Agosto de 2016
Por :
Santiago Díaz Piedrahita es Botánico, Universidad Nacional de Colombia. Profesor Emérito y Ex-Decano de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia. Miembro de Número y Presidente de la Academia Colombiana de Historia.

ALGUNAS ANÉCDOTAS DEL LIBERTADOR

En la vida de hombres como Simón Bolívar abundan los hechos curiosos. Anécdotas hay muchas; algunas semejan leyendas inverosímiles, otras, aunque simpáticas resultan dignas de crédito, en tanto que unas cuantas son falsas y no faltan las que resultan calumniosas. Entre la enorme cantidad de circunstancias y relatos relativos a su vida y a su obra hemos seleccionado unas cuantas que en algo reflejan su personalidad.

Para quienes son amigos de las estadísticas debemos recordar que el Libertador organizó y dirigió once campañas militares, actuó como jefe en 37 combates y participó en más de 460 hechos de armas; para ello se vio obligado a recorrer a caballo más de 100.000 kilómetros. Sus detractores le apodaban “Chorizo”, por aquello de la mezcla de carnes en tal embutido y como una forma de aludir presuntos antecedentes mestizos. Su nobleza estaba en su carácter. Fueron frecuentes las donaciones que ordenó a diversas viudas y a algunas comunidades religiosas. En su testamento1 legó ocho mil pesos a su mayordomo José Palacios, como gratitud a su fidelidad. Igualmente donó dos libros, que le había regalado el General Wilson y que habían pertenecido a Napoleón (El arte Militar y El Contrato Social), a la Universidad de Caracas y dispuso que la espada que le había regalado el Mariscal de Ayacucho le fuese devuelta a su viuda para que la conservase como testimonio de la amistad y admiración que profesaba a Sucre.

Luego de la derrota sufrida en Venezuela en 1813, Bolívar se dirigió a la Nueva Granada; cuenta la tradición que de paso por Santa Rosa de Viterbo quiso comprar una yegua; el propietario del animal, le comentó que no la vendía por miedo a perder la cría, que de acuerdo con Casilda, su mujer (apodada “la agorera”), estaba destinada a un gran líder, conforme le había sido anunciado en un sueño. Pasados cuatro años, durante el combate del Pantano de Vargas, Casilda se acercó al general y le regaló el caballo Palomo que no era otro que el potro del oráculo. No existe base documental para sostener esta historia, pero sabemos que el Palomo acompañó a Bolívar por muchos años y se destacó por su nobleza. Tan calificado estaba, que tiempo después fue obsequiado por el Libertador al general Santander como prenda de gratitud. Infortunadamente para Santander, el caballo murió pronto sin llegar a servir como reproductor.

Como es bien sabido la acción del Pantano de Vargas, aparte de ser decisiva, fue una de las más violentas y disputadas de la campaña libertadora; en varios momentos la suerte del combate estuvo en serio riesgo. Días antes de la batalla Bolívar había pasado por Tutasá y había admirado la imagen de madera tallada venerada en esa población. Señala la tradición que en un momento de riesgo el futuro Libertador invocó a la Virgen y al no recordar el nombre del poblado exclamó:

“Virgen de donde hacen tiestos, dame la victoria.”

La copla popular recuerda este hecho así:

“No olvides Señora  Que en Vargas triunfó  Bolívar que humilde  Tu auxilio imploró".

Las dotes poéticas son frecuentes entre los colombianos y su libertador no podía escapar a esta vocación lírica cuando se le atribuye la siguiente cuarteta, presuntamente elaborada para responder una solicitud, hecha por la madre del señor Manuel Martel Carrión, para poder vender unas mulas. 

“Tantas razones son nulas Para quien no tiene madre Ni jamás ha sido padre, Pero venda usted las mulas.” 2

Pasando a las anécdotas reales y comprobables, debemos recordar que la fuente de tales hechos son los escritos. Las obras completas de un personaje incluyen abundantes cartas, documentos que proporcionan copiosa información y reflejan buena parte de la personalidad de quien las escribe. Para fortuna de los historiadores, Santander no cumplió el deseo del Libertador, cuando en una carta fechada en Potosí el 21 de octubre de 1825 señalaba:

“No mande usted publicar mis cartas, ni vivo ni muerto, porque ellas están escritas con mucha libertad y con mucho desorden.”3

