealtad que los hombres debían a su patria nacía del corazón, de las entrañas, no de un razonamiento político. Una explicación precisa de este pensamiento la presentó fray Diego Padilla en el periódico Aviso al Público, a fines de 1810:

“No es nuestra intención persuadir el amor a la patria. Este amor está impreso en nuestros corazones por la naturaleza, y parece tan propio al hombre amar el suelo en que nació, como amarse a sí mismo. (…) Todo hombre ama a la Patria y este amor es tan noble, tan vivo y encendido, que en comparación nada más se ama de los bienes terrenos: el interés privado, la comodidad, las pasiones más vivas, la vida misma es despreciable, cuando se trata de la libertad, y de la seguridad de la Patria. ¿Quién es el que puede vivir contento en una Patria cautiva? ¿Quién puede verla amenazada y descansar tranquilo? El interés de la Patria hace valientes a los mismos tímidos, solícitos a los perezosos, elocuentes a los mudos, y amigos a los contrarios. No hay pasión que no se sacrifique al interés común, no hay gloria que codicie tanto como servir, como dar la vida por la salud, y por la seguridad de la Patria” .

Pocas palabras, como patria y libertad, fueron tan nombradas en el siglo XIX. En los discursos políticos, en las proclamas, en los sermones y en los catecismos, se recordaba su importancia. Las dos fueron revestidas de cierta sacralidad. Recordemos que el separatismo de España fue condenado por la iglesia. Por lo cual se hacía necesario llenar de un nuevo significado a la patria. En el Catecismo Patriótico, por ejemplo, se hace la siguiente consideración:

“¿Quién es el autor de la Patria? El creador de los hombres, Dios nuestro Señor.

¿Luego el supremo patriota es Dios? Sí, Dios nuestro Señor es el supremo patriota, que amó a la humanidad en tanto grado que nos dio a su unigénito hijo para redimirnos de la esclavitud del demonio”.

El amor a la patria fue considerado sagrado. Los héroes de la patria eran vistos como santos, que entregaron todo, incluso su vida, por la libertad de la patria. Su abnegación y sacrificio, fueron ejemplo para seguir. Quien moría por la patria, se decía, alcanzaba la gloria. De manera consciente se promovió hacer del patriota sacrificado un modelo de vida. Alguien que merecía estar en el pedestal de la patria. No cabe duda, que los héroes dieron identidad a la naciente república.

En sentido contrario, era un mal patriota, quien se oponía a la libertad de la patria. Quienes apoyaron la monarquía, los que se enrolaron en sus ejércitos y los que los auxiliaron, todos ellos fueron llamados traidores a la patria. Pero también eran desleales a la patria los débiles, los temerosos, los que huían para no servir a la noble causa de la independencia. Esta división entre buenos y malos patriotas se volvió costumbre a lo largo del siglo XIX. En las distintas guerras civiles que vivió el país, cada bando señalaba a los contrarios de ser malos patriotas y no amar a la patria. Erigirse en defensor del verdadero patriotismo fue una de las características del discurso político de una época muy extendida de nuestra historia.  Maniqueísmo que aun hoy, de cuando en cuando, reaparece.

El amor a la patria fue un sentimiento que se inculcó en muy distintos ámbitos. El hogar fue uno de ellos. En el lenguaje de la época se hablaba de “hogar patriota”, para referirse a una familia de adeptos a la causa. Un hijo patriota era aquel que partía a la guerra sin temor. Una madre patriota era la que entregaba sus hijos a la lucha por la libertad. Llama la  atención que en el discurso republicano, el amor a la patria es puesto por encima del que se debe tener a la madre. Recientes investigaciones han mostrado como la simbología patriótica inundó los hogares. El mobiliario, las vajillas, incluso las mismas prendas de vestir, llevaban impresos el escudo y distintos emblemas alusivos a la república.

