"Por el supremo esfuerzo". En la imagen un soldado francés ahorca el águila imperial, que representa a Alemania. Bonos
Octubre de 2014
Por :
Arnovy Fajardo Barragán, Historiador y candidato de la maestría en filosofía, Universidad Nacional de Colombia. Profesor, Universidad Externado de Colombia.

1916 Y 1917: LOS AÑOS OSCUROS DE LA GUERRA

Ataque, contraataque, choque, contrachoque, todo esto son palabras, pero ¿cuánto no significan? Erich María Remarque, Sin novedad en el frente.

Siguiendo a Marc Ferro, se pueden identificar algunos momentos que nos permiten comprender mejor los cambios ocurridos en las mentalidades de los soldados que vivieron y murieron durante los cuatro largos años que duró la Gran Guerra, esos serían los siguientes: la evidente euforia que llenó el aire del verano de 1914, cuando las tropas marcharon alegremente al frente, creyendo que volverían a casa en Navidad; el desengaño que empezó a hacerse latente desde 1915, cuando en todos los bandos la promesa de una victoria definitiva quedaba sepultada en medio de las trincheras; los años de dura prueba de 1916 y 1917, donde el desangre, cada vez más enorme e inútil, fue el origen de una serie de fisuras dentro de la unión sagrada entre los combatientes, los civiles de la retaguardia, los jefes políticos y militares; y, por último, sobrevinieron las exigencias de máximos sacrificios que, ya fuera en el bando vencedor o en el bando vencido, buscaron conjurar las crisis, pero solo dejaron una sensación de injusticia, resentimiento y revanchismo, que pudo encontrar salida durante la Segunda Guerra Mundial.
Mientras estos cambios sucedían con respecto a los combatientes, los gobiernos se enfrentaban a grandes retos con respecto a la manera como tenían que librar una guerra de carácter prolongado. Los planes iniciales de campaña, basados en la prontitud de la victoria, terminaron desechados y ante el estancamiento en el frente, fue evidente la imposibilidad de solo sostenerse con las reservas disponibles en los almacenes. Por tal motivo, se hizo necesaria la centralización y racionalización de la producción de armas, municiones, alimentos y demás elementos indispensables para sostener al enorme número de combatientes que terminaron estacionados en las trincheras. Cada potencia lo hizo de manera diferente: Francia, gracias a un grupo de tecnócratas que ocuparon puestos claves en la administración y los ministerios, pudo improvisar nuevas líneas de montaje en sus fábricas para reemplazar aquellas que cayeron en manos de los alemanes; los británicos, por su parte, crearon un Ministerio de Municiones compuesto de hombres de negocios; sin embargo, ambas potencias dependieron cada vez más de los suministros enviados desde los Estados Unidos, los cuales proveyeron una mayor cantidad de materias primas. En Rusia, ante la ineficiencia demostrada por el gobierno zarista para abastecer a su ejército, asociaciones de empresarios lograron proporcionar a las tropas lo necesario de una forma más adecuada, aunque la inflación y la escasez de alimentos resultante de ese esfuerzo fueron factores que contribuyeron fuertemente al estallido la revolución de 1917. Por su parte, los alemanes pusieron su esfuerzo económico en manos de una alianza forjada entre grandes industriales y el Estado Mayor del ejército, la cual hizo prodigios en medio del bloqueo marítimo y la creciente escasez de recursos. Por último, el imperio austrohúngaro e Italia se encontraron con dificultades en sus respectivas burocracias, de modo que sus esfuerzos en el ámbito de la movilización económica se quedaron cortos y, por lo mismo, su peso en la guerra fue menor.

“¡Armas de la muerte-armas para la vida! Suscríbase al préstamo para la victoria”. Afiche italiano que pide aportes de fondos para financiar la guerra.

 

 

Esta centralización de las economías fue el escenario para el diseño y desarrollo de nuevas armas por parte de técnicos e ingenieros. El caso más representativo fue el del carro de asalto, popularmente conocido como “tanque”, que fue creado por los británicos como respuesta táctica a la inmovilidad de la guerra de trincheras en el Frente Occidental. Los primeros vehículos blindados aparecieron en algunas jornadas de la batalla del Somme, en 1916, y en la ofensiva en el “Chemin des Dames”, de 1917, aunque, como se verá más adelante, los primeros resultados no fueron muy satisfactorios. Los avances en el desarrollo de la artillería pesada y de trinchera, así como de aparatos para hacer más eficaces las guerras aérea, naval y, en especial submarina, también fueron notables gracias a este control de las economías.