Gracias a tal incumplimiento disponemos de buena parte del epistolario de Bolívar y conocemos muchos detalles de su vida que de otra forma se hubiesen perdido. A través de esas cartas sabemos que en 1804 el Libertador, ignorando su destino militar y político se preocupaba por la suerte de sus haciendas y de cultivos como los del añil y del café, este último, base de la economía colombiana a lo largo del siglo XX. En una carta dirigida en 1804 a José Manuel Jaen expresa las siguientes apreciaciones:

“A esta hora considero que la hacienda de añil estará muy adelantada y la de café ya comenzada como dejé dispuesto, pues aun cuando hayan habido algunos tropiezos, he escrito ya a Juan Vicente, los salve, aunque sea a cuesta de ofrecer, en caso que salgan no ser mías las tierras, abonar el valor de ellas. De este modo no deberán poner inconveniente a que se establezca la hacienda de café proyectada. Cada día tengo más ansias de ver en Ceuce una hermosa hacienda de café, porque es un fruto este que infaliblemente ha de tener buen precio como lo tiene en el día, mientras que en las colonias francesas no se reestablezcan.” 4

No estaba errado Bolívar sobre el futuro del café, cultivo vital para la economía colombiana del siglo XX. Su destino no era el de ser un rico caficultor sino el de tomar las armas para libertar lo que serían cinco naciones. La hacienda de Ceuce fue vendida en 1807, y a él, amante de la libertad, no le esperaba una regalada vida social en las grandes ciudades, como pudiese ser el anhelo de cualquier joven adinerado; su destino sería el de participar en largas campañas, ajenas a cualquier comodidad, durmiendo en un catre o en una hamaca, espantando mosquitos y participando del vivaque de las tropas. En una carta a Fanny du Villars, fechada en 1804, señalaba:

“Fastidiado de las grandes ciudades que he visitado vuelvo a París con la esperanza de hallar lo que no he encontrado en ninguna parte, un género de vida que me convenía; pero Teresa, yo no soy un hombre como todos los demás y París no es el lugar que puede poner término a la vaga incertidumbre de que estoy atormentado. Solo hace tres semanas que he llegado aquí y ya estoy aburrido.5

Tal aburrimiento y el fastidio por la vida al estilo europeo son reiterados en otra carta dirigida a la misma destinataria en 1807 al momento de abandonar Cádiz para retornar a América. Allí dice:

“Siempre el mismo tren de vida, siempre el mismo fastidio.... Voy a buscar otro modo de existir, estoy fastidiado de Europa y de sus viejas sociedades, me vuelvo a América ¿Que haré allí? Lo ignoro.” 6

Entonces lo ignoraba, pero el retorno al terruño y la situación política le señalarían su verdadero destino. En la misma carta añadía:

“Sabéis que en mi todo es espontáneo y que no formo jamás proyectos. La vida del salvaje tiene para mí muchos encantos. Es probable que yo construiré una choza en medio de los bellos bosques de Venezuela. Allí yo podré arrancar las ramas de los árboles a mi gusto, sin temor de que se me gruña, como me sucedía cuando tenía la desgracia de tomar algunas hojas.”

En diciembre de 1812 ya han aflorado sus dotes de analista político y de líder militar. En la memoria dirigida desde Cartagena a los ciudadanos de la Nueva Granada, hace un detallado análisis de la situación tras la derrota de Venezuela. A los errores políticos se añade un terremoto, ocurrido un jueves santo, que fue hábilmente explotado por sus adversarios quienes calificaron la tragedia como un castigo divino. Por ello no vacila en señalar:

“El terremoto del 26 de marzo trastornó ciertamente, tanto lo físico como lo moral; y puede llamarse propiamente, la causa inmediata de la ruina de Venezuela; mas este mismo suceso habría tenido lugar sin producir tan mortales efectos, si Caracas se hubiera gobernado entonces por una sola autoridad, que, obrando con rapidez y vigor, hubiese puesto remedio a los daños sin trabas, ni competencias que retardando el efecto de las providencias dejaban tomar al mal un incremento tan grande que lo hizo incurable.

Si Caracas, en lugar de una confederación lánguida e insubsistente, hubiese establecido un gobierno sencillo, cual lo requería su situación política y militar, tu existieras ¡oh Venezuela! Y gozaras hoy de tu libertad.” 7

Ante la caída de Venezuela, la Nueva Granada debía evitar los errores que permitieron tal debacle y debía acudir a la reconquista de Caracas, por inconducente que pareciese. El Manifiesto de Bolívar dio lugar a la exaltación del espíritu nacionalista y generó la Campaña de 1813.