Con mayor énfasis, la escuela fue un centro de difusión de la ideología patriótica. Es más, podría decirse que era su razón de ser. Formar buenos patriotas, fue una tarea que le encargó el Estado a la escuela. En cursos, ritos y actos solemnes, los estudiantes eran instruidos en el amor a la patria. Hacer formaciones en el patio central, desfilar, izar la bandera y cantar el himno nacional fueron actividades propias de la vida escolar. A través de esos ritos tan cotidianos, el sentimiento patriótico y republicano marcó generaciones. Las cartillas y manuales de historia que se elaboraron en el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX estuvieron inspirados en los principios patrióticos. En ellos las biografías de los héroes y la exaltación de su heroísmo eran sus fundamentos principales. No está de más recordar que la mayoría de los colegios oficiales que se fundaron llevaban el nombre de algún héroe o heroína. En cada ciudad uno o más planteles públicos tenían por nombre Atanasio Girardot, José María Córdova, Francisco de Paula Santander, Antonia Santos o Manuela Beltrán.

El patriotismo republicano tuvo una simbología propia, casi toda ella heredera de la revolución francesa. Primero se creó la bandera, después el escudo y finalmente el himno nacional. Estos símbolos identificaron la patria colombiana y la distinguieron tanto de España como de las otras naciones hispanoamericanas. La difusión de estos símbolos y su utilización en las ceremonias públicas fueron instrumentos eficaces en la consolidación del espíritu nacional. Podríamos decir que la patria se visibilizaba en sus símbolos. Quien veía la bandera o el escudo, o quien escuchaba el himno nacional, con sus estrofas que narran la gesta republicana, sentía la presencia de la patria. Conocer, querer y defender los símbolos patrios fue considerado una obligación de todos los connacionales.

Un lugar predilecto para pregonar el amor a la patria fue la plaza pública. Tras el triunfo de la república se estableció un calendario festivo que rememoraba sus momentos más  extraordinarios. Una de esas fechas, por supuesto, fue la del 20 de julio. Cada año, en cada ciudad, se programaban distintos festejos, entre los cuales sobresalían los discursos patrióticos. La oratoria fue un arte que se cultivó con fervor en nuestro país. Normalmente se encargaba a un hombre de letras, no siempre un funcionario, la preparación de un discurso. Estos discursos tenían como objetivo fortalecer la unidad de la patria. Eran discursos que buscaban sensibilizar, conmover a la multitud. Siempre hacían referencia a la gesta de la independencia, al sacrificio de los patriotas, a las penurias de la época y a la maldad de los españoles. Tales padecimientos no habían sido en vano. La patria que ellos habían liberado debía ser cuidada y defendida por todos. El futuro de riqueza y felicidad que esperaba a los colombianos no ocurriría sin su celo y sus desvelos. No cabe duda que los discursos patrióticos fueron un elemento poderoso en la formación del espíritu nacional.

Otro medio a través del cual se difundieron los principios patrióticos fueron los catecismos patrióticos. Escritos por religiosos partidarios de la independencia y del sistema republicano, buscaron disputarle a la iglesia el control ideológico sobre la feligresía. Tenían un carácter  pedagógico y explicativo de las bondades de la independencia. De manera casi coloquial, utilizando el sistema de preguntas y respuestas, los catecismos intentaron una pedagogía patriótica. En todos los países hispanoamericanos se escribieron catecismos patrióticos;  siendo entre nosotros el más reconocido el del clérigo cartagenero Juan Fernández de Sotomayor. En dicho catecismo Fernández de Sotomayor hace una férrea defensa de la independencia de España. En una frase, que se hizo célebre, se pregunta: “Luego la guerra que sostenemos, ¿es una guerra justa?” A lo que responde: “Sí, una guerra justa y santa, y acaso la más justa y santa que se ha visto en el mundo de muchos siglos acá”.

Pero fue la poesía el medio favorito para expresar el amor a la patria. Innumerables versos fueron escritos y leídos en público, sobre todo en las efemérides más significativas. He dicho que el patriotismo es un sentimiento, algo que la poesía permitía tratar con la mayor emotividad. Uno de los poetas del siglo XIX que más le cantó a la patria fue José María Torres Caicedo. En su “Himno del patriota”, escrito en el contexto de la guerra de 1851,  hace un llamado a las armas contra los que llama “rojos”. El poema es una defensa de la  moral, la religión y la propiedad privada. Una estrofa de interés es la siguiente: “Religión y moral rescatemos/ Y con ellas honor y libertad/ El fusil y revólver carguemos/ Dios y patria, marchando, entonad”. Pero, como hemos comentado, la patria fue una entidad muy manipulada. En las contiendas civiles del siglo XIX, tanto liberales como conservadores, afirmaban defenderla.