Generales ingleses de la Primera Guerra Mundial. Óleo de John Singer Sargent, 1922. Colección National Portrait
Gallery, Londres. Reg. NPG 1954. National Portrait Gallery, London

 

En contraste con los esfuerzos hechos por los gobiernos para el sostenimiento de sus ejércitos, las concepciones estratégicas propuestas por los mandos militares en los años de 1916 y 1917 condujeron a un terrible despilfarro de hombres y material de guerra. La idea predominante fue aquella de la “guerra de desgaste”, según la cual, a pesar de seguir buscando la ruptura del frente, lo más importante era agotar los recursos en materiales y hombres del enemigo, de tal manera que le fuera imposible continuar la guerra. En el aspecto táctico, esta estrategia se basó en el uso de bombardeos masivos de la artillería, cuya labor sería conquistar el terreno, mientras que la infantería sería enviada a ocuparlo; esto requería, por supuesto, una mayor cantidad de armas, municiones y efectivos de parte de los atacantes, de ahí que fuera importante aumentar a toda costa su producción. Con base en esta idea se llevaron a cabo las grandes batallas de 1916; por su parte, en 1917 se consideró que debía focalizarse el bombardeo, usando técnicas de infiltración en las trincheras que debían facilitar los asaltos sucesivos de la infantería. Sin importar los métodos, lo cierto es que todas las ofensivas llevadas a cabo terminaron en estruendosos fracasos y baños de sangre que minaron la moral de los combatientes, ya que la respuesta a ellas fue el diseño de defensas en profundidad, compuestas por una intrincada red de trincheras, fuertes de hormigón protegidos por nidos de ametralladora y refugios conectados entre sí que permitían a los defensores replegarse con facilidad, a la vez que infligían graves daños a los atacantes.

A más de estas dificultades tácticas, buena parte de la responsabilidad de estos desastres debe atribuirse a los roces entre los poderes civil y militar de los países beligerantes; los militares creían que los civiles eran unos impertinentes que no comprendían nada de la guerra, mientras que estos consideraban que los primeros habían concentrado demasiado poder en sus manos, sin tener clara la forma en que iban a usarlo. Sin embargo, fueron más graves las disputas producto del espíritu de fanfarronería, ineptitud y de competencia existente entre los jefes militares de las alianzas¬ —sobre todo dentro de los aliados, que no tuvieron un mando unificado sino hasta noviembre de 1917—, ya que llevaron a que los soldados vivieran y murieran, aparentemente sin ninguna razón, en los que fueron, sin duda, los años más oscuros de la Primera Guerra Mundial.

Estancamiento y desangre en el frente Occidental

Entrada a la famosa ciudad de Verdún, Francia, ca. 1918. Colección Library of Congress, Washington, D. C.

 

Verdún, el Somme, “Chemin des Dames”, Passchendaele y Caporetto, son los nombres de las batallas más importantes y dramáticas que se desarrollaron en el Frente Occidental entre 1916 y 1917. Como se verá a continuación, con excepción del triunfo austríaco en Caporetto, los resultados de estas acciones no justificaron el elevado sacrificio de vidas humanas.