Bolivar según José Antonio Páez

Bajo de cuerpo; un metro con sesenta y siete centímetros. Hombros angostos, piernas y brazos delgados. Rostro feo, largo y moreno. Cejas espesas y ojos negros, románticos en la meditación y vivaces en la acción. Pelo negro también, cortado casi al rape, con crespos menudos. Las patillas y los bigotes se los cortó en 1825. El labio inferior, protuberante y desdeñoso. Larga la nariz, que cuelga de una frente alta y angosta, casi sin formar ángulo. El General es todo menudo y nervioso. Tiene la voz delgada, pero vibrante. Y se mueve de un lado para otro, con la cabeza siempre alzada y alertas las grandes orejas. El General es decididamente feo y detesta a los españoles.

Bien conocida es la admiración que despertaban por su belleza dos jóvenes ocañeras, Nicolasa Ibáñez de Caro, esposa de Antonio José Caro y Fernández, en cuya boda había actuado como padrino Bolívar, y su hermana Bernardina, una de las veinte jóvenes que vestidas de blanco rindieron homenaje en la Plaza Mayor a los libertadores luego del triunfo de Boyacá. Nicolasa fue, desde 1815, cuando la conoció, el verdadero amor de Francisco de Paula Santander, así como Manuelita Sáenz lo fue de Simón Bolívar. Tiempo antes de conocer a Manuelita, Bernardina atrajo fuertemente al Libertador, al punto de pretenderla seriamente. En una carta fechada el 1° de agosto de 1820 Bolívar hace la siguiente solicitud a Santander:

“Dígale muchas cosas a Bernardina y que estoy cansado de escribirle sin respuesta. Dígale usted que yo también soy soltero, y que gusto de ella aún más que Plaza, pues que nunca le he sido infiel.”8

En enero de 1822, desde Cali, Bolívar escribe a su admirada amiga reiterándole su admiración en los siguientes términos:

“Para la melindrosa y más melindrosa bella Bernardina. Mi adorada B.... lo que puede el amor!!!. No pienso más que en ti y cuanto tiene relación con tus atractivos. Lo que veo no es más que la imagen de lo que imagino. Tú eres sola en el mundo para mí!. Tú, ángel celeste, sola animas mis sentimientos y deseos más vivos. Por ti espero tener aún dicha y placer, porque en ti está la que yo anhelo.

Después de todas estas y otras muchas cosas que no te digo por modestia y discreción, no pienses que no te amo. No me acuses más de indiferente y poco tierno. Ya ves que la distancia y el tiempo sólo se combinan para poner en mayor grado las deliciosas sensaciones de tus recuerdos. Es justo no culparme más con tus vanas sospechas. Piensa sólo en lo que no puedes negar de mi pasión y constancia eterna. Escríbeme mucho; ya estoy cansado de hacerlo yo, y tú, Ingrata, no me escribes. ¡Hazlo! O renuncio a este delicioso alivio.

Adiós, Tú enamorado.”9

Este amor un tanto espiritual fue opacado por el de Manuelita Sáenz, más real y cargado de erotismo; a la guayaquileña le dirigirá calificativos tales como: “Mi dulce enemiga” o “mi amable loca”, le confesará con descaro: “Nada en el mundo puede unirnos bajo los auspicios de la inocencia y del honor” o le confesará. “Contigo estoy dispuesto a llenarme exasperado de las satisfacciones propias del amor. Este altar de Venus bien vale trocarlo por el trajín del servicio a Marte”. Igualmente le expresará ardientes y apasionados deseos así:

“Responde a lo que te escribí el otro día de modo que yo pueda saber con certeza tu determinación. Tú quieres verme, siquiera con los ojos. Yo también quiero verte, y reverte y tocarte y sentirte y saborearte y unirte a mí por todos los contactos. ¿A que tú no me quieres como yo?. Pues bien, ésta es la más pura y la más cordial verdad. Aprende a amar y no te vayas ni aun con Dios mismo.