El sentimiento nacionalista se exacerba cuando la patria se ve amenazada. En la historia colombiana hubo dos momentos cruciales, en los que el amor por la patria fue requerido. El primero ocurrió en 1903, cuando la separación de Panamá. En aquella ocasión, la patria lloró impotente la pérdida de tan importante territorio. Fue evidente que la guerra de los mil días había debilitado tanto al país, que no contó con la voluntad ni la energía para defender una zona que le era tan significativa. Las recriminaciones sobre dicha pérdida terminaron afectando la conciencia del país durante décadas. El segundo suceso ocurrió entre 1932 y 1933, en la guerra contra el Perú. Es llamativo que haya sido la defensa del territorio, fundamento del sentimiento patriótico, el que más haya movilizado al país.

Como hemos visto, el patriotismo fue un sentimiento connatural a la creación de la república y de los estados nacionales. Nace con la independencia y se convierte en un elemento de Juramento de Antonio Nariño en la iglesia de Saidentidad nacional a lo largo del siglo XIX. Aunque está relacionado con el territorio, su definición consiguió nuevos matices, asociados a los de libertad y soberanía. Al respecto debemos recordar el poema “Amor a la patria”, del cubano José Martí: “El amor, madre, a la patria/ no es el amor ridículo a la tierra/ ni a la hierba que pisan nuestras plantas/ Es el odio invencible a quien la oprime/ es el rencor eterno a quien la ataca”.

Durante el siglo XX el patriotismo dio paso al nacionalismo, una noción más amplia y racional del afecto por el país. Pues la nación, como sabemos, no solo se refiere a una unidad de territorio, sino de recursos y riqueza, de lengua y costumbres. No obstante,  patriotismo y nacionalismo resurgieron con fuerza allí donde ocurrieron invasiones y conflictos por límites fronterizos. La frase audaz y desesperada de Fidel Castro “¡Patria o muerte, venceremos!”, sucedió dentro de ese contexto.

Distintos factores han conducido al desgaste del lenguaje y los sentimientos patrióticos. Uno de ellos, el más importante tal vez, el maniqueísmo con que han sido utilizados por políticos y gobernantes. Dividir la sociedad entre buenos y malos patriotas, es un recurso que ya no convence. Las guerras entre países resultan poco atractivas y siempre serán preferibles los arreglos diplomáticos. ¡Cuántas veces no se inventan conflictos externos, para hacer olvidar los problemas internos! Asimismo, la globalización económica y cultural han minado poderosamente los soportes del sentimentalismo patriótico. Fortalecer procesos de integración regional y levantar las restricciones a la movilidad de las personas y los productos, son propósitos que hoy tienen consenso. Con todo, no nos equivoquemos, el patriotismo renace con suma facilidad. El populismo, de izquierda o de derecha, acude a la simbología y lenguaje patrióticos para manipular la conciencia de la población. El caso de  Venezuela y su historia reciente son representativos de lo que hemos comentado. El recurso a la figura del Libertador, pregonar el amor a la patria por encima de cualquier otra consideración, vestir los colores de la bandera, etc., parecerían buscar traer al presente el  siglo XIX. ¿Quiere esto decir que debemos abolir el amor por la patria? Creo que no, especialmente si es un amor genuino, basado en la libertad y la hermandad. Un amor que no sea ciego. Un amor que conduzca –como lo quisieron los ilustrados– a alcanzar el conocimiento del país y la felicidad de los que lo habitamos.

Bibliografía

Catálogo de la exposición Palabras que nos cambiaron: lenguaje y poder en la Independencia. Bogotá, Banco de la República, 2010.

König, Hans-Joachim. En el camino hacia la nación. Bogotá, Banco de la República, 1994.

Tovar, Bernardo. “Vencer o morir: la decisión heroica en la independencia de la Nueva Granada”, en La independencia: historia diversa. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2012, pp. 209-256.

Sagredo, Rafael. Catecismos políticos americanos, 1811-1827. Madrid, Fundación Mapfre, 2009.