En noviembre de 1915 se llevó a cabo una conferencia entre los jefes aliados en Chantilly. En ella se planeó una gran ofensiva que se llevaría a cabo en los frentes Occidental y Oriental, con el objetivo de debilitar la capacidad de combate de los ejércitos alemanes. De esta manera, sería imposible para el adversario continuar la lucha y se le forzaría a la rendición. Se acordó que dichas ofensivas se realizarían en la primavera de 1916, cuando contaran con superioridad numérica en cuanto a hombres, cañones y munición.
Sin embargo, el general Erich von Falkenhayn, comandante de las fuerzas alemanas, buscó adelantarse a estos planes. Al considerar que el principal enemigo era Inglaterra y no Francia, que era vista solo como el instrumento de la política británica, propuso desangrar al ejército francés de tal manera que le fuera imposible recuperarse. Para ello escogió un lugar que fuera un símbolo para la nacionalidad francesa, el cual, según sus cálculos, sería defendido hasta la muerte: la antigua ciudad de Verdún, lugar donde se firmó en el año 843 el tratado que dio origen al reino de Francia, luego de la disolución del imperio carolingio. Por tal motivo, en febrero de 1916 tropas y artillería alemanas empezaron a ser concentradas en la zona, precisamente en el momento en que la ciudad estaba siendo desguarnecida de su artillería pesada por órdenes del comandante del ejército francés, el general Joseph Joffre; los primeros y violentos ataques se sellaron con triunfos alemanes, los cuales sorprendieron a Joffre, quien al comprender los objetivos del adversario, buscó la manera de evitar el desangre. De esta manera, entre febrero y agosto de ese año la orden dada a los soldados franceses fue la de resistir, en medio de unas condiciones espantosas. A pesar de ellas, los franceses lograron superar la prueba; la batalla tomó tales dimensiones, que finalmente los alemanes llegaron a perder tantos hombres como sus adversarios… cerca de medio millón de bajas en total para ambos bandos. Fue el fracaso de la estrategia del desgaste por parte de los alemanes.
En contraste con Verdún, donde los franceses estuvieron siempre en desventaja y sufrieron lo indecible para resistir y vencer, en el Somme era abundante el material de guerra disponible para derrotar a los alemanes. Por primera vez en dos años de guerra, los aliados tenían la superioridad en cañones, lo que les inspiraba confianza. Sin embargo, no se pudo hacer una ofensiva franco-británica como se tenía previsto y el peso recayó esencialmente en los británicos, ya que los franceses redujeron el número de tropas disponibles para enviarlas a Verdún. En vez de considerarlo un mal presagio, sir Douglas Haig, jefe de las fuerzas británicas en Francia, lo tomó como la oportunidad para cubrirse de gloria: en julio de 1916, luego de un impresionante bombardeo, cien mil soldados británicos se lanzaron al asalto, perdiendo cuarenta mil entre muertos y heridos solo en los dos primeros días. La ofensiva, que se extendió hasta septiembre y contó con la primera aparición de los tanques en el campo de batalla, terminó saldándose con cerca de un millón doscientas mil bajas, de las cuales 650.000 fueron alemanas, frente a aproximadamente 420.000 británicas y 195.000 francesas.

Douglas Haig, 1st Earl Haig. Impresión vintage por Bassano Ltd., 16 de enero de 1917. Colección National Portrait Gallery, Londres. Reg. NPG x84291.

 

Tampoco fue efectivo el ataque italiano en el río Isonzo, liderado por el general Luigi Cadorna. Un ataque austríaco en mayo a través de las montañas de Trentino, en el cual fueron hechos 45.000 prisioneros italianos, retrasó la campaña hasta agosto. Sin embargo, esta terminó luego de doce días, en los que no se pudo aprovechar la toma de la ciudad de Gorizia. Se realizaron otras ofensivas entre septiembre y noviembre sobre la misma área con escasos resultados, al final de las cuales italianos y austríacos perdieron cerca de 150.000 hombres.
Los fracasos de 1916 provocaron cambios en los mandos militares: Falkenhayn fue relevado del mando, el cual pasó a manos del equipo integrado por Paul von Hindenburg y Erich von Ludendorff, los grandes vencedores frente a los rusos en 1914 y 1915. En Francia, Joffre fue reemplazado por el general Robert Nivelle, uno de los vencedores de Verdún, quien además llegó a tener el mando de las tropas aliadas en conjunto, pues el primer ministro británico, David Lloyd George, obligó a Haig a someterse a la autoridad del general francés. Con este apoyo, se proyectó la que, se suponía, sería la ofensiva decisiva.
 

Retrato de Robert Nivelle, s.f. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

David Lloyd George, 1st Earl Lloyd-George. Fotografía anónima, 10 de diciembre de 1918. Colección National Portrait Gallery, Londres. Reg. NPG x139667.

 

Paul von Hindenburg.

 

El tiempo apremiaba. En marzo de 1917 había sido derrocado el zar, y no se tenían muchas esperanzas en que siguiera abierto el Frente Oriental, por lo que se temía un rápido reflujo de tropas alemanas al Frente Occidental. Por eso, la ofensiva fue programada para iniciar en abril. Los franceses atacarían en el Aisne, en un área denominada “Chemin des Dames”; los británicos y canadienses lo harían en Flandes.