A la mujer ÚNICA, como me llamas a mí. Tuyo, Bolívar”10

Manuelita no se quedaba atrás en sus confesiones y reclamos. Le calificaba como “el único hombre de mi vida” y le expresaba libremente sus sentimientos. A manera de ejemplo recordemos este párrafo:

“Que falta de amabilidad tiene usted, pues ya se olvidó (conmigo) de las finezas. Bien es cierto que las grandes ausencias a Ud. No le afectan el ánimo, y las tiene como pretexto para olvidarse de mí. Yo le pregunto ¿he cometido algún pecado que sea el darle todo mi amor, aun privándome del de mi fortuito marido? Yo digo ¡no basta!... Mi amor por usted se encuentra resentido por lo acrisolado de mi sufrimiento de saberlo mío y no tenerlo junto a mí.” 11

En San Pedro Alejandrino, ya en vísperas de morir Bolívar se entretiene leyendo Don Quijote. Se cuenta que, víctima del desengaño, en un momento interrumpió la lectura para señalar

: “Los tres más grandes majaderos de la historia hemos sido Jesucristo, Don Quijote y yo”.

Pasados dos días del triunfo de Boyacá, en las afueras de la ciudad estaban a caballo José María Espinosa, Nicolás Sánchez y Hermógenes Maza, militar aguerrido que no gustaba de chanzas y a quien la vida de un semejante le valía un comino. Dice Espinosa en sus memorias:

“Vimos venir un militar, bajo de cuerpo y delgado, a todo el paso de un magnífico caballo cerbuno; todo fue divisarlo Maza y exclamar: “allí viene un Jefe godo de los derrotados!” y diciendo esto picó espuelas al suyo y cuando estuvo a unos treinta pasos de distancia gritó: “alto ahí! quien vive!” El desconocido no hizo caso de la interpelación y siguió adelante; entonces Maza enristró su lanza y acercándose más gritó lo mismo; pero el Jefe pasando de largo por cerca de Maza, le dijo con un tono de tanta dignidad como desprecio: “no sea pendejo!!!”12

Tras esto reconocieron al General, quien sabedor de la huida de Sámano y de toda su gente voló a la ciudad, adelantándose a su escolta y a sus edecanes. Afortunadamente Maza llevaba una lanza y no un arma de fuego, que con certeza hubiese utilizado generando un magnicidio involuntario. Dice J.S. Peña que luego, en la calle de Florian, una humilde mujer se encontró frente a frente con el General y solo atinó a decir cogiéndole de una pierna: “Dios te bendiga fantasma”.

Dábamos comienzo a este escrito señalando una anécdota relativa a un oráculo y citando algunos versos. Lo concluimos con otra anécdota que alude a unos versos satíricos que culminan con un ingenioso calambur. La estatua de Bolívar, esculpida por Tenerani y que adorna la plaza que lleva su nombre, inicialmente fue ubicada mirando hacia el costado norte; en él estaba situada una tienda o almacén de propiedad de Miguel Gutiérrez Nieto, conocido como “El Indio,” (también apodado “Gurrumé”). Al cambiarse el sentido de la estatua, en una de las tantas remodelaciones que ha sufrido la plaza, aparecieron los siguientes versos atribuidos al Alacrán Posada:

“Bolívar con disimulo Y sin faltar al respeto, Resolvió voltearle el culo Al Indio Gutiérrez Nieto.”

Ante el reclamo del agraviado, el autor de la cuarteta hizo una transposición de sílabas y palabras con el siguiente resultado:

"Bolívar con disipeto Y sin faltar al resmulo Resolvió voltearle el nieto Al Indio Gutiérrez culo.”

Con esta explícita anécdota cerramos estos comentarios.

Referencias:

El texto completo del testamento aparece en: AUVERT, R.A., Crítica razonada a la biografía de Bolívar de Salvador de Madariaga, Pág. 412. Editorial Nova, Buenos Aires. 1964.

GUTIÉRREZ, I., E. Florilegio Bolivariano, pág. 305. Editorial Granamérica, Medellín, 1955.

BOLÍVAR S. Obras completas, Tomo I, Pág. 1208. Editorial Lex, La Habana, 1947.

Op. Cit. Pág. 19.

Op, Cit. Pág. 23.

Op. Cit. Pág. 29.

Op. Cit. Pág. 45.

Op. Cit. Pág. 488.

Op. Cit. Pág. 615.

Op. Cit. Pág. 1384,

CACUA PRADA, A. Manuelita Sáenz, mujer de América, Págs. 161-162. Fondo Editorial CCE. Quito, 2002.

ESPINOSA, J.M. Memorias de in abanderado, Pág. 214. Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Bogotá, 1942.