Artillería canadiense desde el Somme. Fotografía de Agence Rol, 1916. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

El avance francés empezó a mediados de abril. Sin embargo, los alemanes estuvieron lo suficientemente informados y preparados para rechazarlo, ya que se retiraron de varios poblados sobre los cuales los franceses avanzaron, siendo atraídos a una zona donde la artillería alemana hizo estragos. Poco más de una semana duró aquella ofensiva, en la cual cayeron 130.000 franceses sin lograr grandes resultados, al igual que otras maniobras de distracción que se llevaron a cabo hasta junio. Por el contrario, la moral del ejército francés decayó y durante mayo y junio se produjeron motines y actos de desobediencia, que solo fueron superados cuando el general Philippe Pétain, principal defensor de Verdún, al asumir el mando francés en reemplazo de Nivelle restauró la moral e hizo todo lo posible para impedir nuevas ofensivas, consciente del desperdicio de vidas que estas traían. Para ese momento los Estados Unidos ya habían declarado la guerra a Alemania, de modo que la estrategia de Pétain se resumió en estas palabras: “espero a los americanos y a los tanques”.
El fracaso francés en abril volvió a conferirles primacía a los británicos en el frente Occidental. El ataque de Haig en Flandes, que pasó a la historia con el nombre de Passchendaele, trató de impedir que los alemanes explotaran la debilidad del ejército francés, al mismo tiempo que se pretendía romper el frente. Un primer éxito a inicios de junio al sur de Ypres pareció prometedor; pero cuando se desencadenó la ofensiva principal a finales de julio, las tropas británicas y canadienses se encontraron de nuevo con las defensas alemanas en profundidad, así como con el lodazal en que se convirtió el campo de batalla por cuenta de la lluvia y los hoyos causados por los cañones. La última ofensiva en noviembre, en la que participaron de forma coordinada la artillería, los tanques y la infantería, a pesar de un espectacular inicio, terminó siendo un fracaso debido al contraataque alemán. Cerca de 240.000 anglo-canadienses cayeron en esos meses entre muertos, heridos y desaparecidos.
Parecía que el año no podía cerrar de manera más oscura para los aliados. Sin embargo, faltaba el desastre de Caporetto en el frente italiano.

Regreso de la primera línea en la batalla del Somme. Fotografía de Agence Rol, 1916. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

En esta batalla fueron más evidentes los factores que se observaron en todos los países beligerantes: en primer lugar, la baja moral existente en el ejército italiano, evidente en los numerosos actos de desobediencia y las deserciones, producto de la actitud de unos oficiales indolentes ante los sufrimientos de la tropa; tal desaliento era fiel reflejo del desánimo existente entre la población italiana, que desde el principio no había estado de acuerdo con la guerra; los discursos pacifistas, en especial los de corte socialista, empezaron a hacer mella en la unidad nacional, y provocaron revueltas en las ciudades, donde la escasez de alimentos era alarmante. Frente a un ejército así, los austríacos, apoyados por los alemanes, pudieron organizar una ofensiva que a finales de octubre destrozó las defensas italianas: los austros alemanes hicieron 293.000 prisioneros, capturaron 2.500 cañones y mucho material de guerra. Los italianos retrocedieron en desorden cerca de 115 kilómetros, y no pudieron rehacerse sino en el río Piave, reforzados por divisiones francesas y británicas desplazadas desde el frente Occidental. Los italianos quedaron fuera de combate por cerca de seis meses.

Los cambios dramáticos en el frente oriental

A lo largo de 1916 el progresivo resquebrajamiento del frente Oriental fue inevitable; de hecho, este fue uno de los factores más importantes dentro de la posterior caída del régimen zarista aunque, como se mencionó atrás, esta era la prueba clara de la profunda crisis política y social que vivía Rusia.
Hay que recordar que en la conferencia de Chantilly se había acordado un ataque conjunto de todos los ejércitos aliados en todos los frentes. Después de un ataque sobre Polonia en marzo, que fue rechazado, la ofensiva dirigida por el general Alexei Brusilov entre mayo y junio de 1916 fue el último éxito de los ejércitos del zar. Lanzada sobre la región de Galitzia, abrió una brecha de cerca de 30 kilómetros de ancho y 90 kilómetros de profundidad ante unos ejércitos austrohúngaros disminuidos por las ofensivas lanzadas contra los italianos en mayo, y con una moral que dejaba mucho que desear; el número de prisioneros ascendió a más de cien mil en las primeras semanas y el botín capturado también fue considerable. El ataque ruso, que alivió la presión que recibían los aliados en el frente Occidental, perdió su ímpetu después de dos meses, en medio del cansancio del ejército y el pueblo ruso por el esfuerzo realizado. Además, dentro de ella se presenciaron algunas escenas de guerra de exterminio entre germanos y eslavos: las matanzas de Kovel, en la actual Ucrania. Al final del año, las bajas experimentadas por los rusos fueron enormes: cerca de un millón de soldados murieron y otros dos millones quedaron heridos, dispersos o desertaron.
A pesar del fracaso de Brusilov, la ofensiva de 1916 provocó la intervención de Rumania del lado de los aliados. El 29 de agosto, el gobierno de Bucarest le declaró la guerra a Alemania, confiada en el apoyo de los ejércitos rusos. Sin embargo, para septiembre estos ya se encontraban en retirada, y los rumanos tuvieron que enfrentar solos a las fuerzas austro alemanas provenientes del norte, dirigidas por Falkenhayn, quien restauró parte de su reputación perdida en Verdún; por el sur los búlgaros también atacaron, de modo que al finalizar noviembre, el país fue absolutamente ocupado por las potencias centrales.
1917 fue el año en el cual las revoluciones ocurridas en Rusia llevaron a la desintegración definitiva del frente Oriental. En marzo estallaron motines en la capital, Petrogrado, a consecuencia de la escasez de productos básicos para la vida diaria, sobre todo el pan y el carbón. La gravedad de estos motines y la incapacidad del gobierno para frenarlos, precipitó la acción de sectores liberales y moderados agrupados en el parlamento, conocido como Duma, la cual contó con el apoyo de los militares. El zar Nicolás II fue obligado a abdicar, y se creó en primer lugar un gobierno provisional de corte democrático, más afín ideológicamente a los aliados.
Estos temían que el gobierno ruso no pudiera seguir manteniendo abierto el frente Oriental, lo que significaría el rápido reflujo de soldados alemanes de oriente a occidente, en los precisos momentos en que fracasaban las ofensivas de Nivelle y de Haig. Aunque Alexander Kerensky, ministro de guerra, y uno de los principales líderes del gobierno provisional, aseguró que tal situación no sucedería, los hechos le demostraron lo contrario: el general Brusilov intentó repetir la hazaña del año anterior, atacando de nuevo en Galitzia, en el mes de julio. Sin embargo, la reacción alemana no se hizo esperar en la zona del mar Báltico; en septiembre fue bombardeada y conquistada la fortaleza de Riga, y el resto de la campaña, que se extendió desde Finlandia hasta Ucrania, fue una marcha triunfal ante la huída en masa de unos ejércitos rusos hastiados de la guerra y seducidos por la cada vez más convincente ideología bolchevique, que prometía “pan, tierra y paz”.
A esta manifiesta incapacidad del gobierno provisional ruso de mantener la guerra contra Alemania, se sumó su debilidad para mantener el orden interno. Kerensky y la mayoría de miembros del gobierno eran mencheviques, obligados a asociarse con sus rivales ideológicos, los bolcheviques liderados por Vladimir Ilich Lenin. Este último, aprovechando un salvoconducto otorgado por el gobierno alemán, regresó a Rusia de su exilio en Suiza con el claro objetivo de conquistar el poder. Luego de conseguirlo en noviembre de 1917 por medio de un golpe de Estado¬ —la famosa “Revolución de Octubre”—, Lenin esperó a que estallaran revoluciones de corte comunista en toda Europa.
Sin embargo, ese no fue el caso. Esta imposibilidad, así como la fragilidad de su autoridad, llevaron a Lenin a solicitarle un armisticio a Alemania en diciembre de 1917. Luego de vacilar entre firmar una paz a cualquier precio o continuar la guerra¬ —en un momento en que los alemanes siguieron avanzando y llegaron a amenazar Petrogrado—, al mismo tiempo que se desataba la guerra civil, Lenin decidió “salvar a la revolución”: en marzo de 1918 se firmó el tratado de Brest-Litovsk (en la actual Bielorrusia), por medio del cual Rusia acordó una paz separada con las potencias centrales. La más beneficiada fue Alemania, al ocupar los territorios bálticos de Estonia y Letonia, la parte rusa de Polonia, Bielorrusia y Ucrania, apoderándose así de las zonas cultivadas más industrializadas de Rusia.

El balance: un estado de ansiedad antes del esfuerzo final

Los desangres en los campos de batalla de 1916 y 1917, así como las crisis políticas, económicas y sociales que ocurrieron antes, durante y después de ellos, fueron síntomas del cansancio generalizado que Europa sentía por la guerra. No solo era por la guerra como fenómeno en sí, ya que no contaba con los apologistas de antes, sino por esa guerra en particular que estaba costando tanto y cuyos resultados no se comparaban con el esfuerzo realizado durante tres largos años.
Sin embargo, con excepción de los bolcheviques que firmaron la paz con Alemania, y a pesar de los intentos de paz que aparecieron en 1917, ningún país estuvo dispuesto a ceder. ¿Por qué?
Es difícil plantear una respuesta plenamente satisfactoria. Según Bernard Brodie, a medida que pasaban los años, en todos los países beligerantes aumentó la necesidad psicológica de vencer: pueblos y gobiernos querían ganar sin importar ni el costo ni el tiempo, no solo por la victoria en sí misma, sino porque el miedo a la derrota era, incluso, más fuerte; por eso era impensable cualquier arreglo, que sería visto como una muestra de debilidad y una admisión del fracaso. Esa ansiedad empezó a sentirse con mayor fuerza a inicios de 1918, en medio de una frenética carrera contra el tiempo.
Tanto los aliados como las potencias centrales sabían que la entrada de Estados Unidos en la guerra inclinaba la balanza hacia uno de los lados. ¿Hacia cuál? Francia y Gran Bretaña contaban con esperar y resistir la inminente embestida que los alemanes emprenderían luego de haber derrotado a Rusia, para luego contraatacar aprovechando la indudable superioridad que obtendrían en hombres, armas y materias primas. Por su parte, Alemania era consciente de la necesidad de obtener un triunfo definitivo para forzar una paz que haría inútil la participación norteamericana; en su caso, además, era evidente que ese triunfo sería la última oportunidad desde un punto de vista material; un fracaso llevaría al desmoronamiento de las potencias centrales, que simplemente no encontrarían la forma de continuar con una guerra que había absorbido la casi totalidad de sus recursos humanos y materiales.

Referencias

1. Ferro, Marc. La Gran Guerra, Madrid, Alianza Editorial, 1984, p.163.

2. McNeill, William H. La búsqueda del poder. Tecnología, fuerzas armadas y sociedad desde el 1000 d. C., 2º. ed., México, Siglo XXI, 1989, pp. 353-385. No hay que olvidar que en el caso del imperio austrahúngaro, dichas dificultades con la burocracia se vieron agravadas por las tensiones entre las nacionalidades que componían al imperio.

3. Ferro, Marc. Op. cit., pp. 178-179. Los vehículos blindados se conoce como "tanques" porque para guardar el secreto lo mejor posible, los ingenieros y militares británicos les hicieron creer a sus obreros que fabricaban láminas para depósitos de petróleo; por tal motivo, fueron denominados así por los trabajadores, extendiéndose luego el uso de este término.

4.Esto era una novedad, ya que tradicionalmente se había enseñado en las escuelas militares, desde la época de las guerras napoleónicas, que ka infantería tenía la función de apoyarla. Los desastrosos resultados de la aplicación de esta doctrina en 1914 y 1915 hicieron necesario un cambio.

5. Howard, Michael. La Primera Guerra Mundial, Barcelona, Crítica, 2003,p. 83.

6. Se puede encontrar un interesante análisis de estos problemas en Brodie, Bernard. Guerra y Política, México, Fondo de Cultura Económica, 1978, pp. 22-38.

7. Howard, Michael. Op. cit.,p. 134

8. para la elaboración de la descripción de las acciones militares llevadas a cavoen los frentes Occidental y Oriental, fueron consultadas las obras de Ferro, Marck. Op. cit., caps. 9, 15 y 16;Howard, Michael. Op. cit., caps. 5 y 7; Renouvin, Pierre. La Primera Guerra Mundial, Buenos Aires, Hyspamérica, Caps. III, V Y VI, 1988.

9. El lugar se demoninaba ·Chemin des Dames" (2Camino de las Damas"), ya que por ahí cruzaba un camino que fue usado para los paseos al campo de las hijas del rey Luis XV, las damas de francia; también se le conoció así por el triunfo de Craonne, que Napoleón tuvo contra los prusianos y rusos en 1814, y en el cual cayeron miles de sus jóvenes reclutas denominados "los María Luisa".

10. se tiene en consideración el calendario occidental. Así que para evitar confusiones, la "Revolución de febrero" fue en marzo y la 2 Revolución de octubre" fue en noviembre.

11. Ideológicamente los "mencheviques" y los "bolcheviques", que en ruso significan 2minoría" y 2mayoria", tuvieron su origen en 1903, a raíz de una disputaentre líderes socialistas rusos que pretendían unificar las diversas corrientes ideológicas existentes, y así hacerle frente a la autocracia zarista. Los mencheviques terminaron mostrándose partidarios de la socialdemocracia, mientras los bolcheviques del proletariado" por medio de la revolución. 

12. Brodie, Bernard. Op. cit.,p. 35.